sábado, 17 de junio de 2023

Desde que nos la diera por madre en lo alto de la cruz para siempre estaremos dentro del corazón de María, sentiremos los latidos de Dios porque sentimos los latidos del amor

 


Desde que nos la diera por madre en lo alto de la cruz para siempre estaremos dentro del corazón de María, sentiremos los latidos de Dios porque sentimos los latidos del amor

Corintios 5, 14-21; Sal 102; Lucas 2, 41-51

¡Qué archivo más grande tienen las madres guardado en su corazón! Toda una biblioteca. Y casi tenemos que decir que se las saben todas. En silencio escuchan y contemplan. Es lo que nosotros les contamos, es lo que ellas intuyen con ese corazón de madre. Esperamos muchas veces una palabra de la madre, aunque no nos guste lo que nos dicen en muchas ocasiones – ahí están nuestros orgullos y nuestras rabietas de niño que nos molesta la verdad -, se lo agradecemos.

Pero muchas veces callan, sufren en silencio, nos acompañan de lejos o de cerca, pero sabemos que siempre nos tienen en el corazón, miran, no dicen nada, pero sabemos que están ahí y comprenden hasta la incomprensible, conocen hasta lo que nosotros guardamos más secreto, es la madre que nos ama, que está a nuestro lado, no solo nos dio la vida un día cuando nos trajo a este mundo, sino que está dispuesta a darla cuantas veces haga falta.

Hoy la liturgia nos invita a contemplar el Corazón de María, y he querido comenzar con esta pequeña reflexión que quiere ser como un homenaje a la madre que no terminamos de agradecer cuanto hace por nosotros. He querido comenzar con un recuerdo de nuestra madre de la tierra pero es que hoy quiero contemplarla al lado de María, nuestra madre del cielo. Porque estamos queriendo contemplar también su corazón de madre.

Ese corazón de María, igual que hacen todas las madres, en el que iba guardando todo cuanto iba sucediendo en torno a Jesús. Así nos lo dice el evangelio hoy, pero en algún otro momento se nos dice, pero muchas veces se intuye.

Hemos escuchado el relato del evangelio; Jesús que se ha quedado en el templo cuando sus padres se disponían en caravana regresar a su pueblo tras la fiesta de la pascua. Una caravana no solo de la gente de Nazaret, familiares y convecinos todos, pero que probablemente se uniría a las de otros pueblos cercanos de Galilea para hacer el camino juntos evitando también peligros. Jesús podría estar entre tantos que hacían el camino, como suele suceder en los muchachos sobre todo cuando van entrando en la adolescencia. Concluida la primera jornada de camino al reunirse en el atardecer por familia, allí no aparece Jesús. Comprendemos los momentos de dolor de unos padres, comprendemos la espada de dolor que comenzaba a taladrar su corazón de madre. Se van cumpliendo los anuncios proféticos del anciano Simeón.

De vuelta a Jerusalén en nueva jornada de camino al tercer día lo encuentran entre los doctores y maestros de la ley en los soportales del templo donde se reunían para enseñar a la gente; y allí está Jesús en diálogo con los doctores, de manera que incluso el evangelista nos resaltará que la gente estaba admirada de la sabiduría de Jesús, un adolescente aún de doce años.

‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados’. Es la queja, la reprimenda normal de la madre. Pero aquí está Jesús que está manifestando su madurez humana con su respuesta. ‘¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?’. No hay más palabras. El silencio es lo que queda. El silencio de una madre que va rumiando en su corazón las palabras de su hijo. Es algo que María sabe hacer.

Cuando el ángel llega hasta ella con el anuncio del gran misterio, María también se quedó en silencio rumiando en su interior el significado de aquellas palabras. Ahora nos dice el evangelista que María guardaba todo esto en su corazón. Los archivos de María donde va sumando lo que son las maravillas del Señor. ‘El Todopoderoso ha hecho en mi cosas grandes’, había dicho un día en un cántico de alabanza.

Ese cántico se continúa cantando porque María en el silencio de su corazón sigue cantando al Señor. Es ahora, pero será el seguimiento que como Madre va haciendo de su hijo. Pasa desapercibida, como saben hacerlo las madres, pero ahí estará siempre María; la veremos aparecer en el evangelio en momentos puntuales, pero el corazón de María se iba ensanchando porque aunque grande era su fe y su amor, iba aprendiendo del amor.

Así contemplamos hoy el corazón de María, deteniéndonos en el pasado del evangelio que nos ofrece la liturgia, pero así es como contemplamos a aquella que nos metió a todos en su corazón de Madre. ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’, le dirá en lo alto del Calvario, y ya para siempre estaremos dentro del corazón de María, sentiremos los latidos de Dios, porque sentimos los latidos del corazón y del amor de María.

 

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