sábado, 11 de marzo de 2023

Un retrato de un camino de retorno en el que nuestros pasos van a ser siempre ayudados por el abrazo del amor del Padre

 


Un retrato de un camino de retorno en el que nuestros pasos van a ser siempre ayudados por el abrazo del amor del Padre

Miqueas 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lucas 15, 1-3. 11-32

Muchos somos los pródigos que andamos por la vida sin saber lo que es el verdadero amor y con los corazones resecos, que más bien parecen estar llenos de cardos que hacen daño a quien se atreve a acercarse a él.

Pródigos porque escogimos andar nuestros caminos porque ansiábamos la libertad pero cuando nos separamos de la casa del padre sentimos la más amarga de las soledades con el corazón roto en mil pedazos hasta no llegar a decidirse por la vuelta a la casa del padre donde verdad se encontrará la verdadera reconstrucción del corazón; pero pródigos cuando vamos por la vida con el corazón lleno de aristas, donde pronto aparecerán los descontentos y las desconfianzas, los resentimientos pero también los endiosamientos cuando nos creemos por encima, cuando nos creemos cumplidores, cuando mantenemos la queja en el corazón porque aun no se ha descubierto que tenemos que buscar lo que nos une antes de poner distancias y abismos que cada vez nos separarán más.

Podemos irnos de la casa del padre, pero podemos también físicamente cerca, y en ambos casos ponemos distanciamientos que crean brechas muchas veces difíciles de reparar. El que físicamente se marchó lejos, pronto sintió la soledad y el abandono, porque en lo que creía que iba a encontrar la felicidad, lo que terminó por hacerle es romperle el corazón y los deseos de vivir. Su vida ya no era vida, de tal manera que deseaba comer la comida de los cerdos, lo que significa la indignidad en la que cae la persona.

El que se quedó pero poniendo distancias aunque ahora tenía a su mano un banquete que había preparado el padre por la vuelta del hermano, no querrá participar en aquel banquete ni en aquella fiesta, porque su orgullo lo  había atragantado perdiendo también el verdadero sentido de la vida.

Los orgullos crean más cerrazones en el espíritu que otras miserias en que podamos enfangarnos. Por eso el que se había ido lejos fue humildad para reconocer por qué había llegado aquella situación y su deseo era estar de nuevo al lado del padre aunque él no se supiera merecedor. Volveré a la casa de mi padre y le diré, Padre he pecado contra el cielo y contra ti. Para él había una túnica nueva, un traje de fiesta que volver a vestir, para él había de nuevo el anillo que le devolvió la dignidad, para él había un banquete de fiesta porque en fin de cuentas finalmente había optado por la vida y el padre se alegraba porque había recobrado vivo a aquel hijo que le parecía muerto.

Los orgullos ponen barreras a los pasos que tendríamos que dar; el orgullo nos impedirá reconocer incluso al hermano y lo que es la dignidad de cada persona sea cual sea el estado en que se encuentre; el orgullo nos volverá en contra de aquello o de aquellos a los que más amamos o tendríamos que amar, porque ya no sabremos entrar en la onda del amor. El padre quiere que participe de aquel banquete, de aquella alegría y aquella fiesta, pero el corazón sigue enfermo y mientras no se sane el corazón no llegaremos a tener la grandeza de espíritu que nos haga reconocer nuestros errores y nos haga valorar a los que están a nuestro sean quienes sean, porque siempre serán unos hermanos.

Qué tremendo retrato nos está haciendo la parábola, sí, de nosotros y de nuestra situación. Quiere abrir caminos para nuestros pasos de retorno y de reencuentro. Y es que por el contra tenemos el más hermoso retrato de Dios. Es el Padre que nos ama y nos espera, es el padre que nos restituye siempre nuestra dignidad y nuestra grandeza, es el padre que sale también a la puerta y al camino, allí donde nos hemos marchado o donde nos hemos quedado paralizados, porque los últimos pasos siempre podemos darlos empujados y levantados por el abrazo de su amor.

viernes, 10 de marzo de 2023

Un papel que tenemos que desempeñar en nuestra sociedad, no dueños sino administradores de unos dones que por inacción no podemos perder

 


Un papel que tenemos que desempeñar en nuestra sociedad, no dueños sino administradores de unos dones que por inacción no podemos perder

Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28; Sal 104; Mateo 21, 33-43, 45-46

Muchas veces nos sucede que no terminamos de comprender cuál es nuestro lugar en la vida, cuál es la función en verdad que hemos de desempeñar con esa vida que tenemos en nuestras manos, y decir esa vida es decir los bienes de este mundo, pero la misma sociedad en la que vivimos y a la que tenemos que servir.

