sábado, 12 de noviembre de 2022

La viuda de la parábola del evangelio con la perseverancia en su petición nos está enseñando a buscar a Dios

 


La viuda de la parábola del evangelio con la perseverancia en su petición nos está enseñando a buscar a Dios

3Juan 5-8; Sal 111; Lucas 18, 1-8

Es inútil que vayamos a pedirle algo a esa persona, porque ya sabemos cómo es, él no ayuda a nadie, es un tacaño, no piensa sino en él; si acaso parece que te escucha es para bombardearte a preguntas, a dar sus explicaciones, a querer convencerte de que te las busques o te las arregles por tu cuenta, pero no abrirá la mano.

Experiencias desagradables así nos encontramos en nuestro entorno; pero experiencias también en que nosotros somos los cerrados, los que no damos nuestro brazo a torcer, los que antes de soltar un céntimo nos hacemos millones de cálculos, porque un día lo podemos necesitar, un día a nosotros nos puede faltar, y nos buscamos mil disculpas para tratar de justificarnos ante nosotros mismos de esas actitudes, y aunque tratamos de disimularlo también, somos nosotros los egoístas y los que pensamos solo en nosotros mismos.

Es cierto que la parábola que se nos propone hoy en el evangelio tiene una finalidad concreta tal como nos lo adelanta el propio evangelista antes de narrarnos la parábola que se nos propone. Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer’. Pero siempre la palabra del Señor tiene una amplitud muy grande en su enseñanza para nuestra vida y podemos darnos cuenta de esas actitudes egoístas en las que envolvemos tantas veces nuestra vida.

Siempre la Palabra del Señor se convierte en un interrogante para nuestra vida, una enseñanza que no podemos desaprovechar y nos puede siempre servir para que nos hagamos nuevos planteamientos para nuestra vida y para que revisemos muchas de nuestras actitudes y de nuestra manera de actuar.

La parábola nos habla de la viuda que pedía justicia ante un juez que no la quería escuchar. La parábola quiere resaltar la perseverancia de aquella mujer que el final logrará ser escuchada, si no por compasión y amor a la justicia, al menos por quitarse aquel peso de encima. No queda bien parado el juez y no es precisamente lo que se nos quiere enseñar, aunque ahí tenemos motivos para analizar y revisar las actitudes negativas con que nosotros vamos hacia los demás.

Lo que nos resalta la parábola es la perseverancia de aquella mujer en su petición de justicia. Y ya nos sugiere el evangelista que Jesús quiere hablarnos de la perseverancia en nuestra oración. Una oración que no solo será pedir en nuestras necesidades aunque también tenemos que hacerlo, sino en esa búsqueda de nuestro encuentro con Dios. Nos cansamos de nuestra oración tantas veces. Y es que quizá nos acercamos a Dios con nuestro corazón lleno de desconfianza. Pero es que tendríamos que acercarnos con otra actitud, con otros deseos de búsqueda, con otro amor en nuestro corazón.  Por eso, la perseverancia es signo de amor y el amor nos abre el acceso al Padre; es el mejor canal de comunicación.

Vamos a gozarnos en el amor que Dios nos tiene. ¿No es lo que vamos buscando realmente en la vida en nuestras relaciones con los demás, en nuestra relación familiar, en la amistad con los amigos, en el encuentro con los que caminan a nuestro lado? Nos gusta sentirnos queridos, nos gusta saborear lo que es la amistad verdadera, nos gozamos en la presencia de esas personas con las que nos sentimos acogidos; vamos buscando amor. Es un gran vacío que viven muchas personas, es una soledad que les puede llevar a encerrarse en si mismos. Cómo nos gozamos cuando nos encontramos con esa persona acogedora que nos escucha, que pierde su tiempo con nosotros, que sabrá tener una palabra amable que nos levanta la vida.

