sábado, 24 de junio de 2023

Una alegría y una esperanza porque con el nacimiento de Juan comienzan a abrirse en el horizonte los resplandores de un nuevo amanecer de salvación

 


Una alegría y una esperanza porque con el nacimiento de Juan comienzan a abrirse en el horizonte los resplandores de un nuevo amanecer de salvación

 Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80

Siempre el nacimiento de un niño es un motivo grande de alegría; hasta en las familias más humildes brilla siempre como una nueva luz de esperanza el nacimiento de un niño. Es una nueva vida que comienza a palpitar y parece que todos en torno a recién nacido nos llenamos de sueños y de esperanzas. Esa semilla que ha germinado hará nacer y crecer una nueva planta, siempre soñamos con sus frutos, aparece la esperanza de algo nuevo en el corazón, se despiertas inquietudes, y parece que resucitan las iniciativas por la vida que estaban como dormidas; es un nuevo despertar de ilusión y de esperanza.

¿Qué va a ser de este niño? era una pregunta que como un eco iba rebotando por las montañas de Judea con el nacimiento de Juan. Si las gentes cuando supieron de la pronta maternidad de Isabel se alegraban porque el Señor había tenido gran misericordia con ella, ahora cuando Juan ya nacido y a causa de todas las extraordinarias que tras su nacimiento se iba sucediendo, surgía de nuevo la alegría y la esperanza en las montañas de Judea, pues en cuanto acontecía veían que la mano de Dios estaba con él.

Una alegría y una esperanza que tenía aires de profecía porque estaba señalando cómo Dios visitaba a su pueblo derramando su bendición y su misericordia, pero que ha seguido teniendo eco a través de todos los tiempos y aun entre nosotros celebramos con gran alegría el nacimiento de Juan, aunque a veces mantengamos ciertas connotaciones paganas en la manera de celebrar su fiesta. Pero esa profecía está queriendo decirnos y señalarnos hoy muchas cosas a quienes tenemos que ser en cierto modos profetas y precursores de la presencia del Mesías en nuestro mundo de hoy.

Juan venía con la misión de reunir a los hijos dispersos de Israel y por eso su presencia y su palabra en las orillas del Jordán y en el albores del desierto se convierte en signo profético en medio de un pueblo que había perdido las esperanzas y como diría Jesús más tarde andaban como ovejas descarriadas a las que les falta el pastor. Su presencia fue luminosa, su palabra era ardiente, su mensaje era riguroso y exigente porque abría a un mundo nuevo con nuevas actitudes y con nuevos fogonazos de luz.

Valiente para proclamar la verdad, valiente para señalar los caminos de rectitud que habríamos de recorrer, valiente porque su palabra no callaba frente a los poderosos y arriesgaba todo lo que fuera necesario, como valiente y arriesgada sería su propia vida, por proclamar la verdad y los caminos de rectitud que habríamos de recorrer.

Podría parecer duro el mensaje y duras las palabras que pronunciaba si no estábamos dispuestos a entrar por caminos de conversión, pero era la exigencia de la necesaria conversión porque muchos caminos habría que enderezar, muchos valles que allanar para preparar debidamente los nuevos caminos del Señor.

Y el mundo sigue necesitando hoy esos precursores y esos profetas que preparen caminos y corazones. El mundo que nos rodea sigue necesitando hoy que seamos esos precursores, esos profetas aunque parezca que el mundo no nos quiere escuchar. Necesita de nuestros gestos proféticos aunque nosotros sigamos pensando que nuestro trabajo sea inútil quizás porque no nos escuchan. El mundo si nos escuchará si ve que nuestra palabra es auténtica, que nuestros gestos son verdaderos signos, que hay valentía en nuestros corazones para seguir proclamando esa buena nueva de salvación. No nos escucha quizás porque nosotros seguimos queriendo nadar y guardar la ropa pero hay que arriesgarse, que la Palabra de la verdad será escuchada y tenida en cuenta.

