sábado, 10 de diciembre de 2022

Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la Palabra del Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que es luz, fortaleza y camino hacia la verdad en plenitud

 


Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la Palabra del Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que es luz, fortaleza y camino hacia la verdad en plenitud

Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Sal 79; Mateo 17, 10-13

Muchas veces nos rondan preguntas en nuestro interior que de alguna manera se quedan en el tintero, porque parece que no encontramos el sitio ni el momento oportuno donde nos sintamos con confianza; puede ser la timidez o la inseguridad que muchas veces sentimos que nos hace como avergonzarnos de lo que nos ronda por dentro, pero en el fondo estamos deseando encontrar ese momento y esa persona. Sucede más de lo que pensamos; aunque parezca muchas veces que la relación es fluida entre las personas, entre los que se dicen amigos, o con aquellos que están ahí en la vida para ayudarnos, nos falta ese momento de coraje, de humildad y de valentía al mismo tiempo para plantearnos las cosas.

Hay cosas de las que nos cuesta hablar; nos parecen de nuestra particular intimidad, aunque en otras cosas seamos muchas veces muy locuaces y hasta muy liberales; pensemos que de nuestro interior poco decimos, de la vida espiritual no parece que sea un tema fácil o nos parece que nos van a tratar como ñoños o infantiles porque eso para algunos no está de moda, de las aspiraciones profundas de la vida solo contamos con muy pocas personas, de las dudas en cuestiones importantes nos callamos para no parecer unos analfabetos.

A los discípulos con Jesús les pasaba también muchas veces. Estaban con El, les explicaba con todo detalle las cosas que los demás no entendían, pero les vemos muchas veces por detrás discutiendo sobre sus ambiciones, y los recelos y envidias que entre ellos mismos se generaban porque siempre se andaban preguntando quien sería el más importante, algo así, que como quien iba a heredar el mando cuando Jesús faltase, lo hacían por detrás y como a escondidas, mientras iban de camino en que de alguna manera se dispersaban un poco.

Ahora parece que ha llegado el momento, sobre todo para aquellos tres que habían subido especialmente con El a la montaña y habían sido testigos de lo que allí había sucedido, la transfiguración del Señor. Parece que ahora se sienten con confianza y mientras van bajando surge alguna pregunta que llevaban rumiando en su interior. Habían conocido a Juan, el Bautista, allá en el desierto y alguno había sido incluso su discípulo, oían hablar de los antiguos profetas y de sus anuncios y promesas mesiánicas, ahora habían sido testigos en medio de la transfiguración de Jesús en la oración que habían aparecido Moisés y Elías hablando con Jesús.

De este profeta quieren preguntar. Estaba la nebulosa del misterio de su subida al cielo en un carro de fuego y los anuncios proféticos que hablaban de la vuelta de Elías cuando llegasen los momentos de plenitud. De alguna manera estaban presintiendo que esos momentos estaban llegando por lo que vislumbraban de Jesús y ahora más después de la teofanía del Tabor. ¿Había llegado ya el momento de la vuelta de Elías y eran entonces los tiempos del cumplimiento de las promesas mesiánicas?

‘¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?’ Jesús viene a decirles que muchas veces será difícil para la gente interpretar los signos de Dios. No siempre eran aceptados los profetas, muchos fueron rechazados violentamente. Allí habían tenido a Juan Bautista y no todos habían querido creer en El, y ya todos sabían cómo había terminado a manos de Herodes. Pero aprovecha Jesús para anunciar que al Hijo del Hombre le va a suceder de manera semejante porque no todos quieren aceptarlo. Aquí a ellos ahora mismo tampoco sabían interpretar estas palabras de Jesús. Pero Jesús les había día que Elías había venido ya, aunque no lo supieron ver. Interpretarían después ellos que Jesús se estaba refiriendo precisamente a Juan el Bautista.

El ángel en su aparición a Zacarías en el templo lo había anunciado como el que ‘venía con el espíritu y el poder de Elías para convertir los corazones de los padres hacia los hijos y a los desobedientes a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. ¿No era eso precisamente lo que Juan había realizado con su predicación allá en el desierto junto al Jordán?

