lunes, 25 de septiembre de 2023

El mundo está necesitando de nuestra luz, que no es nuestra, sino la luz de Cristo de la que nosotros hemos de ser portadores



 El mundo está necesitando de nuestra luz, que no es nuestra, sino la luz de Cristo de la que nosotros hemos de ser portadores

Esdras 1,1-6; Sal 125; Lucas 8,16-18

Es lógico. Si tenemos una luz en la casa hemos de situarla en el lugar más apropiado para que los que entren en la casa no vayan tropezando con todo en la oscuridad y puedan ver. La luz no es un adorno, es una necesidad para poder ver en la oscuridad. Luego las pondremos también como adornos, o buscando que nos den luz indirecta por los efectos que pretendamos conseguir, pueden ser luces que vengan como a acompañar aquella luz principal para hacer llegar su resplandor a lugares donde sea más difícil hacer llegar la luz. Pero lo importante es que podamos ver, que tenga la luminosidad necesaria y el lugar adecuado.

Parece algo muy elemental. Pero es una imagen que nos quiere decir muchas cosas. Las oscuridades que tenemos que iluminar no son solo cuartos ensombrecidos de la casa, o caminos oscuros por los que tenemos que transitar. Cuando Jesus nos está proponiendo esta imagen de la luz querrá hablarnos de un sentido de la vida, de otros horizontes luminosos que pueden abrirse ante nosotros para que lancemos la mirada más allá de lo que tenemos ahí ante nuestras narices.

Ya el evangelista al comenzar a hablarnos del comienzo de la actividad de Jesus en Galilea anunciando el la Buena Noticia del Reino de Dios que llegaba, nos recordaba las palabras del profeta que hablaban de aquella luz que comenzó a brillar en Galilea, país de Zabulón y de Neftalí. La presencia de Jesus anunciando la llegada del Reino de Dios fue ese rayo de luz que llenaba de esperanza los corazones porque algo nuevo se les estaba anunciando. Con los signos que iba realizando, como señales de ese Reino de Dios que llegaba los corazones se iluminaban y estaban sintiendo que Dios había venido a visitar a su pueblo. Por eso terminará Jesús proclamando que Él es la luz del mundo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Y esa luz no se puede ocultar, esa luz tiene que iluminar a todos para que vean y para que crean, para que alcancen la salvación.

Por eso ya desde el principio, allá en el sermón del monte, les dirá a los que creen en Él y quieren seguirle que tienen que ser también luz para los demás. La luz se ha de propagar, la luz ha de llegar a todos. Vean vuestras buenas obras, les dice, para que todos puedan dar gloria al Padre del cielo. Con nuestras obras, con nuestra vida, con nuestro testimonio tenemos que ser propagadores de esa luz para que llegue a todos.

Por eso será un signo que se repite con frecuencia en la liturgia de la Iglesia. En el centro tenemos la luz del Cirio Pascual encendida en el centro de la Iglesia con la resurrección del Señor, del que todos tomamos la luz y nos la pasamos los unos a los otros. Muy significativo. Y esa luz pascual iremos tomando nuestra luz, comenzando en nuestro bautismo que ya se nos dió ese cirio encendido para recordarnos que somos luz y que con esa luz hemos de ir siempre al encuentro del Señor. Y al final de nuestra vida en nuestras exequias volverá a aparecer encendida la luz del Cirio Pascual, para significar como nos ha acompañado a lo largo del camino de nuestra vida y en ese encuentro pleno y definitivo con el Señor tras la muerte vamos a presentarnos ante el tribunal de Dios con esa lámpara encendida de nuestra vida.

Pero nos recuerdan también las parábolas del evangelio que algunas veces nos puede faltar el aceite para mantener encendida esa luz. Es la triste realidad de nuestra vida; nuestra tibieza espiritual hace que se tintinee esa luz y se nos pueda apagar. Son tantos momentos de debilidad que podemos tener en la vida y dejamos apagar esa luz. ¿Cómo tenemos que cuidarla? ¿Qué estamos haciendo realmente para que se mantenga siempre encendida? ¿Cómo la estamos alimentando?

El mundo está necesitando de nuestra luz, que no es nuestra, sino la luz de Cristo de la que nosotros hemos de ser portadores. No siempre estamos mostrando ese camino de luz. Nos quejamos tantas veces de las oscuridades del mundo que nos rodea, pero no somos capaces de darnos cuenta de nuestra culpa. No les hemos iluminado debidamente, no hemos sido portadores de esa luz con nuestro testimonio, con nuestras palabras, con nuestra vida. Necesitamos reavivar en nosotros esa luz de Cristo para que se manifieste clara y diáfana frente al mundo que nos rodea.


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