sábado, 25 de junio de 2022

El camino de María junto al camino de Jesús, un corazón en silencio que todo lo guardaba, es el camino de la madre junto al camino de los hijos que nos habla con su presencia

 


El camino de María junto al camino de Jesús, un corazón en silencio que todo lo guardaba, es el camino de la madre junto al camino de los hijos que nos habla con su presencia

Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19; Sal 73; Lucas 2, 41-51

Hoy vamos a hablar del corazón de una madre, del corazón de las madres. Pero ¿qué podemos decir nosotros sino simplemente lo que intuimos? Tendríamos que dejar que fuera una madre la que nos hablara, de su corazón, de lo que guarda en él, de sus suspiros y de sus pensamientos, de sus sueños, pero también de sus amores, y de sus dolores, de tantas y tantas cosas que en silencio va metiendo en él, va guardando en su corazón.

Uno se pone a pensar en su propia madre y se admira de cuantas cosas ha de tener guardadas en su corazón maternal; porque vamos recorriendo nuestro propio camino, y descubriremos que siempre estaba ella allí, con su silencio, con su mirada, con su palabra, con su estímulo, con su ánimo, con lo que en secreto iba guardando y nos pareciera que no se enteraba de lo que hacíamos, bien sabíamos que ella lo llevaba en el corazón. Mira uno ahora para detrás y se emociona, al recordar como la madre siempre estuvo allí a tu lado cuando más lo necesitabas aunque no te dijera nada, aunque te dejara caminar dando trompicones, pero ella siempre estaba para recogerte, para ponerse quizás ella por medio para que tu sufrieras menos con lo que te pasaba.

No he podido menos que recordar las propias experiencias cuando contemplamos hoy a María y queremos contemplar, como la liturgia nos ofrece, su corazón de Madre. El mismo evangelio que hoy la liturgia nos ofrece nos está recordando esa grandeza del corazón de la madre, del corazón de María.

Habían subido al templo, porque el niño ya no era niño, estaba en la edad en que en aquella época y cultura comenzaban a ser tenidos en cuenta, y por eso ya sube con los mayores a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Han transcurrido los días de la fiesta y toca regresar, pensaban que estaba haciendo camino con ellos, pero tras una jornada Jesús no está con ellos; es el dolor de unos padres que han perdido a su hijo porque quizá se ha extraviado por los caminos; es la angustia de la búsqueda en una nueva jornada de regreso a Jerusalén, será al tercer día cuando lo encuentren en el templo en medio de los doctores que allí en las diferentes explanadas del templo enseñaban al pueblo; Jesús está entre ellos, dialoga y discute con ellos, como una premonición de lo que un día en aquellos mismos soportales volvería a suceder. Pero allí está la angustia de la madre que corre hasta el hijo.

‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados... ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la cosas de mi Padre?’ Es el corto diálogo de aquellos momentos. Serán los interrogantes que quedarán en el corazón de la madre y que guardará en su corazón. No siempre era fácil de entender las cosas y ya sabemos como una madre rumia en su interior cuanto va sucediendo; ya sabemos cómo María ante todo lo que va sucediendo en su vida se quedará en silencio haciéndose preguntas en su corazón, como sucediera un día con el ángel allá en Nazaret. ‘Su madre conservaba todo esto en su corazón’.

Será en varios momentos en el que el evangelista nos repetirá lo mismo, casi como un mantra. Cuántas cosas María iba guardando en su corazón de madre. ¿Interrogantes? ¿Preguntas que se hacía a sí misma o que le hacía también a Dios? ¿Aceptación del misterio divino que ella sabía muy bien que se estaba realizando y manifestando también en su vida? Era el camino de la madre junto al Hijo, en silencio la mayor parte del camino, en alguna ocasión la veremos asomar como en las bodas de Caná, o como cuando va a ver a Jesús. Así la veremos llegar hasta la cruz, también en silencio en la calle de la amargura, pero en silencio también en lo alto del Calvario. Pero será desde entonces el camino de la madre con sus hijos, aquellos que recibió como herencia de su Hijo al pie de la cruz. Por eso la veremos con la iglesia naciente en el Cenáculo, allí con los discípulos que esperaban el don del Espíritu estaba María, la que un día se había dejado inundar por el Espíritu divino.

Es la madre que sigue estando con sus hijos, que sigue estando a nuestro lado. Mil manifestaciones, por decirlo de alguna manera aunque el número no importa, ha tenido María como madre para estar con sus hijos, para estar con la Iglesia, para estar con nosotros, para estar de manera especial con los que sufren.