Dejémonos instruir por el Espíritu del Señor. Dejémonos conducir y no cerremos nuestros corazones. Tengamos la valentía de ponernos con sinceridad ante la Palabra del Señor y dejémonos interpelar por esa Palabra que al mismo tiempo irá siendo luz en nuestras dudas, fortaleza en nuestra debilidad y camino cierto que nos conducirá a la Verdad plena.

viernes, 9 de diciembre de 2022

Busquemos la sabiduría que nos enseña a valorar lo bueno que los otros hacen y estaremos en camino de encontrar a Dios que ahí y así se hace presente en la vida

 


Busquemos la sabiduría que nos enseña a valorar lo bueno que los otros hacen y estaremos en camino de encontrar a Dios que ahí y así se hace presente en la vida

 Isaías 48, 17-19; Sal 1; Mateo 11, 16-19

Algunas veces no nos es fácil entendernos. Da la impresión que hablamos lenguajes o idiomas distintos. Nos hacemos nuestras particulares interpretaciones no solo de las palabras que escuchamos, sino que en nuestro juicio estamos queriendo mirar con lupa lo que los otros hacen, aunque da la impresión que la lupa está empañada. Si tenemos el cristal empañado, difícilmente podemos ver con claridad lo que hay al otro lado.

Los que utilizamos lentes o gafas, como comúnmente decimos, a veces nos damos cuenta que no vemos con claridad, pero es por la suciedad que se ha acumulado en nuestros cristales. Así nos pasa en el juicio o la interpretación que hacemos de los demás, vamos desde nuestras particulares ideas ya preconcebidas, vamos con nuestros prejuicios, o vamos también con nuestra malicia. Cuántos conflictos se generan.

Es cierto que cada uno tiene su manera de pensar, pero eso no nos debe encerrar nunca en nosotros mismos. Tiene que haber apertura en el corazón para ser capaces de ver lo bueno que hay en los demás. Cuando en la lucha de la vida nos volvemos opositores los unos de los otros, cuánto nos cuesta aceptar que el otro pueda tener razón, cuánto nos cuesta aceptar lo bueno que realiza el otro.

Y así andamos en nuestra sociedad, lo vemos en la vida social y política, pero lo vemos en las relaciones más cercanas, ya sea con los vecinos, con los compañeros de trabajo o incluso en la propia familia. Nosotros queremos tener siempre la razón y no aceptaremos que el otro pueda ofrecernos algo positivo.

Qué difícil es construir así. Más bien muchas veces nos destruimos. Siempre andamos enmendando pero desde nuestra particular vara de medir y nos cuesta ser objetivos. Nos falta serenidad de espíritu, nos falta madurez. Y no es cuestión de hacer sincretismos en cosas que puedan ser irreconciliables, pero tenemos que aprender a ser tolerantes y respetuosos, para poder ser en verdad constructores.

Les costaba entender a Jesús las gentes de su época. Vemos la diversidad de reacciones. La gente sencilla que se entusiasmaba porque se despertaban las esperanzas en su corazón, pero al mismo tiempo les costaba quitarse de la cabeza la idea preconcebida de lo que tenia que ser el Mesías, y eso no era lo que encontraban en Jesús, por eso se dejarán manipular fácilmente. Por otra parte los que veían que el mundo que se habían construido se les venía abajo, porque su postura era estar siempre en un escalón por encima de los demás, para sentirse con poder, para manipular para que todo fuera a su conveniencia, por sus interpretaciones erradas que hacían de la ley de los profetas.

Unos decían que nadie hablaba como este hombre, en referencia a Jesús, y otros venían con preguntas capciosas para intentar cogerle y para tener de donde desprestigiarle ante el áurea que se había creado en torno a Jesús. No podían aceptar la sabiduría de Jesús, aunque la tuvieran palpable ante sus ojos.

Era la queja de Jesús contra aquella generación. Son como los niños de la plaza, dice, que ni juegan ni dejan jugar. Juan les parecía demasiado austero y exigente en su petición de conversión, a Jesús lo veían como un comilón que se comía con gente de mala calaña, con publicanos y pecadores.

