martes, 16 de mayo de 2023

Abramos nuestro corazón al Espíritu para llenarnos de esa fortaleza interior que nos inunda de verdadera esperanza en el anuncio del evangelio

 


Abramos nuestro corazón al Espíritu para llenarnos de esa fortaleza interior que nos inunda de verdadera esperanza en el anuncio del evangelio

Hechos de los apóstoles 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11

Sabemos que es así, que así son las cosas de la vida, ahora estamos llenos de entusiasmo que parece que nos vamos a comer el mundo, pero al rato o mañana caemos en un estado de desánimo que parece que es el mundo el que nos va a comer a nosotros. Circunstancias de la vida, cosas que nos suceden, pensamientos que nos pasan por la cabeza, anuncios que nos están haciendo llegar los malos momentos, necesitamos una fortaleza grande de ánimo, una fortaleza de espíritu para no caer en ese desánimo por cualquier circunstancia que nos bordee y nos llene de negros presagios. No es fácil mantener esa fortaleza de ánimo, pero será algo que tendremos que aprender a superar, aprender a transformar, aprender a madurar en nuestra vida.

Como decíamos necesitamos de mucha fortaleza interior. Una fortaleza interior que tenemos que saber ir cultivando, que sacamos de las buenas experiencias que hayamos tenido en la vida como también de aquellos momentos que hayan podido ser de fracaso pero que son hermosas lecciones para la vida. pero también la esperanza nos fortalece; la esperanza que nos hace ver que lo malo por lo que estamos pasando no va a durar siempre y un día podrá aparecer la luz y habremos salido de esas situaciones negras; pero es la esperanza que nace en nuestro corazón cuando sabemos que podremos encontrar ayuda, que cuando lleguen esos negros nubarrones no vamos a estar solos y a oscuras; la esperanza que se crece cuando contemplamos las luchas de los que caminan a nuestro lado, y vemos que ellos son capaces de salir adelante. ¿No podremos nosotros también?

Hoy Jesús quiere sembrar esa esperanza en el corazón de los discípulos que están pasando por un mal momento, que se sienten apesadumbrados, tristes y solos porque por las palabras y anuncios de Jesús intuyen lo que puede suceder y que un día El no va a estar con ellos. Les dice que sí es necesario que El se marche, porque de lo contrario no vendrá a ellos el Espíritu de Dios que en verdad les va a hacer fuertes.

‘Sin embargo, os digo, es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré’. Conviene la marcha de Jesús aunque sea algo que ellos no entienden; Jesús trata de explicárselo, ‘si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito…’ Es la promesa que tendría llenarlos de esperanza, hacer cambiar su estado de animo, disipar aquellas tristezas que ahora están viviendo. Tendrán un Defensor, el Espíritu de la verdad.

Es el Espíritu que va a revelarles la plenitud de la verdad; es el Espíritu que les hará descubrir sus propias sombras, su propia realidad de pecado, pero es el Espíritu que nos ilumina con una luz nueva y nos hace comprender la belleza y la grandeza de la gracia; es el Espíritu que nos pone en camino de vivir de una manera nueva y distinta, pero es el Espíritu que nos mantendrá fuertes cuando aparezca la debilidad, pero también cuando aparezcan las adversidades que pudieran distraernos o alejarnos del verdadero camino; es el Espíritu que nos transformará desde lo más hondo, como una profunda revolución dentro de la persona, pero nos hará comprender cual es la libertad verdadera.

Los discípulos tendrán que experimentarlo en sus propias vidas para terminar de comprender la riqueza de gracia que el Señor nos regala. Han de pasar por la Pascua para encontrarse de nuevo con el Señor resucitado; tendrán que vivir la experiencia de Pentecostés y saldrán por el mundo sintiendo una presencia nueva de Jesús, sintiendo la fuerza de su Espíritu para transformar ese mundo por el anuncio del Evangelio. Que nos llenemos nosotros también de esa fortaleza y podremos vivir la alegría de nuestra fe.

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