Sus santuarios a lo largo y a lo ancho del mundo han sido siempre una puerta abierta para recibir a sus hijos con sus dolores y sufrimientos, con sus amores y con sus alegrías, con sus luchas y con sus esperanzas, en los momentos oscuros y terribles como en los momentos de luz. Por algo siempre alrededor de los santuarios marianos veremos a los enfermos y a los que sufren. Es la casa y el corazón de la madre que a todos nos acoge. María, siempre ha estado aquí con el corazón abierto, con el corazón como un buzón en el que podemos seguir depositando nuestras quitas, nuestros dolores, nuestra vida, porque el corazón de la madre siempre habrá un lugar.

Hoy contemplamos el corazón de María, el corazón de la madre como el corazón de todas las madres. Cuánto tendríamos que decir. Pero pidamos que también nosotros tengamos un corazón así, abierto, acogedor, lleno de amor y de ternura, de puertas abiertas, de cobijo seguro, para los que están a nuestro lado, para los que sufren en nuestro mundo.

viernes, 24 de junio de 2022

Contemplar el Corazón de Jesús es aprender la lección del amor que llena de ternura nuestros corazones y le da una nueva sintonía a nuestro mundo

 


Contemplar el Corazón de Jesús es aprender la lección del amor que llena de ternura nuestros corazones y le da una nueva sintonía a nuestro mundo

Ezequiel 34, 11-16; Sal 22; Romanos 5, 5b- 11; Lucas 15, 3-7

Todos necesitamos amor; el mundo está ansiando amor, es un camino de plenitud que todos deseamos encontrar. Sin el amor sentiremos el vacío más hondo que no sabemos dónde llenar.

Aunque sea la palabra más repetida, aunque hablemos de tantas formas de amor que la lista parecería interminable, los poetas de mil maneras nos hablen románticamente del amor, terminemos incluso llamando amor a cualquier cosa que suscite pasión, pero siguen habiendo corazones rotos y con tantas heridas producidas por las confusiones del amor, siguen apareciendo hambrientos de amor que no terminan de encontrarlo, las miradas siguen frías porque no han encontrado esa chispa que las encienda en un nuevo calor y seguiremos encontrando caminantes desorientados que lo buscan y no lo encuentran, que dan vueltas y vueltas en su búsqueda pero siguen sufriendo la soledad del amor. Muestra un poquito de ternura y pronto encontrarás a tantos que se pegarán a ti en búsqueda de esa ternura.

¿Dónde encontraremos esa ternura y ese amor verdadero que nos llene de plenitud y de felicidad? ¿Dónde podemos encontrar ese amor que no solo llene nuestros vacíos existenciales sino que nos conduzca a lo que nos pueda hacer sentir la mayor grandeza del ser humano? Porque estamos hechos para el amor. La creación de la vida nació del amor más profundo de Dios que nos transmite y hace partícipes de su misma esencia.

Hoy estamos los cristianos celebrando una gran fiesta del amor simbolizado en el corazón de Cristo, en el corazón de Jesús. Su presencia entre nosotros siendo Emmanuel es la prueba más grande del amor que Dios nos tiene, nos dio y nos entregó a su propio Hijo. Por eso siempre contemplar a Jesús es contemplar el amor de Dios. Se manifiesta en cada gesto y en cada instante de su vida, lo vemos significado en su presencia en medio del pueblo elegido con su cercanía y con sus signos de amor.

El profeta nos había anunciado, como hoy se nos presenta en las lecturas de la liturgia, como el pastor que viene a apacentar a su rebaño en los mejores pastos escogidos. ‘Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré… Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré… Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia…’

Y nos habla Jesús en la parábola del evangelio del pastor que busca a la oveja perdida y hará fiesta cuando la ha encontrado. Es Jesús ese Buen Pastor, como nos dirá repetidamente en otro momento. Así es el amor que Dios nos tiene. Como nos decía el apóstol, ‘el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado… Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros’.

Contemplar a Jesús es aprender de El lo que es el amor verdadero, es comenzar a llenar también nuestro corazón de amor para que encontremos esos caminos de felicidad y de plenitud. ‘Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, nos dirá en otro momento, aprended de mí que soy manso y humilde de corazón’. Esa mansedumbre y esa humildad que es el gran signo de que hemos llenado el corazón del amor verdadero.