Pero no nos quedemos en hacer juicio de aquella generación, sino que esta Escritura lo que quiere es que nosotros nos enfrentemos con nosotros mismos. ¿Cuál es nuestra verdadera actitud ante Jesús y ante su Buena Nueva? ¿No andaremos también con nuestras componendas o con nuestros prejuicios? Con sinceridad tenemos que ponernos ante Jesús quitando todo lo que empañe nuestra mirada. Escucharle con sinceridad. Abrir nuestro corazón y dejarnos conducir por su espíritu. Tendremos que limpiar el corazón. Por algo siempre nos pide conversión. Es una mirada nueva y limpia con la que tenemos que mirar el evangelio para poder dejarnos conducir por el Espíritu.

Cuando vayamos limpiando nuestra mirada nos daremos cuenta que en los demás, en lo que hacen los otros, hay más belleza de la que nosotros imaginábamos. Es que no tenemos que andar con imaginaciones y prejuicios, sino que tenemos que aprender a valorar a los otros, valorar sus ideas y pensamientos, valorar su manera de actuar sin entrar en juicios sobre lo que hacen.

Así nos enriqueceremos todos, así podremos en verdad construir ese mundo mejor, así caminaremos con verdadera esperanza llena de optimismo por la vida, así estaremos haciendo verdadero adviento en nosotros. Encontraremos la verdadera sabiduría.

jueves, 8 de diciembre de 2022

Con María desbordamos de gozo en el Señor porque a ella la hizo la llena de gracia y por ella somos nosotros bendecidos con toda clase de bendiciones

 


Con María desbordamos de gozo en el Señor porque a ella la hizo la llena de gracia y por ella somos nosotros bendecidos con toda clase de bendiciones

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

¡Qué suerte hemos tenido! Pensamos, por ejemplo ahora que estamos en fechas de eso, si nos toca la lotería. Es como un regalo que no esperábamos, aunque quizás lo deseamos. Nos volvemos locos de alegría. Como si nos hacen un regalo muy valioso que ni esperábamos y ni siquiera habíamos pensado en ello. No lo podemos callar, desborda la alegría de nosotros y queremos contagiar de ello a los demás.

‘Desbordo de gozo en el Señor mi Dios, porque se ha fijado en la pequeñez de su esclava y el Señor ha hecho maravillas en mi’, cantará María cuando llega a casa de Isabel y no puede callar la noticia que lleva dentro de sí. Todo el camino había sido como un ensayo de cómo decirlo, de cómo cantar a Dios, de cómo dejar que todo aquel río de alegría y felicidad que lleva dentro de ella desborde y contagie a los demás. Por eso dirá Isabel que tan pronto oyó las palabras de saludo de María, la criatura – Juan el Bautista - saltaba de gozo en su seno.

No era para menos. El ángel en su saludo la había llamado la ‘llena de gracia’, y ante las dudas de María el ángel insiste en que ‘ha hallado gracia’ en la presencia de Dios y por eso ha sido elegida para ser la madre del Altísimo. Es más, el ángel le dirá que el Espíritu divino vendrá sobre ella y la cubrirá con su sombra para que lo que de ella ha de nacer sea llamado el Hijo de Dios.

Ha hallado gracia ante Dios, la llena de gracia, nos hemos acostumbrado a estas palabras que terminamos por no captar su hondo sentido. Gracia significa don, significa regalado; es lo que se regala gratuitamente, simplemente porque se quiere, no como pago a unos merecimientos, sino como un don que nos enriquece, porque nos da algo nuevo. Y María es la agraciada del Señor, la regalada del Señor; Dios derrocha en ella toda gracia, todo don, porque nada menos que le regala el que pueda ser su madre, la Madre de Dios. Y colmada de la bendición del Señor todo en ella será belleza porque será vida y será amor.

Es lo que se derrocha del corazón de Maria. En ella ya no podemos ver ninguna mancha, ninguna impureza, ningún pecado. Por eso hoy la llamamos Inmaculada, porque en ella ni siquiera la mancha del pecado original con el que todos nacemos la pudo manchar, porque en virtud de los méritos de Cristo, como decimos en el catecismo y en la teología, Maria fue preservada de toda mancha de pecado original. Es lo que hoy celebramos, es lo que hace que hoy la Iglesia se vista de fiesta con María.