Nos creemos dueños absolutos y queremos hacer de todo según lo que nos parezca o nos convenga, queremos un desarrollo de la sociedad, por ejemplo, cuando en nuestras manos está el ordenamiento de esa sociedad, solo según mis ideas o mi pensamiento y no somos capaces de llegar a un entendimiento con el resto de la sociedad que también se siente responsable de la misma porque en ella vive. Así nos encontramos normas y leyes excesivamente partidistas, cuando se realizan desde una ideología predeterminada o cuando se buscan particulares intereses.

¿Habremos descubierto en verdad que somos administradores y que también tendremos que rendir cuentas de la rectitud con que hemos usado de esas posibilidades que teníamos entre manos? Son cosas que tenemos que tomarnos muy en serio, que nos tienen que hacer reflexionar, que nos tienen que llevar a encuentros y no a dispersión.

¿De qué nos habla hoy Jesús en el evangelio? Conocida es la parábola. El hombre que preparó una viña, con sus lagares y todos los servicios necesarios para hacerla producir y la confió a unos viñadores. En la época de recoger los frutos envió a sus operarios para recibir las rentas y beneficios de aquella viña que había puesto a producir, pero los viñadores se creyeron amos y se negaron a entregar los frutos y rendimientos; incluso mandó a su propio hijo, que fue echado de la viña y al que también dieron muerte como habían hecho con los otros enviados del amo.

Es la historia de lo que hacemos; fue un reflejo en su momento de la historia del pueblo de Israel y un toque de atención a los que en aquellos momentos eran dirigentes del pueblo. Se creían también dueños y que podían hacer de la viña del Señor lo que ellos quisieran. Así se sintieron aludidos los sumos sacerdotes y los dirigentes de la sociedad judía de entonces que ya tramaban también quitar de en medio a Jesús, dando cumplimiento a lo que de una manera también profética se anunciaba en la parábola.

Nosotros tenemos que leerla hoy también haciendo aplicación a nuestra vida. ¿Qué hacemos de los dones que nos ha regalado el Señor? ¿También nos creemos dueños absolutos? Pensemos en la respuesta que damos, pensemos en como nos dejamos conducir por la palabra de Dios, pensemos en lo que hacemos de la misma Palabra del Señor que cada día tenemos la oportunidad de escuchar. ¿Cuál es la respuesta que damos con nuestra vida?

Pero la parábola también nos hace mirar a nuestra sociedad. Puede ser también un grito profético para los dirigentes de nuestra sociedad de hoy si supieran y quisieran escuchar. Pero es también un grito profético para nuestra vida, la de cada uno de nosotros, que tenemos que descubrir cuál es nuestro lugar y nuestra función en la sociedad. No es en muchas ocasiones en los cristianos que nos sintamos dueños, pero su puede ser la inacción con que vivimos, el poco compromiso que sentimos por esa sociedad que está en nuestras manos, las pocas iniciativas que somos capaces de tener para poner por obra todo eso bueno que podemos y tenemos que hacer por nuestro mundo.

¿Dónde andamos los cristianos en la construcción de nuestra sociedad? ¿No nos estaremos quedando en la retaguardia, pero sobre todo por nuestra inacción y nuestra falta de compromiso, por miedo a asumir el papel tan importante que tendríamos que tener en la construcción de nuestro mundo?

jueves, 9 de marzo de 2023

No nos quedemos en lo malo que pudimos hacer y no hicimos, sino seamos capaces de darnos cuenta de lo bueno que pudimos hacer pero que tampoco hicimos

 


No nos quedemos en lo malo que pudimos hacer y no hicimos, sino seamos capaces de darnos cuenta de lo bueno que pudimos hacer pero que tampoco hicimos

Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31

La tierra no se cultiva para sí misma, sino para tener las condiciones optimas para que nos produzca los mejores frutos. Así podríamos decir la vida del hombre, la vida de toda persona, quien solo piensa en si mismo, porque todo lo que hace es solo para si sin mirar en su entorno, terminará siendo una tierra inhóspita e inhabitable; pasará de poder ser un hermoso jardín florido donde recrearse, o un huerto que nos produzca los mejores frutos a poco menos que un desierto árido y reseco junto al cual nadie con pleno sentido de la vida querrá habitar.

