sábado, 17 de septiembre de 2022

No podemos desanimarnos, tenemos que creer en lo que hacemos, creer en la buena semilla que sembramos que por la fuerza del Espíritu pondrá optimismo en el corazón

 


No podemos desanimarnos, tenemos que creer en lo que hacemos, creer en la buena semilla que sembramos que por la fuerza del Espíritu pondrá optimismo en el corazón

1Corintios 15, 35-37. 42-49; Sal 55; Lucas 8, 4-15

No te canses, no te esfuerces tanto, estas personas no lo van a agradecer, de ahí nada bueno se puede sacar, ya sabemos como son. Cosas así hemos escuchado más de una vez. A alguien le puede parecer que con aquellas personas nada se puede hacer; al maestro le dirán que no se esfuerce tanto, porque total para lo que lo van a aprovechar aquellos alumnos, los dan por perdidos; a aquella madre ya parece que no tenemos palabras de consuelo o de ánimo porque aquel hijo… o a aquel quiere emprender cosas en la sociedad en la que viven, que le dicen que allí no hay nada que hacer. Pero la madre sigue creyendo en el hijo, aquel animador social sigue en su empeño de emprender cosas que puedan beneficiar a aquellas gentes, aquel educador sigue en su tarea queriendo sembrar una buena semilla a pesar de lo que muchas veces puede parecer un fracaso.

Son situaciones por las que pasamos, que nos afectan o que vemos en nuestro entorno; y hay gente pesimista que no es capaz de ver ningún rayo de luz aunque sea muy tenue, pero siempre habrá quien sigue creyendo que la gente es buena tierra y que algún día se recogerá algún fruto, pero cree también en sí mismo y en lo que quiere trasmitir, porque sabe que es buena semilla que algún día puede fructificar.

Creo que el evangelio de hoy nos refleja mucho de todo esto. La gente se reúne en torno a Jesús porque quieren escucharle, y les ofrece la parábola de la semilla echada a voleo en aquellos campos aunque no todas las tierras parece que puedan producir buenos y excelentes frutos. Parte de la semilla caerá en la tierra endurecida del camino donde al final serán los pajarillos los que darán parte de ella, otra caerá en terrenos duros llenos de pedruscos donde nada puede enraizar, otra caerá entre zarzales y malas hierbas que impedirán que prospere, solo un poco semilla caerá en tierra buena capaz de producir fruto.

Allí está aquella multitud que le escucha. ¿Van a responder todos de la misma manera? como siempre sucede habrá quien pronto olvidará aquella palabra escuchada, como habrá quien con buena voluntad intentará hacer algo de lo que sintió en su corazón, pero son tantos los apegos, son tantas las cosas que le arrastran de acá para allá, que pronto se olvidará porque faltará constancia y perseverancia. Solo algunos serán los que sigan con Jesús intentando vivir su camino.

Pero aquel sembrador no dejó de sembrar la semilla, Jesús no dejó de anunciar el Reino, Jesús no dejó de hablar a quienes con buena fe les escuchaban pero también a aquellos que venían por mera curiosidad, o quizás con aviesas intenciones. Aquella semilla produciría fruto algún día en unos o en otros, ahora o más adelante. La semilla de la Palabra tenía vida en sí misma.

Es una invitación a la escucha, pero también a la perseverancia; es una palabra que nos anima a seguir adelante aunque no veamos el fruto tan pronto como nosotros desearíamos; es una palabra que pone ánimos y esperanzas en el corazón porque sabemos que esa flor algún día florecerá, ese hijo puede cambiar, esa persona encerrada en sus vicios un día puede cambiar sus actitudes y sus posturas, a esos que nos parecen unos perdidos algo se quedará grabado en el corazón que un día puede salir a flote, aquella gente que parece que ahora pasan de todo y no responden a lo que hacemos algún día se podrán dar cuenta y comenzarán a hacer que las cosas mejoren para bien de todos.