Hoy nosotros nos sentimos bendecidos con María. Ese don de Dios, esa gracia de Dios para María no era solo para ella; somos nosotros los bendecidos también, somos nosotros los agraciados también. Porque en María, podemos decirlo así, se hizo presente la salvación de Dios para nosotros; quien nació de María, se llamaría Jesús, porque sería el Salvador, porque seria la salvación de Dios para la humanidad. El que nacerá de María, y ya prontamente lo vamos a celebrar, será el Emmanuel, el Dios con nosotros.

Dios que se encarna en el seno de María, Dios que se hace hombre en las entrañas de María para participar de nuestra humanidad a la que iba a divinizar, iba a elevar también con ese don y esa gracia sobrenatural que a nosotros nos haría hijos de Dios. Es hermoso. Es motivo para que nosotros también desbordemos de gozo en el Señor, desbordemos de gozo con María porque también nos sentimos unos bendecidos de Dios, y para nosotros sería también la gracia, para nosotros sería también ese regalo del amor de Dios.

‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos’, decía el apóstol en la carta que hemos escuchado en la segunda lectura. Toda clase de bendiciones, porque ‘nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor… nos ha destinado a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado’.

Somos, pues, también nosotros los agraciados, los regalados del Señor. Llamamos a María, la llena de gracia, pero es lo que también tendría que rebosar en nosotros. Tendríamos que aprender de María a decir sí, a reconocer la inmensidad de gracias y de maravillas que el Señor también realiza en nosotros, aunque seamos indignos, pero es el regalo del amor, que en María comprendemos mejor, que con María queremos por ello dar gracias a Dios.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Nos preparamos porque vamos a celebrar a quien viene a nosotros en el hoy de nuestra vida para poner esperanza en el corazón, ser nuestro descanso y nuestra fortaleza

 


Nos preparamos porque vamos a celebrar a quien viene a nosotros en el hoy de nuestra vida para poner esperanza en el corazón, ser nuestro descanso y nuestra fortaleza

Isaías 40, 25-31; Sal 102; Mateo 11, 28-30

Nos creemos que todos son felices, pero no lo son tanto. Quizás vivimos tan ensimismados en nuestras cosas que no se nos ocurre mirar alrededor, pero no por fuera, por la apariencia, sino en lo más hondo detrás de esa puerta, de ese rostro, de esa persona que pasa a nuestro lado corriendo a sus tareas, en medio de sus ocupaciones. También detrás de esa apariencia que nosotros manifestamos hay también muchas cosas que solo tu sabes si no lo compartes con nadie; aunque participemos en muchas cosas, hagamos fiesta o convivencia en muchas ocasiones juntos, siempre hay algo detrás que no a todos manifestamos y también la gente creerá que somos felices del todo, pero nos decimos ¡si tú supieras todo lo que hay dentro de mi, no tendrías esa opinión! Pero es lo que nos sucede con los otros.

La misma situación que vivimos en el momento presente no es propicia para muchas alegrías si nos paramos a pensar y a hacernos concientes de lo que hay a nuestro alrededor. En ocasiones parece que nos envolvieran tinieblas, o el túnel que atravesamos es tan oscuro que nos cuesta ver el final.

¿No nos duele el sufrimiento de los que llegan a nuestras costas – y pienso en nuestras costas canarias – en pateras que van dejando tras de sí un reguero de cadáveres mientras atraviesan nuestras aguas, o sobre el timón de carguero – como ha sucedido en estos días - en búsqueda de una vida mejor? Menciono lo más cercano a mi geografía, pero podemos pensar en esa riada continua que atraviesa Centroamérica en búsqueda de ese mundo mejor más al norte. Tantos desplazados de un lugar para otro en tantos lugares del mundo, o como sucede también cercano a nosotros en quienes dejan el campo para irse a las ciudades, o se van de una isla a otra, con todas las incógnitas e interrogantes que llevan en lo profundo de sí mismos ante lo que les deparará ese cambio de vida.