Es la imagen que se me ocurre pensar tras la escucha de la parábola que hoy nos ofrece Jesús en el evangelio. Un hombre que solo era para sí, para su placer y para su disfrute. Se nos habla de un hombre rico y opulento que solo pensaba vivir entre placeres y banquetes cada día, disfrutando solo para si. Tan cerrado en si mismo que no se da cuenta ni de quien tiene a su puerta.

Un hombre que solo por pensar en si mismo pierde hasta el temor del Señor, ha prescindido de Dios en su vida, porque ha querido convertirse en dios de si mismo; su corazón se ha resecado de tal manera que no tiene sensibilidad para lo que pasa a su lado. Allí hay un pobre hombre que nada tiene ni para comer, y que solo es consolado por los perros que le lamen sus llagas.

Ya conocemos todo el desarrollo de la parábola porque muchas veces la hemos meditado. Pero pienso que en este momento es necesario detenernos en la postura y en la manera de vivir de este hombre que solo vive para sí. Hasta la presencia de Dios la ha anulado de su vida, ha prescindido de todo porque solo piensa en su disfrute personal. No nos habla la parábola de que sea un mal hombre que realice actos nefandos, solo se refiere a que no hacía nada, porque había perdido toda sensibilidad en su corazón.

Yo no mato ni robo, dicen algunos y ya piensan que con solo eso son buenos, lo tienen todo bien hecho. Pero la tierra es para algo más que para tenerla vacía de algo que nos pueda producir buenos frutos aunque nos parezca bonita así como está. Pero es una tierra árida y estéril. así es la vida de quien no es capaz de dar ese paso más allá, de no quedarnos simplemente en lo malo que pudimos hacer y no hicimos, sino que tenemos que ser capaces de darnos cuenta de lo bueno que pudimos hacer pero que tampoco hicimos. ¿Dónde están los frutos de nuestra vida?

No basta decir yo soy bueno si solo piensas en ti mismo. Claro que pensando solo en ti mismo querrás disfrutar, querrá pasarlo bien, querrás aprovecharte de eso que dices que tienes para llenar tu vida de bienestar y de placeres. Pero ¿no has pensado que eso que tienes no es solo para ti sino que es la riqueza de este mundo que cuando Dios realizó la creación puso en las manos del hombre para que continuara con esa hermosa tarea de seguir haciendo la obra de la creación? Lo que tienes no es solo para ti, la tierra no se cultiva para si mismo sino para ofrecer sus frutos a los demás.

Algunas veces solemos decir que pensamos bien pero tarde. Nos damos cuenta tarde quizá del efecto de lo que hacemos con la vida. Como aquel rico epulón que cuando murió y estaba en el abismo pensó que su vida tenía que haber sido distinta pero que ahora no tenía remedio y ahora quería que sus hermanos con apariciones milagrosas recapacitaran para cambiar. ‘Tienen la ley y los profetas’, le dice la voz profética.

Tenemos la Palabra de Dios junto a nosotros que de mil maneras puede llegar a nuestra vida. Tenemos que escucharla, tenemos que escuchar a Jesús para que no nos convirtamos en tierra inhóspita y estéril sino que demos los verdaderos frutos, que también puedan llenar de vida a los demás. Es la llamada que en este camino cuaresmal escuchamos. Que así también nuestra vida sea bella para los demás, por nuestra sensibilidad y todo lo que somos capaces de compartir.

miércoles, 8 de marzo de 2023

¿Cómo casamos lo que Jesús nos habla de entrega y de servicio con lo que siguen siendo nuestras aspiraciones y nuestra manera de entender el seguimiento de Jesús?

 


¿Cómo casamos lo que Jesús nos habla de entrega y de servicio con lo que siguen siendo nuestras aspiraciones y nuestra manera de entender el seguimiento de Jesús?

Jeremías 18, 18-20; Sal 30; Mateo 20, 17-28

Cuando se nos mete algo entre ceja y ceja, parece que nada ni nadie nos hará cambiar; y no empleo una expresión que se ha introducido en nuestra manera de hablar que para un creyente me parece lo menos respetuosa, por no decir medio sacrílega, cuando le negamos hasta el poder a Dios para cambiarnos el corazón, o cambiar las cosas.

