sábado, 22 de enero de 2022

Necesitamos estar con… y decimos en la vida con la familia, con los amigos más cercanos, incluso con nosotros mismos, pero necesitamos estar con Jesús

 


Necesitamos estar con… y decimos en la vida con la familia, con los amigos más cercanos, incluso con nosotros mismos, pero necesitamos estar con Jesús

2Samuel 1, 1-27; Sal 79; Marcos 3, 20-21

¡Cómo ansiamos llegar a casa después de una agotadora jornada de trabajo y descansar! Forma parte del ritmo de nuestra vida. Todo lo puede ser trabajo, hemos de saber encontrar tiempo para nosotros mismos, para descansar, para estar en tranquilidad, con los nuestros, con nuestra familia, para relajarnos y no hacer nada. Aunque pareciera un tiempo perdido, no lo es, porque necesitamos recuperar fuerzas, que no solo es lo físico sino también de la tensión mental que vivimos con nuestros trabajos, con los ajetreos de la vida.

Hoy nos dice el evangelio que la gente cuando se enteró que llegaba y estaba en casa se agolparon a la puerta y no le dejaban tiempo ni para comer. En otros momentos del evangelio vemos situaciones así; cuando se sube a la barca de Pedro para predicar desde allí porque la gente se le echaba encima, cuando marchando a la casa de Jairo la gente por la calle lo estrujaba, cuando le vemos marchar al descampado con sus discípulos porque quería estar a solas con ellos y tampoco entonces encontraron la ocasión porque allí estaba ya la gente venida de todas partes esperándolo.

Dos aspectos podríamos resaltar hoy. Por una parte, esa necesidad de estar en casa, a solas o solo con los suyos. Es la necesidad del descanso, pero es también la necesidad del encuentro más íntimo y más cercano con los nuestros; no vamos a pensar en esta situación del evangelio de hoy que fuera porque necesitara a sus discípulos más cercanos explicarles de manera especial el evangelio del Reino que anunciaba – eso lo veremos también con todo detalle en otros momentos – sino que tendríamos que decir solamente por estar, por estar disfrutando de la compañía de los suyos.

Ya en el relato que escuchábamos ayer en la elección de los doce se hace referencia a que los eligió para que estuvieran con El. Necesitamos estar con… y decimos en la vida con la familia, con los amigos más cercanos, y si queremos incluso para estar con nosotros mismos, para encontrarnos con nosotros mismos. Es tiempo de maduración, es tiempo si queremos llamarlo así de silencio, de interiorización, es tiempo de escucha interior, es tiempo de reposo de nuestro espíritu. Y todos lo necesitamos. Es lo que nos está insinuando el evangelio de que Jesús y sus discípulos se fueron a casa. ¿Sabremos hacerlo? ¿Nos sentiremos necesitados de hacerlo?

Y el otro aspecto es la búsqueda de la gente por Jesús. Lo hemos ido viendo a través de todo el capitulo de esta semana. A donde quiera que va allí está la gente esperándole. Primero, podríamos decir, había sido Jesús el que había ido al encuentro con la gente, pero al ver los signos que hacía, pero al escuchar sus palabras dichas con autoridad, como reconocen, quieren escucharle, quieren estar con El. Y no podemos decir que fuera la novelería de la novedad, como tantas veces sucede, era la curiosidad que desde su interior sentían, porque sus conciencias se agitaban, las esperanzas renacían, descubrían que algo nuevo estaba comenzando.

Ya sabemos que no todos, porque pronto han comenzado los que están siempre acechando, los que no quieren que las cosas cambien, los que se aferran a sus costumbres o a sus privilegios y ven un peligro en toda novedad. Y esos también estarán en contra de Jesús. Pero Jesús actúa con libertad y a todos acoge, para todos tiene una palabra, en todos suscita una nueva esperanza.

