miércoles, 11 de octubre de 2023

Una oración que surge de un corazón que se siente amado y al mismo tiempo se siente necesitado de amar, correspondiendo con amor a ese amor

 


Una oración que surge de un corazón que se siente amado y al mismo tiempo se siente necesitado de amar, correspondiendo con amor a ese amor

Jonás 4,1-11; Sal 85; Lucas 11,1-4

¿Rezamos? ¿Oramos? No son preguntas retóricas. Son preguntas para definirnos. Porque rezar puede ser que lo hagamos; nos sabemos muchas oraciones de memoria que aprendimos de pequeños. Y puede ser que mantengamos la costumbre de hacer nuestras oraciones cada noche y rezamos todo lo que sabemos, o quizás también cuando despertamos por la mañana lo primero que hacemos es rezar nuestras oraciones. Momentos en los pasamos nuestros apuros, nuestras dificultades o nuestros problemas, rezamos todo lo que sabemos a ver cómo salimos de aquella situación. Y recitamos padrenuestros, y repetimos una y mil veces el avemaría, o rezamos todas las novenas del mundo para lograr la intercesión de los santos y toda la corte celestial por aquella enfermedad, por aquel problema, por aquello que le ha sucedido a un ser querido.

No me interpreten mal, y no tomen todo esto que estoy diciendo como una crítica a algo que hacemos que pueda o no tener sentido. Quiero hacer reflexionar. Sí, que pensemos. ¿En todos esos rezos en verdad hemos entrado en unión con Dios? ¿Ha sido en verdad un hablar a Dios de corazón a corazón, como habla un hijo con su padre? Por eso nos preguntamos si en verdad oramos. Y esto lo estoy expresando mirándome a mí mismo y mi forma de orar.

Hoy nos dice el evangelista que viendo los discípulos a Jesús a orar, vinieron pedirle que les enseñara a orar como Juan había hecho con sus discípulos. Y ya conocemos la respuesta de Jesús, ya sea en esta versión más breve de san Lucas, o la otra un poco más extensa del evangelio de san Mateo. Los discípulos le pidieron que les enseñase a orar. No lo olvidemos. Por eso Jesús no enseña oraciones para rezar, sino que Jesús nos da la pauta de cómo hemos de hablar con Dios nuestro Padre. Por eso, es la primera palabra, Padre. Una palabra para saborear, para gustarla en el corazón, una palabra para disfrutarla mientras la decimos, una palabra que sabe a miel, porque sabe a amor; es reconocernos hijos, es decir, amados.

Y desde ahí nuestro corazón comienza a hablar, nuestro corazón comienza a cantar. ¿Qué es lo que hacen los hijos cuando se sienten queridos por sus padres? Amar, en una palabra; decirle que los amamos, y ya nos buscaremos palabras bonitas para expresarlo o tendremos los más hermosos y gozosos gestos de ternura, pero sobre todo lo vamos a expresar manifestando el gozo de ser hijos; y cuando un hijo y su padre se aman de verdad, sienten unidos sus corazones y sienten que es una misma su voluntad. Queremos que nuestro padre se sienta feliz con nosotros. ¿No son las cosas que Jesús a continuación nos dice que tiene que ser nuestra oración?

Y surgirá el corazón el poner en el corazón del padre aquellas cosas que preocupan a los hijos, sus necesidades, sus luchas, sus deseos de caminar y de avanzar sintiéndose seguros. ¿En quien vamos a confiar sino en aquel que sabemos que nos ama? ¿A quién vamos a expresar entonces lo que son nuestras preocupaciones, nuestros sueños o nuestros deseos?

Es la oración que surge de un corazón que se siente amado y al mismo tiempo se siente necesitado de amor, correspondiendo a ese amor. Es lo que hacía Jesús, es lo que nos enseña a hacer nosotros. Es lo que en verdad tiene que ser nuestra oración, ese diálogo de amor, ese diálogo de quienes se sienten enamorados, cogidos por el amor.


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