No podemos desanimarnos, tenemos que creer en lo que hacemos, tenemos que creer en la buena semilla que tratamos de sembrar. La buena semilla por la fuerza del Espíritu del Señor tiene que poner optimismo en el corazón.

viernes, 16 de septiembre de 2022

Es una dicha poder hacer camino con Jesús, abramos nuestros ojos y sensibilidad para captar cuantos a nuestro lado están haciendo también ese mismo camino

 


Es una dicha poder hacer camino con Jesús, abramos nuestros ojos y sensibilidad para captar cuantos a nuestro lado están haciendo también ese mismo camino

1Corintios 15, 12-20; Sal 16; Lucas 8, 1-3

Ponernos a hacer camino con alguien puede tener hermosos significados; una comunión de metas a las que queremos llegar y donde nos queremos sentir acompañados por quienes van a hacer el mismo recorrido; una confianza y una comunicación, pues el caminar juntos da oportunidad para intimidad y comunicación de aquello de nosotros que quizá con otros no seríamos capaces de compartir, pero que en ese camino juntos hace que abramos los corazones, manifestemos nuestros sueños e ideales, no temamos dejarnos conocer en nuestras debilidades y cansancios, porque nos damos cuenta que a todos por igual se nos aflojan las piernas y los entusiasmos; un dejar relucir lo que somos y lo que es nuestra vida, pues nos estimula y levanta el ánimo lo que los demás también dejan entrever de sí mismos.

Algunas veces somos recelosos a la hora de escoger con quien vamos a hacer el camino, y muchas veces cuando salta la debilidad de nuestro carácter nos puede hacer un tanto costoso y difícil el camino; ya no sería tanto saber a quién vamos a escoger, sino sobre todo aceptar quién va a ser nuestro compañero de camino. Ese camino que hacemos juntos puede ser también una manera de crecer y de madurar, porque nos hace vencernos y dominarnos, pero también sacar a flote lo mejor de nosotros mismos. Al final seguramente nos sentiremos agradecidos por esos compañeros de camino y florezcan amistades que surgen en ese camino realizado juntos.

Hoy en el evangelio contemplamos una imagen muy hermosa, aunque algunas veces nos pueda pasar desapercibida en su sencillez porque nos podría parecer la cosa más normal del mundo. Jesús va de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, recorriendo aquellos caminos de Galilea y luego de casi toda Palestina.


Le acompaña, en primer lugar, aquel grupo de los doce que El se había escogido entre todos los que le seguían, pero allí estaban también algunas mujeres que habían recibido gracias especiales de Jesús y con El se habían querido quedar para hacer esos caminos. No es solo ya la respuesta a una invitación, como lo eran la de los apóstoles, sino una respuesta de agradecimiento por la gracia que de El habían recibido. Veremos que algunas llegarán en ese camino hasta el monte de la calavera, hasta el momento de la Pascua de Jesús. Hacían camino con Jesús sintiendo y reconociendo el paso de Dios por sus vidas y llegarían a vivir la misma Pascua de Jesús.

¿Queremos también nosotros hacer camino con Jesús? Seguro que hay una invitación y tendría que haber también una respuesta de gratitud de nuestras vidas. Jesús nos pone en camino, Jesús quiere que marchemos a su paso anunciando también el Reino, testimoniando con nuestros gestos y con nuestra vida la vivencia que ya nosotros vamos teniendo del Reino. Habremos sentido de una manera u otra ese paso de Dios por nuestras vida, porque también nosotros en más de una ocasión hemos sentido su salvación hecha vida en nuestra vida, ese paso de Dios que nos llama, nos invita, nos compromete, nos lanza también a hacer ese anuncio del Reino de Dios. Como aquellos discípulos, como aquellas mujeres, como tantos que también nosotros vemos a nuestro lado haciendo el camino.