¿Sentiremos esa curiosidad por Jesús? ¿Estaremos abriendo de verdad nuestro corazón para sentir la inquietud por el Reino de Dios que Jesús está queriendo sembrar en nuestros corazones? ¿Nos dejaremos sorprender por las palabras y los signos de Jesús para ir así con mayor inquietud en su búsqueda?

viernes, 21 de enero de 2022

Jesús sigue confiando en nosotros, seguirá queriéndonos llamar sus amigos y nos confiará su misma misión para ser apóstoles y testigos

 


Jesús sigue confiando en nosotros, seguirá queriéndonos llamar sus amigos y nos confiará su misma misión para ser apóstoles y testigos

1Samuel 24, 3-21; Sal 56; Marcos 3, 13-19

‘Jesús, mientras subía al monte, llamó a los que quiso, y se fueron con él’. Así comienza el relato del evangelio que hoy se nos ofrece. Y a continuación el evangelista nos da los doce nombres de los que han sido elegidos. Como nos explica, ‘instituyó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios’.

Hay algo que no siempre terminamos de entender. No es cosa nuestra, no es solo una decisión nuestra, es una elección de Dios. Muchas veces la gente piensa, bueno aquel se hizo sacerdote porque le gustaban esas cosas, o escogió ser cura como pudo haber escogido otra carrera en la vida. Incluso en nuestros ámbitos religiosos o de gente cercana a la Iglesia esa es la forma de pensar, una profesión como otra cualquiera. Es mucho más, es algo distinto. Algo, es cierto, que muchas veces cuesta entender.

Es cierto que la llamada del Señor es algo que entra en el ámbito del misterio, porque es algo sobrenatural. Y Dios se vale de muchas circunstancias de la vida para hacernos sentir su llamada. No es la aparición de un ángel que nos dice lo que tenemos que hacer. Sí, tenemos que decir que son movimientos del corazón, digámoslo así, algo que se siente en nuestro espíritu y que es difícil muchas veces de explicar. Y cada uno allá en la intimidad de su corazón ha de saber descubrir lo que es esa llamada del Señor.

Son los doce constituidos en apóstoles, serán los enviados a hacer el anuncio de la buena nueva del Evangelio. Pero antes Jesús quiere que estén con El. Como iremos viendo a lo largo del relato del evangelio le acompañarán a todas partes, serán testigos especiales de los signos que Jesús realiza, a ellos de manera especial les explicará el sentido de las parábolas con las que Jesús enseña a la gente, se los llevará a lugares tranquilos para que estén con El, y mientras van de camino va a recibir especiales enseñanzas de Jesús.

Serán los que van a compartir su misión. Por eso a ellos les dará especial autoridad para que puedan realizar los mismos signos que Jesús realiza. ‘Instituyó a doce para que estuvieran con él… y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios’, nos ha dicho el evangelista. Es todo un signo, toda una señal que hemos de dar de que somos los enviados del Señor; llamados a la transformación de nuestro mundo, llamados a arrancar el mal para que sea transformado nuestro mundo en un mundo de bien, de justicia, de verdad, de auténtica paz. Es el mal que tenemos que ir erradicando de nuestro mundo como signo de que realizamos la obra de Jesús; son los signos de que el Reino de Dios se va instaurando en nuestro mundo. Pero solo se podrá realizar con la autoridad de Jesús.

Aquellos que se han sentido llamados primero que nada han de realizar esa transformación de su vida a la imagen de Jesús, para que así se puedan manifestar en nosotros los signos del Reino de Dios. No olvidemos que siempre lo primero que Jesús nos pide para seguirle es la conversión. Y la conversión no es un ropaje externo que pongamos sobre nosotros sino que tiene que ser esa transformación de nuestra vida, porque de nosotros erradiquemos el mal, porque en nosotros comiencen a brillar de verdad esas señales del Reino de Dios.

Es tan importante ese estar con Jesús porque es donde nos impregnamos de su vida, de sus sentimientos, de sus actitudes, de su manera de actuar y de vivir. Solamente cuando estamos en profunda intimidad con alguien es cuando lograremos luego manifestar que estamos impregnados de su vida. Hay cosas que no se aprenden solamente por nos las enseñen o las escuchemos. Son cosas que ‘se nos pegan’ haciéndose nuestra misma piel, haciéndose nuestra misma vida.

