domingo, 6 de noviembre de 2022

La esperanza de resurrección y de vida eterna marcará el sentido de nuestra vida comprometida con nuestro mundo en la espera de la plenitud en la vida en Dios para siempre

 


La esperanza de resurrección y de vida eterna marcará el sentido de nuestra vida comprometida con nuestro mundo en la espera de la plenitud en la vida en Dios para siempre

2Macabeos 7, 1-2. 9-14; Sal 16; 2Tesalonicenses 2, 16 – 3, 5; Lucas 20, 27-38

Aunque en la sociedad en que vivimos mantenemos una serie de ritos o de prácticas religiosas que de alguna manera están relacionadas con el hecho de la muerte, con un futuro de vida o de muerte, de resurrección y de vida eterna – por las expresiones que incluso seguimos empleando – sin embargo hemos de reconocer que en el fondo hay como una perdida del sentido de la esperanza en un mundo futuro y aunque no lo lleguemos a decir o a expresar de alguna manera ponemos en duda esa vida futuro.

Vivimos más para el presente y si algo queremos o deseamos mejor queremos que sea en el ahora que vivimos y así nos proponemos crearnos un mundo de felicidad total, nos hemos creado unas terminologías que nos hablan de la sociedad del bienestar pero de alguna forma le hemos quitado esa trascendencia espiritual a la vida misma. ¿Cómo llegamos a aplicar a este estilo de vida que queremos vivir eso que se nos habla de esperanza de futuro, de resurrección o de vida eterna? para muchos parece que es algo que no tiene cabida en el presente que vivimos.

Pero ¿nos podemos quedar satisfechos con algo así? En el fondo, aunque no sepamos muchas veces cómo expresarlo, ¿no tenemos deseos de una mayor plenitud para nuestra vida? De alguna manera, ¿no echaremos de menos eso de la esperanza cristiana que nos habla de eternidad, de vida eterna?

Es cierto que en nuestra mente y en nuestra imaginación nos hacemos unas mezcolanzas difíciles de entender. Queremos explicarnos esa vida futura y nos parece que no nos podemos imaginar sino una vida semejante a lo que ahora vivimos pero ya sin ningún tipo de limitación, de sufrimiento, o de mal. No es bueno poner demasiada imaginación en estas cosas, porque nuestra capacidad no nos lleva a imaginar otra cosa que lo que ahora vivimos pero en mejor. Y es aquí donde tenemos que poner en juego nuestra fe y nuestra confianza en las palabras de Jesús.

El nos habla de resurrección y de vida eterna y no nos da opción para esas imaginaciones. En el evangelio que escuchamos en este domingo los saduceos que no creían en la resurrección y en la vida futura vienen a plantearle unas cuestiones a Jesús partiendo de las costumbres o de la ley del levítico que obligaba al hermano del difunto esposo de una viuda a casarse con ella. En el planteamiento que le hacen a Jesús como ejemplo se hablará de siete hermanos que uno tras otro han de irse casando con aquella mujer al quedar viuda y sin descendencia. Es la cuestión que ahora le plantean a Jesús, en esa vida del mundo futuro de quien será esposa aquella mujer.

Y Jesús les dice algo importante que también viene a cortar nuestras imaginaciones cuando pensamos en la vida del mundo futuro después de la resurrección. En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección’. Viene a decirnos que no imaginemos ese mundo futuro casi como una continuidad de lo mismo que ahora en este mundo vivimos. Es una plenitud de vida distinta, es algo nuevo, es algo que nos queda en el misterio de Dios, porque será vivir en Dios.

‘Vendré y os llevaré conmigo, nos dirá en otro momento en la última cena, porque voy a prepararos sitio para que donde yo esté estéis también vosotros’. Si antes nos había dicho que si creemos en El y cumplimos sus mandamientos el Padre y El vendrán a habitar dentro de nosotros, ahora podemos decir cuando hablamos de la vida eterna es que nosotros vamos a habitar en Dios para siempre. ‘El que cree en mi, yo lo resucitaré en el ultimo día’, nos diría también en el diálogo de Betania ante la tumba de Lázaro.

Claro que esa esperanza de resurrección y de vida eterna por otra parte va a marcar el sentido de nuestra vida, de este camino que ahora vamos haciendo. Claro que tenemos que luchar por un mundo mejor, claro que tenemos que esforzarnos para que en este momento presente nos vayamos viendo liberados de todo mal y de todo sufrimiento, claro que tenemos que hacer que la vida sea mejor para todos, es nuestro compromiso, un compromiso desde esa fe y desde esa esperanza, porque ansiamos esa plenitud, porque deseamos lo mejor.

No nos vamos a desentender de este mundo, vamos a luchar ciertamente por hacerlo mejor, y lo hacemos con esperanza, pero no una esperanza que se acaba en el hoy, o de lo que ahora vayamos consiguiendo, sino con esa esperanza de plenitud en la vida eterna. Por eso ni nos amargamos porque ahora no todo lo podamos conseguir, ni nos llenamos de angustia porque un día tengamos que irnos separando de aquellos seres que amamos y que van caminando con nosotros en esta vida.

Sabemos que caminamos hacia la eternidad, sabemos que podemos seguir sintiéndonos en comunión espiritual con aquellos seres que amamos y nos han precedido en la vida, sabemos que un día en Dios nos vamos a encontrar para vivir esa felicidad del cielo, esa felicidad de vivir en Dios para siempre.

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