domingo, 26 de febrero de 2023

Necesitamos desierto para descubrir lo más profundo, soledad para sentir la presencia de Dios que nunca nos falla, silencio para poder caminar sumergidos solo en Dios

 


Necesitamos desierto para descubrir lo más profundo, soledad para sentir la presencia de Dios que nunca nos falla, silencio para poder caminar sumergidos solo en Dios

Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11

De entrada reconocemos que no nos gustan los desiertos, como rehuimos lo que sea soledad, y aunque pudiera parecernos lo contrario los silencios nos aturden. Desierto implica vernos sin nada, o al menos, sin lo que consideramos más necesario para una vida digna, es carencia y es vacío cuando tan acostumbrados a tanta comodidad, entraña también soledad y también silencio.

¿Nos da miedo? Nada hay, nada podemos escuchar, o quizá en ese susurro del viento, sin que nada veamos, podemos comenzar a escuchar más cosas que quizás no queremos escuchar; no nos podemos entretener con sonidos estrepitosos que en la vida ordinaria nos buscamos para huir del silencio, porque solo es el leve susurro de la brisa lo que comenzará quizás a hablar en el interior aunque nos parezcan espejismos.

Pues hoy el Espíritu nos quiere llevar a nosotros también al desierto. Eso significa este comienzo de la Cuaresma y esa es la primera llamada que sentimos desde el evangelio. Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto. En la vida hay ocasiones en que nos parece estar también en un desierto. ¿No nos habremos visto en alguna ocasión envueltos en nuestras dudas o atormentados interiormente por nuestros problemas sintiendo también ese vacío y esa soledad? ¿Cómo lo hemos afrontado?

Algunos tan desestabilizados se encuentran que les parece volverse locos. Son las preguntas que surgen en el interior, son los interrogantes sobre el futuro con tantas inseguridades que como fantasmas nos persiguen, son las miradas angustiosas y quizás apesadumbradas hacia el pasado, son los momentos en que nos parece encontrarnos solos, porque aunque haya mucha gente alrededor, parece que todos están lejos, nadie sabe lo que nos pasa por dentro y con nadie queremos compartirlo, o nos sentimos incomprendidos y cuando no ignorados; algunos lo llaman depresión, crisis, momentos de nuevos planteamientos, momentos de desierto, momentos también de los que podemos salir más fortalecidos.

Desiertos que nos impone la vida, que surgen de situaciones o circunstancias que hayamos vivido, pero también, ¿por qué no? desiertos que hemos de saber buscar y aprender a navegar por él. Nos está invitando el Espíritu en este comienzo de cuaresma que vayamos al desierto, que nos metamos en nuestro interior, que buceemos dentro de nosotros mismos, que sepamos hacer silencio para escuchar, para clarificar la mirada y aprender a tener una mirada nueva, a sentir que aunque nos parezca que vayamos a la soledad, en la soledad no vamos a estar porque con nosotros está el Espíritu del Señor que nos guía y que nos alienta.

Nos preguntamos por nosotros mismos, como revisamos el sentido de vida por el que caminamos; nos preguntamos por la presencia de Dios y tenemos que descubrir el verdadero lugar que ha de ocupar en nuestra vida. Hoy el evangelio al relatarnos que Jesús fue conducido al desierto y allí lo vivió en la austeridad y en el ayuno nos habla de las tentaciones de Jesús en aquel momento en que iba a comenzar lo que llamamos su vida pública. Era el comienzo de su misión, para la que había sido enviado por el Padre como El sentía fuertemente en su interior.

Cuando estamos en el momento previo al inicio de una misión que nos han confiado, o de una tarea por la que hemos optado en la vida, es normal que nos surjan muchos cuestionamientos sobre la misma misión o sobre cómo hemos de desarrollarla. Es el momento que está viviendo Jesús. Es el planteamiento de cual es su identidad, podríamos decir.

Será lo fácil del milagro que todo lo soluciona, será ese momento de esplendor que nos envuelve quizás de vanidad y nos hace creer que es así el camino fácil del triunfo, será el momento donde damos lo que sea para sentirnos con poder o con influencia porque así es como podríamos pensar que conseguimos las metas que anhelamos. Nos lo refleja muy bien el relato evangélico con esas tres tentaciones con que quiere el diablo someter a Jesús. Como nos está reflejando ese camino de soluciones fáciles que muchas veces nos buscamos en la vida para conseguir nuestras metas o realizar nuestra misión.

¿Dónde ponemos a Dios en toda esa problemática que se nos plantea? No podemos manipular a Dios utilizándolo para nuestro servicio como tantas veces pretendemos con la manera que tenemos de orar a Dios. ¿Qué se haga mi voluntad o que se haga la voluntad de Dios? Para que no nos confundamos, como tantas veces nos sucede, tenemos que aprender a escuchar a Dios, como tenemos que sentir a Dios que camina a nuestro lado aunque a veces nos cueste descubrirlo en cualquier situación o en cualquier momento de nuestra vida. No podemos tentar al Señor nuestro Dios, sino que tenemos que saber adorar y escuchar a Dios.

Necesitamos desierto para aprenderlo, necesitamos soledad para descubrir la presencia de Dios que nunca nos falla, necesitamos silencio para poder caminar sumergidos e impregnados de verdad del Espíritu de Dios. Aprenderemos a valorarnos a nosotros mismos, porque Dios confía en nosotros; aprenderemos a comprometernos con la vida, porque así Dios la ha puesto en nuestras manos; pero aprenderemos no a confiar solo en nuestra propia fuerza, sino a poner toda nuestra confianza en Dios.

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