Aquel niño pequeño que hoy vemos recién nacido en las montañas de Judea nos está señalando también a nosotros, aunque nos consideremos pequeños o tan pecadores como los demás, para que vayamos a dar ese testimonio, para que seamos esos precursores y esos profetas tan necesarios. No tengamos miedo de asumir nuestra misión. Es el mensaje que Juan Bautista hoy deja en nuestra manos, es la semilla de inquietud que siembra en nuestro corazón, es la osadía y valentía que hemos de tener quitando toda clase de miedos y cobardías para hacer ese nuevo anuncio de salvación.

viernes, 23 de junio de 2023

Nuestra riqueza no son las seguridades en que nos podamos apoyar, nuestro tesoro es el Señor que nos envuelve con su presencia y nos llena de una luz con sabores de eternidad

 


Nuestra riqueza no son las seguridades en que nos podamos apoyar, nuestro tesoro es el Señor que nos envuelve con su presencia y nos llena de una luz con sabores de eternidad

2Corintios 11,18.21b-30; Sal 33; Mateo 6,19-23

Hazte un seguro de vida porque no sabemos lo que el mañana nos deparará y mejor es tener asegurado algo, habremos escuchado más de una vez, habremos recibido visitas de corredores de seguros, o quizás nos lo hemos pensado en alguna ocasión. Buscamos seguridades, queremos tener asegurada una pensión para el futuro y que cubra todas nuestras necesidades. Así andamos en la vida, así nos manejamos, así necesitamos esas seguridades.

Pero de esto y de esta manera no es de lo que nos habla el evangelio. Asegurarnos un tesoro en el cielo… y quizás hemos ido acumulando rezos y penitencias, sumamos las veces que hemos ido a Misa, o las cofradías o hermandades a las que pertenecemos, como aquel que me decía un día que él había hecho los nueve primeros viernes muchas veces cuando chico, y que ahora ya lo tenía asegurado todo en referencia a la salvación, ahora, me decía, ya no necesitaba ir a Misa, que las llevaba por adelantado.

¿Es de eso de lo que nos está hablando Jesús hoy en el evangelio? Muchas veces cogemos sus palabras tan demasiado a lo textual que le queremos hacer decir lo que El no nos ha dicho. Ya sé que en varias ocasiones nos ha hablado de vender todo lo que tenemos para dar nuestro dinero a los pobres y así tengamos un tesoro en el cielo. Porque un día tuviste un pronto de generosidad y repartiste tus cosas con los necesitados, ¿ya lo tenemos todo hecho? ¿Cuál es realmente ese tesoro de nuestra vida? ¿Nos quedaremos en cosas que hagamos y cuyos méritos vamos acumulando?

Creo que Jesús nos quiere decir mucho más que todo eso, aunque nos parezca que haciendo esas cosas ya nos podemos quedar tranquilos, porque seguimos con nuestros parámetros y nuestras medidas humanas. Nuestro tesoro no son cosas acumuladas, nuestro verdadero tesoro es el Señor, la fe es la que nos hará descubrir esa verdadera riqueza de nuestra vida. Nuestro apoyo y nuestra fortaleza es el Señor, es su amor que cuando nos dejamos envolver y empapar por ese amor de Dios entonces nuestra vida sí estará llena de vida y de esplendor, es la gloria del Señor que envuelve nuestra vida.

Envueltos en esa gloria del Señor, inmersos en Dios y envueltos de su presencia nuestra vida se llenará de luz, porque se llenará del amor de Dios; nuestra mirada será luminosa para descubrir la belleza de esa vida misma que Dios nos ha regalado y que entonces viviremos con un sentido nuevo y distinto, pero para descubrir también el valor y la riqueza de cada persona, a quienes valoraremos de una manera especial, a quienes regalaremos nuestro amor.

Actitudes nuevas aparecen en nuestra vida, una responsabilidad grande sentimos que tenemos en nuestro propio vivir porque todo cuanto hagamos se llena de una trascendencia distinta, comienza a haber una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros, un nuevo sentido de comunión se abrirá en nuestros corazones que se hacen generosos y desprendidos.