Es una dicha poder hacer camino con Jesús. Abramos nuestros ojos, abramos la sensibilidad del alma para captar y darnos cuenta de tantos que a nuestro lado están haciendo también ese camino; sintamos que es camino que hacemos juntos; disfrutemos de ese camino y de la presencia de los que a nuestro lado están. Hablábamos al principio de toda la riqueza que significa hacer el camino juntos; tenemos que darnos cuenta que esa riqueza está a nuestra mano; sepamos tener verdadero sentido de Iglesia, sepamos descubrir la presencia de tantos hermanos que caminan a nuestro lado y son un hermoso estímulo en nuestro caminar.

jueves, 15 de septiembre de 2022

Invocamos a María como Madre de los Dolores pero con ella a nuestro lado los momentos oscuros de la angustia serán para siempre momentos de esperanza que nos llenan de vida

 


Invocamos a María como Madre de los Dolores pero con ella a nuestro lado los momentos oscuros de la angustia serán para  siempre momentos de esperanza que nos llenan de vida

Corintios 15,1-11; Sal 117; Juan 19,25-27

Aunque ya no seamos tan niños siempre hay momentos en que deseamos tener junto a nosotros el calor de la madre que nos cobije con su cariño, que ponga su mano sobre nuestro hombro, o simplemente se haga presente a nuestro lado en que ni siquiera necesitamos palabras. La presencia de la madre, nos atrevemos a decir, es milagrosa, porque aunque sea en silencio nos dará ánimos, nos levantará del decaimiento en que nos encontremos y se convierte siempre en un foco de luz muy necesario para nuestro caminar. Qué tristes y angustiosos se convierten esos momentos difíciles cuando nos falta la presencia y el cariño de la madre. Es una soledad que se nos convierte en insuperable.

¿Por qué no podemos decir que también Jesús la necesitaba en la soledad de la cruz? Será Juan aquel discípulo tan sensible que disfrutó de un especial cariño de Jesús él que nos hará constar en su evangelio que allí estaba María. Y nos empleaba esa palabra ‘estaba’ con el hondo significado que podemos darle. Ese estar de María – siempre nos la imaginamos de pie junto a la cruz de Jesús – significa la fortaleza de una madre, significa todo lo que puede trasmitir una madre de corazón a corazón aunque sea en silencio, significa el también ¿por qué no? el consuelo que recibió Jesús en esos momentos de su cruz.

Ayer celebramos la exaltación de la Santa Cruz, que en fin de cuentas es contemplar a Cristo crucificado y glorificado en lo alto de la cruz. Así lo había anunciado, sería glorificado cuando fuera levantado en lo alto, y contemplábamos ayer la cruz de la que pende la salvación del mundo, como se proclama en algún momento en la liturgia. Hoy queremos contemplar a quien está al pie de la cruz como madre que se convierte con Jesús en corredentora, porque así se unió al momento redentor de Cristo con su cruz y porque también ella se convierte en una corriente de gracia para nosotros.

Pero es que cuando contemplamos a María al pie de la cruz de Jesús estamos escuchando cómo quiere regalárnosla como madre. ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’, le dice Jesús señalando al discípulo amado. ‘Ahí tiene a tu madre’, le dice Jesús a Juan, que ya para siempre la recibió en su casa.

Es el regalo de Jesús para que a nosotros no nos falte nunca una madre. Ella será la nueva Eva madre de todos los creyentes, porque los que creemos en Jesús también hemos de hacer como Juan, recibirla en nuestra casa, acogerla en nuestro corazón, sentir que ella ya para siempre es nuestra madre. Por eso la llamamos también Madre de la Iglesia, porque ella ya para siempre tendrá en su corazón esos nuevos hijos, todos los que creemos en Jesús que así la tenemos como madre.

