lunes, 20 de marzo de 2023

San José, un hombre bueno de una espiritualidad profunda que en silencio se dejó conducir por Dios y su vida fue una total disponibilidad

 


San José, un hombre bueno de una espiritualidad profunda que en silencio se dejó conducir por Dios y su vida fue una total disponibilidad

2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Romanos 4, 13. 16-18. 22; Mateo 1, 16. 18-21. 24a

Aunque demasiadas veces vamos por la vida demasiado pesimistas y nos parece ver maldad por todas partes, hemos de reconocer - y también aprender a descubrir – que nos encontramos con muchas semillas de bondad, personas buenas, en las que sin que nos digan nada se palpa su bondad. 

Son personas que desprenden serenidad con solo su presencia, son capaces de llevar una sonrisa de paz siempre en su semblante aunque haya momentos que lo pasen duro; personas que inspiran confianza, con las que uno se siente siempre a gusto; personas de palabra amable y oportuna sin ser demasiado habladores quizás, pero lo que dicen están siempre lleno de sabiduría; son personas reflexivas, que no dicen una palabra innecesaria, pero lo que nos dicen siempre nos conducirá al lado sabio de la vida; personas que saben estar en silencio junto a ti, pero siempre sin embargo dispuestas a escuchar, a ayudarte a pensar, a ser como una luz que ya son su presencia te abre caminos y te hace elevar el espíritu. Son personas de rica espiritualidad. 

Cómo decíamos, tenemos que aprender también a descubrirlas, porque son como un tesoro escondido, pero que se dejan encontrar.

Hoy el evangelio nos dice que José ‘era bueno’. Nos lo dice su silencio, su búsqueda de lo mejor para no hacer daño, su paciencia y su disponibilidad, su humildad para pasar desapercibido, pero su disposición siempre a ponerse en camino, la grandeza de su corazón y su esperanza, su apertura al misterio de Dios para escucharle allá en su interior aunque fuera bajo la imagen de los sueños. No escuchamos hablar a José en el Evangelio pero nos dice muchas cosas; no le vemos hacer cosas extraordinarias, pero supo hacer con extraordinario amor lo que cada día se le pedía aunque fuera insignificante.

Hoy estamos celebrando la fiesta de san José, porque en la coincidencia con un domingo de cuaresma su celebración litúrgica se traslada de día, pero no podemos dejar de celebrarlo. Tuvo un lugar muy significativo, aunque pudiera pasar desapercibido como él en todo solía hacer, en la historia de nuestra salvación. Importante fue el sí de María ante el anuncio del ángel, pero importante fue el sí silencioso de José cuando acogía a María en su casa, pero cuando se convirtió en el padre de Jesús, que era el Hijo del Dios.

De María siempre decimos, y no nos cansaremos nunca de alabarla, de la profunda espiritualidad de su vida, pero es que de José podemos hablar en el mismo sentido. Era el hombre siempre abierto a Dios, a lo que fuera su voluntad y así gastó su vida como hombre y como padre en servicio, precisamente al Hijo de Dios.

De José tenemos muchas cosas que aprender. Simplemente en pocas palabras tenemos que decir seamos unas personas buenas como José. Ese hombre bueno que describíamos al principio y que bien pudiera ser un retrato de José es la imagen de lo que nosotros en la vida tenemos que ser. Acogedores en silencio, transmisores de paz y de serenidad, con los oídos del corazón siempre abiertos para escuchar y para acoger, reflexivos que sabemos mantenernos en silencio lo que sea necesario pero que luego nuestras palabras estén llenas de esa sabiduría que hemos rumiado en nuestro interior, pacientes para amar sin cansarnos, para sonreír sin transmitir amarguras porque mucho que nos duela el corazón, dispuestos siempre al servicio sin buscar apariencias ni vanidades.

Que de san José aprendamos de su espiritualidad, porque nuestro corazón está siempre dispuesto para Dios, para escucharle y para descubrir en todo su voluntad encontrando así el camino de servicio y donación que hemos de hacer de nosotros mismos para los demás.

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