Vamos llenos de Dios y en ese Dios nos sentimos en comunión con los demás, ¿cómo podremos dejarlos en su sufrimiento, en sus carencias, en su propia debilidad? Todo tiene que ser distinto. Seremos capaces de despojarnos de nuestro yo egoísta y por eso surge aquello que nos dice Jesús que vendamos lo que tenemos para repartirlo con los pobres. No son las cosas que poseemos nuestra riqueza sino que nuestro verdadero tesoro será una vida llena de amor, llena de Dios.

jueves, 22 de junio de 2023

Una conversación de amor que nos hace disfrutar de la presencia de amor de Dios nuestro Padre, y nos llevará a una nueva sintonía de amor

 


Una conversación de amor que nos hace disfrutar de la presencia de amor de Dios nuestro Padre, y nos llevará a una nueva sintonía de amor

2Corintios 11,1-11; Sal 110; Mateo 6,7-15

Con humildad tenemos que comenzar pidiendo al Señor ‘enséñanos a orar’. No sabemos lo que pedimos, no sabemos lo que decimos, no sabemos como hacerlo. Rezamos, repetimos oraciones ya previamente formuladas, pero ¿llegamos a orar de verdad? ¿Llegamos a tener un auténtico encuentro con el Señor que nos ama porque es nuestro Padre?

En la vida nos quejamos de tantos formularios que tenemos que rellenar cuando queremos resolver cualquier asunto, cuando tenemos que acudir a la administración para solicitar algo que necesitamos, nos cansan los papeleos, nos gustaría que las cosas fueran más sencillas, añoramos quizás aquellos tiempos en que no existía tanta burocracia  y bastaba simplemente la palabra expresada con honradez y rectitud. Quizás desde unas exigencias legales, para darle una validez y permanencia a lo que tramitamos, ha surgido todo este entramado en que nos vemos envueltos en la sociedad hoy.

Lo digo como ejemplo de lo que quizás también hemos convertido nuestra relación con Dios. Nuestras celebraciones están ritualizadas, las palabras con que expresamos nuestras oraciones están previamente conformadas, y tenemos el peligro de que nuestra relación con Dios se nos quede ritualizada y nuestra oración sea solamente algo recitado y se nos puede quedar todo sin vida.

Confieso que siento pena en mi corazón cuando veo que quienes tienen que dirigir nuestra oración en la liturgia enseñándonos a orar, la manera de hacer las oraciones es simplemente como un recitado muchas veces sin calor ni sentido.  Son nuestras celebraciones que muchas veces van perdiendo vida, nos contentamos quizás con una presencia formal, pero tenemos el peligro de que falte una verdadera profundidad espiritual.

¿En que podemos terminar? Nuestra espiritualidad se hace superficial, nuestra fe se enfría y terminaremos perdiendo nuestra relacion con Dios. ¿Qué le ha pasado a tantos en nuestro entorno que hubo momentos que vimos con gran fervor pero que quizás ya lo han abandonado todo? Podemos terminar en que ya ni rezaremos, ni lleguemos a recitar aquellas oraciones aprendidas desde niños, pero que hoy se han quedado en un vacío en el corazón. Me preocupa ese enfriamiento espiritual que contemplamos en nuestras comunidades y parroquias, esa pendiente resbaladiza por la que podemos ir cayendo.

Necesitamos recuperar el verdadero sentido de nuestra oración. Escuchar de nuevo con los oídos del corazón bien abiertos lo que hoy nos enseña Jesús en el evangelio. No quiere Jesús simplemente enseñarnos una fórmula que repitamos sin más. Por eso nos dice de entrada que no son necesarias tantas palabras. Es una conversación de amor, y quienes se aman de verdad no necesitan decirse muchas cosas, pero sí necesitan sentir la presencia del uno junto al otro para alimentar ese amor y hacerlo crecer más y más. Habrá, es cierto, palabras, habrá gestos, habrá silencios, habrá momentos en que aprendamos a sentir el corazón, escuchar y cantar la sintonía del amor.

¿Qué nos está proponiendo Jesús con lo que hoy nos dice en el evangelio? Qué disfrutemos en esa presencia de amor del Padre. Y cuando disfrutamos de esa presencia va surgiendo la vida, va surgiendo dentro de nosotros todo eso que nos hace disfrutar de Dios porque es gozarnos también en el gozo de Dios.