Si ayer cuando contemplábamos la cruz de Jesús que era un abrazo de dolor que envuelto en el amor se convierte en signo sublime de vida y de amor, hoy queremos sentir ese abrazo de amor de la madre en nuestros momentos de dolor para llenarnos también nosotros de esa nueva vida y poder también resplandecer en el amor; por eso la llamamos madre de los dolores o madre de las angustias, pero también madre de la esperanza y madre del amor más hermoso. Con muchas advocaciones queremos sentir y celebrar esa presencia de María.

Sí, ella también siempre está junto a nosotros en ese camino de cruz en que se nos convierte muchas veces el camino de la vida, como lo está en nuestros esfuerzos y en nuestras luchas, como nos ayudará a vivir con intensidad los momentos dichosos y felices de la vida. Cuántas fiestas hacemos a lo largo del año los cristianos en honor de la madre, porque con ella a nuestro lado nos es más fácil encontrar ese camino de felicidad y de alegría verdadera.

Aunque la invoquemos como Madre de los Dolores o de las Angustias, con ella a nuestro lado se acaban para siempre esos momentos oscuros de la angustia para que sean siempre momentos de esperanza que nos llenan de vida.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

La cruz, un abrazo de dolor que envuelto en el amor que todo lo ennoblece y lo eleva, se convierte en signo sublime de la vida y del amor

 


La cruz, un abrazo de dolor que envuelto en el amor que todo lo ennoblece y lo eleva, se convierte en signo sublime de la vida y del amor

Números 21, 4b-9; Sal 77; Juan 3, 13-17

La cruz está siempre presente en la vida de los hombres de la misma manera que está presente el amor. No es solo que la encontremos como signo en nuestros caminos de algún acontecimiento que para nuestros antepasados tuvo un significado especial y por eso nos dejaron esa señal, sino que además nos acompaña de mil maneras en lo que es nuestra vida de cada día, por mucho que queramos eliminarla de nuestra existencia, igual que muchos quieren eliminar ese significado religioso quitándola de los lugares públicos donde darían una resonancia especial que quizás para muchos resulta incómoda. ¿Esos intentos podrían significar como queremos ir deshumanizando nuestra vida, porque quitaríamos la señal más hermosa del amor?

Por algo nuestros antepasados iban dejando esos signos sagrados de la cruz donde de alguna manera se hizo presente el sufrimiento, pero porque querían poner un signo de vida frente a la muerte que envolviera nuestro mundo. Era habitual que donde hubiera habido un accidente con la muerte de alguien, allí quedaría plantada una cruz. Pero no quería ser señal de muerte sino un grito de vida, que nos previniera frente a la muerte que nos acechara en cualquier lugar, pero que al mismo tiempo nos hiciera amar la vida.

Cuando hablamos de la presencia de la cruz en la vida de los hombres queremos ir más allá de signos externos, porque miramos cuánto de cruz pudiera haber en nosotros y en nuestros sufrimientos; pero el creyente sabe elevarte por encima de esas sombras oscuras de la vida queriendo dar un sentido y un valor a cuanto nos toca vivir.

El creyente sabe poner amor en el dolor, sabe hacer ofrenda de amor desde ese cáliz de sufrimiento que nos puede acompañar porque mirando la cruz de Cruz contemplamos su amor, mirando la Cruz de Jesús aprendemos de esa ofrenda de vida que por amor el nos hace cuando por nosotros da la vida.

En este día los cristianos celebramos la exaltación de la Santa Cruz. Nos volvemos a la cruz pero no nos quedamos en ese madero seco y sangriento, lugar de suplicio y motivo de sufrimiento, no nos quedamos en contemplar una cruz vacía y que entonces carecería de auténtico significado, sino que contemplamos a quien en ella está colgado, en ella está crucificado. Comprenderemos entonces el verdadero sentido y significado de la cruz, porque nos daríamos cuenta de la presencia del amor.