Y eso, seguro que lo encontramos en Dios. Con esa certeza nos acercamos a El en búsqueda de su amor; el siempre nos acoge en nuestra pobreza y en nuestra soledad, en esos vacíos interiores que muchas veces sufrimos, y nos consuela en esas tristezas que muchas veces nos amargan el alma. ¿No nos dice Jesús que vayamos a El los que estamos cansados y agobiados porque en El vamos a encontrar nuestro consuelo y nuestro descanso? La viuda de la parábola del evangelio nos está enseñando a buscar a Dios.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Andemos vigilantes para encontrar lo que da verdadera hondura a la vida hundiendo nuestras raíces en lo que de verdad vale

 


Andemos vigilantes para encontrar lo que da verdadera hondura a la vida hundiendo nuestras raíces en lo que de verdad vale

1Juan 4-9; Sal 118; Lucas 17, 26-37

¿Qué nos sucede con el devenir de la vida? Podríamos decir que vivimos absorbidos por el vértigo de la vida; ahí están nuestras preocupaciones de cada, sus tareas, sus responsabilidades, lo que es la vida misma, trabajo, preocupaciones familiares, la economía que nos quita el sueño porque por mucho que trabajemos parece que no nos llega a nada lo que ganamos, pero solo en cuanto a nuestras responsabilidades como más especiales, sino que es la vida misma con sus momentos de relax y de descanso, como pueda ser todo lo referente a la alimentación, el encuentro con los demás, la fiesta o los momentos duros de la enfermedad e incluso la muerte de seres querido.

Todo parece una carrera que no nos da ni tiempo para pensar en algo más, todo nos va absorbiendo en esa materialidad de las cosas que hacemos, que nos cuesta encontrar el momento para elevar nuestro espíritu y encontrar algo que nos trascienda, y lo que tenga un tinte más espiritual o lo dejamos en un segundo plano o lo olvidamos y vivimos como si nada de eso existiera. Nos decimos cristianos y creyentes, pero lo dejamos tan en segundo plano que ni nos planteamos un sentido para todo lo que hacemos, ni llegamos a pensar en algo más allá o más arriba que nos eleve y nos trascienda, creyentes pero sin darle un sentido desde lo creyente, desde nuestra fe a lo que hacemos o a lo que vivimos.

Necesitamos romper ese ritmo tan vertiginoso, necesitamos romper esa carrera tan espiral que parece que nunca acaba sino que cada día se nos agranda más, para pensar sencillamente que todo esto un día se detiene y nos vamos a encontrar con algo en lo que nos habíamos olvidado de pensar.

‘Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se revele el Hijo del hombre’.

Quiere hacernos pensar Jesús. Qué despreocupados andamos con nuestras ocupaciones, qué distraídos con la rutina de cada día, con qué facilidad olvidamos la dimensión espiritual de la vida. Como decíamos, creyentes pero sin darle un sentido creyente a la vida, a lo que hacemos. Terminamos por caminar como en un sin sentido, terminamos con un vacío interior porque al final nada nos satisface, porque todo o se convierte en una rutina, o en esa loca carrera por tener más, por llegar a más cosas, por olvidarnos de todo enfrascados en nuestras ocupaciones pero no nos hemos sentido crecer por dentro, le ha faltado lo que le da calor y color a la vida que vivimos.

Es una tentación fácil en la que todos podemos caer, una pendiente muy resbaladiza. Tenemos que pensar más en el sentido de nuestros actos, encontrar la verdadera responsabilidad de nuestra vida, que no solo es hacer cosas, sino ser capaz de vivir con intensidad y hondura todo aquello que hacemos. y es hondura la vamos a encontrar en ese sentido espiritual que tiene nuestra vida, nos parece que nos eleva y es así, pero también dará verdadera hondura a lo que hacemos, haremos hundir las raíces de la vida en lo que de verdad vale.

Hoy nos está hablando Jesús de que hemos de andar vigilantes para que no perdamos ese sentido de la vida. Llegará en un momento que menos pensemos el final de nuestra vida, ¿y qué es lo que tenemos en nuestras manos? ¿Qué riqueza habrá en nuestro corazón? ¿Cómo nos vamos a presentar ante Dios?

No busquemos ni lugares ni objetos milagrosos, no nos quedemos en reliquias como talismanes contra el mal, sino busquemos la presencia de Dios que transforma el corazón

 


No busquemos ni lugares ni objetos milagrosos, no nos quedemos en reliquias como talismanes contra el mal, sino busquemos la presencia de Dios que transforma el corazón

 Filemón 7-20; Sal 145; Lucas 17, 20-25

En los años de nuestra vida seguramente  habremos escuchado en alguna ocasión relatos de cosas extraordinarias que suceden en algún sitio como supuestas apariciones o hecho milagrosos; habremos visto cómo la gente pronto reacciona ante esas cosas y no es difícil ver a peregrinaciones – por llamarlo de alguna manera – de gentes que vienen de distintos lugares para contemplar aquel espectáculo, el lugar de aquel hecho milagroso, o acaso sentirse beneficiario del mismo.