Y surgirá todo eso que llamamos los valores del Reino de Dios, pero no nos quedemos en la palabra bonita, sino démonos cuenta cómo surgen en nosotros deseos de amor, y de paz, y de autenticidad en nuestra vida, y de búsqueda del bien y de lo bueno; vemos como van surgiendo esos deseos de sentirnos verdaderamente unidos, y nos comprenderemos, y nos perdonaremos, y evitaremos todo aquello que pueda mermar ese disfrute de Dios. Es lo que nos está señalando Jesús con esa propuesta que nos hace con ese estilo de oración, con esa conversación de amor que tiene que ser nuestra oración.

miércoles, 21 de junio de 2023

No hacemos las cosas buscando recompensa o compensación, sino porque hay algo profundo dentro de nosotros que dará intensidad a la vida

 


No hacemos las cosas buscando recompensa o compensación, sino porque hay algo profundo dentro de nosotros que dará intensidad a la vida

2Corintios 9,6-11; Sal 111; Mateo 6,1-6.16-18

Bueno, hay que decirlo así, a todos nos gusta una alabanza, una muestra de agradecimiento, que nos reconozcan lo que hemos hecho. Es muy humano. Podemos decir también que un reconocimiento puede ser un aliciente, un estímulo en esa lucha interior por salirnos de nosotros mismos para hacer algo distinto, para hacer algo que sea bueno también para los otros. Y realmente hemos de decir que no podemos quitar esos estímulos de la vida. Aunque sabemos que las cosas hay que hacerlas no por los reconocimientos que tengamos, sino desde nuestra responsabilidad, desde la humanidad que llevemos en el corazón.

Es cierto que demasiados hay en la vida que no saben actuar sino por el aplauso, por la plaquita que nos den o pongan en algún lugar con nuestro nombre. Forma parte, como decíamos, de nuestra condición humana, que halaguen nuestro yo. Pero ¿qué tiene que ser lo importante? ¿Nuestro amor propio o un amor autentico que nos lleve a darnos por los demás? Nos ponemos en plan de razonamientos y todos lo vemos muy claro, pero luego quizás será lo que hagamos en el día a día. Y bien sabemos de cuantos se suben con mucha ligereza al pedestal para recibir los aplausos.

Jesús hoy en el evangelio viene a prevenirnos y nos habla en tres situaciones muy concretas de la vida, la limosna, el ayuno y la oración, aunque por supuesto lo podemos ampliar a todos los aspectos de la vida. Quizás el evangelista nos ha recogido solamente estas situaciones por esa denuncia constante que Jesús hace en el evangelio de las actitudes y de las posturas de los fariseos. Porque los ejemplos que está poniendo Jesús para concretar esas situaciones bien retratan las costumbres de los fariseos acostumbrados a figurar y a que todo lo que hacían tuviera su resonancia para recibir las alabanzas de la gente.

Nos deja Jesús una sentencia muy sencilla y muy bonita. ‘Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha’. Es la ofrenda callada y anónima de aquella pobre viuda en el templo. Si hoy la conocemos es porque fue Jesús el que en ella se fijó y nos quiso dar una lección, pero la generosidad de aquella mujer había pasado desapercibida para todos. Es la tarea de nuestro amor, es el silencio de nuestra generosidad, es el corazón que calladamente se pone al lado del otro sin que nadie lo note, pero que va a levantar el animo de quien sufre en soledad, es ese gesto que pasará desapercibido para la mayoría de los presentes pero que lo sentirá en su corazón quien está buscando fuerzas para levantarse y en esa mirada silenciosa, en esa sonrisa que pasa desapercibida para los demás él escucha esa palabra que le da aliento y que le da fuerza.

Y nos hablará Jesús de cuales han de ser las actitudes y las posturas de nuestra relación con Dios, ya sea la oración, ya sean nuestros actos penitenciales. ‘Entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará’. Si nuestra oración no sale del corazón nunca llegará a Dios. No son las palabras repetidas en altavoz como una cantinela, mientras quizás nuestros pensamientos y nuestro corazón están muy lejos del lugar en que te encuentras, las que van a llegar al corazón de Dios. Decimos tantas veces que Dios no nos escucha, pero es que realmente nosotros hemos hablado con Dios, ¿nuestra oración ha sido realmente un encuentro vivo con el Dios que tanto nos ama?