Quien está allí crucificado no es un maldito que ha sido condenado, sino quien libre y voluntariamente subió a Jerusalén aunque sabía que había de encontrarse con la cruz y libremente y por amor a ella se abrazaría. Es cierto que fue un abrazo de dolor, pero por encima de todo estaba el amor que todo lo cambio, que todo lo ennoblece y lo eleva, convirtiéndose así la cruz en el signo sublime de la vida y del amor.

Desde entonces no rehuimos que esté presente en nuestra vida la cruz, porque realmente amamos y deseamos que esté siempre presente el amor. No buscamos el dolor y el sufrimiento, pero sí sabremos darle un sabor nuevo al sufrimiento y el dolor que vayamos encontrando en la vida porque siempre lo endulzaremos con el amor. Dejemos que las cruces nos acompañen en nuestros caminos, que sean signos que se elevan hasta el cielo de los campanarios de nuestras Iglesias porque siempre nos estarán recordando el camino del amor que nosotros hemos de realizar.

En ese mundo que cada vez más hacemos endurecido y muchas veces le vamos restando humanidad, dejemos que esa presencia de la cruz nos ayude a humanizar nuestras relaciones, a llenar de humanidad los pasos que vamos dando por los caminos de la vida, a dejarnos envolver por el amor. Claro que todo lo podremos descubrir y vivir desde la fe, eso que a algunos les incomoda como le incomodan los signos religiosos que nos acompañan en la vida. Es el mensaje vivo de evangelio que tenemos que saber trasmitir al mundo que nos rodea.

 

martes, 13 de septiembre de 2022

Despertémonos para saber ponernos al lado del cortejo de los que sufren y nos permita una nueva sensibilidad de amor

 


Despertémonos para saber ponernos al lado del cortejo de los que sufren y nos permita una nueva sensibilidad de amor

1Corintios 12,12-14.27-31ª; Sal 99; Lucas 7,11-17

‘¡Ea, despierta!’, alguna vez alguien nos ha dado una sacudida para sacarnos del sopor en que estábamos, o de ese ensimismamiento en que algunas veces nos vemos sin enterarnos quizá de lo que pasa a nuestro alrededor. Nos vienen bien esas sacudidas; andamos como distraídos, no terminamos de enterarnos de lo que sucede, podemos ir como sonámbulos por la vida. Lo agradecemos, aunque en el momento de despertar nos sintamos quizás un poco incómodos porque alguien nos haya encontrado en esa situación. Son situaciones que nos pasan muchas veces.

No era así exactamente como sucedió, pero lo sucedido nos puede valer para que repensemos muchas cosas. Jesús se acercaba a Naim y se encuentra con algo que es muy normal en nuestros pueblos o en cualquier lugar, un entierro. Son cosas normales de la vida, pero este entierro tenía unas connotaciones especiales; era un muchacho joven, su madre viuda era muy pobre y ahora se quedaba sola en la vida sin el único apoyo y sustento que era su hijo; malos presagios para aquella mujer, su dolor tenía que ser muy grande. Mucha gente además la acompañaba, suele suceder en la muerte de alguien joven pero quizás las circunstancias de la pobreza de aquella mujer aumentaban la presencia solidaria de sus convecinos.

La escena que contempla Jesús y quienes le acompañaban tenía que ser muy emotiva y conmovería sus entrañas, tan llena de misericordia y compasión. Nadie pide nada, solo las lágrimas que se desparramaban por el rostro de aquella mujer, acompañadas quizás también por las lágrimas no solo de las plañideras sino de cuantos acompañaban el cortejo, conmueven a Jesús, que se acerca y detiene el cortejo. No podía dejar pasar por delante tanto dolor sin hacer nada. Cuantas veces desfilan delante de nosotros cortejos de sufrimientos. ¿Qué hacemos?

