sábado, 2 de abril de 2022

Aunque ya muchas veces hayamos reflexionado y rumiado la Escritura, escúchala ahora como si fuera la primera vez para que se convierta de verdad en evangelio para tu vida

 


Aunque ya muchas veces hayamos reflexionado y rumiado la Escritura, escúchala ahora como si fuera la primera vez para que se convierta de verdad en evangelio para tu vida

Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53

‘Jamás ha hablado nadie como ese hombre’, fue la respuesta que dieron los guardias a los sumos sacerdotes del templo que los habían enviado a prender a Jesús. ‘¿Por qué no lo habéis traído?’, preguntaban ante el incumplimiento de sus órdenes.

Pero aquellos guardias sencillos de corazón se habían sentido cautivados por la palabra de Jesús. Como la gente sencilla que le reconocían como el profeta, que casi le proclamaban como el Mesías. Aunque vinieran los entendidos de turno a argumentar que Jesús no podía ser el Mesías, simplemente por el hecho de que venía de Galilea, y el Mesías no sabían de donde vendría.

Aquel fariseo de noble corazón que una noche había ido a hablar con Jesús les argumenta que no se puede condenar a nadie sin haberle escuchado; pero también le rechazan como si fuera un ignorante, argumentando que sabían que Jesús venía de Galilea y de allí no había surgido nunca un profeta. Como si Dios tuviera unos límites para escoger a los profetas que enviase al pueblo para transmitirles su palabra. Los sabios y entendidos de siempre que todas se las saben.

Nos recuerda aquel momento en que Jesús da gracias al Padre porque los misterios de Dios los está revelando a los pobres y a los sencillos y no a los que se creen entendidos; el profeta también había anunciado que la buena nueva se le anunciaría a los pobres, porque una señal de la venida del Reino era que los pobres serían evangelizados.

Son los que escuchan a Jesús, son los que entran de verdad en la sintonía de Dios, serían los que le proclamarían como un profeta y que lo llamarían el enviado del Señor, reconociendo que en Jesús Dios ha visitado a su pueblo. Lo proclamaría proféticamente el anciano Zacarías que bendice a Dios que ha visitado a su pueblo por su entrañable misericordia. Es lo que vamos contemplando a lo largo del evangelio porque en Jesús se manifiesta la misericordia del Señor; son los que rodean continuamente a Jesús y hasta serán capaces de irse al desierto sin provisiones para estar con El, para escuchar su Palabra.

Lo contemplamos hoy en el evangelio en este camino que vamos haciendo con Jesús y su Palabra hasta la Pascua. Es lo que va alimentando ahora nuestra fe, para que seamos capaces también nosotros de entrar en la sintonía de Dios. ¿Qué necesitamos? El corazón de los humildes y de los sencillos, porque será a los que se revela el Señor. Es importante. Tenemos a veces la tentación de darle vueltas y vueltas al Evangelio, buscarle explicaciones o formas de aplicarlo a nuestra vida que podemos llegar a querer ser esos entendidos que a la larga con nuestros orgullos lo que hacemos es cerrar el corazón.

Muchas veces, por otra parte, creemos sabérnoslo todo y lo que hacemos es cerrar el corazón; cuantas veces cuando lo escuchamos ya vamos con nuestras respuestas, nuestras explicaciones o nuestras consideraciones previamente preparadas y no terminamos de abrir el corazón a la novedad que siempre ha de tener el evangelio para nuestra vida. Si lo despojamos de esa novedad ya no es noticia, ya no es buena noticia para nosotros y terminamos por hacerlo algo viejo en nuestra vida desvirtuando su mensaje de salvación que tiene que llegarnos al hoy de nuestra vida.

