lunes, 27 de noviembre de 2023

Nuestros tesoros no pueden estar en las alforjas, nuestros tesoros tenemos que guardarlos en el cielo

 


Nuestros tesoros no pueden estar en las alforjas, nuestros tesoros tenemos que guardarlos en el cielo

Daniel 1, 1-6. 8-20; Sal.: Dn. 3, 52-56; Lucas 21, 1-4

Cuántas vueltas damos cuando tenemos que desprendernos de algo; como se suele decir dar más vueltas que un perro para echarse. Nos lo pensamos una y otra, esto en otra ocasión nos va hacer falta, ya siempre puedo sacarle alguna utilidad y vete a saber qué es lo que van a hacer con ello, mil imaginaciones, mil vueltas, mil preguntas llenas de dudas; somos recelosos, nos volvemos mezquinos. Es como si solamente pudiéramos dar cuando ya nos sobra y no lo necesitamos para nosotros. Y dar de lo que sobra no es generosidad.

Sin embargo qué grande es la satisfacción que sentimos en nuestro interior cuando damos el paso de la generosidad y del desprendimiento; hasta parece que nos hemos quitado un peso de encima; es que nos sentimos cómo más livianos, más ligeros, más libres. El egoísmo nos ata y nos esclaviza, porque nos esclaviza a las cosas, porque parece que sin ellas nada somos y por eso no queremos desprendernos de lo que consideramos nuestro, y nos esclaviza a nuestro propio yo que nos encierra en nosotros mismos. Cuando somos generosos y damos nos sentimos más libres.

Es la lección que Jesús nos da hoy en el evangelio. Y la da fijándose, precisamente, en las actitudes de los demás. Estaba a la entrada del templo, frente al cepillo de las limosnas. Era el lugar de las ofrendas. Algo que cuando se hace de verdad nos hace humildes, lo tenemos que hacer con humildad para que adquiera todo su valor. Ya nos dirá Jesús en otro momento del evangelio que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Y ya llama la atención de los que poco menos que van tocando campanillas por delante cuando van a hacer algo bueno para que la gente se vuelva hacia ellos y vean lo que hacen. Son distintos momentos del evangelio en los que Jesús nos habla de esto.

Allí iban entrando en el templo los que se consideraban importantes y con mucha ostentación y mucho ruido iban depositando sus monedas en el arca de las ofrendas. El ruido de los que se creen importantes hará que pasan más desapercibidos los que actúan con sencillez y humildad. Es en lo que se fija Jesús. Una pobre viuda deposita también su ofrenda. No hace ruido, nadie sabrá lo que allí ella ha depositado, nadie es consciente del sacrificio que le habrá costado a aquella pobre mujer el depositar religiosamente allí su ofrenda. Es un pobre de Yahvé, de los que habían hablado los profetas. Son las personas humildes que de verdad agradan al corazón de Dios.

Es Jesús el que se ha fijado y resalta ante sus discípulos el valor de lo que hecho aquella mujer. Ha echado todo lo que tenía para vivir. Sus pequeñas monedas sí que son valiosas a los ojos de Dios. Como dice Jesús en su pobreza ha echado más que aquellos que han puesto en el cepillo de lo que les sobra. Aquella mujer nunca se sentirá abandonada de Dios. Podemos recordar ejemplos del antiguo testamento como el caso del profeta Elías con la mujer sunamita, a la que solo le quedaba un poco de harina y unas lágrimas de aceite para hacerse para ella y su hijo y luego esperar la muerte. Pero allí está el profeta que recuerda que la generosidad de Dios es más grande, y no va a mermar el aceite en la alcuza ni la harina en el cajón.

Es lo que ahora nos está enseñando Jesús. No le demos vueltas. No nos lo pensemos tanto. Pongamos generosidad en la vida. Seamos capaces de ser desprendidos. No miremos lo que a nosotros nos puede faltar, sino el regalo de vida que nosotros podemos compartir. Nuestros tesoros no pueden estar en las alforjas, nuestros tesoros tenemos que guardarlos en el cielo.

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