miércoles, 15 de febrero de 2023

Es un camino y un proceso como el que iban realizando los discípulos de Jesús y todos los que a El se acercaban, como tenemos que hacer nosotros para llenarnos de su luz

 


Es un camino y un proceso como el que iban realizando los discípulos de Jesús y todos los que a El se acercaban, como tenemos que hacer nosotros para llenarnos de su luz

Génesis 8,6-13.20-22; Sal 115; Marcos 8,22-26

Cuántas maravillas podemos contemplar hoy gracias al avance de la ciencia y de la técnica y estoy pensando en el campo de la medicina y de la sanidad. Qué maravilla la recuperación de la visión, por ejemplo, tras una operación de cataratas. Hace pocos días un amigo me hablaba admirado cómo ha recuperado la visión, con que fuerza ve de nuevo los colores, pero también tantos detalles que en el proceso de pérdida de visión por las cataratas había ido perdiendo. Puedo hablar por mi mismo también en este caso.

Estoy haciendo referencia a esto por el evangelio que hoy nos presenta la liturgia. Un hombre de Betsaida que está ciego lo llevan a Jesús para que lo cure. Hay unas circunstancias que algunas veces nos cuesta entender porque pareciera que el milagro se ha realizado en dos partes. Primero el hombre solo veía un poco o algunas cosas, para luego recuperar totalmente la visión. Olvidamos que cuando estamos escuchando estos relatos de la Palabra de Dios son también como signos de los procesos que se realizan en nuestra vida en nuestro camino de conversión.

Si hablamos de esas maravillas de la recuperación de la luz y la vista como podemos experimentar hoy en nuestro mundo y nos admiramos por ello, no menos tendríamos que admirarnos de cómo el encuentro con Jesús realiza en nuestra vida también muchas maravillas, cuando lo acogemos y cuando lo aceptamos.

Es un camino, es un proceso. Como el que iban realizando los discípulos de Jesús y todos los que a El se acercaban. Comenzaban a creer en Jesús, comenzaba a llegar la luz a sus vidas, que no solo era la recuperación de la luz que nos entra por los ojos. Pedro y los demás apóstoles creían en Jesús, por eso un día habían dado el paso de seguirle, dejando las redes, dejando sus casas y su familia para estar con Jesús. Pero también los costaba ver claro. No siempre entendían las palabras y las enseñanzas de Jesús, no siempre comprendían lo que Jesús hacía. Se llenaban de dudas. Pedro quiso convencer a Jesús de no subir a Jerusalén porque todo lo que anunciaba Jesús no le podía pasar. Muchas veces vemos a los discípulos discutiendo por primeros puestos en el Reino cuando tanto les había enseñado Jesús del espíritu de servicio del que tenían que envolver sus vidas. Les costaba dar pasos. La pasión y la muerte de Jesús fue también para ellos una gran prueba, que se vio superada cuando le contemplaron resucitado, cuando se llenaron del Espíritu de Jesús.

Son nuestros pasos, que son también nuestras dudas, que son las debilidades que nos aparecen, que son las ambiciones que no terminamos de arrancar del corazón, que son nuestras vueltas atrás de tantas veces cuando parecía que tan entusiasmados estábamos, que con las cosas que nos escandalizan y no terminamos de comprender. Pero hemos de ir dando pasos, hemos de querer caminar siguiendo a Jesús, hemos de dejar que llegue Jesús a nuestra vida y toque nuestros ojos, como hizo con aquel ciego de Betsaida, que toque nuestro corazón para que la luz llegue totalmente a nuestra vida.

Y eso lo vivimos hoy, en nuestro mundo con sus problemas, en ese mundo donde tenemos que ser testigos y dar testimonio, ese mundo que muchas veces no nos quiere y está a la contra de lo que nosotros podamos o queremos hacer, pero donde tenemos que estar, donde tenemos que ser luz, donde tenemos que seguir haciendo el anuncio del Reino de Dios.

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