Aunque ya muchas veces lo hayamos reflexionado y rumiado, escúchalo ahora como si fuera la primera vez que lo escucharas para que se convierta de verdad en buena noticia, en evangelio para tu vida. Entonces sí que podremos decir nosotros también ‘Jamás ha hablado nadie como ese hombre’.

viernes, 1 de abril de 2022

Es hora de que los cristianos nos manifestemos con claridad y total libertad frente a un mundo que quiere hacernos callar

 


Es hora de que los cristianos nos manifestemos con claridad y total libertad frente a un mundo que quiere hacernos callar

Sabiduría 2, 1a. 12-22; Sal 33; Juan 7, 1-2. 10. 25-30

Siempre nos encontramos con situaciones así, gente incomprendida, gente que no es valorada ni se le tiene en cuenta, gente a la que se le rechaza porque piensan distinto, y quizá su gran pecado es pensar distinto a las corrientes que están de moda; porque muchas veces lo que llaman opinión pública viene por rachas, porque ahora toca hablar de esto y todo el que no piense como aquellos que se creen dirigentes tratando de imponer sus puntos de vista a la sociedad serán unos fachas, como se dice ahora, o son unos retrógrados.

Muchas veces parece que la libertad de expresión es solo para los que llevan la sartén por el mango a la  hora de manipular medios de comunicación o redes sociales. Muchas cosas que se dicen están muy bien dirigidas para empañar una imagen, para hacer ver las cosas según sus intereses. Y como no se piense como lo que ellos dicen que se consideran la mayoría, ya no se les acepta, se les rechaza, se les pone no se cuántos sambenitos.

¿Hasta dónde llega una libertad verdadera? Ese pluralismo del que hacemos gala, ¿será solo para algunos asuntos interesados mientras los que piensen distinto son relegados a otro plano? Lo políticamente correcto, que se dice hoy. Lo vemos en tantas facetas de la vida social. ¿Hasta dónde somos capaces de respetarnos unos a otros aunque tengamos opiniones diferentes? Porque a algunos si pudiéramos no les dejaríamos hablar.

Y esto nos está sucediendo hoy cuando queremos hablar de nuestra fe, cuando desde nuestras convicciones éticas, desde nuestras convicciones morales derivadas de lo que es nuestra fe queremos expresarnos. Lo que entre en el ámbito religioso se quiere hoy relegar a lugares ocultos, por decirlo suavemente, y se manipula lo que sea necesario con tal de echar lodo sobre los cristianos y sobre la Iglesia. Cuando no pueden hacer otra cosa y no queda más remedio que permitir unas manifestaciones religiosas, las convertimos en tradiciones culturales y si pueden le cambian o tergiversan el nombre, pero despejándolas de todo el sentido de la fe. Mira en lo que han querido convertir muchas de nuestras celebraciones cristianas.

Nos hace falta una valentía grande a los que queremos ser consecuentes con nuestra fe y manifestarnos como creyentes y con unas posturas bien diferenciadas en medio de la sociedad. Algo que tenemos que tomarnos muy en serio los cristianos que queremos manifestarnos con autenticidad.

Me ha sugerido toda esta reflexión lo que venimos escuchando en el evangelio. Jesús es rechazado, ya andan tramando cómo quitarlo de en medio. Cuando sube a la fiesta de los Tabernáculos no sube abiertamente con todos, sino que lo hará más tarde. Cuando la gente se entera de que anda por Jerusalén hasta algunos ya llegado el bulo de que Jesús no subía a Jerusalén para la fiesta. Ya alguien se encargaría de ir dejando caer noticias y comentarios.

A los judíos no les interesaba tampoco que Jesús se manifestara abiertamente a la gente. Pero allí está Jesús con su Palabra clara y valiente manifestando cual es su misión y como se siente enviado por el Padre. El sabía a lo que se exponía con su subida a Jerusalén, como sucederá más tarde con la fiesta de la Pascua, pero allí está Jesús con su mensaje y su misión. No vale esconderse, no vale ocultarse aunque evite violencias innecesarias, porque aun no ha llegado su hora.

