lunes, 4 de septiembre de 2023

Nuestra vida nunca sea una contradicción manteniéndonos firmes en nuestras convicciones y compromisos, resplandeciendo siempre la rectitud de nuestra vida y actuando siempre con responsabilidad

 


Nuestra vida nunca sea una contradicción manteniéndonos firmes en nuestras convicciones y compromisos, resplandeciendo siempre la rectitud de nuestra vida y actuando siempre con responsabilidad

1Tesalonicenses 4, 13-18; Sal 95; Lucas 4, 16-30

Así somos de contradictorios muchas veces en nuestros juicios y apreciaciones. Y nos sucede incluso con personas que son cercanas a nosotros; en principio sentimos sorpresa y admiración por lo que hacen; no los creíamos capaces de cosas tan hermosas, nos decíamos. Pero si en algún momento desde la rectitud de sus vidas, desde su manera de ser y de hacer, no nos contentan en nuestros deseos, que muchas veces se vuelven egoístas y de alguna manera queremos beneficiarnos de esa cercanía familiar o de vecindad, todo aquel afecto del principio se transforma de tal manera que puede convertirse en oposición, búsqueda de desprestigio, en cierto modo odio a lo que puedan significar tales personas. contradicciones que vivimos muchas veces dentro de nosotros mismos.

Es la contradicción que vemos hoy en el relato del evangelio que se nos ofrece del pueblo donde vivió Jesús. Había ido a su pueblo y el sábado hizo la lectura del Profeta en la Sinagoga. Al principio todo eran alabanzas y manifestaciones de orgullo porque era uno de los suyos; recuerdan a sus parientes, recuerdan a José, el carpintero, recordarían muchas cosas de la infancia y de la juventud de jesus pasada en aquel lugar, como suele suceder siempre.

Venía ya Jesús con la fama que había ido adquiriendo su predicación por las distintas aldeas de Galilea y los signos que realizaba; como en cierto modo era normal en su orgullo de pueblo querían que Jesús realizara semejantes signos entre ellos. ¿Qué era lo que realmente les movía? Como dirá un evangelista relatando esta presencia de Jesús en Nazaret, no hizo ningún signo entre ellos por su falta de fe. Es lo que ahora se está manifestando cuando Jesús les recuerda hechos de los grandes profetas; Eliseo curó al leproso proveniente de Siria, mientras había muchos leprosos en Israel; Elías se desborda en signos con la viuda de Sarepta de Sidón, mientras había también muchas viudas y huérfanos a través de todo Israel.

Es lo que va a suceder ahora en Nazaret. Es lo que provocará en aquellos que antes eran todo alabanzas el rechazo de Jesus queriendo incluso precipitarlo por un precipicio en las afueras del pueblo. ¿Les movía solo el orgullo y el amor propio? No son los mejores caminos para sentir la presencia de Dios en sus vidas.

¿Qué es lo que realmente nos mueve para buscar el sentido y el valor de nuestra vida? ¿En qué ponemos la grandeza de nuestra existencia? Algo que tenemos que plantearnos muy seriamente para el sentido que le queremos dar a nuestra vida y nos conduzca de verdad por caminos de plenitud. Despojémonos de autosuficiencias y de orgullos, pongamos humildad en nuestra vida, busquemos los verdaderos valores que nos pueden llevar a crecimiento y a una plenitud de nuestro ser, no lo vamos a encontrar en oropeles de efímero brillo, no nos dará profundidad a la vida un materialismo que muchas veces nos cosifica, las vanidades son resplandores de un día que pronto se convierten en frustración y en oscuridad, el amor propio nos encierra en nosotros mismos convirtiendo nuestro corazón en piedra dura que nos insensibiliza y nos aísla, el orgullo nos hace inaccesibles poniendo distancias en nuestro alrededor, el egoísmo nos ciega y nos impide descubrir las cosas bellas de la vida que se manifiestan en generosa disponibilidad y solidaridad.

Que nuestra vida no sea nunca una contradicción, que nos mantengamos firmes en nuestras convicciones y compromisos, que resplandezca siempre la rectitud de nuestra vida actuando siempre con responsabilidad.


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