Es la verdadera ternura que hemos de poner en nuestro corazón para que aprendamos a ir de manera nueva al encuentro con los demás. Vayamos con esa ternura, vayamos con esa sencillez y humildad de manifestarnos como somos incluso con nuestras debilidades, vayamos con esa mansedumbre de espíritu y veremos cómo iremos sintonizando de verdad con los corazones de los demás y estableciendo una nueva sintonía para nuestro mundo. ¿No decíamos antes que si manifestamos un poco de ternura pronto encontraremos cómo muchos quieren apegarse a nuestro corazón para disfrutar de ella?

Muchos corazones rotos se van a ver curados, muchos ojos se llenarán de un nuevo brillo, muchos corazones vacíos comenzarán de nuevo a tener vida, muchos van a encontrar ese rumbo que les lleve a ellos también de plenitud y de felicidad. Muchos aprenderán también lo que es el amor que va más allá de unas palabras bonitas o de un momento de pasión y comenzarán a darle a la mutua relación un nuevo sentido y valor. Porque cuando nosotros nos llenamos de amor verdadero nunca lo guardaremos para nosotros mismos sino que iremos repartiendo esa nueva vida a cuantos hambrientos deambulan a nuestro alrededor.

Aprendamos del corazón de Cristo que hoy estamos contemplando y celebrando.

jueves, 23 de junio de 2022

Juan Bautista hoy nos ayuda a encontrar ese silencio y ese desierto para aprender a rumiar los designios de Dios y la misión que nos quiere confiar hoy en medio de nuestro mundo

 


Juan Bautista hoy nos ayuda a encontrar ese silencio y ese desierto para aprender a rumiar los designios de Dios y la misión que nos quiere confiar hoy en medio de nuestro mundo

Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80

Siempre podemos encontrarnos con personas en la vida a las que realmente tendríamos que llamar personajes porque por su manera de ser y de actuar, por el compromiso con que viven su vida se convierten en algo así como un punto de referencia para la sociedad. Siempre los recordamos, contamos sus hazañas y de alguna manera los convertimos en iconos de nuestros pueblos o de los lugares donde hayan desarrollado su tarea.

Tenían siempre una palabra certera, sus palabras aunque en momentos parecieran duras sin embargo sembraban inquietud en los corazones, por su manera de ser despertaban esperanzas y de alguna manera en la historia de ese pueblo los años de su existencia se convierten en eje de su propia historia con un antes y con un después. Siempre se recordarán aunque quizá para algunos su presencia resultara incómoda por lo que suscitaba y despertaba en el corazón, cosas que no siempre estaríamos dispuestos a aceptar. Si fuéramos capaces de emplear un lenguaje medianamente religioso diríamos que fueron como profetas en medio de nuestros pueblos.

Hoy sí, recordamos y celebramos, a uno de esos grandes personajes de la historia, porque aun al paso no solo de los años sino de los siglos lo seguimos recordando y celebrando. Nos referimos a Juan Bautista, que este año estamos celebrando un día adelantado, por la coincidencia de otra fiesta litúrgica de gran relevancia en la vida de la Iglesia que es la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús que celebraremos el viernes y por lo que se hace este adelanto de la fiesta de san Juan Bautista.

Ya se preguntaban las gentes de su entorno, allá en las montañas de Judea, por cuanto sucedió en torno a su nacimiento ‘¿Qué va a ser de este niño?’ Porque como nos dirá el evangelista al írnoslo presentando ‘la mano de Dios estaba con él’. Al celebrar su nacimiento estamos recordando todas aquellas circunstancias que lo rodearon, pues sus padres eran mayores y no tenían descendencia, el ángel del Señor que se le manifiesta a Zacarías en el templo a la hora de la presentación del incienso, el haberse quedado mucho hasta el nacimiento del niño por su resistencia a terminar de creer en las palabras del ángel, y ahora el mismo nombre que se le va a imponer, que no entraba en la propia tradición familiar.

Era un elegido del Señor; un elegido del Señor con una misión muy concreta, preparar los caminos del Señor. El venía como el profeta que iba a reunir a las tribus dispersas de Israel, como habían anunciado también los profetas, y se iba a convertir en profeta del Altísimo preparando los caminos del Señor. Un elegido del Señor por cuantas manifestaciones de que la mano del Señor estaba con él, pero que supo asumir su papel y por eso marcha al desierto viviendo en la austeridad más total, para abrir su corazón a Dios y a la misión que le iba a encomendar.