La gente se mueve por lo extraordinario, la gente corre de un lado para otro buscando el milagro, nos movemos por las cosas extraordinarias, estamos siempre a la búsqueda del milagro. Sin querer quitarle el valor que pueden tener los santuarios que se levantan en distintos lugares recordando supuestos hechos milagrosos o apariciones sobrenaturales, fijémonos cómo fácilmente nos quedamos con esas manifestaciones externas y nos olvidamos que donde hemos de sentir de verdad la presencia de Dios es en nuestro interior, en nuestro corazón.

Buscamos el milagro, pero nos olvidamos del cambio que tendría que producirse en nuestro corazón. Vamos a esos lugares y queremos traernos el objeto milagroso, ya sea el agua de la fuente, ya sean las reliquias de unos santos que queremos llevar como talismanes que nos libren o nos prevengan de los males de la vida. Pero ¿nos hemos traído el recuerdo de la Palabra de Dios que hemos plantado en nuestro corazón? ¿Hemos llegado a vivir una experiencia viva de la presencia de Dios que transforma nuestros corazones? Eso no sigue sucediendo hoy como ha sucedido siempre a lo largo de los tiempos.

A esto nos está previniendo hoy Jesús en el evangelio. La gente le pregunta por la llegada del Reino de Dios, que El tanto venía anunciando – el evangelio es el anuncio de esa Buena Noticia de que llega el Reino de Dios y la fe que se ha de suscitar en nosotros – y El les responderá que ‘el reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: Está aquí o Está allí, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros… Entonces se os dirá: Está aquí o Está allí; no vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día’.

Nos está describiendo Jesús lo que luego se ha venido repitiendo una y otra vez a lo largo de los tiempos, pero como nos dice ‘el reino de Dios está en medio de vosotros’. A veces da la impresión que el Reino de Dios lo convertimos en cosas que hacer o cosas que suceden, y es cierto que la presencia del Reino de Dios se ha de manifestar en nuestras vidas y también en la transformación que vamos realizando de nuestra sociedad, pero el Reino de Dios es algo superior a todo eso, porque tiene que partir de lo que en verdad vivamos en nuestro interior. Por eso es ahí en nuestro interior donde en verdad tenemos que buscarlo, es ahí en nuestro interior donde vamos a sentir esa presencia de Dios en nuestra vida, convirtiéndolo en el único Señor de nuestra existencia.

No es ir, entonces, de acá para allá, no es ir buscando esos lugares milagrosos donde palpemos externamente lo sobrenatural; nos pueden ayudar los lugares cuando nos ayudan a interiorizar, a buscar esa paz interior, a abrirnos a la palabra y a la gracia de Dios; pero no será el lugar, sino que ha de ser siempre ese sentir esa presencia de Dios en nuestra vida.

Ese es el gran milagro, no el que nos curemos de tal o cual enfermedad o limitación, no el que busquemos tener suerte en la vida y vamos a ver si nos toca la lotería, es esa transformación de nuestra vida llenándonos de paz, llenándonos de serenidad interior, sintiendo que quien en verdad es curado somos nosotros en nuestro interior cuando llegamos a arrancar tantas sombras y cosas negativas que nos llenan de oscuridad. Ese tiene que ser el verdadero milagro, no el que nos traigamos objetos milagrosos como recuerdos y talismanes contra el mal, sino la gracia de Dios que ha llegado a transformar nuestra vida, nuestro corazón.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

No solo nuestros templos han de ser verdadero santuario de Dios sino que también nuestras vidas, por nuestra santidad, han de ser signo de la presencia de Dios

 


No solo nuestros templos han de ser verdadero santuario de Dios sino que también nuestras vidas, por nuestra santidad, han de ser signo de la presencia de Dios

Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12; Sal 45; 1Corintios 3, 9c-11. 16-17; Juan 2, 13-22

Puede parecer una anécdota lo que nos cuenta hoy el evangelio sin embargo es un hecho bien significativo. Nos habla de las costumbres que se habían creado alrededor del templo de Jerusalén.

Allí cada día se ofrecían sacrificios a Dios, en los cuales además de las ofrendas de las primicias que todo buen judío estaba obligado a realizar – podríamos decir que era como una contribución necesaria para el mantenimiento del culto – muchos eran los animales que eran sacrificados, como un rito ya preestablecido, como signo de la acción de gracias a Dios reconociendo que todo don nos viene de él, o también de purificación de los pecados.

