sábado, 29 de julio de 2023

Hemos de saber valorar nuestras emociones para descubrir los caminos de Dios y convertir nuestras lágrimas en flor de solidaridad con el sufrimiento de los demás

 

Hemos de saber valorar nuestras emociones para descubrir los caminos de Dios y convertir nuestras lágrimas en flor de solidaridad con el sufrimiento de los demás

Éxodo 24, 3-8; Sal 49; Juan 11, 19-27

Hay momentos en la vida en que la emoción puede más que nosotros y, aunque tratamos de controlarnos y disimular por aquello, si somos hombres, de que los hombres no lloran, o simplemente si somos personas mayores, hombre o mujer, no está bien que perdamos la serenidad y nos pongamos en la vida como plañideras – así pensamos muchas veces – sin embargo las lágrimas afloran a nuestros ojos, las emociones se hacen palpables, aunque quizá estemos pensando por dentro que si hubiéramos hecho las cosas de otra manera las emociones no se saldrían de cauce, pero nos damos cuenta de que son necesarias, porque al menos desahogamos la pena o la tristeza que llevamos dentro. Sí, nos suceden cosas así, y vienen las culpabilizaciones porque podríamos haberlo hecho de otra manera, o porque incluso podemos pensar que es un castigo de Dios cuanto nos está sucediendo.

No terminamos de caer en la cuenta que los caminos de Dios son distintos a los nuestros y que Dios nos pueda dar una luz con la que podamos comenzar a ver incluso aquello que no nos parece tan bueno, un camino de Dios que nos está pidiendo algo. Dios también nos habla por medio de esos caminos errados que podamos tomar en un momento determinado, de los errores que cometamos en la vida, o también desde esas mismas emociones que algunas veces tratamos de reprimir.

Se desbordó el corazón de Marta primero y luego también el de María, cosa que incluso se convirtió en sus labios en una queja a Jesús, porque si hubiera estado allí no habría sucedido aquel trance de dolor por el que están pasando. ‘Si hubieras estado aquí…’ fue la queja de ambas hermanas que parece se hubieran puesto de acuerdo, o era algo que aquellos momentos de duelo habrían hablado entre ellas. Con esa les salió Marta al encuentro con Jesús cuando se enteró de que llegaba, y fueron también las primeras palabras de María cuando le avisaron que había venido Jesús.

Pero ya Jesús les había dicho a los discípulos cuando le avisaron de la enfermedad de Lázaro, dándoles claves de interpretación a cuanto estaba sucediendo, de que aquello no era mortal, sino para que se manifestase la gloria de Dios. Por eso ahora la respuesta de Jesús es ‘tu hermano resucitará’. Y no se trata de la resurrección en el último día, como se apresta a confesar rápidamente Marta, sino que será ahora un momento para que se manifieste la gloria de Dios. Solo hace falta una cosa, creer en la Palabra de Jesús, porque el que cree tendrá vida para siempre.

Nos venimos haciendo esta reflexión del evangelio que nos habremos hecho muchas veces porque en este día celebramos la fiesta de santa Marta, la hermana de María de Betania y de Lázaro. Un momento de luz del evangelio que nos ayudará a encontrar sentido y valor a esos momentos que atravesamos muchas veces de dolor, de impotencia quizá antes los acontecimientos que se van desarrollando en nuestra vida, y esos momento en que afloran nuestras emociones que quizás tratamos de medio ocultar, pero que hemos de tratar de saber valorar bien, para descubrir los caminos que Dios va poniendo delante de nosotros.

No es que tengamos que ser plañideras con nuestros gritos desgarradores tratemos de contagiar de nuestra emoción a los que nos rodean, pero no nos ha de acobardar el dejar salir externamente esas emociones por las que pasamos, porque nos pueden ayudar a encausar ese torrente de ternura que muchas veces brota de nuestro corazón.

No temamos emocionarnos en público, no nos importe que afloren nuestras emociones, aparte de que sicológicamente se aflojen muchas tensiones que llevamos en nuestro interior muchas veces reprimidas sino que nos harán presentarnos en ese lado tan humano de la vida en el que somos capaces de sentir como nuestro también el dolor de los demás, de los que están a nuestro lado. Nuestras lágrimas se pueden convertir en flor de solidaridad con el sufrimiento de los demás.

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