Las horas y los tiempos de desierto son tiempos para rumiar la presencia de Dios, para rumiar y terminar de descubrir lo que es la voluntad de Dios. Algunas veces nos parece como anecdótica esa manera de presentarse con tal austeridad, vestido con una piel de camello, alimentándose de saltamontes y miel silvestre como nos lo describen los evangelistas – ya algunos lo apuntarían para esas modas ecologistas que algunos pretenden vivir o hacer vivir – pero todo ello era un signo de algo profundo que se iba realizando en su corazón en su apertura a Dios y a descifrar la misión que Dios le encomendaba. Si llegaba a tener esa certeza y contundencia en sus palabras, aunque a algunos les parecieran duras, significaban sin embargo una profundidad de vida en el Espíritu para poder anunciar esa Palabra de Dios.

Hoy escuchamos el mensaje del Bautista cuando también en nuestro corazón queremos preparar los caminos del Señor y de manera especial litúrgicamente cuando nos acercamos en el Adviento a la Navidad, al Nacimiento del Señor. Pero la figura del Bautista que hoy también contemplamos sigue siendo en todo tiempo un revulsivo a nuestras conciencias, pero también una lección de esos pasos tan necesarios que tenemos que saber dar en la vida, para encontrar ese silencio, para encontrar ese desierto donde aprendamos a rumiar los designios de Dios para nuestra vida y la misión que el Señor también a nosotros nos quiere confiar hoy en medio de nuestro mundo.

Ojalá lleguemos a sentir también que la mano del Señor está con nosotros; ojalá seamos capaces de dejar que el Espíritu del Señor nos dé un revolcón en nuestra vida, como significó la presencia de María que llevaba ya a Dios en su seno cuando la visita a la montaña de Judá y ya el niño saltaba también de alegría en el seno de su madre Isabel, como ella reconoce. Silencios y austeridades penitenciales, pero revolcones a lo divino serán los que en verdad nos motivaran y harán que seamos capaces también hoy como profetas de ayudar a nuestra generación a preparar en verdad los caminos del Señor.

miércoles, 22 de junio de 2022

La falta de autenticidad, dejándonos envolver por apariencias, debilita el testimonio que hemos de dar y manifiesta la tibieza de nuestra vida espiritual

 


La falta de autenticidad, dejándonos envolver por apariencias, debilita el testimonio que hemos de dar y manifiesta la tibieza de nuestra vida espiritual

2Reyes 22, 8-13; 23, 1-3; Sal 118; Mateo 7, 15-20

No sé por qué pero siempre queremos dar la apariencia de que somos mejores de lo que en realidad somos; queremos quizás mantener nuestros prestigios, el que nos vean como buenas y respetables, el ser bien considerados por los que están a nuestro alrededor. ¿Será nuestro orgullo? ¿Será la vanagloria y el amor propio? ¿Será la vanidad? 

Tenemos en cierto modo miedo de que se nos venga abajo toda esa imagen de vanidad que nos hemos creado, que si encuentran alguna debilidad en nuestra vida perdamos toda la consideración y respeto que pensábamos que teníamos. No nos damos cuenta quizás que seremos mejor considerados si nos manifestamos con la verdad y la realidad de nuestra vida aunque aparezcan debilidades y flaquezas, porque será la humildad de reconocerlo lo que quizás mejor consideren los que nos contemplan.

Pero no queremos aparecer como débiles porque pensamos que eso nos debilita, cuando la sinceridad y la humildad será lo que más nos engrandecería. Esa cobardía para reconocer las debilidades y los fallos será quizá lo que nos haga perder aquel prestigio que pensábamos que teníamos. Algún chip tendría que cambiar en nuestra cabeza, en nuestra manera de pensar y de actuar.

Vivimos demasiado de las apariencias y vanidades. Se palpa alrededor en tantas maneras de actuar, en una cierta hipocresía que nos encontramos muchas veces en la sociedad y nos sentimos tentados a lo mismo. Queremos aparecer como árbol bueno cuando en realidad no lo somos. Pero como nos dice hoy Jesús en el evangelio por el fruto se conoce al árbol, por sus frutos los conoceréis.