Nos tiene que hacer pensar, reflexionar sobre la valentía con que nosotros manifestamos que somos creyentes, que confesamos que Jesús es nuestro único Salvador. No siempre damos la cara como deberíamos hacerlo, andamos también con nuestras prudencias y hasta nuestros miedos. ¿Por qué no manifestamos abiertamente lo que somos y en lo que creemos? Sintamos la libertad de los hijos de Dios. Con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor.

 

jueves, 31 de marzo de 2022

Que el Espíritu del Señor nos ilumine y mueva nuestros corazones para que seamos capaces de descubrir las señales de Dios en Jesús, nuestra única salvación

 


Que el Espíritu del Señor nos ilumine y mueva nuestros corazones para que seamos capaces de descubrir las señales de Dios en Jesús, nuestra única salvación

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47

La vida del ser humano podíamos decir que en cierto modo es siempre una vida de búsqueda; desde que nacimos y comenzamos a palpar la realidad que nos rodea la criatura está en esa búsqueda, quiere conocer, quiere palpar todo cuanto le rodea diferenciando lo que es su propia vida de la vida del entorno que le rodea; sus ojos, y podíamos decir que su mente está siempre abierta y atenta a lo que sucede y en la medida que crecemos y va madurando nuestra mente comienzan también los porqués de cómo son las cosas, cómo es la vida, cómo es lo que le rodea, hasta que se hace las preguntas más profundas sobre su propio ser, su vida y lo que realiza o ha de realizar en ese mundo que va descubriendo.

Siente el ser humano que su vida se trasciende, no se queda solo en el momento, en lo presente, descubre que hay un más allá, pero hay algo también más arriba porque siente que está por encima de todo, que todo lo gobierna o todo le da sentido. Es la búsqueda y el encuentro con el sentido de Dios, donde surgirán las preguntas más trascendentales y en cuya respuesta va a ir encontrando el sentido de su vida. no siempre quizás sabemos hacernos las preguntas de la forma más correcta, y no siempre sabemos encontrar la respuesta; nos dejamos guiar por la experiencia de quienes viven junto a nosotros y en quienes ponemos también nuestra confianza para alcanzar esas respuestas, o para alcanzar ese sentido de la propia vida.

Sin embargo podemos obcecarnos, sucede que se nos cierra la mente, que nos quedamos quizás paralizados en un momento sin saber seguir adelante, o sin tener la valentía de buscar y de dejarnos guiar; hay cosas que desde lo material que vivimos también puede cerrarnos puertas y perder esa capacidad de trascendencia, ese sentido espiritual de la vida y del ser humano. Quizás podemos tener pruebas palpables de lo que nos da sentido, pero seguimos encerrados en nuestras ideas o en nosotros mismos y no somos capaces de ver.

Es la búsqueda del ser humano, es la búsqueda de la vida, es la búsqueda de Dios. Y Dios va dejando señales de su presencia, señales para que le podamos encontrar, Dios viene a nuestro encuentro y se nos da a conocer. Es la revelación de Dios. Es lo que está en ese fondo de nuestra religión cristiana, es la revelación que Jesús va haciendo de sí mismo, pero es la revelación que nos hace de Dios. Por eso le llamamos la Palabra, la revelación de Dios; es Dios mismo que nos habla, pero tenemos que saber escuchar, tenemos que abrirnos a ese misterio porque si seguimos encerrados en nuestras propias ideas no nos abriremos nunca a lo que Dios de si mismo quiere revelarnos.

En el pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece estamos viendo como Jesús se nos revela, pero nos está diciendo las señales y las pruebas para que podamos encontrarle, para que podamos escucharle y conocerle. Nos dice que tenemos que ver sus obras, son la garantía del Padre que nos señala a Jesús, como en otro momento nos dice que tenemos que escucharle, porque es el Hijo amado; pero Jesús apela al testimonio de Juan, pero también a lo anunciado de El en la Escritura, nos dice que hay que escuchar a Moisés.