Es el camino del Apóstol, un camino no siempre fácil. Ya vemos cuánto les costó a los discípulos que estaban siempre con El impregnarse de aquello que Jesús les enseñaba; una y otra vez volvían a rebrotar en ellos sus ambiciones y sus aspiraciones, sus luchas y rivalidades; quién será el primero, quién será el más importante son discusiones que se repiten muchas veces a espaldas de Jesús. Cuánto les costará entender lo de hacerse los últimos y los servidores de todos. Solamente con la fuerza el Espíritu que les inunda llegarán a proclamar en verdad que Jesús es el Señor.

Es el camino que hemos de recorrer los que nos decimos discípulos y seguidores de Jesús que también recibimos la misión de ser apóstoles y testigos. A pesar de nuestras debilidades y recaídas, a pesar de nuestras reticencias y desconfianzas, a pesar de esos sueños que muchas veces se nos meten en el corazón, Jesús sigue confiando en nosotros, seguirá queriéndonos llamar sus amigos, y nos confiará su misma misión.

jueves, 20 de enero de 2022

Partamos de la conversión del corazón para que haya un verdadero seguimiento de Jesús sin fanatismos y que se manifiesta en un compromiso de vida cristiana auténtica

 


Partamos de la conversión del corazón para que haya un verdadero seguimiento de Jesús sin fanatismos y que se manifiesta en un compromiso de vida cristiana auténtica

1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Sal 55; Marcos 3, 7-12

Los entusiasmos a veces nos pueden llevar a confusiones. Y por otra parte qué fáciles de manipular son unas multitudes enfervorizadas o entusiasmadas por algo. Basta que surja una voz que diga por aquí, para que todos a una corran en aquella dirección. Las manifestaciones tienen a veces consecuencias que no somos capaces de prevenir muy bien, cuando una multitud entusiasmada se ciega ante unas consignas no sabemos en lo que puede terminar; fijémonos en las violencias que provocan en ocasiones incluso en personas que nos parecía que eran muy pacíficas.

Pero esto puede hacer referencia a muchas cosas en la vida. Un entusiasmo por la amistad con alguien algunas veces puede llevar a confusiones donde no sabemos qué es realmente la verdadera amistad o las pasiones que se pueden desbocar. Nos podemos cegar en nuestro entusiasmo y realmente no lleguemos a captar lo verdadero y mejor de un mensaje, y en el aspecto religioso – que también en otros aspectos de la vida social – pueden desembocar en fanatismos, que no llevan en si mismos la verdadera paz del espíritu.

No quería Jesús que fuese ese el camino de los que le seguían y se convertían en sus discípulos. En el evangelio vemos con frecuencia esas multitudes que acuden de todas partes a Jesús porque quieren escucharle en las nuevas esperanzas que se suscitan en sus corazones, pero muchas veces solo buscando al taumaturgo que milagrosamente nos libere de todos los males, pero no dejando que se liberen de verdad los corazones. De ello nos está hablando hoy el evangelio. ‘Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón…Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo’.

Al principio hay unas previsiones que podríamos llamar de orden público o de protección civil empleando lenguajes de nuestro tiempo, ‘porque encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío’. Pero pronto vemos que Jesús quiere hacerles reflexionar en algo más. No dejaba que los que habían sido curados de los espíritus inmundos divulgaran lo que Jesús hacía o lo que ellos decían que era Jesús. ‘Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer’. No busca Jesús que su seguimiento sea simplemente por esos entusiasmos milagreros. El ha venido a anunciar la llegada del Reino de Dios y todo ha de comenzar por la conversión de los corazones. Mientras no haya esa conversión del corazón no habrá un verdadero seguimiento de Jesús.

