miércoles, 6 de septiembre de 2023

Cuántas oportunidades tenemos de ser esa mano de Jesús que llega a la raíz del dolor de muchos a nuestro lado sabiendo poner nuestra mano sobre su hombro en el momento oportuno



 Cuántas oportunidades tenemos de ser esa mano de Jesús que llega a la raíz del dolor de muchos a nuestro lado sabiendo poner nuestra mano sobre su hombro en el momento oportuno

Colosenses 1,1-8; Sal 51; Lucas 4, 38-44

    ¡Cuánto conforta una mano amiga sobre el hombro! Es la mano que acompaña nuestra soledad y aunque sea en silencio nos dice muchas cosas; es la mano que reconforta y nos levanta el ánimo; es la mano que hace fluir sobre nuestro espíritu una alegría, aunque no haya estruendosas carcajadas, que nos hace sentir y ver las cosas distintas; es la mano que nos sana por dentro destruyendo angustias y desesperanzas; es la mano que nos dice que alguien está ahí a nuestro lado y nos impulsa a seguir caminando y luchando por la vida.

    Seguro que todos lo habremos experimentado en más de una ocasión; todos alguna vez hemos pasado por momentos oscuros, por soledades, por sufrimientos y angustias del alma, porque son cosas que se van sucediendo en la vida. Habremos tendido la mano quizás más de una vez y hemos visto aflorar una sonrisa entre las lágrimas para darle un nuevo brillo a los ojos; habremos experimentado ese retorno del calor del amor y del agradecimiento a través de esa mano que hemos tendido en quien se ha sentido confortado; habremos experimentado esa satisfacción del corazon cuando hemos visto que alguien acoge esa mano nuestra que quiere levantarlo y es capaz de comenzar a caminar de nuevo. Experiencias que se llenan de reciprocidad haciendo que se entable una nueva comunión, una nueva comunicación de los corazones.

    También habremos estado esperando esa mano amiga que no termina de llegar, o en nuestra ceguera no hemos sabido descubrir; también nuestro corazón ha gritado silenciosamente con angustia pero con deseos de tener esperanza de que esa mano termine de llegar. Quizás en ese hondo silencio que se ha producido en nuestro interior habremos sabido levantar nuestra mirada más allá, más arriba y hemos querido estar como aquellos enfermos de los que nos habla el evangelio de hoy cercanos a Jesus, o habremos encontrado también quien nos ha llevado hasta Jesus para tambien imponga su mano sobre nosotros. 

    Es el mensaje tan hermoso que hoy nos ofrece el evangelio. 'Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando'. Jesús había comenzado su actividad por Galilea, le hemos contemplado los sábados en la sinagoga haciendo el anuncio del Reino de Dios a la gente que le escuchaba admirada por lo que decía pero también por los signos que realizaba. Una manifestación de esa llegada del Reino de Dios que nos ponían en camino de liberación, como había anunciado en la sinagoga de Nazaret. A los pobres, a los sencillos, a los que sufrían se les anunciaba una buena noticia de que comenzaba algo nuevo. comenzaban a sentir la cercanía de Dios. Por eso quieren estar con Jesús.

    Con sus penas, con sus sufrimientos, con su pobreza, con tantas limitaciones que la vida les imponía, con sus corazones atormentado y oprimidos, querían llegar hasta Jesús. Simplemente querían que Jesus les tocara, que Jesús les impusiera sus manos. Era una bendición. Como el padre anciano que imponía sus manos sobre las cabezas de sus hijos para hacerles llegar su bendición, haciendo que sus corazones se llenaran de alegría y de paz, siguieran sintiendo esa presencia y ese amor paternal a lo largo de sus vidas, aunque ya el padre no estuviera entre ellos, ahora querían recibir esa imposición de manos de Jesús. 

    Y se sentían curados, porque sentían nueva vida en sus corazones; se sentían curados porque a pesar de sus pobrezas y de tantas limitaciones que sufrían en la vida ahora se sentían con esperanza; y se sentían curados porque una nueva fuerza comenzaba a brotar en su interior para emprender nuevos caminos, para levantarse de sus caídas y frustraciones, para sentirse como hombres nuevos; y se sentían curados porque también sus dolores sanaban, recuperaban el movimiento de sus piernas o la luz de sus ojos; se sentían sanados y comenzaban a bendecir a Dios que así se hacía presente, así caminaba entre ellos dándoles nueva luz. Una luz nueva, como una estrella brillante en el cielo, comenzaba a brillar en los campos de Galilea, comenzaba a resplandecer en el corazón de todos aquellos que se acercaban a Jesús.

    Es lo que podemos sentir nosotros también cuando con fe nos acercamos a Jesús; cuando desde la fe y el amor comenzamos a ver esa presencia de Jesús a través de tantas personas que nos están tendiendo la mano en la vida; es lo que podemos vivir nosotros también desde ese amor nuevo que nace en nuestros corazones cuando somos capaces de ir con la mano tendida a los hermanos que sufren a nuestro lado, cuando sabemos poner nuestra mano sobre su hombro para hacerles sentir con nuestro amor algo nuevo en sus vidas. Cuántas oportunidades tenemos de ser esa mano de Jesús que llega a la raíz del dolor de muchos a nuestro lado.


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