Los contemporáneos no Jesús no terminaron de comprenderlo; no supieron leer esos signos y señales para conocerle. Son las diatribas entre Jesús y los judíos, que escucharemos en estos días en el evangelio. Abramos nuestro corazón, dejémonos conducir, seamos capaces de ver las señales, para que seamos capaces de reconocer que solo en Jesús podremos encontrar la verdadera salvación.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Miramos a Cristo y cómo sube a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y queremos seguir sus mismos pasos con valentía frente a mundo que quizás no nos entiende

 


Miramos a Cristo y cómo sube a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y queremos seguir sus mismos pasos con valentía frente a mundo que quizás no nos entiende

 Isaías 49,8-15; Salmo 144; Juan 5, 17-30

Hay momentos en los que tenemos que tomar partido y hay que decantarse en un sentido o en otro; no siempre es fácil, porque tenemos miedos e inseguridades en nuestro interior, porque nos cuesta entender que tomar una decisión nos lleva a arrostrar las consecuencias, porque algunas veces parece que preferimos nadar entre dos aguas, como suele decirse, porque sabemos que según la decisión que tomemos habrá quienes quizás nos alaben pero habrá muchos que estarán en contra; hoy hablamos de decisiones, posturas, actitudes que no son siempre políticamente correctas, porque quizás nos llevaría a enfrentarnos a unas mayorías, o al menos más bulliciosas, que son de opinión distinta a lo que nosotros podamos opinar.

Nos pasan cosas así cuando tenemos que dar opinión sobre una situación social, por ejemplo, cuando tenemos que decantarnos por una posición llamémosla ideológica, cuando queremos actuar según unos principios, cuando tenemos que ponernos al lado de seres indefensos, por ejemplo, a los que tendríamos que defender frente a jaurías que ladran en contra. Y esto nos cuesta cuando tenemos que presentar la fe que tenemos y que es el aliento de nuestra vida; en un mundo de increencia, que se manifiesta laico y contrario a todo sentimiento religioso, cuando nos dicen que eso de la fe y de la religión es algo privado y no tiene que tener ninguna manifestación pública… muchos momentos que vivimos y nos cuesta dar la cara.

Nos hace falta una fe valiente; nos hace falta tener arrojo en nuestro interior para manifestar públicamente nuestra fe y dar testimonio de ella con una vida que obra en consecuencia. Tenemos que saber arrostrar todas las consecuencias, aunque quizás nos hagan pasar por momentos malos. ¿Dónde encontrar esa fuerza interior? ¿Dónde apoyarnos para sentirnos verdaderamente valientes y demos la cara por aquella fe que tenemos?

Diría, por así decirlo, una sola palabra, una actitud: miremos a Jesús. En el evangelio hemos venido escuchando cómo Jesús según sube a Jerusalén para aquella pascua le va anunciando a los discípulos todo lo que va a suceder aunque ellos no terminen de entender. Hay un momento en el evangelio que parece que Jesús va deprisa en su subida, va delante de sus discípulos y sin hacer parada, por así decirlo. Jesús sabe a lo que sube a Jerusalén, el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los gentiles, como les repite tantas veces.

Ahora en estos días que nos restan para la celebración de la pasión y muerte del Señor, para celebrar su Pascua y resurrección iremos escuchando el relato de lo que fueron aquellos días en Jerusalén. Jesús se está manifestando claramente como el Hijo de Dios, que ha venido con una misión y que El no realiza ninguna otra cosa sino la obra que el Padre le encomendó. En el Evangelio de san Juan, que es el que principalmente iremos escuchando, se emplea la expresión los judíos, en esa referencia sobre todo a aquellos que se oponían a su misión y se enfrentaban a Jesús y que son los que le llevarían a la muerte.

Hoy ya le hemos escuchado cómo si creemos en El tendremos vida para siempre porque estamos llamados a la resurrección. En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán… No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio…’

Pero nos dice también: ‘En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida’.