Era en cierto modo normal que en torno al templo se había creado un mercado donde podían adquirirse aquellos animales que habían de ser sacrificados, pero también donde se ofertaba el necesario cambio monetario porque en los cepillos del templo solo se podían utilizar las monedas oficiales del mismo templo.

Nos podemos sentir como escandalizados que así se desvirtuara el verdadero culto que en el templo debía ofrecerse al Señor y de alguna manera toda esa barahúnda mercantil silenciaba, o al menos hacía difícil el que se pudiera escuchar, la Palabra del Señor que allí había de ser proclamada. Era en aquellos pórticos del templo donde los maestros de la ley enseñaban al pueblo y era el lugar propicio para ese encuentro con la Palabra del Señor. ¿No nos habla el evangelio de que Jesús en su primera subida a la Pascua en Jerusalén, tras su pérdida fue encontrado precisamente en el templo escuchando y discutiendo con los doctores de la le? Algo realmente premonitorio.

Desde el hoy de nuestra vida, como decíamos, nos podemos sentir escandalizados por ese desvirtuar el verdadero sentido del templo, pero ¿qué sucede en torno a nuestros templos y santuarios? ¿Qué es lo que nos encontramos? Cuando no es desde el mismo templo, desde la misma organización de la Iglesia, que ofrecemos la oportunidad de llevarnos ‘un recuerdo’ del santuario, será todo un montaje comercial el que se crea en nuestros pueblos o ciudades en torno a nuestros templos y santuarios de especial devoción. ¿Cuál tendría que ser el auténtico ‘recuerdo’ que nos tendríamos que llevar tras nuestra visita al templo del Señor?


Hemos escuchado en el evangelio. ‘Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’.

‘No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre’. Causaría gran conmoción este gesto de Jesús. Todo un gesto profético. Algo nuevo tiene que comenzar. Algo que tiene que tener verdadero sentido de vida. Algo nuevo nos está ofreciendo Jesús. Cuando le recriminan con qué autoridad está haciendo aquello pronuncia también unas proféticas palabras, que sin embargo un día van a ser utilizadas en su contra en el juicio ante el Sanedrín. Destruid este templo, y en tres días lo levantaré’. Estaba hablándonos de algo distinto, como nos comentará el evangelista, se refería al templo de su cuerpo.

Jesús verdadero templo de Dios en medio de nosotros los hombres. ¿No decimos que es el Emmanuel, Dios con nosotros? en Jesús podemos ofrecer el mejor culto a Dios, por El, con El y en El todo honor y toda gloria como proclamamos en el momento solemne de la ofrenda de la Eucaristía. Anunciaba su muerte y su resurrección, pero nos anunciaba también algo nuevo, en lo que podíamos convertirnos nosotros si en verdad vivimos unidos a El. Vamos a ser nosotros ese templo de Dios. Así nos lo recordaba san Pablo. ‘¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?’ Con Cristo en nuestro bautismo hemos sido convertidos en sacerdotes, profetas y reyes. Así podremos ofrecer el verdadero culto a Dios. Grandeza y santidad de nuestra vida.

Nos estamos haciendo estas consideraciones cuando estamos celebrando la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán, que como todos sabemos es la Catedral del Roma, la sede del Obispo de Roma. En un sentido de comunión eclesial celebramos esta fiesta, que por otra parte desde la Palabra de Dios proclamada tan hermoso mensaje nos ha dejado para nuestra vida.

Cuidamos que no solo nuestros templos sean verdadero santuario de Dios y auténtica casa de oración despojándolos de tantas cosas que hemos montado en su entorno, sino que también nuestras vidas, por la santidad que vivimos, sean ese santuario de Dios y signo de la presencia de Dios para los que nos rodean. Es el testimonio que tenemos que dar.

martes, 8 de noviembre de 2022

¿Nos habremos parado en alguna ocasión a dar gracias a Dios por esa inteligencia y esas capacidades que ha puesto en nosotros cuando nos ha creado a su imagen y semejanza?

 


¿Nos habremos parado en alguna ocasión a dar gracias a Dios por esa inteligencia y esas capacidades que ha puesto en nosotros cuando nos ha creado a su imagen y semejanza?