‘Muchacho, a ti te lo digo, levántate’, fueron las palabras Jesús cuando se acercó hasta las parihuelas en que llevaban el cuerpo difunto de aquel muchacho; ‘los que lo llevaban se pararon’, nos dice el evangelista. ‘El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre’. Fue devuelto a la vida, fue devuelto a su madre, no podía seguir en aquel sueño de muerte. Se manifestó la gloria del Señor. La gente admiraba se hacia preguntas ante lo que había hecho Jesús.

Dejemos que Jesús llegue a nuestra vida. El siempre toma la iniciativa y viene a nosotros, aunque en ocasiones estamos tan adormecidos que necesitamos una buena sacudida. Los mismos problemas de la vida tendrían que ser ese toque de atención, aunque andemos ensimismados; las cosas que suceden en nuestro entorno, una palabra oportuna que se pronuncia a nuestro lado, un rayo de luz que llega a nuestro corazón, algo que nos impresiona o nos llama la atención; hemos de saber leer esos signos que Dios pone a nuestro lado con los que quiere hacernos despertar.

También Jesús nos toma de la mano para devolvernos a la vida, para hacernos ver la realidad, para tener una visión nueva de las cosas. Es tanto el sopor en el que a veces vivimos que no somos capaces de ver o sentir esas señales. Como tenemos que saber estar bien despiertos para ser sensibles a esos cortejos de sufrimiento, muchas veces de muerte, que pasan delante de nosotros. No nos acostumbremos al sufrimiento de los demás, seamos sensibles, despertemos.

Pero no nos contentemos solo con verlo, sino acerquémonos a su lado y pongámonos a caminar con ellos, poniéndonos sus mismos zapatos, así seremos más sensibles, así seremos capaces de acercar nuestra mano para tocar ese dolor, para levantar al caído, para dar nueva esperanza, para ayudar a poner en camino a tantos que están como paralizados ante la vida.

Jesús quiere despertarnos para que tengamos una nueva sensibilidad, para que sintonicemos con su amor.

lunes, 12 de septiembre de 2022

En nombre de la religión no sigamos haciendo distinciones, poniendo barreras, sino siempre tendiendo puentes, resaltando la fe de los otros aún con distinto credo

 


En nombre de la religión no sigamos haciendo distinciones, poniendo barreras, sino  siempre tendiendo puentes, resaltando la fe de los otros aún con distinto credo

1Corintios 11,17-26.33; Sal 39; Lucas 7,1-10

La sociedad en la que vivimos es muy compleja y ya no es raro encontrarnos entre nuestros vecinos personas que han venido desde los más variopintos lugares; hoy nos movemos con mayor facilidad de un lugar a otro y ya sea por turismo, ya sea en búsqueda de mejores futuros de vida nos encontramos con extranjeros a nuestra puerta; claro que muchas veces son muy distintas las reacciones que nosotros podamos tener a esa situación y reconozcamos que no siempre nos mueven las mejores intenciones o los peores prejuicios.

Según de donde provengan los aceptamos o no, mantenemos nuestras reservas o los acogemos con calor; por medio se entremezclan desconfianzas, prejuicios, reservas y nos fijamos quizás poco en la persona que tenemos delante o con la que nos encontramos. Creo que sería algo que tendría que hacernos pensar; ¿qué es lo que valoramos en la persona que tenemos delante? ¿En qué medida estaríamos dispuestos a compartir algo de nuestra vida con esa persona?

En el pueblo de Israel, marco del evangelio de Jesús, sabemos también que había diversas reacciones hacia los que no eran judíos o eran extranjeros. Desde la consideración de considerarse ellos pueblo elegido, les llevaba en ocasiones a despreciar a todo aquel que no fuera judío; ya sabemos incluso los calificativos que utilizaban para referirse a los no judíos, a los gentiles, los llamaban o consideraban como perros, recordemos algún pasaje evangélico como el de la cananea; había la reserva para entrar en sus casas en determinados momentos porque hasta incluso se podía considerar una impureza; recordamos que no entraron en el pretorio, que era la casa de un gentil, los que acusaban a Jesús porque estaban en vísperas de celebrar la pascua, y eso los haría impuros para poder celebrarla; el hecho de estar sometidos a una dominación extranjera aumentaba el rechazo y la indisposición contra los gentiles.