Sí, estamos llamados a pasar de la muerte a la vida, estamos llamados a la Pascua. Lo vamos a vivir y celebrar intensamente en las celebraciones pascuales de los próximos días, pero es algo que tiene que ser siempre el centro de nuestra vida.  No importa que no seamos comprendidos, no importa que el mundo vaya por otros derroteros y hasta muchas veces muchos cercanos a nosotros que se dicen cristianos y tener fe, pero que no acaban de comprender de verdad el sentido de la Pascua que vamos a celebrar, y o se quedan en cosas superficiales o se olvidan de lo que significan para los creyentes estos días y se van por otros derroteros.

Es ahí, en ese mundo, donde tenemos que dar la cara y actuar con valentía en el testimonio de fe que tenemos que dar. Es ahí donde tenemos que decantarnos valientemente y sin ningún temor. Miramos a Cristo y cómo sube a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y queremos seguir sus mismos pasos.

martes, 29 de marzo de 2022

Abramos nuestros ojos para saber descubrir los caminos de Dios que nos hacen llegar la salvación a nuestras vidas

 


Abramos nuestros ojos para saber descubrir los caminos de Dios que nos hacen llegar la salvación a nuestras vidas

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-16

Algunas veces estamos envueltos por la luz y no sabemos de dónde viene la luz o cuál es la luz que en verdad nos ilumina. Caemos en cierta insensibilidad, nos acostumbramos a ver cosas ante las cuales ya no mostramos ni sorpresa ni admiración; nos parecen tan normales que no caemos en la cuenta de su valor. Pueden parecer un contrasentido las cosas que estoy diciendo, pero nos sucede en muchas cosas a las que terminamos por no darles valor siendo muy importantes en nuestra vida. Quien está envuelto por la luz y no sabe lo que es la luz, aunque parezca un contrasentido.

En los pasajes que hoy nos ofrece la Palabra de Dios, tanto el evangelio como la primera lectura hay detalles y cosas que quizá no terminamos de comprender. En el evangelio, por ejemplo, cómo fue posible que aquel hombre que fue curado no mostrara ningún interés por saber quién es el que lo había curado y a qué venía aquella curación.

Estaba tan ansiado por un día poder meterse en el agua para curarse y aunque reconocía que no había podido en tantos años, ahora le parece hasta en cierto modo normal que llegue alguien y sin ni siquiera ayudarlo a meterse en el agua le diga que tome su camilla y marche a su casa porque está curado. Ya nos da el detalle el evangelista que por el jaleo de la mucha gente que había en la piscina, Jesús trata de pasar desapercibido y una vez curado el hombre se escabulle entre la gente.

Por otra parte en la primera lectura habla de aquel torrente de agua que manaba debajo del templo y que va creciendo y creciendo de manera que poco a poco el que nos lo narra nos habla del hombre que se va metiendo en el agua hasta que le llega al cuello. Será a la vuelta cuando se de cuenta que ese torrente de agua está llenando de vida las orillas de manera que han ido surgiendo numerosos árboles cargados de ricos frutos. Tan absorto iba en la medida que se metía en el agua que no fue capaz de darse cuenta de la belleza que se está generando en su entorno. Nos cegamos en ocasiones con algunas cosas y no llegamos a admirar lo que en verdad produce maravillas.

¿Necesitaremos en verdad abrir los ojos para darnos cuenta donde están las verdaderas maravillas? ¿Tendremos que aprender a valorar lo que podemos encontrar en nuestro entorno, o lo bueno que recibimos de los demás para en verdad ser agradecidos por cuanto recibimos? ¿Nos cegaremos así ante la acción de Dios en nuestra vida? ¿No nos sucede muchas veces que vamos tan absortos en nuestras cosas que no nos damos cuenta de con quien nos vamos encontrando en la vida?