Pero ya decíamos que estas pautas que hoy Jesús nos propone nos valen para todas las situaciones de nuestra vida. Es todo ese desarrollo de nuestra vida interior, como será el cumplimiento de nuestras responsabilidades personales, familias o en el ámbito de nuestra sociedad. ¿Por qué hacemos las cosas? ¿Solamente buscamos una recompensa o una compensación? ¿Habrá algo profundo dentro de nosotros mismos que sea lo que nos mueva a darle toda esa intensidad a nuestra vida?

 

martes, 20 de junio de 2023

Seremos buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a la Iglesia a rezar, sino sobre todo cuando salimos a los caminos de la vida a amar a todos y sin distinción

 


Seremos buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a la Iglesia a rezar, sino sobre todo cuando salimos a los caminos de la vida a amar a todos y sin distinción

2Corintios  7, 8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48

Hemos de reconocer que mientras no nos molesten en la vida somos pacíficos; nos gusta llevarnos bien con la familia, con los vecinos, y con la gente que nos encontramos por la calle normalmente somos corteses y educados. Está bien, pero, como decíamos, mientras no nos molesten.

Si un día alguien nos contrarió en algo, si sabemos que tiene ideas distintas a las nuestras – y no digamos nada cuando nos metemos con la política o los políticos -, si alguien en un momento determinado hizo algo que nosotros pudiéramos considerar ofensivo, entonces las cosas cambian, nos dejamos de hablar, comenzamos a mirarnos de lado,  ya en todo lo que hace siempre encontraremos un defecto, una maldad o malicia que muchas veces más que nada es la que nosotros tenemos, ya no somos tan amigables ni corteses. Es nuestra realidad de cada día, lo que nos vamos encontrando, pero lo que vamos haciendo también. Ya parece que todos nos son tan buenos.

Y decimos que vivimos en un ambiente de cristianos, si nos preguntan o nos quieren echar en cada, ya estaremos diciendo que somos cristianos de toda la vida y ponemos mil razonamientos o justificaciones más. Pero realmente, seamos sinceros, ¿dónde están los valores del evangelio? ¿Cuáles son nuestros criterios para actuar según el espíritu y el sentido del evangelio? ¿Habremos dado el paso adelante que nos pide Jesús? ¿Qué es lo que de verdad nos define como cristianos?

Es lo que Jesús nos va desgranando en el sermón de la montaña. Y nos habla de la acogida mutua que siempre hemos de ejercer, sea quien sea; para un cristiano no pueden haber enemigos, un cristiano siempre ha de tener la mirada limpia y luminosa para ser capaz de ver en el otro un hermano, un cristiano siempre tiene el corazón abierto a la comprensión y al perdón, un cristiano si algo tiene que destacar es en la capacidad de amar.

Y es que nos decimos cristianos cuando hemos optado por Jesús, cuando somos capaces de poner como criterios de nuestra vida los criterios de Jesús. Y lo primero que nos dice Jesús es que Dios nos ama y es nuestro Padre; en consecuencia de Dios para abajo todos somos hermanos, y los hermanos se aman y se perdonan, los hermanos, porque nos conocemos y nos amamos, comprendemos las limitaciones de los demás como reconocemos también las propias y lo que vamos a hacer es ayudarnos mutuamente para superar esas limitaciones sin tener en cuenta los roces que se hayan producido entre nosotros. El otro no es un adversario sino un hermano.

Y nos habla Jesús del Padre bueno que hace salir el sol sobre todos, sean malos o sean buenos. Y nos habla Jesús que no solo haremos el bien a aquel que ya ha sido bueno con nosotros, porque eso lo puede hacer cualquiera aunque no se llame cristiano, sino que con todos vamos a tener un corazón generoso capaz de darse sin esperar compensación, y compartiendo también con aquel que quizá nunca tuvo un gesto bondadoso conmigo.

Si ayudamos solo a los que nos ayudan, ¿qué mérito tenemos? Si saludamos solo a los que nos saludan, ¿qué es lo que estamos haciendo de extraordinario? Por eso nos dice Jesús que incluso recemos por aquellos que nos hayan ofendido. Una diferencia tiene que haber en nuestra vida.

Y nos dice Jesús que cuando actuemos así es cuando en verdad nos estamos manifestando como hijos del Padre celestial. Seremos buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a la Iglesia a rezar, sino sobre todo cuando salimos a los caminos de la vida a amar a todos y sin distinción. Es más nos dice que en esto tenemos que ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. El amor ha de ser el primer brillo y resplandor de nuestra santidad.