Sin embargo hoy en medio del evangelio aparece un centurión romano, no era judío, eran un gentil; sin embargo parece que era bien considerado por los ancianos del lugar que están dispuestos a interceder por él, porque era un hombre bueno y generoso que les había ayudado en la reconstrucción de la sinagoga. Aquel hombre tiene un problema, su criado más apreciado está enfermo y no sabe a quien acudir; oye hablar de Jesús y no se atreve, se vale de la mediación de los ancianos del pueblo; cuando se entera que Jesús está dispuesto incluso a llegar a su casa, se adelante para decir a Jesús, para reconocer que no se siente digno de que Jesús entre en su casa, pero tiene confianza en su palabra, tiene fe en lo que Jesús puede hacer por su criado.

Es el momento hermoso en que Jesús valora la fe y la humildad de aquel hombre, para proclamar incluso que en todo Israel no ha encontrado en nadie tanta fe. Y accede a lo que le piden, y el criado quedará sano, como todos comprobarán.

Es el mensaje que hoy recogemos. ¿Aprenderemos a valorar a los demás, sean quienes sean? ¿En que vamos a fijarnos cuando nos encontramos con las personas que nos pueden parecer diferentes? Cuántas categorías nos hacemos en nuestras distinciones y en nuestras diferenciaciones. Qué distinta sería la vida si fuéramos siempre con mirada limpia, si aceptáramos a la persona por lo que en si misma es como persona; qué bueno sería que ya en nombre de la religión o de la raza no siguiéramos haciendo distinciones, no siguiéramos poniendo barreras, sino que siempre fuésemos tendiendo puentes, acercándonos unos a otros, valorándonos en lo que somos, respetándonos en nuestra fe, resaltando la fe que tienen los demás aunque no tengamos el mismo credo.

domingo, 11 de septiembre de 2022

Con las palabras de Jesús nos sentimos reconfortados interiormente y regalados con su amor, podemos siempre esperar su perdón, que también hemos de ofrecer a los demás

 


Con las palabras de Jesús nos sentimos reconfortados interiormente y regalados con su amor, podemos siempre esperar su perdón, que también hemos de ofrecer a los demás

Éxodo 32, 7-11. 13-14; Sal 50; 1Timoteo 1, 12-17; Lucas 15, 1-32

Todos más o menos tenemos la experiencia de encontrarnos en nuestro entorno con esas personas que les decimos que son unos desgraciados, unos perdidos; los vicios, el alcohol, ahora la droga, los juegos de azar, la mala cabeza para saber salir adelante, los problemas que se les acumulan, les hace que ahora se vean envueltos en una vida de pena.

Nuestro juicio hacia esas personas no suele ser muy favorable, sentimos cierta repulsa, no querríamos vernos envueltos en una situación así, y de alguna manera los evitamos, no queremos que sean mal ejemplo para nuestros hijos, y en cierto modo los culpabilizamos de su situación sin hacernos más consideraciones que quizá nuestros prejuicios; se han metido en ese mundo que ahora sepan salir, que se las arreglen, y ya nos quedamos tan tranquilos, dando gracias quizás porque ni nosotros ni los ‘nuestros’ estamos metidos en esos líos.

¿Qué hacemos por ellos? Hasta quizás no queremos darle unas monedas porque en nuestro prejuicio ‘ya sabemos’ donde va a ir a parar ese dinero. Y pasamos de lado y de largo. ¿Nos podemos quedar así tan tranquilos? Seguramente tranquilizamos nuestra conciencia con mil justificaciones, porque en el fondo nos dice que algo nos está fallando. Pero seguimos sin hacer nada.