Es la necesidad de que los cristianos nos manifestamos de forma auténtica ante el mundo que nos rodea; no nos dejemos envolver por las apariencias; y muchas veces el dejarse envolver por las apariencias significa cómo nosotros nos acomodamos al ambiente, para no desentonar. No somos capaces de manifestar nuestra verdad, proclamar y defender nuestros principios y nuestros valores, no queremos ir a la contra de lo que los demás hacen o dicen, guardamos silencio cuando tendríamos que hablar o disimulamos aquello que hacemos para no diferenciarnos de lo que hay a nuestro alrededor. Es una gran debilidad que vivimos, es una cobardía en la que nos dejamos envolver, es una falta de auténtico testimonio que no llegamos a dar.

Actuando así, ¿cuáles son los frutos que esperamos recoger? Estamos dañando nuestro árbol cuando dejamos que se injerten en él púas diferentes a las que podrían fortalecer y mejorar nuestros frutos. Notamos cómo el sentido cristiano se va enfriando en nuestro entorno porque se van dejando de vivir los verdaderos valores evangélicos, vemos cómo incluso se enfría la participación en los actos religiosos que con tanta intensidad quizás vivimos en otros momentos, la gente que incluso sigue bautizando a sus hijos o quieren que hagan la primera comunión vemos cómo pronto dejan de participar en nuestras manifestaciones públicas de la fe y de la religión.

Tendríamos que preguntarnos aquellos que nos sentimos más comprometidos con nuestra fe si el testimonio que damos es verdaderamente auténtico ante el mundo que nos rodea; quizá también la frialdad esté enturbiando nuestras vidas y no ayudamos como deberíamos por nuestro testimonio que vuelva a reverdecer y florecer la fe de tanta gente sencilla que tenemos a nuestro alrededor y quizá necesita nuestro testimonio. ¿Estaremos haciendo producir los buenos frutos de un árbol bueno?

Son inquietudes que hemos de tener en nuestro corazón y que tendrían que hacer que nos preguntemos por la sinceridad de nuestra vida. ¿Nos estaremos dejando envolver por algunas vanidades? ¿Nos manifestamos con verdadera sinceridad?

martes, 21 de junio de 2022

Dios camina siempre con nosotros, atraviesa con nosotros esa puerta estrecha y hace con nosotros el camino respetando siempre nuestros pasos y nuestra respuesta

 


Dios camina siempre con nosotros, atraviesa con nosotros esa puerta estrecha y hace con nosotros el camino respetando siempre nuestros pasos y nuestra respuesta

2Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36; Sal 47; Mateo 7, 6. 12-14

Es de sana pedagogía el saber respetar el ritmo de las personas; nosotros podemos verlo todo claro, pero quizás el que está a nuestro lado no lo entiende; y algunas veces nos volvemos exigentes con nuestros ritmos; no es malo que seamos exigentes con nosotros mismos porque cada día deseemos lo mejor, tengamos deseos de superarnos y mejorar nuestra vida, pero lo que nos exigimos a nosotros mismos no lo podemos exigir de la misma manera a los demás. Si yo lo he hecho, él puede hacerlo, decimos; es cierto que si yo lo he hecho el otro puede hacerlo, pero en su tiempo, en su ritmo, en su momento dará la respuesta.

Decíamos al principio que es sana pedagogía, y nos vale en todo el tema educativo, o en lo que nosotros queremos ayudar a los demás a crecer y a madurar. Es cierto que podemos inculcar esa actitud en el otro, pero será el otro el que ha de responder. Es el respeto que mutuamente hemos de tenernos, porque cada uno tiene su dignidad y su grandeza, pero significa respetar el camino que va haciendo el otro que no sabemos lo que a él le cuesta, las dificultades que en su propio interior puede ir encontrando; él tiene su mundo.

Es la tarea que como testigos de un evangelio nosotros queremos hacer con los demás. Ofrecemos la luz, pero hay quien prefiere la tiniebla, o no ha llegado el momento en que haya aprendido a saborear esa luz que le ofrecemos; pero eso caminamos al paso de los otros, pero siguiendo su ritmo; es la muestra del respeto que le tenemos y de la valoración que hacemos de sus actos, de su vida. Pero eso en el momento oportuno daremos señales de esa luz que llevamos dentro, para que el otro la descubra y la desee, porque nunca nuestra tarea es imponer, sino ofrecer y regalar; todo es gracia que nos viene de Dios, todo es regalo de Dios para nuestra vida.