 

lunes, 19 de junio de 2023

Tenemos que saber entrar en otra sintonía, salirnos de esa órbita para escuchar algo nuevo y distinto, entrar en la sintonía del amor que acalla y apaga todo deseo de venganza

 


Tenemos que saber entrar en otra sintonía, salirnos de esa órbita para escuchar algo nuevo y distinto, entrar en la sintonía del amor que acalla y apaga todo deseo de venganza

2Corintios 6, 1-10; Sal 97;  Mateo 5, 38-42

Algunos incluso se lo toman a broma, como si las palabras de Jesús fueran dichas de una manera superficial. Las palabras de Jesús encierran siempre un gran contenido y aunque nos parezcan simples imágenes como si fueran puestas de una forma retórica casi como si fueran un adorno, el sentido de las palabras de Jesús siempre tienen una gran hondura y ojalá fuéramos valientes para aceptarlas y convertirlas en verdadera pauta de nuestra vida.

Es aquello de poner la otra mejilla, como su eso fuera una cobardía porque nos dejaríamos violentar antes que nosotros caer en esa misma violencia. Y ya sabemos muy bien que si no ponemos freno, y una imagen de ello es el poner la otra mejilla cuando nos han agraviado, la violencia seguirá engendrando más violencia, convirtiéndose en una espiral difícil de detener cuando comienza a girar porque cada vez adquirirá más velocidad, más intensidad.

En una palabra nos viene a decir Jesús, ‘no hagáis frente al que os agravia’. Ese ser capaces de poner freno cuando la violencia comienza a crecer será algo que desestabiliza al que viene a nosotros con violencia, porque lo que espera es nuestra respuesta, para sentirse fuerte y con más razones para seguir con su violencia. Pero es algo que nos cuesta mucho entender. Nos es más fácil entender que quien ha sido agraviado u ofendido responda buscando una compensación, que podemos darle el nombre que queramos, pero que a la larga es una venganza. El amor propio herido, el orgullo que ha sido machacado con esa violencia con que han actuado contra nosotros, grita muy fuerte dentro de nosotros clamando venganza.

Tenemos que saber entrar en otra sintonía, salirnos de esa órbita para escuchar algo nuevo y distinto; nos es difícil porque todo canta a nuestro lado en contra nuestra, en contra de esos principios y valores que nos ofrece Jesús en el Evangelio. Y es ahí donde tenemos que mostrar la diferencia, presentarnos como una imagen de que es posible algo distinto, que es posible un mundo sin violencia. Es el mundo que quiere construir Jesús para nosotros cuando nos habla del Reino de Dios. No es fácil, es cierto.

Como base de todo Jesús ha puesto en nosotros el amor. Y el va por delante en esa muestra de amor, porque lo primero es el reconocimiento del amor que El nos tiene, y que es con lo que nosotros tenemos que responder. Jesús nos enseña a ser hermanos, porque somos todos hijos del mismo Padre que hace salir el sol sobre malos y buenos, como ya nos ha dicho en otro momento del evangelio. Y los hermanos que se aman, se comprenden y se ayudan, los hermanos que se aman son capaces de perdonarse no siete veces sino setenta veces siete porque lo que tiene que estar predominando siempre es el amor. Si alguien ha roto ese lazo del amor, no vamos nosotros a seguir haciendo leña del árbol caído, sino que tenemos que reconstruir, restaurar, rehacer ese lazo del amor.

Es lo que nos está pidiendo Jesús, cuando nos dice que no hagamos frente al que nos agravia. Es el camino que tenemos que saber emprender. No es una broma lo de poner la otra mejilla, es una actitud profunda que hemos de tener en la vida.

domingo, 18 de junio de 2023

‘Gratis habéis recibido, dad gratis’, regalemos amor, que nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a brillar en nuestro mundo

 


‘Gratis habéis recibido, dad gratis’, regalemos amor, que nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a brillar en nuestro mundo

Éxodo 19, 2-6ª; Sal 99; Romanos 5, 6 11; Mateo 9, 36-10, 8

Tengo un amigo que siempre me dice que no le gustan las aglomeraciones, donde hay mucha gente, los apretujones, el no poderse mover a su aire, no se explica bien el porqué huye de esas aglomeraciones, pero en cierto modo se entiende, en medio de una masa uno se siente un desconocido, aunque rodeado de mucha gente se siente aislado, no te sientes conocido, de alguna manera ignorado porque solo eres uno más en medio de esa masa.