Tito 2, 1-8. 11-14; Sal 36; Lucas 17, 7-10

Vivimos en una sociedad en la que está muy vivo lo de la exigencia de nuestros derechos y todo se nos convierte en reclamaciones y exigencias, olvidando a veces lo que son nuestras obligaciones y cual es el rendimiento que hemos de tener en el desempeño de trabajos y responsabilidades. Raro es el día en que no oímos hablar de manifestaciones y huelgas de los diferentes sectores de la sociedad reclamando unos reconocimientos y unos derechos desde unos compromisos y unos contratos sociales. No digo que tengamos que reclamar lo que es justo y siempre tendremos que ponernos del lado más débil en cualquier situación, porque no es desde un poder que nos oprime desde donde podemos construir una sociedad verdaderamente justa.

Hoy se nos propone una parábola en el evangelio que es una primera lectura quizás nos puede resultar un tanto costoso el entender. Los hechos que se narran, que aquí se nos proponen en la parábola, hemos de entenderlo desde un estilo de sociedad en la época donde, aunque lo consideremos injusto, no se valoraba el trabajo del servidor o del esclavo, sino que por obligación, dada su condición tenía que realizarlo.

Pero cuando queremos entender la parábola no nos podemos quedar tanto en esa parte como más anecdótica, sino ir directamente al final porque lo que Jesús nos quiere plantear es cómo hemos de reconocer cuando recibimos de Dios y la respuesta que damos ha de ser siempre una respuesta agradecida. Es el valor y el significado que entonces hemos de darle a lo que son nuestros trabajos, nuestras tareas, la obra que realizamos en la vida que es como una respuesta a cuanto Dios ha puesto en nuestras manos.

¿Vamos a andar con reclamaciones a Dios porque hacemos el bien, porque vivimos nuestras responsabilidades, porque con nuestro trabajo nos convertimos en continuadores de la obra creadora de Dios que ha puesto en nuestras manos? Agradecidos tendríamos que estar porque así Dios ha querido confiar en nosotros; agradecidos hemos de estar por los dones que de Dios recibimos, por esa inteligencia que ha puesto en nuestra vida, por esa capacidad de actuar y de decidir lo bueno que hemos de realizar.

¿Nos habremos parado en alguna ocasión a dar gracias a Dios por esa inteligencia y esas capacidades que ha puesto en nosotros cuando nos ha creado a su imagen y semejanza? Todos tenemos unos valores, unas cualidades, unas capacidades en la vida, unos más, otros no diríamos menos sino distintas, creo que alguna vez tendríamos que hacer como un reconocimiento; pensar, sí, en esas cosas positivas que hay en nuestra vida, no para llenarnos de orgullo y por ello considerarnos mejores que los demás, para humildemente reconocerlo como dones de Dios.

Esos dones que Dios ha repartido entre nosotros, ni todos somos artistas ni todos somos agricultores o artesanos, ni todos tenemos cualidades para ser dirigentes de la sociedad ni todos somos maestros o profesores, cada uno tenemos nuestros valores, nuestras capacidades, manifiestan lo que es la riqueza de la humanidad, no nos hace mejores ni más dignos unos que otros, porque cada uno desde su capacidad, desde sus posibilidades, va a contribuir al conjunto, a contribuir al bien de todos, a la construcción de esa sociedad y ese mundo mejor.

¿No tendríamos que decir aquello de la parábola, ‘somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer’? Y decimos somos siervos inútiles, para abajar el orgullo que pudiera meterse en nuestro corazón, pero para reconocer que lo que valemos o lo que son nuestras capacidades son siempre un don de Dios.

lunes, 7 de noviembre de 2022

Que aquello que expresamos con nuestra palabra lo estemos expresando de verdad con nuestra vida y la profesión de fe sea algo más que un credo que recitamos

 


Que aquello que expresamos con nuestra palabra lo estemos expresando de verdad con nuestra vida y la profesión de fe sea algo más que un credo que recitamos

Tito 1,1-9; Sal 23; Lucas 17,1-6

Hay momentos en la vida en que nos parece que todo se nos vuelve cuesta arriba, la situación se nos complica y no sabemos ya cómo hacer o como actuar; sentimos la tentación de tirar la toalla, como suele decirse, abandonar los esfuerzos porque nos parece imposible. Serán los problemas que se nos van presentando en la vida en nuestras tareas o responsabilidades, en algo que nos han confiado, la problemática familiar que algunas veces se nos complica, la convivencia con aquellas personas que queremos o los amigos que están a nuestro lado, problemas que vemos en nuestro entorno y que nos afectan y nos hacen daño, muchas situaciones complicadas, difíciles de resolver, que parece que nos hacen imposible el caminar.