Me vengo haciendo esta reflexión desde la Palabra del Señor que hoy se nos ofrece pero desde ese respeto que tenemos hacia aquellas personas que están a nuestro lado y a los que queremos ofrecer la luz. Hay una frase un tanto enigmática que hoy Jesús nos dice sobre las perlas que son arrojadas a los cerdos; ¿qué saben los cerdos lo que es una perla? La hociquearán y la revolverán en la basura en la que se revuelcan. Esa perla preciosa de la Palabra de Dios hemos de saber ofrecerla a los que están a nuestro lado, para que descubran su valor y para que se dejen iluminar por ella, pero no vamos a imponer, vamos a ofrecer el regalo de un don de gracia.

Jesús en estas como sentencias que nos va dejando en el sermón del monte nos da unos criterios para la manera de actuar que hemos de tener con los demás. Hemos venido hablado de ese respeto que hemos de tener a los otros y a sus ritmos, pero eso se ha de traducir también en el trato que tengamos con los otros.

¿Cómo nos gustaría que nos tratasen a nosotros? ¿De una manera dura y exigente? Ya sabemos que la humildad y la sencillez de los otros nos gana el corazón. Pues esa ha de ser nuestra manera de actuar con los demás, desde esa dulzura, desde esa sencillez, desde esa humildad, desde esa sonrisa que a nosotros también nos gusta recibir. Actúa así con el otro y no te equivocarás nunca; pon amor en tu trato con los demás, y aunque quizás ahora no comprendan tus gestos de amistad, la semilla está sembrada y algún día resplandecerá también en sus vidas.

No es un camino fácil. Cuando no queremos ser exigencia para los demás sin embargo nos convertimos en exigencia para nosotros mismos; es la exigencia de nuestra paciencia, del dominio de nosotros mismos para no convertirnos en exigencia para los otros, de búsqueda de nuestro crecimiento interior porque será donde en verdad vamos a encontrar la fortaleza para nuestro darnos, para nuestra entrega.

Hoy nos contrapone Jesús la puerta amplia y espaciosa, con la puerta estrecha; el camino fácil donde simplemente lo que hacemos es dejarnos llevar por lo que salga en el momento, o el camino estrecho de exigencia, de superación de nosotros mismos, de negación de mí mismo para buscar siempre primero el bien de los demás. Puerta estrecha, camino angosto de exigencias, pero nunca camino imposible; nada hay imposible para Dios, y Dios camina con nosotros, atraviesa con nosotros esa puerta y hace con nosotros el camino. ¿Queremos mayor estímulo y ayuda?

lunes, 20 de junio de 2022

La claridad que necesitan nuestros ojos pasa por parecernos a Jesús que es manso y humilde de corazón porque así nuestra mirada será siempre límpida

 


La claridad que necesitan nuestros ojos pasa por parecernos a Jesús que es manso y humilde de corazón porque así nuestra mirada será siempre límpida

2Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59; Mateo 7, 1-5

Hay ocasiones en que los ojos se nos irritan y la vista se nos nubla; nos cuesta percibir con claridad las cosas, como si una niebla se interpusiera entre nuestros ojos y la realidad que nos rodea; todo nos parece turbio, no llegamos a percibir con claridad y nitidez ni los colores ni los detalles de las cosas; no digamos cuando una catarata ha nublado esa lente de nuestros ojos que permitiría que las imágenes llegasen con claridad a nuestra retina.

Pero creo que todos entendéis que no estoy dando una sesión de oftalmología ni mi interés en este momento sea la higiene y el cuidado de los ojos. Hay otras miradas, hay otros nubarrones que se interponen en la relación de unos y otros, hay cosas que nos irritan el alma y que enturbian nuestra razón y nuestra voluntad. Y no lo vamos a buscar en agentes externos, sino que tenemos que mirarlo y descubrirlo dentro de nosotros mismos que nos llenamos de orgullos, que nos dejamos vencer por el amor propio, que permitimos que malquerencias nos dañen nuestro espíritu y en consecuencia nuestra forma de mirar a los que están a nuestro lado. Cuando nos falta la humildad entre los valores que cultivemos, cuando nos es la sencillez la que nos guía, cuando no es un amor verdadero la pauta de nuestro actuar, aparecen todas cosas que nos enturbian el alma, que nos enturbian nuestra mirada.

Es de lo que quiere prevenirnos hoy esta página del evangelio. Mateo reunió y les dio una visión de conjunto en lo que solemos llamar el sermón del monte, diversas enseñanzas de Jesús que probablemente en la realidad fueron surgiendo en esas diarias conversación de convivencia de Jesús con sus discípulos; en esos momentos se habla de todo, en esos momentos van apareciendo situaciones a las que hay que darle otro sentido y de ahí irían surgiendo esas enseñanzas de Jesús, que ahora Mateo nos reúne en estos discursos al pie de la montaña.

