lunes, 27 de marzo de 2023

Aprendamos de una vez por todas a no apedrear a nadie con nuestros juicios y condenas, sensibilicemos nuestro corazón para hacerlo compasivo y misericordioso

 


Aprendamos de una vez por todas a no apedrear a nadie con nuestros juicios y condenas, sensibilicemos nuestro corazón para hacerlo compasivo y misericordioso

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22; Juan 8, 1-11

¿Quiénes somos nosotros para saber y para juzgar lo que sucede tras las puertas en el interior de una casa? La discreción, el respeto a la intimidad de cada hogar y de cada familia ha de marcar nuestra línea de actuación, y no somos nadie para averiguar ni para juzgar lo que se vive en cada familia. Esto que es muy importante y básico en el respeto de nuestras mutuas relaciones lo hemos de referir a la conciencia de cada uno; nada sabemos de lo que hay en el interior de la persona, ¿Quiénes somos nosotros para juzgar y condenar?

Esto que nos vale para ese respeto que hemos de tener a toda persona, también nos tiene que hacer pensar en las tragedias de sufrimiento que puede haber tras cada mirada; miradas, es cierto, que algunas veces son gritos a voces, aunque no oigamos los sonidos, desde esas tragedias del interior de cada persona, pero donde no podemos entrar sin que nos abran su corazón. A varias cosas nos puede llevar, pues, esta consideración de lo que hay en el interior de cada persona. Como también ha de hacernos mirar con sinceridad nuestro interior y lo que nosotros encerramos, para actuar en consecuencia con misericordia y compasión con los demás. Dios es quien en verdad puede conocer nuestro corazón, pero también El nos respeta esa sacrosanta libertad que nos ha concedido.

Hoy nos habla el evangelio de que estando Jesús en el templo enseñando, después de venir de Betania donde había ido en la noche a descansar, los fariseos le traen a una mujer que ha sido sorprendida en adulterio. Es cierto que ahí está su pecado, para que el que la ley de Moisés era muy dura, pues la mujer adúltera había de ser apedreada. Pero aquellos dirigentes de Israel que buscaban motivos por todas partes para desprestigiar e incluso condenar a Jesús por lo que hacía y decía, la traen ante con la malicia de sus intenciones.

¿Conocía Jesús el drama que en aquellos momentos estuviera viviendo aquella mujer que así se ve condenada poco menos que irremediablemente? Pero conocía Jesús también las aviesas intenciones de aquellos acusadores y la maldad que pudiera haber en sus corazones. Hay silencios que se hacen dolorosos y producen mucha inquietud. Jesús se ha quedado en silencio y agachado en el suelo, como quien anda distraído se ha puesto a dibujar en la tierra. Será el silencio que está traspasando el corazón de aquella mujer, pero es el silencio que les duele a los acusadores que parece no verse secundados por Jesús en lo que son sus peticiones.

Insisten y reclaman, pero Jesús tiene una sola palabra dirigiéndose a todos. ‘El que esté sin pecado que le arroje la primera piedra’. Querían enfrentar a Jesús con el cumplimiento o no de la ley de Moisés, pero Jesús les hace enfrentarse cada uno a su propia conciencia. ¿Quién con sinceridad puede decir que no tiene pecado? Poco a poco se va despejando el patio, porque uno a uno comienzan a desaparecer de escena comenzando por los mayores. Si miramos con sinceridad nuestra conciencia, nuestra propia vida, ¿cómo es que no vamos a ser compasivos y misericordiosos con los demás si somos tan pecadores como ellos?

Por algo Jesús nos había enseñado que teníamos que ser compasivos y misericordiosos como nuestro Padre del cielo. ¿Cómo podremos decir con sinceridad la oración que Jesús nos enseño si no somos capaces de ser misericordiosos con los demás para ofrecerles generosamente nuestro perdón? ¿Podremos decir en verdad, ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’ si guardamos rencor en el corazón y no perdonamos a los que nos han ofendido?

‘¿Nadie te ha condenado, mujer? Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’. Es el final del episodio que está encerrando tantas enseñanzas para nuestra vida. Tendríamos que tenerlo muy en cuenta porque aun seguimos apedreando en la vida, porque seguimos con nuestros juicios y condenas, porque seguimos endureciendo el corazón.

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