Pero volviendo a nuestra cabezonería nos sucede en muchas ocasiones, nosotros tenemos una visión de las cosas y las cosas tienen que ser como nosotros las vemos, y no aceptamos que nadie pueda tener una manera de ver o que realmente las cosas son distintas a como nosotros las vemos; nos empeñamos en que una cosa se ha de hacer de determinada manera y no aceptamos el que otro pueda tener otra forma y que incluso pueda ser mejor que la nuestra; cuando entramos en el tema de las opiniones nos volvemos tercos de verdad. No vemos otra cosa sino lo que a nosotros nos parece.

Algo así obcecados andaban los discípulos y los que rodeaban a Jesús. En varias ocasiones ya le ha anunciado lo que iba a suceder en Jerusalén en que iba a ser entregado en manos de los gentiles que llegarían a darle muerte, pero ellos siguen sin entender. Hoy ha hecho ese anuncio Jesús una vez más, pero inmediatamente la madre de los Zebedeos se acerca a hacer una petición a Jesús a favor de sus hijos. ¿La influencia familiar quizás porque andaban en la misma familia? ¿La confianza que habían depositado en Jesús a lo que se unía su amor de madre que quiere lo mejor para sus hijos? Parece que sus oídos han estado sordos para escuchar lo que Jesús acaba de anunciar.

Por eso viene a pedirle primeros puestos para sus hijos en su Reino. La idea preconcebida que tenían del Mesías no había quien se las quitara de la cabeza. A ello se unen las ambiciones humanas; quienes han vivido tiempos duros de opresión y de pobreza, escuchar la palabra liberación daba opción a muchas cosas, entre ellas estaba el poder, las grandezas humanas, un nuevo reino con nueva gente que enseguida se apunta a ver lo que puede caer.

Somos humanos y ahí están nuestras aspiraciones, nuestros sueños; quienes habían vivido pobremente en una situación de opresión, aquel cambio tenían que significar unas nuevas posibilidades. Y si sus hijos habían estado al lado de Jesús bien merecerían ahora lugares importantes.

‘No sabéis lo que pedís’, les dice Jesús, como nos dice a nosotros cuando seguimos con nuestras ambiciones, con nuestras rutinas, con nuestros apegos de los que parece que no podemos desprendernos. Y luego va y rezamos y pedimos no sé cuantas cosas, y queremos suerte, y queremos que nos salga la lotería, y queremos que siempre las cosas nos vayan bien, y queremos que aquellos que nos molestan desaparezcan del mapa. Y ahí están nuestras peticiones y nos creemos que ahí está Jesús para que nos resuelva nuestros problemillas.

‘No sabéis lo que pedís’, y nos sigue hablando de cáliz y de pasión, y pareciera que poco menos que nos lo tomamos como un juego o como un entretenimiento. Porque ahora en esta subida a Jerusalén que nosotros estamos haciendo, cuaresma es subida y subida hasta la pascua, hasta un monte donde habrá pasión y sufrimiento, donde abr muerte y habrá cruz, donde se nos anuncia la luz de la vida en la resurrección, nosotros seguimos erre con erre pensando en lo mismo de siempre para nuestra semana santa. Y no es que nos pensemos ir de vacaciones, sino que ya estamos pensando en las cosas que tenemos que preparar para la semana santa y todas las cosas que en la Iglesia tenemos que hacer. Pero seguimos sin pensar en lo que Jesús nos dice que es la Pascua y lo del bautismo del que le habla a los hermanos Zebedeos, y seguimos con nuestros mismos pensamientos y planteamientos.

Y nos tendrá que Jesús reunir de nuevo para decirnos qué es lo importante, cuáles son los valores por los que hemos de optar, cuáles han de ser nuestras verdaderas aspiraciones, y nos hablará de entrega, de sacrificio, de hacernos los últimos, de dar la vida, pero ¿llegaremos a entender? ¿Cómo casamos estas palabras de Jesús con lo que luego nosotros seguimos entendiendo que es la semana santa y cómo tenemos que celebrarla?