En la liturgia se nos van ofreciendo en pequeños párrafos que nos van sintetizando toda esa enseñanza de Jesús. La pedagogía de la liturgia tiene así una gran riqueza, porque nos hace reflexionar en cada momento en situaciones distintas que nos hacen mirar de una manera muy concreta lo que es nuestra vida. Como nos sucede hoy al hablarnos de alguna manera de esa mirada limpia que siempre hemos de tener de los demás. ¿Quiénes somos nosotros para hacer unos juicios de valor de lo que los otros hacen? ¿Es que acaso estamos en su interior para saber lo que realmente pasa en su corazón? Como nos viene a decir hoy Jesús, mejor nos miráramos a nosotros mismos antes de hacer un juicio de los demás.

‘No juzguéis, para que no seáis juzgados… nos dice Jesús. Y nos enseña a mirarnos primero a nosotros mismos antes de hacer un juicio de los demás. Suele suceder con mucha frecuencia que eso mismo que criticamos de los otros son situaciones por las que nosotros pasamos y de las que no sabemos cómo salir, aunque bien lo disimulamos. Y nos dice Jesús que la medida que usamos con los demás será la medida que usarán con nosotros, o contra nosotros.

Y terminará diciéndonos Jesús: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?’ Mirémonos a nosotros mismos y démonos cuenta de que no somos tan perfectos como queremos aparentar, o como queremos restregarle en las narices a los demás. Es nuestro orgullo que nos sube en pedestales; el amor propio y la soberbia que no nos deja reconocer lo que realmente somos, lo que hay en nosotros. Qué importante es la humildad, la sencillez de corazón; por eso nos dirá en otro momento que aprendamos de El que es manso y humilde de corazón. La claridad que necesitan nuestros ojos.

domingo, 19 de junio de 2022

La fiesta del Corpus ha de ser un signo de que algo nuevo se puede realizar, de un pan nuevo para nuestro mundo, cuando Cristo nos dice que le demos de comer

 


La fiesta del Corpus ha de ser un signo de que algo nuevo se puede realizar, de un pan nuevo para nuestro mundo, cuando Cristo nos dice que le demos de comer

Génesis 14, 18-20; Sal 109; 1Corintios 11, 23-26; Lucas 9, 11b-17

De camino cada cual para sus actividades se encuentran dos personas conocidas, que, vamos a pensar así, hace tiempo que no se habían encontrado por las circunstancias que sean, lo normal es que se detengan en su camino, se saluden, charlen, como se suele decir, de los aconteceres de la vida, y pronto cada uno siga con su camino. Pero allá se va una con cierto resentimiento en el corazón ‘porque ni por mi madre me preguntó que está delicada de salud’ y bien que lo sabía.

Y es que en ese encuentro y en ese intercambio de saludos en una buena acogida mutua se interesen los unos por los otros, salgan a relucir las preocupaciones que llevamos dentro y, en esa referencia que hemos hecho, nos interesemos por la salud de los familiares. En ese interés mutuo, aunque muchas veces no nos resuelvan nuestros problemas, nuestra acogida mutua pasa por ese interesarnos por lo que son las preocupaciones que llevamos dentro. Ya en el hecho de sentirnos acogidos en esas preocupaciones salimos como con una fuerza nueva, con una luz distinta para seguir el rumbo de nuestra vida.

Jesús llegó a aquel descampado, donde en principio pensaba estar a solas con los discípulos, a los que había invitado a ir para descansar un poco en ese encuentro amigable que Jesús pretendía con ellos – será algo que de una forma o de otra le veremos hacer en distintos momentos – se encontró con una multitud que le esperaba y que hasta allí habían acudido porque querían estar con el Maestro, porque llevaban en su corazón también muchos sufrimientos y muchos desalientos por lo duro del camino de la vida, y a donde habían acudido también con sus enfermos y discapacitados.

¿Qué hace Jesús? ¿Se desentiende porque otra era la programación que llevaba en mente? Jesús se queda con la gente, escucha sus llantos y sus sufrimientos, para todos tendrá una palabra que ponga una nueva esperanza en sus corazones; dice el evangelista que se puso a curar a los enfermos y a hablarles del Reino de Dios. Es el corazón lleno de misericordia que siempre será acogedor, es el corazón que se abre para regalarles su amor.


