lunes, 6 de febrero de 2023

Con Jesús aprendemos a sentirnos valorados, aprendemos cómo podemos hacer las cosas por nosotros mismos liberándonos de tantas dependencias que nos anulan

 


Con Jesús aprendemos a sentirnos valorados, aprendemos cómo podemos hacer las cosas por nosotros mismos liberándonos de tantas dependencias que nos anulan

Génesis 1,1-19; Sal 103; Marcos 6,53-56

Si en Gerasa no quisieron recibirlo, cuando había liberado a aquel hombre del espíritu del mal y le pidieron que se fuera a otra parte, como escuchábamos el pasado sábado, ahora cuando desembarcan en Genesaret, otra parte de las orillas del lago de Tiberíades, sí que le reciben. La fama de Jesús se había extendido por todas partes; de todos los lugares le traían enfermos para que los curase. Era la fama de taumaturgo la que se adelantaba a su llegada a cualquiera de aquellos rincones de Galilea.

Eran muchas las angustias y las penas que la gente vivía en su pobreza; las enfermedades que les debilitaban aumentaban su pobreza y sus angustias; cuando encontramos modo de liberarnos de algún mal es normal que comencemos por aquello que nos parece más perentorio y que de alguna manera veían como causa de los muchos males que sufrían.

Normal parecía que los ciegos que en su ceguera se veían imposibilitados para cualquier tipo de trabajo estuvieran al borde de los caminos por donde pasara mucha gente para moverlos a compasión y alcanzar alguna limosna que remediara en parte su pobreza. Nos fijamos en el evangelio son muchos los ciegos que nos aparecen por todas partes en sus diversas situaciones y buscan la luz para sus ojos en Jesús. Toda su fe se quedaba reducida en la mayoría de las situaciones en poder verse liberados de su pobreza, al verse liberados de sus limitaciones y enfermedades.

Pero bien sabemos que el hombre allá en lo más interior de si mismo puede ser consciente de que hay otros males, otras limitaciones y dependencia, otras discapacidades que no solo afectan a los miembros o los órganos de nuestro cuerpo, sino que nos atan allá en lo más hondo de nosotros mismos.

Hay una pérdida de dignidad que acompaña todas estas limitaciones y más en un mundo donde parece que lo único válido es que seamos productivos en cosas que nos puedan generar unos bienes o unas riquezas materiales que nos pueden parecer la solución de todos los males. Pero esa dignidad y grandeza de la persona no está en las cosas que poseamos, sino en el valor que nos demos a nosotros mismos, en ese camino que seamos capaces de emprender hacia una rectitud de la vida, en esa valoración que hagamos de lo que somos y ese camino de respeto y valoración con que contemplemos la vida de los demás.

Y es ahí donde Jesús quiere levantarnos; es ahí donde Jesús quiere recordarnos la grandeza y dignidad de toda persona. Es la forma cómo Jesús se acerca a todos y pone su mano sobre todo sobre los que sufren para levantarlos y ponerlos en camino. Ni podemos quedarnos postrados en nuestra camilla para siempre, ni podemos pretender que sean siempre otros los que tengan que cargar con nuestra camilla. Ponte en pie, toma tu camilla y echa a andar, le dice Jesús a los enfermos y a los que se han hundido en su postración.

Con Jesús aprendemos a sentirnos valorados, con Jesús aprendemos como podemos hacer las cosas por nosotros mismos sin estar siempre dependiendo de los demás, con Jesús aprenderemos también tender la mano para que el otro se sienta también dignificado porque se puede ver liberado de todos sus males. Tratemos de descubrir con claridad cuál es la salvación que Jesús nos está ofreciendo y la nueva dignidad con que siempre hemos de vivir.

 

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