miércoles, 10 de mayo de 2023

Necesitamos hacer crecer ese amor de hijos empapándonos del amor Dios que es nuestro Padre que tanta seguridad y fortaleza cultivando esa viña de Dios en nosotros

 


Necesitamos hacer crecer ese amor de hijos empapándonos del amor Dios que es nuestro Padre que tanta seguridad y fortaleza cultivando esa viña de Dios en nosotros

Hechos 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8

En los alrededores de donde yo vivo son campos de cultivo de la vid en otros tiempos muy abundantes; hoy cuando salgo en mis paseos por el campo igual me encuentro un terreno cuidadosamente cultivado donde a través del año es muy frecuente encontrarme al agricultor que en cada época realiza los trabajos propios del cultivo de la viña, igualmente me encuentro también en sus cercanía otros campos que no han sido cuidados y hoy sus viñas se encuentran abandonadas a su suerte y presentan una imagen poco menos que selvática.

Es hermoso ver en esta época el crecimiento de la planta ofreciéndonos en ciernes ya lo que serán los futuros frutos de hermosos racimos para producirnos generoso vino; pero, como decíamos, ahí está el trabajo del agricultor cuidando su vida a través de todo el año en las diferente atención que esas plantas necesitan, la poda, el escardar la tierra para evitar hierbajos y la lluvia la pueda empapar generosamente, el levantamiento de la viña en esta época para disponer su ramaje de manera que ni el excesivo sol, ni las corrientes de viento dañen el futuro fruto, y así muchas otras tareas, que no es necesario detallar aquí, pero que serán promesa de abundantes frutos.

Hoy Jesús en el evangelio nos propone una alegoría partiendo de esta imagen de la viña; nos habla de la poda para eliminar los sarmientos inútiles, como nos habla de la necesidad de que el sarmiento no se desgaje y separe de la vida para que pueda dar fruto; y terminará diciéndonos que así nosotros, como el sarmiento a la vida, tenemos que estar unidos a El porque El es la vid verdadera y el Padre es el viñador.

Una imagen muy hermosa que nos describe lo que ha de ser verdaderamente lo que llamamos la vida cristiana. Porque desde la fe nos unimos a El en el Bautismo comenzamos a disfrutar de la vida de los hijos de Dios, porque por la fuerza del Espíritu participamos de su misma vida. Pero no es solo la plantación, sino que necesitamos el cultivo. No solo basta que un día hayamos recibido el Bautismo, o en otros momentos determinados de la vida hayamos recibido algunos sacramentos que nos vinculan a la vida cristiana. Esa vida cristiana hemos de vivirla en el día a día, y no la podremos vivir si no estamos verdaderamente unidos a Jesús. ‘Sin mí, no podéis hacer nada’, ha venido hoy a decirnos.

Y es lo que descuidamos demasiado a lo largo de la vida. Esa unión con Jesús que parte de la escucha de la Palabra y de la oración. Esa unión con Jesús que mantenemos viva con la vivencia de los sacramentos. Como nuestro alimento diario, como el agua de lluvia que riega nuestros campos para hacerlos verdaderamente fecundos, como esa atención que prestamos a lo largo del año a nuestras plantas, en este caso estamos hablando de la vida, para mantener esa planta viva, fértil, fecunda capaz de darnos no solo hermosas flores sino también generosos y abundantes frutos.

¿Cómo podríamos mantener la amistad si no nos relacionamos con el amigo? ¿Cómo podemos renovar e intensificar el amor de hijo si no entramos en relación con el padre y con la madre para escucharle y para contarle, para mantener vivo el cariño, la relación y la confianza, para hacer que sea intenso ese amor familiar que verdaderamente nos hará crecer y madurar como personas? ¿No es en ese trato donde se mantiene y se hace crecer la relación y el amor porque hará que sepamos que siempre podemos contar con ese amor de padre que estará a nuestro lado en las buenas y en las malas?

¿No necesitamos hacer crecer ese amor de hijos hacia Dios que es nuestro Padre que tanta seguridad y fortaleza nos va a dar en nuestra vida? Por eso esa sintonía de corazones que hemos de mantener con Dios, a quien escuchamos y con quien contamos. Es nuestra oración que es más que un rezo porque será verdaderamente un encuentro donde nos alimentamos de su amor, donde nos llenamos de su vida, donde nos sentiremos empapados de Dios descubriendo siempre lo que Dios quiere para nosotros, por eso nuestra oración será siempre además escucha de Dios.  

Cultivemos bien esa viña de Dios en nosotros. No lo abandonemos.

 

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