Pero está la lucha del día a día, con sus trabajos y preocupaciones, con los problemas que surgen en las familias o en los lugares de trabajo, con la convivencia que se hace cuesta arriba entre vecinos que no se hablan, con las enfermedades que no siempre se esperan y nunca se desean que nos van apareciendo en nosotros mismos o en los seres queridos que tenemos a nuestro lado, y así podríamos pensar en tantas cosas que nos llenan de angustias y de agobios, que nos quitan la sonrisa de nuestro semblante y nos hacen perder la paz en el corazón, aunque muchas veces intentemos por fuera mantener el tipo. A veces parece que perdemos la ilusión y la esperanza. Y eso amarga los corazones, nos hace perder la paz interior.

¿Dónde podremos encontrar una luz que nos haga soñar en algo mejor? ¿Podrá haber una esperanza que nos ilusione de nuevo y nos haga levantarnos de la angustia que nos envuelve? ¿Será posible la esperanza?

Es lo que los cristianos queremos proclamar en este tiempo de Adviento de una manera especial. Nos preparamos para celebrar algo que en verdad cambió la historia de la humanidad, aunque por falta de fe hayamos perdido de nuevo las esperanzas. Lo que vamos a celebrar próximamente no son unas fiestas de añoranzas, que al final nos pudieran dejar más tristes. Vamos a celebrar que viene a nosotros – y viene realmente nosotros en el hoy de nuestra vida – aquel que nos dice, como hemos escuchado en el evangelio, Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré’.

No son unas palabras cualquiera, no son algo que repe

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timos sin más porque queda bonito, es escuchar que Jesús se nos ofrece para que vayamos y descarguemos en El todos nuestros agobios y cansancios porque en el encontramos descanso, encontramos alivio, encontraremos paz. No son palabras para adormecernos, sino para comprometernos. Es que en Jesús vamos a encontrar un camino nuevo, un nuevo sentido de vida, un compromiso que nos transforma, una nueva manera de actuar, una sensibilidad especial para el corazón. Es un evangelio, es una buena noticia, que nos llenará de alegría porque toda buena noticia siembra paz y esperanza en el corazón.

Y vamos a escuchar a Jesús, y vamos a sentirnos unidos a El, y vamos a vivir en su mismo sentido de vida, y entonces iremos llenando de luz nuestro mundo porque nos sentiremos comprometidos a hacer un mundo mejor. No nos cruzaremos de brazos ante el sufrimiento sino que vamos a poner todo nuestro amor para mitigarlo, para transformarlo. Es algo grande lo que nos ofrece, es algo grande lo que vamos a celebrar, por eso queremos ir haciendo este camino de Adviento con toda intensidad para estar bien preparados, para que demos nuestra respuesta.

martes, 6 de diciembre de 2022

Quien tiene esperanza busca salidas, se esfuerza, lucha porque sabe quien viene en su rescate, nuestra fe en Jesús Buen Pastor que busca la oveja perdida nos llena de esperanza

 


Quien tiene esperanza busca salidas, se esfuerza, lucha porque sabe quien viene en su rescate, nuestra fe en Jesús Buen Pastor que busca la oveja perdida nos llena de esperanza

Isaías 40, 1-11; Sal 95; Mateo 18, 12-14

No sé, solo puedo imaginarlo, lo que sentirá una persona que en un lugar desconocido para ella se siente perdido, sin ningún tipo de orientación ni a quien poder acudir para encontrar una salida; son experiencias duras y no me atrevo a hablar con detalle de esa situación, porque, al menos no lo recuerdo, no he tenido esa experiencia. Pero todos hemos leído alguna vez relatos de este tipo, aunque sea en forma muchas veces novelada y nos podemos hacer una idea.

Pero, pienso, tiene que ser muy duro. Pero si por algún motivo a esa persona le llegaran indicios de que hay alguien que está buscándola, que se han organizado quizá equipos de rescate para ir en su búsqueda, en medio de sus amarguras está sintiendo algún tipo de consuelo y alguna esperanza se está suscitando en su corazón. Y una persona con esperanza lucha, busca salidas, se esfuerza por mantenerse firme en la espera de su rescate. No ha perdido la esperanza.

Es la esperanza que nos anima a los que tenemos fe. Es la esperanza que queremos revivir y cultivar con intensidad en este tiempo de Adviento. Y bien que lo necesitamos. Son muchas las sombras que nos envuelven. Necesitamos esperanza cuando vivimos la situación de nuestro mundo hoy. Algunas veces queremos encerrarnos en nosotros mismos en una campana que nos aísle de la situación que vive nuestro mundo, pero no podemos.

