lunes, 7 de agosto de 2023

Nos falta a nosotros encontrar esa seguridad de que Jesús está ahí y nos tiende su mano, sepamos irnos a solas con El en nuestra oración

 


Nos falta a nosotros encontrar esa seguridad de que Jesús está ahí y nos tiende su mano, sepamos irnos a solas con El en nuestra oración

Números 11, 4b-15; Sal 80; Mateo 14, 22-36

Nos sentimos muy seguros en nuestras convicciones, en aquellas cosas que hacemos, o al menos así queremos manifestarnos ante los demás; no queremos dejar al descubierto ese lado de nuestras debilidades, por eso algunas veces en aquello que queremos aparentar parece que nos comemos el mundo. Pero allá en lo secreto de nosotros mismos no siempre nos sentimos tan seguros de nosotros mismos, y buscamos ese amigo de confianza a quien mostrarle nuestras dudas y nuestros miedos; queremos sentir su brazo de apoyo aunque sea allá en lo secreto para que no se note nuestra flaqueza y nuestra debilidad.

Esa falta de confianza que nos impide dar todo lo que podemos de nosotros mismos; esos miedos que nos impiden avanzar; esos momentos oscuros en que parece que el mundo se nos viene encima; esos disimulos con los que andamos revistiéndonos de lo que no somos pero que a la larga dentro de nosotros mismos nos damos cuenta de esa falta de seguridad. Tendríamos que ser lo suficientemente maduros para mostrar nuestra seguridad, para tener confianza primero que nada en nosotros mismos; tendríamos que tener la lucidez de reconocer lo que nos falta y buscarlo donde lo podamos encontrar. Así andamos en la vida como zarandeados por un mar embravecido.

Nos sucede en el desempeño de nuestras responsabilidades, en las cosas que nos confían y que tendríamos que desempeñar, pero nos sucede en el interior de nosotros mismos porque ahí es donde están esos miedos e inseguridades que no queremos reconocer; nos sucede en ese compromiso de la vida y ese compromiso de nuestra fe que tendría que hacer que fuéramos más valientes, más decididos, más apóstoles en medio de nuestro mundo. ¿Y por dónde andamos? Quejándonos porque nos parece que el barco hace aguas.

Después del episodio de la multiplicación de los panes Jesús apremia a los discípulos a que suban a la barca que les llevaría de nuevo a Cafarnaún, mientras el despide a la gente; pero Jesús se va solo a la montaña a orar. Mientras el grupo de los discípulos en la barca que parece que no avanza, tienen el viento en contra y van sacudidos por las olas. Aunque avezados pescadores no saben cómo hacer avanzar la barca en medio del lago.

De pronto Jesús aparece andando sobre el agua, pero ellos se llenan de miedo; a las dificultades con que se están enfrentando se añade ahora esto que parecía ser un fantasma; aumenta su temor aunque escuchan la voz del maestro que les dice que no tengan miedo, que es El. Pero cuando las sombras revolotean sobre nuestras cabezas nada creemos, aunque nos parezca escuchar la voz del maestro. Pedro quiere cerciorarse y pide el que pueda ir también andando sobre el agua al encuentro con Jesús. Aunque Jesús le dice que se acerque el miedo sigue jugándole una mala pasada y una ola que se levanta le hace dudar y comienza a hundirse.

‘Hombre de poca fe, le dice Jesús, ¿por qué has dudado?’ ¿Por qué dudamos nosotros también tantas veces? Nos falta confianza, nos parece no tener en quien o en donde encontrar seguridad, nos dejamos envolver por las nubes de las dudas y de los miedos. Allí, sin embargo, está Jesús, que le tiende su mano para que en El se apoye y no se hunda.

¿Nos faltará a nosotros encontrar esa seguridad de que Jesús está ahí y nos tiende su mano? No es solo la seguridad que podamos tener en nosotros mismos, necesitamos otra fuerza, otra luz que nos viene de lo alto. Tenemos que saber reconocer nuestra pobreza. ¿Nos estará queriendo decir algo este pasaje que estamos comentando y los gestos que hemos visto realizar a Jesús?

Jesús se había marchado a solas al monte para orar después de despedir a la gente y enviar a sus discípulos a cruzar el lago. ¿Sabremos encontrar ese tiempo para estar con Jesús? ¿Sabremos encontrar ese tiempo para nuestra oración? Ese tiempo de oración es descubrir esa mano tendida de Jesús que no nos deja hundirnos como no dejó hundirse a Pedro. Es nuestra fortaleza, nuestra seguridad, es nuestra confianza.

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