Algo así les estaba pasando a los discípulos de Jesús. Venía hablando Jesús de las exigencias de su seguimiento, y de los planteamientos que teníamos que hacernos en nuestras relaciones con los demás, ahí estaba el tema del perdón siempre tan controvertido porque nos cuesta curar nuestros orgullos heridos, o situaciones escandalosas ante las que había que actuar de forma drástica. ¿Qué hacer? Algunas cosas parecían poco menos que un imposible, pero ellos querían seguir con Jesús, les convencía por otra parte todo el ideal de vida que les proponía, pero había por medio como algunos callos con los que parecía que era difícil caminar.

Y surge la petición a Jesús. Es como un grito pidiendo ayuda, es un decir queremos seguirte pero nos cuesta, parece que nos falta fe. ‘Señor, auméntanos la fe’, le piden. Hay que tener mucha fe pensaban para poder superar muchas de aquellas cosas con las que tenían que enfrentarse, hay que tener mucha fe porque el camino parece que se hace exigente. ‘Auméntanos la fe’.

Como pedimos nosotros también, porque nos parece que no creemos lo suficiente para aceptar todo el evangelio de Jesús; como pedimos porque el camino se nos hace duro, porque parece que hay muchas cosas en contra o que el mal lleva por adelantada su victoria. Pedimos fe cuando vemos cosas también en nuestro entorno que no nos gusta o que nos hacen daño; pedimos fe cuando tan difícil se nos hace la convivencia como para sentirnos de verdad hermanos, porque se nos hace tan difícil mirar a los demás con una mirada limpia. Pedimos fe cuando nos cuesta perdonar y el fuego del resquemor, de la intolerancia, de los resentimientos, de los deseos de venganza quizá que sentimos dentro de nosotros, parece que nada ni nadie lo puede apagar.  Pedimos fe, tendríamos que pedir mucha fe, pero no solo con los labios.

Y nos habla Jesús de la fe como un granito de mostaza, capaz de mover montañas o de arrancar una morera para que se plante en el mar. Es que quizás la fe la hemos convertido en una rutina, en un adorno externo, en una medalla que llevamos al cuello igual que podríamos llevar otra cosa, porque lo que necesitamos es que le demos autenticidad a nuestras palabras de fe. Que aquello que expresamos con nuestra palabra lo estemos expresando de verdad con nuestra vida. No nos vale simplemente que el domingo cuando llegue ese momento en la celebración recitemos el credo, pero sin ser conscientes de las palabras que vamos pronunciando en ese momento.

Es la autenticidad de una profesión de fe recitando el credo como tiene que ser la autenticidad de nuestras oraciones. No son cosas que simplemente recitamos de memoria o vamos quizás repitiendo mentalmente mientras el sacerdote en la misa va pronunciándolas. Son cosas que más que decir tenemos que sentir; más que unas palabras que recitamos tiene que ser algo que vamos sintiendo de verdad en el corazón. Decimos quizás ‘te rogamos, óyenos’, porque ahora toca decir eso, pero nuestra mente está en otra cosa muy lejos incluso del lugar en el que estamos. Nos hace falta más autenticidad en la vida, en nuestras oraciones, en la proclamación de nuestra fe.

 

domingo, 6 de noviembre de 2022

La esperanza de resurrección y de vida eterna marcará el sentido de nuestra vida comprometida con nuestro mundo en la espera de la plenitud en la vida en Dios para siempre

 


La esperanza de resurrección y de vida eterna marcará el sentido de nuestra vida comprometida con nuestro mundo en la espera de la plenitud en la vida en Dios para siempre

2Macabeos 7, 1-2. 9-14; Sal 16; 2Tesalonicenses 2, 16 – 3, 5; Lucas 20, 27-38

Aunque en la sociedad en que vivimos mantenemos una serie de ritos o de prácticas religiosas que de alguna manera están relacionadas con el hecho de la muerte, con un futuro de vida o de muerte, de resurrección y de vida eterna – por las expresiones que incluso seguimos empleando – sin embargo hemos de reconocer que en el fondo hay como una perdida del sentido de la esperanza en un mundo futuro y aunque no lo lleguemos a decir o a expresar de alguna manera ponemos en duda esa vida futuro.