Ahí está la realidad de la vida con sus problemas, con sus guerras, con su racismo, con su pobreza, con tanta destrucción que parece que fuera lo favorito de muchos, con esa carrera que vivimos en medio de los pisotones de los más ambiciosos o de las angustias a los que les parece que se le cierran las puertas. ¿Podemos seguir así? ¿No tiene salida nuestro mundo? Necesitamos una luz que nos llene de esperanza.

Pero nos miramos a nosotros mismos y vemos que somos igual, que también nos dejamos envolver por nuestros orgullos, ambiciones y egoísmos, que muchas veces vestimos el traje de la vanidad con el que queremos disimular nuestras carencias, pero carencias de las peores cuando nos faltan valores, cuando nos olvidamos de unos principios, cuando dejamos a un lado los más elementales principios éticos. Nos sentimos mal,  nos sentimos perdidos, nos sentimos pecadores. ¿Habrá un rayo de luz que nos llene de esperanza?

Hoy Jesús nos dice algo muy hermoso, muy bonito, que siembra esperanza en el corazón. Somos esa oveja perdida que El viene a buscar. Como le he escuchado decir a algún comentarista ha dejado las noventa y nueve del cielo y se ha querido venir a la tierra, a esta tierra nuestra de sombras, a esta tierra nuestra donde nos hemos creados esos barrancos y abismos inmensos que nos hacen estar perdidos, pero para buscarnos.

Es lo que ahora en este tiempo de adviento nos estamos preparando para celebrar, para vivir. Navidad es ese Dios que como Buen Pastor viene a buscar a la oveja perdida y para eso se hace como nosotros, para caminar nuestros caminos, para enseñarnos el sendero que nos lleva a la vida, para poner esperanza, vida, salvación en nuestro corazón. Podemos sentirnos con esperanza, porque sabemos que hay alguien que nos busca, que viene a nuestro encuentro, que nos quiere hacer salir de esa piscina de nuestras imposibilidades donde nos hemos hundido, levantar de esa camilla de nuestro pecado donde nos hemos postrado, nos hace salir de nuestro camino de sombras.

Estaremos perdidos, pero para nosotros hay una esperanza, a nosotros llega la salvación.

domingo, 4 de diciembre de 2022

Jesús viene para traernos su salvación allí donde estamos y como estamos, con nuestras parálisis o con nuestros corazones endurecidos, dejémonos sorprender

 


Jesús viene para traernos su salvación allí donde estamos y como estamos,  con nuestras parálisis o con nuestros corazones endurecidos, dejémonos sorprender

Isaías 35, 1-10; Sal 84; Lucas 5, 17-26

El amor siempre sorprende. Por amor seremos capaces de hacer aun aquello que no haríamos por todo el oro del mundo. Siempre seremos capaces de tener un nuevo gesto amor. Nos hace creativos. Nos hace que cuando por cualquier otro motivo no nos ofreceríamos para ser los primeros, por amor siempre estaremos dispuestos. Y el amor nos sorprende, lo que no imaginamos allí lo vamos a encontrar. Nos deja descolocados, porque aquello que no esperábamos lo vamos a encontrar.

Por eso siempre nos sorprende Dios, por eso Jesús continuamente nos estará sorprendiendo con nuevos gestos, con nueva cercanía, ofreciéndonos lo que nadie podría ofrecernos. Continuamente nos está dando muestras de lo que es su amor, de lo que es el amor de Dios, del que es la mejor imagen. 

Igual le vemos con la gente más sencilla rodeado de pescadores, o no le importa sentarse a la mesa tanto del fariseo que lo invita como del publicano que ofrecerá un banquete porque se ve honrado con la amistad de Jesús que lo admite a formar parte del grupo de sus seguidores más cercanos, igual lo veremos que la mujer pública se acerca para lavarle los pies con sus lágrimas y ofrecerle el ungüento que no recibirá en su sepultura como se deja tocar el manto por aquella mujer impura por sus hemorragias.