Parece que aún estamos lejos. Dejémonos conducir por el Espíritu de Jesús. Abramos nuestro corazón. Quitemos esas cosas que se nos meten entre ceja y ceja y no nos dejan cambiar.

martes, 7 de marzo de 2023

A nosotros que tanto nos cuesta desprendernos de ropajes de vanidad nos está diciendo Jesús cual es el auténtico camino que hemos de emprender, de humildad y de servicio

 


A nosotros que tanto nos cuesta desprendernos de ropajes de vanidad nos está diciendo Jesús cual es el auténtico camino que hemos de emprender, de humildad y de servicio

 Isaías 1, 10. 16-20; Sal 49; Mateo 23, 1-12

Con qué facilidad damos un consejo; hablar cosas, opina, decir cómo se tienen las cosas es algo para lo que estamos siempre prontos. Pero una cosa es decir y otra cosa es hacer; con facilidad nos convertimos en consejeros, todos sabemos dar consejos – al menos eso decimos – pero poner manos a la obra, dar ejemplo con lo que nosotros hacemos, realizar nosotros eso que aconsejamos a los demás, ya no es tan fácil. Modelos de palabras, pero no de hechos, no de lo que hacemos, porque al final terminamos no haciendo nada. Y eso nos pasa a todos, bueno, es algo que puede suceder con mucha facilidad. Ahora y siempre, porque siempre ha sucedido así, pero eso no nos justifica.

Confieso que cuando preparo y os ofrezco estas semillas de cada día, yo también puedo caer en lo mismo; muchas veces me lo cuestiono, me interrogo a mi mismo, si yo sería en verdad capaz de hacer lo que aquí voy diciendo. No es fácil. Os digo, sí, que primero que nada leo el evangelio para ver qué es lo que me dice a mi; y trato de que lo que os voy ofreciendo con estas reflexiones, sea algo que primero vea en mi mismo, lo realice en mi mismo. Y repito, no es fácil. Y Dios me libre de caer en esa tentación de ser el consejero bueno para los demás, que me quede en palabras que son solo para los demás y primero no me aplico a mi mismo.

Hoy nos encontramos en el evangelio con lo que Jesús le dice a la gente en referencia a aquellos maestros de la ley que tenían en Israel. Jesús desconfía, los ha llamado hipócritas, por las dos caras, por las apariencias. Vanidades en las que nosotros podemos caer también. Queremos dar una buena cara, como decía un amigo mío, pongo el lado bonito de la cara para salir bien en la foto. Eso hacemos con demasiada facilidad, es lo que ahora Jesús dice de aquellos maestros de la ley, ponen la buena cara, se las dan de cumplidores, se convierten en unos exigentes para los demás, pero no son capaces de mover un dedo por hacer algo bueno, por hacer aquello incluso que dicen a los demás.

Jesús nos está pidiendo otras actitudes, otros valores, algo que nazca de lo más hondo del corazón, algo en lo que nos impliquemos de verdad, algo que envuelva totalmente nuestra vida. Son los planteamientos que tenemos que ir haciéndonos en este camino cuaresmal que nos lleva a la pascua. Es la autenticidad de nuestra vida la que tiene que brillar; son los vestidos viejos de los que hemos de desprendernos, es la transformación profunda que tenemos que ir haciéndonos, son esas vanidades que se convierten en falsedad e hipocresía de las que tenemos que ir desprendiéndonos.

Es ir haciendo pascua en nosotros, porque es mucho a lo que tenemos que morir para llenarnos de la vida nueva que nos hace hombres nuevos. Es como tendrá sentido y verdadero valor la fiesta de la Pascua cuando lleguemos a celebrarla. Caminos de humildad y de sencillez, los que tenemos que emprender, porque son los que en verdad nos llevarán a la Pascua. Nos dice Jesús que ni nos dejemos llamar padre, ni maestro, ni consejero. Cuando ya vamos poniendo el titulo por delante, estamos comenzarnos a vestirnos de unas vestiduras que en verdad no son las nuestras. Y de eso tenemos que despojarnos.

Por eso terminará diciéndonos hoy Jesús que el que se humilla será verdaderamente enaltecido, que ser primeros es convertirnos en servidores de todos siendo capaces de ponernos en los últimos lugares. A nosotros que tanto nos cuesta desprendernos de ropajes de vanidad nos está diciendo Jesús cual es el autentico camino que hemos de emprender. Y es de lo que tiene que convertirse en testimonio nuestra vida.

lunes, 6 de marzo de 2023

Cuando nos dejamos envolver por la misericordia, ni juzgamos ni condenamos, siempre estaremos dispuestos a la generosidad del perdón, siempre estaremos regalando amor

 


Cuando nos dejamos envolver por la misericordia, ni juzgamos ni condenamos, siempre estaremos dispuestos a la generosidad del perdón, siempre estaremos regalando amor