¿Cuál es nuestra manera de seguimiento de Jesús? ¿Partiremos en verdad de esa conversión de los corazones? Bien conocemos nuestra realidad que en cierto modo es tan variada. Somos dados a movernos solamente desde cosas extraordinarias y fácilmente nos entusiasmamos con hechos milagrosos. Ha seguido siendo así a pesar del cambio de los tiempos. Sin quitarle el valor que esos lugares pudieran tener y ser también un signo que nos llame a la conversión, pero qué fáciles somos para correr de acá para allá buscando esos santuarios y lugares que encontramos más milagrosos. Seguimos buscando ese milagro que, decimos, fortalezca nuestra fe.

Nos entusiasmamos con manifestaciones multitudinarias en torno a una imagen sagrada, pero quizá no somos capaces de abrir con el mismo entusiasmo los oídos del corazón para escuchar la llamada del Señor a una vida mejor y una vida más santa. Cuidado no caigamos en la pendiente de los fanatismos religiosos por los que fácilmente podemos resbalar y cuando pase ese momento de verdad todo se pueda quedar en un vacío.

Creo que tenemos que ir haciendo paradas en la carrera de nuestra vida para entrar en momentos de mayor reflexión y de mayor interiorización, de un crecimiento de una verdadera espiritualidad que interiormente nos haga crecer y que se manifieste luego en ese compromiso de una vida cristiana auténtica, de una vida de un verdadero seguimiento de Jesús.

 

miércoles, 19 de enero de 2022

No seamos nunca sembradores de muerte, sino que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros gestos sean siempre semillas de vida

 


No seamos nunca sembradores de muerte, sino que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros gestos sean siempre semillas de vida

1Samuel 17, 32-51; Sal 143; Marcos 3, 1-6

Aquello del perro del hortelano, que ni come él ni deja comer al amo, es algo que nos encontramos en la vida muchas veces. Son las personas que siempre están al acecho de lo que puedan hacer los otros, al acecho porque siempre estarán con el dedo acusador levantado porque siempre ellos tendrán otra manera de hacer las cosas que les parece que es la única manera de hacerlo y no aceptarán de ninguna manera lo bueno que puedan hacer los demás.

Pasa, hay que reconocerlo, entre vecinos que siempre están detrás de los visillos, y es una forma de hablar, para ver y para juzgar, para mantener sus prejuicios, o para andar condenando a todo quiste sin saber realmente lo que están haciendo; son los que se dejan llevar por las apariencias, por sus prejuicios, por su manera de ver y de creerse los únicos y los mejores.

Pero decimos entre vecinos y nos quedamos cortos, porque demasiado es lo que vemos en este sentido en todo el ámbito de la vida social; cualquiera que quiera emprender una obra buena ha de saber que siempre, haya razón o motivo o no, habrá quien está en contra, quien lo juzgará y lo condenará incluso sin ver resultados.

No digamos nada en el ámbito de la vida política que siempre el adversario hará las cosas mal y los únicos que saben hacerlas bien son los de su cuerda. Es justo que haya disparidad de opiniones, forma parte de nuestra libertad y de nuestra libertad también de pensamiento, pero seamos capaces de ver lo bueno que hay en los demás. Cuántos ejemplos destructivos, de acciones destructivas desde estos razonamientos, nos encontramos en la vida de nuestra sociedad. Qué poco constructivos somos.

Creo que en el sentido más humano de la palabra, o en el sentido más humano que hemos de vivir como personas lo que tendríamos que hacer siempre es aprender a construir entre todos; necesitamos acercarnos para conocernos y para aceptarnos; necesitamos comprender que vivimos una misma humanidad y es entre todos cómo tenemos que construir nuestra sociedad; darnos cuenta que cada uno podemos aportar nuestro grano de arena, desde nuestras inquietudes y saber, desde nuestros valores y nuestras cualidades y que será como aprenderemos a hacer esa sociedad mejor. Qué lástima que seamos tan destructivos, porque a la larga nos estamos destruyendo a nosotros mismos.