Algunas veces cuando voy en un medio de transporte, en medio de toda aquella gente que allí vamos como muy unidos, porque el espacio es reducido, sin embargo eres un desconocido; qué sabes de esas personas que van a tu lado, que están contigo en una cola, por ejemplo, y qué saben de ti; de alguna manera nos ignoramos los unos a los otros, porque cada uno va a lo suyo; hoy vamos enfrascados en nuestros móviles cada uno pendiente de la conversación que mantiene con alguien que está al otro lado del mundo, pero no se ha fijado en quien tiene a su lado. Cuando ves a alguien que se sonríe, o intenta tener un detalle contigo para cederte el paso o darte un lugar para sentarte, parece que ves la luz, algo nuevo comienza a brillar.

Hoy nos dice el evangelio que Jesús se encontró con una muchedumbre que le esperaba y sintió lástima de ellos, ‘porque andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Y les dice a los discípulos que la mies es mucha, pero que los obreros son pocos, que rueguen al Señor de la mies para que envíe trabajadores para su mies.

Pero aquí viene el detalle de Jesús, llamó a doce, a cada uno por su nombre, ‘y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Y les dio instrucciones y los envió a anunciar el Reino, pero los envió a curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, echar demonios. Son doce a los que envía, y los envía para que vayan teniendo un contacto directo con aquellos que están llenos de sufrimientos; se acercarán a la persona que está enferma para curarla, limpiarán a aquel en concreto que está leproso, liberarán en concreto del mal a quien está poseído por el maligno. Han de ir al encuentro con la persona, allí donde hay dolor y sufrimiento.

Nos rodea, sí, una muchedumbre desconcertada, desorientada. Miramos nuestro mundo y vemos la inmensidad de trabajo que nos espera si en verdad queremos coger el guante que nos lanza Jesús para que vayamos a realizar su obra. Miro en mi entorno y de me doy cuenta de cuanta indiferencia en tantas aspectos de la vida nos envuelve. Nos hemos convertido en seres anónimos, sin nombre.

¿No nos sucede que algunas veces no sabemos el nombre de quien vive en nuestro mismo edificio, o quien vive cuatro casas más allá en nuestra misma calle? Vamos a lo nuestro, nuestros problemas, nuestras luchas, nuestras cosas, a lo más ese círculo de personas, que no siempre amigos, que están cerca de nosotros quizá por razón de trabajo, pero que cada uno se las apañe como pueda. Como mencionábamos antes por las redes sociales estamos más atentos a quien vive en otro continente, que de la persona que va con nosotros en el mismo transporte publico.

¿Tendremos que curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos? Empecemos por dejarnos curar nosotros mismos, queriendo escuchar esa llamada que por nuestro nombre nos está haciendo el Señor. Despojémonos de esos lienzos de individualismo que tantas veces nos envuelven para poder caminar liberados de ataduras y prejuicios al encuentro de esa persona que tenemos ahí muy cerca, pero que tantas veces pasamos a su lado ignorándolo. Esos son los milagros que nos pide el Señor.

Vayamos con ese bálsamo de la escucha, con esa luz de una sonrisa, con esa mirada a los ojos para que el otro vea que tú le interesas. Cuantas señales podemos dar de esa cercanía del Reino de Dios con nuestra cercanía, con nuestro cederle el paso o darle un asiento en el transporte, con tantos gestos de humanidad que tenemos que comenzar a dar si no queremos que cada vez se haga más inhumano nuestro mundo. No es cuestión de gritar derechos, que eso es muy fácil hacerlo enardecidos por una manifestación, sino sepamos darle esos derechos a la persona cuando nos interesamos por ella, cuando estamos a su lado, cuando ponemos el aire fresco de una sonrisa a nuestro paso por la calle en medio de tantos que caminan indiferentes.

Gratis habéis recibido, dad gratis’, termina diciéndonos hoy Jesús. Regalemos amor. Que nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a brillar en nuestro mundo.