lunes, 12 de septiembre de 2022

En nombre de la religión no sigamos haciendo distinciones, poniendo barreras, sino siempre tendiendo puentes, resaltando la fe de los otros aún con distinto credo

 


En nombre de la religión no sigamos haciendo distinciones, poniendo barreras, sino  siempre tendiendo puentes, resaltando la fe de los otros aún con distinto credo

1Corintios 11,17-26.33; Sal 39; Lucas 7,1-10

La sociedad en la que vivimos es muy compleja y ya no es raro encontrarnos entre nuestros vecinos personas que han venido desde los más variopintos lugares; hoy nos movemos con mayor facilidad de un lugar a otro y ya sea por turismo, ya sea en búsqueda de mejores futuros de vida nos encontramos con extranjeros a nuestra puerta; claro que muchas veces son muy distintas las reacciones que nosotros podamos tener a esa situación y reconozcamos que no siempre nos mueven las mejores intenciones o los peores prejuicios.

Según de donde provengan los aceptamos o no, mantenemos nuestras reservas o los acogemos con calor; por medio se entremezclan desconfianzas, prejuicios, reservas y nos fijamos quizás poco en la persona que tenemos delante o con la que nos encontramos. Creo que sería algo que tendría que hacernos pensar; ¿qué es lo que valoramos en la persona que tenemos delante? ¿En qué medida estaríamos dispuestos a compartir algo de nuestra vida con esa persona?

En el pueblo de Israel, marco del evangelio de Jesús, sabemos también que había diversas reacciones hacia los que no eran judíos o eran extranjeros. Desde la consideración de considerarse ellos pueblo elegido, les llevaba en ocasiones a despreciar a todo aquel que no fuera judío; ya sabemos incluso los calificativos que utilizaban para referirse a los no judíos, a los gentiles, los llamaban o consideraban como perros, recordemos algún pasaje evangélico como el de la cananea; había la reserva para entrar en sus casas en determinados momentos porque hasta incluso se podía considerar una impureza; recordamos que no entraron en el pretorio, que era la casa de un gentil, los que acusaban a Jesús porque estaban en vísperas de celebrar la pascua, y eso los haría impuros para poder celebrarla; el hecho de estar sometidos a una dominación extranjera aumentaba el rechazo y la indisposición contra los gentiles.

Sin embargo hoy en medio del evangelio aparece un centurión romano, no era judío, eran un gentil; sin embargo parece que era bien considerado por los ancianos del lugar que están dispuestos a interceder por él, porque era un hombre bueno y generoso que les había ayudado en la reconstrucción de la sinagoga. Aquel hombre tiene un problema, su criado más apreciado está enfermo y no sabe a quien acudir; oye hablar de Jesús y no se atreve, se vale de la mediación de los ancianos del pueblo; cuando se entera que Jesús está dispuesto incluso a llegar a su casa, se adelante para decir a Jesús, para reconocer que no se siente digno de que Jesús entre en su casa, pero tiene confianza en su palabra, tiene fe en lo que Jesús puede hacer por su criado.

Es el momento hermoso en que Jesús valora la fe y la humildad de aquel hombre, para proclamar incluso que en todo Israel no ha encontrado en nadie tanta fe. Y accede a lo que le piden, y el criado quedará sano, como todos comprobarán.

Es el mensaje que hoy recogemos. ¿Aprenderemos a valorar a los demás, sean quienes sean? ¿En que vamos a fijarnos cuando nos encontramos con las personas que nos pueden parecer diferentes? Cuántas categorías nos hacemos en nuestras distinciones y en nuestras diferenciaciones. Qué distinta sería la vida si fuéramos siempre con mirada limpia, si aceptáramos a la persona por lo que en si misma es como persona; qué bueno sería que ya en nombre de la religión o de la raza no siguiéramos haciendo distinciones, no siguiéramos poniendo barreras, sino que siempre fuésemos tendiendo puentes, acercándonos unos a otros, valorándonos en lo que somos, respetándonos en nuestra fe, resaltando la fe que tienen los demás aunque no tengamos el mismo credo.

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