Pero  hoy la sorpresa será mayor. Cuando está rodeado de tanta gente que ya ni por la puerta pueden entrar, se van a descorrer las tejas de la azotea para bajar hasta él a un paralítico para que lo cure. Pero la sorpresa va más allá de la audacia de aquellos hombres que no temen romper el tejado para hacer llegar al paralítico a los pies de Jesús, sino que sus primeras palabras no serán para curar lo que tanto ansían, la invalidez de aquellas piernas, sino para ofrecerle el perdón de sus pecados.

El estupor y la sorpresa fueron grandes, sobre todo para aquellos que estaban allí para acechar sus gestos y sus palabras, porque ya comenzaban a desconfiar del mensaje nuevo que Jesús está propagando. Por allá estaban sentado unos escribas y unos fariseos, no porque tuvieran interés de escuchar a Jesús en provecho de sus vidas, sino para acecharlo en aquello que pudiera parecer un desliz y tener con qué acusarlo. Ahora tienen motivos porque aquellas palabras de Jesús parecen blasfemas porque se está atribuyendo un poder que solo es de Dios. No han terminado de entender quien realmente es Jesús.

Este hombre blasfema. ¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?’, fue la reacción de los que estaban allí al acecho. Parecía que no tenían capacidad en su corazón para ver más allá de este gesto y estas palabras de Jesús que les sorprenden por lo que parece un atrevimiento de Jesús.

Solo Dios puede perdonar pecados, pero solo Dios es el que da la vida y nos puede liberar de la enfermedad, solo en Dios podemos alcanzar la salvación, les viene a decir Jesús. ‘¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y echa a andar?’. Y tomó de la mano al paralítico, ‘levántate y anda’. Podía hacerlo Jesús. Podía perdonarnos Jesús. Es que en Jesús estaba la salvación. Y el paralítico ‘tomó su camilla donde había estado tendido y marchó a su casa dando gloria a Dios’. Todos quedaron admirados y sorprendidos. ‘Hoy hemos visto maravillas’, no les quedó más remedio que reconocer a todos los allí presentes.  Allí se había manifestado el amor de Dios que nos sana y nos da vida porque nos da su perdón, que nos levanta de nuestras camillas pero llena de gracia nuestro corazón.

¿Nos dejaremos sorprender nosotros igualmente por el amor de Dios? ¿Qué necesitamos nosotros más? ¿Seremos el paralítico tendido en la camilla o seremos aquellos que aunque sorprendidos seguimos desconfiados de la salvación de Dios? 

Jesús viene para traernos su salvación allí donde estamos y como estamos, allí con nuestras parálisis que son algo más que unos miembros que no se pueden mover, o unos corazones endurecidos que muchas veces no sabemos sintonizar con el amor.

Un brote nuevo que reverdece donde todo estaba seco que nos habla de esperanza y también camino nuevo que hemos de ser capaces de emprender aunque estemos en medio de desiertos

 


Un brote nuevo que reverdece donde todo estaba seco que nos habla de esperanza y también camino nuevo que hemos de ser capaces de emprender aunque estemos en medio de desiertos

 Isaías 11, 1-10; Sal 71;  Romanos 15, 4-9;  Mateo 3, 1-12

Todos necesitamos en algún momento de la vida un grito que nos despierte, una palabra que llegue a lo más hondo de nosotros y despierte ilusiones y esperanzas, un susurro quizás al oído que nos sugiera otro camino, otras decisiones, un rayo de luz que nos abra horizontes nuevos.

Todos lo necesitamos, en cualquier situación o circunstancia que viva cada uno, porque nos aletargamos con nuestras rutinas, nos angustiamos con los problemas que se nos presentan, nos sentimos turbados ante la situación que podamos vivir, porque hay ocasiones en que no sabemos qué hacer, hay tal desconcierto en la sociedad en la que vivimos que parece que no encontramos valores que nos merezcan la pena, nos envuelven las crisis de la sociedad que ya son solo la guerra, las pandemias, la pobreza, los miedos ante lo que ahora tanto se habla como el cambio climático, sino que la crisis es más hondo porque hay vacío, los valores que siempre habíamos vivido parece que han desaparecido, en la locura en que vivimos no sabemos donde vamos a terminar.

