miércoles, 22 de febrero de 2023

Detengámonos, hagamos silencio de los ruidos que nos ensordecen, comencemos a afinar los oídos de nuestro corazón y escuchemos a Dios

 


Detengámonos, hagamos silencio de los ruidos que nos ensordecen, comencemos a afinar los oídos de nuestro corazón y escuchemos a Dios

Joel 2, 12-18; Sal 50; 2Corintios 5, 20 – 6, 2;  Mateo 6, 1-6. 16-18

A pesar de la austeridad propia de estos días y de los signos propios de la liturgia de este día, podíamos decir que se comienza hoy con cierta solemnidad haciéndonos un llamamiento muy importante que a todos quiere despertar. Una invitación a todos, pequeños y mayores, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de toda condición, gente sencilla del pueblo como también a los sacerdotes, servidores del Señor. Resonarán sonidos palpitantes y que a todos han de despertar. Tocad la trompeta en Sión, proclamad un ayuno santo,  convocad a la asamblea, reunid a la gente, santificad a la comunidad…’

Es cierto que el mundo en que vivimos tiene otros sonidos estridentes que resuenan también fuertemente y que de alguna manera acallan o quieren acallar esos sonidos de la trompeta. Andan en otros andares, son otras las cosas por las que sienten más interés, muchos ni se enterarán del sonido de esta trompeta, pero cuidado que nosotros también nos hayamos insensibilizado de tal manera que ya nuestros oídos estén sordos para estas llamadas. Muchos quizás aún en este día venimos a la Iglesia, pero cuidado nuestras mentes anden por otros lados, o aún permanezca en nuestros oídos el ruido ensordecedor del mundo que nos rodea.

‘Convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del castigo…’

Es la llamada y es la invitación. Es a lo que nos convoca ese toque de trompeta. Es a lo que somos convocados. A volver nuestro corazón a Dios. A rasgar nuestros corazones. A mirar de frente al Señor para darnos cuenta que es compasivo y misericordioso.

Es el tiempo de la reconciliación, es el tiempo de la misericordia, es el tiempo del Señor. ‘Es el tiempo favorable, es el día de la salvación’. Pero es necesaria una cosa. Tenemos que ser en verdad conscientes de que necesitamos de esa salvación. Quien dice que no necesita salvación, poco puede llegar la gracia de Dios a él. Quien dice no necesitar de salvación, aunque se esté cayendo por un profundo abismo, no tenderá la mano en búsqueda de quien agarrarse, en quien apoyarse para salir de ese abismo. Por ahí tenemos que comenzar. 

Porque a veces nos sentimos a gusto de cómo estamos; nos hemos acostumbrado; lo vemos todo tan normal; no queremos sentirnos diferentes de los que están a nuestro lado; seguimos el ritmo de todos que ya todo nos parece bueno; al final hemos terminado por perder la sensibilidad, nuestra conciencia se ha adormecido; hemos llegado a crear una costra a nuestro alrededor, o quizás nos hemos envuelto en los velos de la apariencia y de la vanidad, que no nos damos cuenta de la realidad. Hemos terminado perdiendo el gusto por las cosas de Dios, no captamos ya la sintonía de lo espiritual, nos hemos endurecido quedándonos solo en lo material o del disfrute de lo más cercano y que más pronto o fácil podamos alcanzar.

Ya nos creemos no necesitar a Dios, ¿para qué entonces rezar? Solo nos interesa lo que sea la vida fácil, ¿cómo vamos a entender lo que sea sacrificarnos por alcanzar cosas superiores? Solo pensamos en nosotros mismos ¿para qué vamos a mirar las carencias que puedan tener los demás, cuando son ellos los que tienen que resolvérselo por si mismos?

Despertemos. Busquemos un sentido a lo que vivimos, a lo que hacemos, a lo que es nuestra relación con los demás. Detengámonos de esa loca carrera, porque no es ya que corramos mucho o poco, sino que andamos desorientados y no sabemos ni siquiera a donde vamos corriendo. Acalla un poco ese ruido que te envuelve y escucha esta trompeta que te está llamando. Intenta hacer silencio en tu corazón y comienza a mirarte de verdad; no tengas miedo de enfrentarte a tu realidad, pero no te quedes mirando solo a ras del suelo, eleva la mirada, mira a horizontes más lejanos y más alto, busca el más bello color para tu vida, comienza a afinar las cuerdas de tu espíritu para que puedas descubrir otra música, que te va a conducir por nuevos caminos de felicidad.

Comenzamos la Cuaresma. Escuchemos la voz del Señor. Convirtamos de verdad nuestro corazón a Dios.

 

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