Jesús llegó a la piscina y supo apreciar el detalle; allí había un hombre que llevamos muchos años esperando el movimiento del agua para curarse. Tantos entrarían una y otra vez por aquellos lugares y no se darían cuenta de quién estaba allí arrinconado esperando una mano que le ayudara a dar unos pasos. De la misma manera que vamos tantas veces por la vida. Nos parecemos a aquel rico epulón de la parábola que no era capaz de darse cuenta del pobre Lázaro que estaba a su puerta.

Sepamos, por otra parte, apreciar la acción de Dios en nuestra vida. Cuántas veces acudimos a Dios con nuestras suplicas desde nuestros problemas y nuestros agobios pidiendo esa ayuda del Señor. Quizás esperamos una respuesta concreta y a nuestra manera que nos parece que no la conseguimos. Al final la vida sigue su curso y aquellas situaciones se fueron resolviendo o no tuvieron la gravedad que nosotros pensábamos al principio; y nos olvidamos de aquella oración que hicimos, de aquella súplica quizás muchas veces angustiada que le hacíamos a Dios.

Y ahora no somos capaces de ver que aunque no nos diéramos cuenta allí estuvo la mano del Señor, allí casi sin darnos cuenta pudimos sentirnos en paz, en un momento determinado cambió nuestra visión de las cosas y parece que ahora todo discurre por la normalidad, ¿por qué no reconocer que allí estuvo la gracia del Señor que nos ayudó a mantener la paz, a que las cosas discurrieran de otra manera, o que llegáramos a tener ahora una visión distinta de las cosas?

Un actuar de Dios silencioso, pero donde se hizo presente la salvación, el amor de Dios, y no lo llegamos a reconocer. Abramos nuestros ojos y veamos ese camino de Dios que llega a nosotros.

lunes, 28 de marzo de 2022

Queremos ser buenos y avanzar en los caminos de la fe y una y otra vez nos llenamos de dudas, pero nos ponemos en camino fiándonos de la Palabra de Jesús

 


Queremos ser buenos y avanzar en los caminos de la fe y una y otra vez nos llenamos de dudas, pero nos ponemos en camino fiándonos de la Palabra de Jesús

 Isaías 65, 17-21; Sal 29; Juan 4, 43-54

No me lo puedo creer; lo estábamos esperando con mucho ardor, lo pedíamos continuamente a quien tuviera posibilidad de que se nos concediera, pero cuando llegó el momento y alguien nos lo ofreció, no lo terminamos de creer, nos parecía imposible. Esto lo podemos referir a muchos aspectos o cosas de la vida, sea un premio, sea la consecución de un sueño, la meta alcanzada tras duros esfuerzos, en muchas cosas de la vida podemos leer esto que estamos hablando.

De alguna manera se quedó boquiabierto aquel funcionario que subió hasta Caná para pedirle que fuese a curar a su niño enfermo. El funcionario insiste ante los comentarios de Jesús de que solo creen si ven signos y prodigios. Si Jesús va a tardar mucho y se entretiene en cualquiera que le sale a su paso, piensa él, en lo que baja a Cafarnaún el muchacho se le muere; por eso insiste a Jesús: ‘Señor, baja antes de que se me muera mi niño’. Pero Jesús le dice que su hijo ya está curado, no hace falta que Jesús baje hasta Cafarnaún para esto. ‘Anda, le dice, tu hijo vive’. Aun no se lo cree porque cuando se encuentra en el camino a los criados que vienen desde Cafarnaún anunciándole que su hijo está curado, aun quiere hacer una comprobación más, preguntando por la hora en que lo dejó la fiebre. La misma hora en que Jesús le había anunciado que su hijo estaba vivo.

El hombre quiere creer, pero duda; el hombre viene con fe hasta Jesús, pero quiere de alguna manera palpar con sus manos, verlo con sus propios ojos, lo que Jesús hace para curar a su hijo; el hombre quiere creer todo lo que le anuncian pero aun no se lo puede creer y quiere hacer algunas comprobaciones más. Parece como si el amor que siente por su hijo le cegara para no terminar de creer en las palabras de Jesús, aunque le está pidiendo con la insistencia de la fe que vaya a curar a su hijo.