Necesitamos esa palabra o ese grito que, como decíamos nos despierte y nos abra horizontes y caminos nuevos. ¿Nos estará faltando la esperanza? ¿Habremos dejado de creer en nosotros mismos y en la humanidad y lo damos todo por perdido? ¿Qué hemos hecho de la trascendencia que tiene nuestra vida que ahora parece que todo  se queda en el momento, en lo que ahora podamos disfrutar sin perdernos nada y por otro lado nos hemos materializado tanto que hemos dejado hasta de pensar en unos valores espirituales que nos eleven?

No son pesimismos sino realidades que contemplamos desde una esperanza que no nos puede faltar. No es una palabra cualquiera lo que queremos escuchar, porque ya hay muchas palabras vanas en la vida que nos ofrecen paraísos imposibles si no llegamos a darle verdadera profundidad a la vida. Necesitamos esa palabra que nos haga mirar a nuestro interior, que nos haga encontrarnos con nosotros mismos, que nos haga descubrir lo que es verdaderamente importante, que nos eleve también porque andamos demasiado arrastrándonos a ras de tierra.

Como creyentes sabemos que esa palabra solo puede venirnos de Dios. Es Palabra nueva y Palabra viva lo que necesitamos, no una palabra cualquiera. Las soluciones que nos podamos dar nosotros mismos siempre pueden ser soluciones caducas y efímeras, y queremos algo que nos lleve por caminos de mayor plenitud, que nos hagan encontrar también nuestra verdadera grandeza. Y eso solo nos puede venir de Dios.

En este segundo domingo de Adviento tenemos un mensaje que nos llena de esperanza desde las dos grandes figuras que se nos presentan, Isaías y Juan Bautista. Isaías habla a un pueblo que también se siente perturbado por muchas cosas pero les anuncia tiempos nuevos, no con promesas falsas y vacías, sino con una Palabra llena de vida y que así se hace veraz.

Habla en imágenes de un tronco que parece reseco y aparentemente muerto – es la imagen de la situación en la que vive un pueblo sin Dios – pero del que va a brotar un renuevo de vida. Todos habremos contemplado alguna vez en nuestros campos un tronco así tirado por cualquier lugar, pero que vemos que de alguna de sus yemas aparentemente reseca brota un nuevo tallo lleno de vida y que nos llena de esperanza porque no está todo perdido.

‘Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor’, dice el profeta. Y habla de tiempos nuevos de justicia y de paz ‘porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar’. Es un anuncio profético de la venida del Mesías que nos llenará de ese conocimiento de Dios, porque ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien se lo quiere revelar’, que ahora también a nosotros nos llena de esperanza en este tiempo de adviento que estamos viviendo. Podremos llegar también a ese conocimiento del Señor.

Pero es necesaria una cosa. Nos la recordará el otro personaje que nos aparece en este domingo, Juan el Bautista. El evangelista nos hace una descripción de su presencia como voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. No predica Juan en la ciudad, en las sinagogas o en el templo, lo cual es bien significativo. Hablará en el desierto donde han de abrirse nuevos caminos, pero que tienen que pasar por la rectificación total de los viejos caminos que ya de nada nos sirven. Por eso la palabra que emplea el Bautista es conversión.

Y conversión no son los apaños de unos arreglitos quedándonos de base con lo mismo de siempre, sino que conversión es dar la vuelta, es transformación total, es cambio de apreciación y de vida. No es tarea fácil, es cierto, y fue la razón por la que tantos rechazaron el mensaje de Jesús y del Evangelio; querían hacer remiendos, y ya nos dirá Jesús que los remiendos no nos valen. Son caminos nuevos porque es vida nueva, como tienen que ser odres nuevos porque es vino nuevo.

Decíamos al principio que necesitábamos una palabra fuerte y una palabra viva. Aquí la estamos escuchando hoy en el mensaje de los profetas y en el mensaje del Bautista. Es un brote nuevo que reverdece donde todo estaba seco y que nos habla de esperanza y de que es posible esa esperanza para todo aquello que veíamos al principio que revolvía nuestra vida. Pero es también camino nuevo que tenemos que ser capaces de construir y de emprender aunque estemos en medio de desiertos; es la conversión que necesitamos hacer desde lo más profundo de nuestra vida.