sábado, 6 de mayo de 2023

Tenemos que detenernos de nuestras carreras porque a la carrera no escuchamos, podrán sonar las palabras en nuestros oídos, pero no las dejamos llegar al corazón

 


Tenemos que detenernos de nuestras carreras porque a la carrera no escuchamos, podrán sonar las palabras en nuestros oídos, pero no las dejamos llegar al corazón

Hechos 13, 44-52; Sal 97; Juan 14, 7-14

¿Conoceremos de verdad a una persona después de mucho tiempo que estemos conviviendo, por ejemplo, con ella? Normalmente nos decimos que conocemos a las personas después de que llevemos un tiempo tratando con ellas, y normalmente muy ufanos solemos presumir del conocimiento que tenemos de los demás. Pero no es tarea fácil, solamente desde lo que vemos externamente no podemos llegar a ese conocimiento hondo, pues dentro de cada cual hay como un misterio de la propia personalidad que intentamos no dejar entrever, que mantenemos en nuestro yo, y solo a quien con confianza tratemos iremos desvelando es yo secreto que todos mantenemos. Claro que nos daremos a conocer en la medida en que vaya creciendo la amistad y la confianza, y en consecuencia vayamos abriendo totalmente el corazón.

Los discípulos que con más cercanía estaban con Jesús, aquel grupo que El había escogido de manera especial, ¿llegarían en verdad a conocer a Jesús? A ellos se les revelaba de manera especial, testigos fueron de muchas cosas de la vida de Jesús que los demás no llegaban a conocer, vemos que en ocasiones se los llevaba a lugares apartados donde estar a solas con ellos, y en los caminos muchas veces a ellos les hablaba con una mayor cercanía. Pero vemos hoy en el evangelio que todavía hacen preguntas que manifiestan que no conocen a Jesús. Por eso les dirá. ‘Tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conocéis?

Será después de la resurrección cuando nos dirá el evangelista que les dio el don del Espíritu y les abrió la inteligencia para que entendieran las escrituras. Los pasajes que estos días estamos escuchando forman parte de aquella larga e intima conversación de despedida después de la cena pascual, donde Jesús va desnudando más y más su corazón para que realmente le conozcan.

Algunas veces nos atrevemos a pensar qué lentos y cortos de inteligencia eran para no comprender lo que Jesús les iba revelando. Dejemos que la Escritura en algún momento hable así de lo que les costaba entender las palabras de Jesús, no entremos en juicio, porque el primero tendríamos que hacérnoslo a nosotros mismos. ¿En verdad conocemos a Jesús? ¿No tendrá que decirnos Jesús que tanto tiempo con nosotros y aun no le conocemos?

No es cuestión de tirarnos piedras los unos a los otros con nuestras acusaciones si nosotros somos o no más torpes que los discípulos que allí estaban al lado de Jesús y tanto les costaba entenderle, escucharle profundamente, empañarse de lo que era Jesús, porque es cosa que a nosotros nos sigue sucediendo. Necesitamos escuchar de verdad a Jesús, abrir nuestro corazón, dejarnos conducir por su Espíritu.

Y es que muchas veces podemos oír muchas cosas, pero escuchar lo hacemos menos. Tenemos que abrir las sintonías del alma, tenemos que aislarnos de muchos estridencias que nos aturden y nos distraen. Tenemos que saber hacer ese silencio interior cuando vamos a escuchar la Palabra de Dios. Llevamos tantas cosas en la cabeza, tenemos el corazón llenos de tantos ruidos y turbulencias que no dejamos sitio a la Palabra de Dios.

Tenemos que detenernos de nuestras carreras. A la carrera no escuchamos, podrán sonar las palabras en nuestros oídos, pero no las dejamos llegar al corazón. No tengamos prisa cuando estamos escuchando la Palabra, no pasemos inmediatamente a otra cosa, detente, haz silencio, escucha, quédate rumiando aquella Palabra que escuchaste, repásala una y otra vez no solo por tu mente sino por tu corazón, paladéala con amor, no le temas, déjate sorprender, siémbrala en lo más hondo de tu corazón. Conocerás a Jesús, conocerás a Dios y aprenderás también a conocerte a ti mismo.

 

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