Nos pasa quizá tantas veces en los derroteros de nuestra fe. Pedimos pero dudamos; pedimos pero parece que no tuviéramos la certeza de que nos van a conceder lo que estamos pidiendo; pedimos pero queremos ver cosas extraordinarias y maravillosas y no parece que no nos valen las cosas pequeñas y sencillas.

Y queremos ser buenos y avanzar en los caminos de la fe y una y otra vez nos llenamos de dudas; nos dejamos arrastrar por las cantinelas que como cantos de sirena suenan alrededor; parece que nos puede mucho más el racionalismo imperante a nuestro alrededor; vivimos tan materializados en las cosas de cada día en las que luchamos por obtenerlas, pero se nos queda lejos el campo de lo espiritual, de lo sobrenatural.

No tenemos que dejarnos arrastrar por nuestras dudas y por nuestros miedos; no tenemos que acomplejarnos porque cuando vamos caminando este camino espiritual de la fe, los que caminan a nuestro lado no lo entienden y nos preguntan para qué nos sirve la fe; tenemos que aprender a caminar seguros en nuestras convicciones, con los pies bien firmes en ese camino de la fe para no tambalear ante cualquier corriente, ante cualquier vientecillo que quisiera apagarnos esa luz que nos puede parecer mortecina; tenemos que aprender a dejar de estar pidiendo tantas pruebas, para dejarnos conducir, para dejar que el Espíritu del Señor guíe en verdad nuestros corazones, nuestras decisiones, nuestros pasos.

Tenemos que creer en la palabra de Jesús y ponernos en camino. A donde quiera llevarnos el Espíritu. A dar nuestro testimonio valiente. A iluminar nuestro mundo con esa luz de la fe convencidos de verdad que en Jesús está la salvación.

domingo, 27 de marzo de 2022

Una parábola que nos habla de la mirada misericordiosa de Dios y nos enseña a tener una nueva mirada hacia los hombres, nuestros hermanos, buscando caminos de reconciliación

 

Una parábola
que nos habla de la mirada misericordiosa de Dios y nos enseña a tener una nueva mirada hacia los hombres, nuestros hermanos, buscando caminos de reconciliación

Josué 5, 9a. 10-12; Sal 33; 2Corintios 5, 17-21; Lucas 15, 1-3. 11-32

Algunas veces parece que nos duele que otros sean buenos y muestren un corazón misericordioso y compasivo con los demás; y es que muchas veces cuando le ponemos una marca a alguien, catalogándolo de una determinada manera, parece que esa marca es imborrable y por mucho que veamos que esa persona ha cambiado para nosotros sigue siendo la misma.

Es la dureza de nuestros juicios y condenas, es la malicia que ponemos en seguir marcando a alguien por un error, por algo que hizo mal en algún momento de su vida; como si nosotros hayamos sido siempre trigo limpio. Bien nos vendría recordar muchas veces aquello de Jesús cuando lo de la mujer adúltera que quien no tenga pecado que sea el que tire la primera piedra.

Siempre habrá alguien que recuerde, que saque de nuevo a relucir lo que sucedió con aquella persona en algún momento. Y cuidado que esas actitudes nos las encontramos alguna vez en personas que se tienen por buenas y piadosas. Bueno, era lo que sucedía en tiempos de Jesús, aquellos que se consideraban a si mismos los más puros serían los que andarían siempre recordando que los publicanos, las prostitutas, los pecadores siempre seguirían siendo los mismos y no merecerían la atención y el respeto de los demás, sino que había que alejarse de ellos, como se suele decir, como alma que lleva el diablo.