Y aquella muchedumbre está hambrienta porque largo ha sido el camino para llegar allí y en sus prisas por seguir a Jesús de pocas cosas se proveyeron para el camino. Los discípulos se preocupan y le dicen al Maestro que los despida para que vaya a los pueblos cercanos a buscar comida, pero Jesús les dice que le den ellos de comer. Entre la espada y la pared se encuentran porque todavía no han terminado de aprender la lección de Jesús. Y ya conocemos el conjunto del evangelio con aquellos pocos panes y peces que se ofrecen pero que Jesús repartirá para todos puedan comer en abundancia.

¿Será eso mismo lo que Jesús sigue ofreciéndonos hoy, sigue ofreciendo a los hombres y mujeres de todos los tiempos? ¿Será eso, por otra parte, lo que Jesús nos está enseñando a la Iglesia qué es lo que tiene que hacer con los hombres de nuestro tiempo? ¿Será ese el signo en el que hemos de convertirnos nosotros en medio de nuestro mundo para vivir esas mismas actitudes, ese mismo actuar, esos mismos valores de Jesús? ¿Dónde y cómo podremos encontrar esa imagen en la vida de la Iglesia?

Cierto es que es un evangelio que nos interpela, un evangelio en el que tenemos que convertirnos para anunciar también esa buena noticia. Tenemos algo que ha de ser imagen verdadera de lo que ahora estamos contemplando en este evangelio. Y estoy hablando de la Eucaristía, precisamente en esta fiesta tan especial que celebramos en este domingo del Corpus.

Es lo que Jesús ha querido dejarnos en la Eucaristía, lo que tiene que ser en verdad nuestra celebración. Ese momento en que nos encontramos y nos acogemos, ese momento que nos sentimos acogidos por Cristo a quien acudimos con lo que es nuestra vida, con sus luces y con sus sombras, con sus preocupaciones y con sus esperanzas, con sus sufrimientos y sus angustias, pero que nos vamos a sentir acogidos por Cristo, que nos recibe, nos escucha, nos ofrece algo nuevo y distinto para nuestra vida, El mismo se hace nuestro alimento y nuestra fuerza.

Son los pasos de toda celebración eucarística, que es mucho más que un rito que repetimos, que tiene que ser un verdadero encuentro con el Señor y con los hermanos desde lo que es nuestra vida. Es Cristo el que nos sale al encuentro, nos escucha, nos habla, nos regala no un pan milagrosamente multiplicado sino el verdadero Pan del Cielo que es su Cuerpo y su Sangre para llenarnos de vida, para regalarnos su salvación.

Es lo que tenemos que vivir con toda intensidad cada vez que celebramos la Eucaristía. Cristo está aquí en medio de nosotros y se hace alimento y vida nuestra. Ese Cristo que también nos envía – ‘darle vosotros de comer’, que le dijo a los discípulos – para que vayamos a llevarle a ese mundo hambriento de algo nuevo y distinto, aunque muchas veces no sepa bien qué es lo que busca. Es la misión que pone en nuestras manos, es la tarea que nos encomienda. ¿Seremos así acogedores con nuestro mundo como lo hizo Jesús en aquella ocasión?

Hoy nuestra celebración salta las barreras de nuestros templos porque queremos salir con Cristo Eucaristía por nuestras calles y plazas en una proclamación de nuestra fe, de su presencia real y verdadera entre nosotros. Pero esa proclamación de nuestra fe no se puede quedar en los signos y ritos que realicemos durante la procesión que celebramos, sino que tiene que ser signo de algo más.


Con Cristo queremos salir nosotros también al encuentro de nuestro mundo; a ese mundo vamos a darle la señal de que Cristo está con nosotros, de que Cristo está también en medio de ese mundo con sus problemas, con sus guerras, con sus ambiciones, con sus vanidades, con sus sombras, con sus esperanzas muchas veces frustradas, pero que sin embargo no ha perdido la ilusión de que algo nuevo se puede realizar.

Pues sí, hemos de ser signos de que algo nuevo se puede realizar, de que hay un pan nuevo para ese mundo que nos rodea, de que nos dejemos iluminar por esa luz de Cristo y veremos que nuestro mundo será mejor. Es nuestro compromiso y nuestra tarea. Es lo que queremos manifestar hondamente con la procesión del Corpus que celebramos. Esas alfombras y esos arcos y colgaduras que con tanta ilusión realizamos para adornar nuestras calles al paso del Santísimo Sacramento sean un signo de que podemos unirnos para realizar cosas hermosas para hacer nuestro mundo mejor.