Daniel 9, 4b-10; Sal 78; Lucas 6, 36-38

Si en un aspecto negativo solemos decir que quien siembra vientos recoge tempestades, dándole la vuelta podríamos pensar que quien siembra buena semilla tendrá derecho a recoger buena cosecha de frutos buenos. Por eso son importantes las actitudes que llevamos en el corazón en nuestra relación con los demás y los buenos gestos que hemos de saber prodigarnos los unos a los otros. Y es que el bien se contagia y no es una enfermedad, sino todo lo contrario; y ese sembrar siempre el bien, la buena semilla, es en lo que hemos de estar bien atentos en la vida.

Ya sé que me van a decir que una manzana podrida pudre todo el cesto, pero hemos de saber quitarla a tiempo, a tiempo hemos de saber curar esa herida que muchos podemos llevar en el corazón antes de que se encone y nos vaya a producir mayor enfermedad. Claro que todos tenemos ese peligro; ya sabemos que hasta en los mejores hospitales, algunas veces se producen contagios e infecciones, pero ahí esta nuestra tarea como seguidores de Jesús, que tenemos la misión de curar. ¿No envió Jesús a sus discípulos a curar a los enfermos y para eso los llenó de autoridad?

Reducimos excesivamente esa curación a las enfermedades del cuerpo, pero hay heridas que llevamos en el alma que no sabemos curar, que muchos en ocasiones tampoco quieren curar, prefieren el sufrimiento que llevan en su corazón con sus resentimientos y deseos de venganza, que verse liberados de ese mal y poner tener paz en el corazón. Es una tarea que tenemos que realizar; costosa muchas veces, porque nos enconamos fácilmente en el mal, pero tarea importante que tenemos que realizar para cumplir con la misión de Jesús. Devolver la paz a los corazones.

¿Cómo podemos hacerlo? Tenemos que convertirnos en signos de misericordia y de reconciliación; porque lo vivamos en nosotros mismos; porque reconozcamos con valentía y sinceridad la misericordia que el Señor ha tenido y tiene continuamente con nosotros que siempre nos está ofreciendo su perdón; porque con la paz de nuestro espíritu, con ese serenidad que nace de un corazón lleno de amor así nos acerquemos a los demás, allí donde están esas almas dolientes, allí donde están tantos con esas heridas y les mostremos cómo podemos curar esas heridas, como nosotros hemos sido sanados, cómo nosotros un día quizá estuvimos también con esas heridas que tanto daño nos hacían primero que nada a nosotros mismos, y nos dejamos curar, y hemos encontrado la paz; porque vayamos derramando la paz y la compasión, la misericordia y el amor en nuestro encuentro con los demás. Ángeles de misericordia tenemos que ser.

Es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. Que miremos lo que es la misericordia de Dios y así nos mostremos nosotros con misericordia para con los demás. Y nuestra misericordia los curará, nuestros gestos de amor regenerarán esos corazones para que ellos también se dejen transformar por el amor.

‘Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará…’ nos dice Jesús. Cuando nos dejamos envolver por la misericordia, ni juzgamos ni condenamos, siempre estaremos dispuestos a la generosidad del perdón, siempre estaremos regalando amor.

Pero nos dice algo más Jesús, con esa medida de amor nosotros seremos pagados. ‘Os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros’. ¿Queremos mejores regalos?

domingo, 5 de marzo de 2023

Iluminados por la luz de la Transfiguración, anticipo de la luz de la Pascua, tenemos una misión de plenitud de vida que llevar a los caminos de este mundo

 


Iluminados por la luz de la Transfiguración, anticipo de la luz de la Pascua, tenemos una misión de plenitud de vida que llevar a los caminos de este mundo

Génesis 12, 1-4ª; Sal 32; 2Timoteo 1, 8b-10; Mateo 17, 1-9

Estamos en camino como lo es la vida misma. Una imagen figurativa que solemos emplear pero que nos dice mucho de lo que somos, de lo que hacemos, de subidas y bajadas, de sentirnos elevados para tener otras visiones y perspectivas como de sentirnos hundidos en ocasiones arrastrándonos si fuerza por el sendero, de momentos felices de plenitud pero momentos también oscuros, de momentos en que nos llenamos de ilusión y esperanza y momentos de luchas, de esfuerzos de superación, de dudas y de miedos, de saber escuchar y de saber mirar lo que recibimos o lo que se nos ofrece a nuestra contemplación, de aprender cada día la lección así como de la experiencia de lo pasado y vivido. Es muy variado el camino que hacemos siempre con la esperanza de llegar a una meta con un final feliz. No siempre es fácil pero queremos seguir haciéndolo.