Vivimos más para el presente y si algo queremos o deseamos mejor queremos que sea en el ahora que vivimos y así nos proponemos crearnos un mundo de felicidad total, nos hemos creado unas terminologías que nos hablan de la sociedad del bienestar pero de alguna forma le hemos quitado esa trascendencia espiritual a la vida misma. ¿Cómo llegamos a aplicar a este estilo de vida que queremos vivir eso que se nos habla de esperanza de futuro, de resurrección o de vida eterna? para muchos parece que es algo que no tiene cabida en el presente que vivimos.

Pero ¿nos podemos quedar satisfechos con algo así? En el fondo, aunque no sepamos muchas veces cómo expresarlo, ¿no tenemos deseos de una mayor plenitud para nuestra vida? De alguna manera, ¿no echaremos de menos eso de la esperanza cristiana que nos habla de eternidad, de vida eterna?

Es cierto que en nuestra mente y en nuestra imaginación nos hacemos unas mezcolanzas difíciles de entender. Queremos explicarnos esa vida futura y nos parece que no nos podemos imaginar sino una vida semejante a lo que ahora vivimos pero ya sin ningún tipo de limitación, de sufrimiento, o de mal. No es bueno poner demasiada imaginación en estas cosas, porque nuestra capacidad no nos lleva a imaginar otra cosa que lo que ahora vivimos pero en mejor. Y es aquí donde tenemos que poner en juego nuestra fe y nuestra confianza en las palabras de Jesús.

El nos habla de resurrección y de vida eterna y no nos da opción para esas imaginaciones. En el evangelio que escuchamos en este domingo los saduceos que no creían en la resurrección y en la vida futura vienen a plantearle unas cuestiones a Jesús partiendo de las costumbres o de la ley del levítico que obligaba al hermano del difunto esposo de una viuda a casarse con ella. En el planteamiento que le hacen a Jesús como ejemplo se hablará de siete hermanos que uno tras otro han de irse casando con aquella mujer al quedar viuda y sin descendencia. Es la cuestión que ahora le plantean a Jesús, en esa vida del mundo futuro de quien será esposa aquella mujer.

Y Jesús les dice algo importante que también viene a cortar nuestras imaginaciones cuando pensamos en la vida del mundo futuro después de la resurrección. En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección’. Viene a decirnos que no imaginemos ese mundo futuro casi como una continuidad de lo mismo que ahora en este mundo vivimos. Es una plenitud de vida distinta, es algo nuevo, es algo que nos queda en el misterio de Dios, porque será vivir en Dios.

‘Vendré y os llevaré conmigo, nos dirá en otro momento en la última cena, porque voy a prepararos sitio para que donde yo esté estéis también vosotros’. Si antes nos había dicho que si creemos en El y cumplimos sus mandamientos el Padre y El vendrán a habitar dentro de nosotros, ahora podemos decir cuando hablamos de la vida eterna es que nosotros vamos a habitar en Dios para siempre. ‘El que cree en mi, yo lo resucitaré en el ultimo día’, nos diría también en el diálogo de Betania ante la tumba de Lázaro.

Claro que esa esperanza de resurrección y de vida eterna por otra parte va a marcar el sentido de nuestra vida, de este camino que ahora vamos haciendo. Claro que tenemos que luchar por un mundo mejor, claro que tenemos que esforzarnos para que en este momento presente nos vayamos viendo liberados de todo mal y de todo sufrimiento, claro que tenemos que hacer que la vida sea mejor para todos, es nuestro compromiso, un compromiso desde esa fe y desde esa esperanza, porque ansiamos esa plenitud, porque deseamos lo mejor.

No nos vamos a desentender de este mundo, vamos a luchar ciertamente por hacerlo mejor, y lo hacemos con esperanza, pero no una esperanza que se acaba en el hoy, o de lo que ahora vayamos consiguiendo, sino con esa esperanza de plenitud en la vida eterna. Por eso ni nos amargamos porque ahora no todo lo podamos conseguir, ni nos llenamos de angustia porque un día tengamos que irnos separando de aquellos seres que amamos y que van caminando con nosotros en esta vida.

Sabemos que caminamos hacia la eternidad, sabemos que podemos seguir sintiéndonos en comunión espiritual con aquellos seres que amamos y nos han precedido en la vida, sabemos que un día en Dios nos vamos a encontrar para vivir esa felicidad del cielo, esa felicidad de vivir en Dios para siempre.