martes, 20 de junio de 2023

Seremos buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a la Iglesia a rezar, sino sobre todo cuando salimos a los caminos de la vida a amar a todos y sin distinción

 


Seremos buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a la Iglesia a rezar, sino sobre todo cuando salimos a los caminos de la vida a amar a todos y sin distinción

2Corintios  7, 8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48

Hemos de reconocer que mientras no nos molesten en la vida somos pacíficos; nos gusta llevarnos bien con la familia, con los vecinos, y con la gente que nos encontramos por la calle normalmente somos corteses y educados. Está bien, pero, como decíamos, mientras no nos molesten.

Si un día alguien nos contrarió en algo, si sabemos que tiene ideas distintas a las nuestras – y no digamos nada cuando nos metemos con la política o los políticos -, si alguien en un momento determinado hizo algo que nosotros pudiéramos considerar ofensivo, entonces las cosas cambian, nos dejamos de hablar, comenzamos a mirarnos de lado,  ya en todo lo que hace siempre encontraremos un defecto, una maldad o malicia que muchas veces más que nada es la que nosotros tenemos, ya no somos tan amigables ni corteses. Es nuestra realidad de cada día, lo que nos vamos encontrando, pero lo que vamos haciendo también. Ya parece que todos nos son tan buenos.

Y decimos que vivimos en un ambiente de cristianos, si nos preguntan o nos quieren echar en cada, ya estaremos diciendo que somos cristianos de toda la vida y ponemos mil razonamientos o justificaciones más. Pero realmente, seamos sinceros, ¿dónde están los valores del evangelio? ¿Cuáles son nuestros criterios para actuar según el espíritu y el sentido del evangelio? ¿Habremos dado el paso adelante que nos pide Jesús? ¿Qué es lo que de verdad nos define como cristianos?

Es lo que Jesús nos va desgranando en el sermón de la montaña. Y nos habla de la acogida mutua que siempre hemos de ejercer, sea quien sea; para un cristiano no pueden haber enemigos, un cristiano siempre ha de tener la mirada limpia y luminosa para ser capaz de ver en el otro un hermano, un cristiano siempre tiene el corazón abierto a la comprensión y al perdón, un cristiano si algo tiene que destacar es en la capacidad de amar.

Y es que nos decimos cristianos cuando hemos optado por Jesús, cuando somos capaces de poner como criterios de nuestra vida los criterios de Jesús. Y lo primero que nos dice Jesús es que Dios nos ama y es nuestro Padre; en consecuencia de Dios para abajo todos somos hermanos, y los hermanos se aman y se perdonan, los hermanos, porque nos conocemos y nos amamos, comprendemos las limitaciones de los demás como reconocemos también las propias y lo que vamos a hacer es ayudarnos mutuamente para superar esas limitaciones sin tener en cuenta los roces que se hayan producido entre nosotros. El otro no es un adversario sino un hermano.

Y nos habla Jesús del Padre bueno que hace salir el sol sobre todos, sean malos o sean buenos. Y nos habla Jesús que no solo haremos el bien a aquel que ya ha sido bueno con nosotros, porque eso lo puede hacer cualquiera aunque no se llame cristiano, sino que con todos vamos a tener un corazón generoso capaz de darse sin esperar compensación, y compartiendo también con aquel que quizá nunca tuvo un gesto bondadoso conmigo.

Si ayudamos solo a los que nos ayudan, ¿qué mérito tenemos? Si saludamos solo a los que nos saludan, ¿qué es lo que estamos haciendo de extraordinario? Por eso nos dice Jesús que incluso recemos por aquellos que nos hayan ofendido. Una diferencia tiene que haber en nuestra vida.

Y nos dice Jesús que cuando actuemos así es cuando en verdad nos estamos manifestando como hijos del Padre celestial. Seremos buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a la Iglesia a rezar, sino sobre todo cuando salimos a los caminos de la vida a amar a todos y sin distinción. Es más nos dice que en esto tenemos que ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. El amor ha de ser el primer brillo y resplandor de nuestra santidad.

 

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