Camino hemos emprendido cuando el miércoles de ceniza hemos iniciado la cuaresma. Un camino muy concreto que es expresión intensa de todo lo que es el camino de nuestra fe, pero que ahora hacemos como preparación para la celebración de la Pascua. Y ponernos en camino es ponernos a la escucha, haciendo silencio en nuestro interior – ya se nos hablaba de desierto en el primer domingo de Cuaresma – pero abriéndonos al misterio de Dios que nos eleva. Como Abrahán que se puso en camino a lo que Dios le pedía señal de esa necesaria disponibilidad en nuestra vida.

Por eso hoy se nos habla de unos de esos momentos del camino que es el subir a la montaña. Un camino de subida que nos exige esfuerzo, que nos exige levantarnos de las rutinas diarias de nuestro caminar, que nos va a elevar para tener nuevas perspectivas, para descubrir nuevos horizontes, como siempre desde lo alto de la montaña podremos vislumbrar; si no hacemos la subida no podremos descubrir lo que allí en lo alto se nos va a revelar.

Es lo que allí sucede y nos revela el evangelio de este segundo domingo de cuaresma. Jesús subió a la montaña para orar, como tantas veces hacia cuando se iba a lugares apartados. Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz’. Necesitamos también nosotros subir a la montaña para orar, necesitamos ir con Jesús porque en ese camino que tenemos que seguir haciendo necesitamos que se mantengan en la retina de nuestra alma los resplandores de la Transfiguración del Señor.

Aquel Jesús, profeta de Galilea que sube a la montaña para orar, va a sentir la gloria de Dios sobre reafirmando con la voz de Dios la validez de la misión que ha de realizar en su subida a Jerusalén. Moisés y Elías, la voz profética del Antiguo Testamento aparecerán junto a Jesús mientras hablaban de la pasión que había de padecer, pero la voz del Padre desde el cielo lo iba a señalar como el Hijo amado de Dios a quien tenemos que escuchar.

En aquel duro camino que los discípulos estaban haciendo, en camino de subida a Jerusalén ya Jesús les había anunciado cuando había de pasarle al Hijo del Hombre que iba a ser entregado en manos de los gentiles, aquel momento de luz que ahora en lo alto del monte estaban viviendo les hacia sentir una paz nueva, de manera que ya no quisieran tener que bajar de nuevo de la montaña. ‘Haremos tres tiendas…’ comienzan a decir pero se ven interrumpidos por la voz del cielo.

Cuando salen de sí de aquel momento de estupor que les había envuelto con la nube se encontrarán a Jesús solo que con ellos se pone en camino para bajar de la montaña. El camino habían de seguir, ahora con una nueva luz en los ojos de su alma para poder entender todo el misterio que se les estaba revelando. Habían de seguir por la llanura, allí donde estaba la vida, allí donde se encontrarían de nuevo con dificultades, allí donde tendrían que seguir atentos para seguir escuchando aquella voz que les seguiría hablando en el corazón, como tantas veces nosotros necesitamos en esa llanura de la vida que tenemos que seguir recorriendo.


Es nuestro camino, el camino de nuestra vida con todas sus circunstancias concretas, el camino de nuestra fe que emprendimos desde nuestro bautismo, el camino cuaresmal que ahora estamos haciendo para renovar ese camino de nuestra fe, para darle plenitud y verdadero sentido al camino de nuestra vida. Seguimos en este mundo con sus luces y con sus sombras, este camino de nuestro mundo hoy que a veces se nos hace difícil porque nos aparecen muchos momentos de dolor en nosotros y en los demás, este camino en el que tenemos que poner luces de esperanza nosotros que ya hemos sido iluminados por la luz de la Transfiguración que es anticipo de la luz de la Pascua.

Tenemos una misión que realidad, tenemos una plenitud que darle a la vida. Y lo hacemos escuchando a Jesús, el Hijo amado del Padre, y lo haremos siguiendo los pasos de Jesús aunque sabemos que tenemos que pasar por la Pascua, con lo que tiene de pasión y de muerte, pero con la vida de resurrección con que nos vamos a encontrar.