La motivación de la parábola que hoy Jesús nos ofrece está precisamente en la actitud de los fariseos y de los maestros de la ley que criticaban a Jesús porque se mezclaba con publicanos y pecadores. ‘Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. Ya lo vemos en distintos momentos del evangelio que siempre están al acecho de lo que hace o dice Jesús.

Conocemos la parábola que hemos escuchado y meditado muchas veces y no es necesario repetirla de nuevo con todo detalle, aunque conviene releerla muchas veces - Lucas 15, 1-3. 11-32 - para escucharla de verdad en el corazón. El hijo que le pide su herencia a su padre y se marcha para vivir de mala manera. La vida dura e inhumana que tendrá que vivir cuando todo se acaba, y su ser capaz de levantarse para volver a la casa del padre.

Pero como bien sabemos la parábola no se acaba con la conducta negativa de ese hijo que se marchó de la casa del padre, sino que nos resaltará también la actitud negativa del hijo que parecía bueno, del que se quedó en la casa del padre, pero que su corazón estaba bien lejos de la actitud misericordiosa del padre que había recibido al que había marchado.

Es el orgullo y la envidia, es el desprecio y el resentimiento que invaden su corazón y le hace incapaz para la misericordia y el perdón. Tampoco él, como aquellos fariseos que no querían mezclarse con los publicanos, quiere mezclarse con su hermano que ha vuelto; para él seguirá siendo el hermano perdido, ya no lo llamará hermano; será un barrera que se interponga también con la actitud misericordiosa del padre para quien no tendrá sino quejas y reproches.

Pero en medio está el gran personaje, por así decirlo, de la parábola, el padre. El padre que siente el dolor de la ruptura de sus hijos, no solo es la ruptura de quien marchó de su casa y de su hogar, sino es el dolor del hijo que no sabe perdonar ni acoger como él lo está haciendo. Es el padre que espera paciente, que busca la manera de salir al encuentro, que corre gozoso al encuentro del hijo que vuelve, pero que va en búsqueda del hijo que con su actitud se quiere marchar, está creando barreras, sigue manteniendo un corazón endurecido e insensible.

Es el padre que nos está mostrando lo que es el amor de verdad, que no reprocha ni condena, que siempre espera y siempre está a la búsqueda, que tiene sensibilidad en su corazón para descubrir las tragedias que pueden están desarrollándose en el corazón de los hijos, ya estén lejos o ya estén físicamente cercanos, pero lejos de corazón como sucede con el hijo mayor.

Es la gran lección que nos está dando hoy Jesús, porque nos está hablando del amor misericordioso de Dios, que también a nosotros nos llama y nos espera, también viene en nuestra búsqueda y nos ofrece los brazos y abrazos de su amor. Porque ahí en esos hijos estamos retratados nosotros, porque muchas de esas posturas, actitudes y rupturas ha habido en muchas ocasiones en nosotros. Nos está enseñando a dirigir nuestra mirada a Dios y nos dejemos mirar por El, pero aún más que nosotros aprendamos también a tener una mirada como la de Dios. Nuestra mirada a Dios, repito, la mirada de Dios sobre nosotros, pero la nueva mirada que hemos de tener para los demás.

Es la mirada de la Pascua, es la mirada que vamos a recibir desde la cruz, como la mirada que nosotros elevaremos al que está levantado en lo alto; es la mirada con que hemos de bajar nosotros del Calvario y de la Pascua para ir al encuentro de ese mundo que nos rodea. Es una mirada que se hace oración porque invocamos la misericordia de Dios sobre nosotros y sobre nuestro mundo; pero es también una acción de gracias porque en esa mirada nos sentimos especialmente amados de Dios; pero es la súplica también por nuestro mundo roto por tantas miserias y tantas ambiciones, por tanta violencia y por tanta guerra, por tantos orgullos que nos dividen y crean barreras, es la súplica que se hace compromiso por la paz.

No olvidemos, como nos dice san Pablo, que tenemos que ser ministros de reconciliación.