Hoy la Palabra de Dios nos pone en un aprieto. Es un interrogante fuerte. Y no podemos cerrar los ojos ni los oídos. Hoy se nos está dando una imagen de Dios que pudiera trastocar muchas cosas que llevamos en nuestro interior y en nuestra manera incluso de concebir la religión. No es un calmante lo que se nos ofrece sino un revulsivo.

Es la imagen de Dios que siempre está en búsqueda, está en nuestra búsqueda. Parte Jesús al proponernos estas parábolas de lo que aquellos fariseos y escribas – normalmente hombres que se consideraban muy religiosos y muy ligados a la religión oficial y al templo – murmuraban sobre que Jesús siempre andaba rodeado de publicanos y de pecadores. Y nos viene a decir que Dios siempre nos está buscando, y está buscando de manera especial esos que consideramos perdidos en nuestra sociedad, los publicanos, las prostitutas y los pecadores, y aquí podemos poner toda la lista de esos que nosotros habitualmente descalificamos.

Es el pastor que busca a la oveja que se le extravía por los campos y por los barrancos, es la mujer que revuelve la casa buscando la moneda que ella consideraba preciosa y que se le había perdido, es el padre que no solo espera pacientemente al hijo que se marchó, y le abraza y hace fiesta a su vuelta, sino que sale a buscar al otro hermano que renuente en su orgullo no quiere entrar a la fiesta. Es la imagen que nos están ofreciendo las distintas parábolas que nos propone Jesús.

Es la imagen de Dios que nos ama siempre, por encima incluso de nuestras infidelidades y nuestro desamor; el amor de Dios siempre es fiel; el amor Dios siempre quiere levantarnos, darnos otra oportunidad, el amor de Dios nos busca, es un regalo que Dios nos ofrece aunque seamos nosotros los que nos hayamos perdido, marchado, o nos queramos mantener en nuestros orgullos. Es el amor de Dios que nos enseña a amar de un modo nuevo.

No es la compasión y la misericordia lo que muchas veces aflora en nuestros corazones cuando nos encontramos con los demás; parece que siempre estamos llenos de desconfianzas, siempre nos creemos merecedores, siempre nos creemos distintos a los demás, siempre vamos poniendo barreras y distancias. Como aquel hermano que en su orgullo no quería mezclarse con el que se había ido y había vuelto, cuando él estaba tan distante del padre y de todo con sus exigencias, con sus recelos, con sus rencores guardados y sin curar.

Aprendamos de la misericordia y de la compasión que Dios siempre nos ofrece; nunca la misericordia y la compasión humillan, sino que siempre levantan; es lo que tenemos siempre que saber ofrecer derribando barreras e ideas preconcebidas; desde esa experiencia de misericordia de Dios que tantas veces habremos sentido en nuestra vida, seamos capaces de ir también con corazón misericordioso hacia los demás. ¿No nos pedía Jesús que fuéramos compasivos y misericordiosos como nuestro Padre del cielo? Da la impresión muchas veces que no saboreamos de verdad el perdón cuando lo recibimos; cuidado lo convirtamos en un rito y al final sea como una rutina para nosotros.

Cuando escuchamos estas parábolas que hoy nos ofrece Jesús nos sentimos reconfortados interiormente porque podemos siempre esperar su perdón, sentirnos regalados con su amor; pero cuando escuchamos estas parábolas nos hemos de sentirnos que hemos de ponernos en camino para llevar también a los demás esa misma compasión y misericordia. Ya no podremos mirar de la misma manera a esos que, como decíamos al principio, consideramos unos desgraciados y unos perdidos. Nadie tiene por qué sentirse desgraciado y perdido, porque siempre tienen que haber unos brazos de amor que se ofrecen para la acogida, para levantar y para ayudar a caminar.

Es también una tarea importante que tiene que realizar la Iglesia en todo momento y con todos sin hacer excepciones. Nunca la iglesia tiene que tener un rostro endurecido, sino el rostro dulce de la misericordia.