Es la historia de nuestra humanidad, es la historia de todos los tiempos; cuántas cosas hemos ido destruyendo simplemente porque son ideas de los otros, porque son cosas de otro momento, porque eso que hay no sabemos compaginarlo con lo que ahora podríamos o tendríamos que destruir; y destruimos nuestra historia, destruimos nuestra cultura, destruimos la creación de otros genios que nos han precedido en la historia de la humanidad. ¿Qué dejamos nosotros a los que nos vienen detrás? ¿Qué valores estamos trasmitiendo a las nuevas generaciones cuando tanto destruimos? Leamos, si queremos y nos sentimos con fuerza para hacerlo, la misma historia que en el momento presente está transcurriendo en todos los sentidos.

El perro del hortelano que ni come él ni deja comer al amo. Me vino a la mente este refrán desde el texto del evangelio que hoy se nos ofrece y me ha sugerido esta reflexión que os he ido ofreciendo. Había un hombre enfermo en la sinagoga, era sábado y allí estaba Jesús queriendo proclamar el evangelio del Reino; pero por allá andaban los que siempre están al acecho, a ver qué hace Jesús. ¿Se atreverá a curar a aquel hombre saltándose todas las leyes del descanso sabático?

Pero Jesús les sale con la pregunta. ‘¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?’ ¿Podemos permitir que una persona siga sufriendo en nombre de esas leyes humanas? La persona en la vida, ¿para qué está? ¿Para destruir y dar muerte? ¿O acaso nuestra misión no es transmitir vida, dar vida?

Y esto lo podemos aplicar a muchas cosas, actitudes, posturas que tomamos en la vida. No destruyamos, sino construyamos; cuando no nos respetamos, cuando rechazamos de plano todo lo que pueda hacer el otro, cuando vamos llenos de prejuicios en la vida, cuando estamos condenando simplemente porque no es de nuestro parecer estamos siendo sembradores de muerte; que nuestras actitudes, nuestras palabras, nuestros gestos sean siempre semillas de vida y nunca de muerte.

martes, 18 de enero de 2022

No hay ley de Dios que sea verdaderamente divina y pretenda atentar contra la vida o la dignidad del hombre y la mujer

 


No hay ley de Dios que sea verdaderamente divina y pretenda atentar contra la vida o la dignidad del hombre y la mujer

1Samuel 16, 1-13; Sal 88; Marcos 2, 23-28

En un diálogo que sostenía con una persona no hace mucho y en el que salió el tema de la religión, al preguntarle por su fe me respondió con lo siguiente: ‘La verdad que creó en Dios… pero no con la personas…’ Una respuesta que me resultó en cierto modo ambigua. Pudiera tener diversas interpretaciones, aunque luego me aclaró que él era musulmán pero su fe no pasaba por Mahoma, sin embargo es una frase que puede reflejar algunas actitudes que podemos encontrar en algunos que se dicen creyentes. Creyentes, dicen, para creer en Dios, pero no quieren creer en las personas.

¿Será esto posible? Posible es en el sentido de la desconfianza que fácilmente nos tenemos los unos de los otros; quizás por experiencias frustrantes tenidas en la vida, ya no se quiere confiar en nadie, desconfiamos del que está a nuestro lado y quizá nos decimos que creemos en Dios porque lo situamos de alguna manera en tales alturas lejos de nosotros que de alguna manera aunque nos llamemos creyentes, tampoco es grande la relación que podamos tener con Dios.

Pero también una actitud así nos puede reflejar las distancias que ponemos entre la fe que decimos que tenemos en Dios y lo que es nuestra relación con los demás. Nos refugiamos quizás en nuestros actos religiosos, pero prescindimos del prójimo que tenemos a nuestro lado. Son cosas que hemos visto demasiadas veces, pero son cosas que de alguna manera nos pueden suceder a nosotros también. Cuántas veces nos podemos ocultar tras nuestros actos piadosos para desentendernos de los demás. Cuántos rodeos podemos dar en la vida como aquel sacerdote y levita de la parábola del evangelio para no querer ver al que nos vamos a encontrar quizás a la entrada de nuestro templo.

Desde nuestra fe auténtica en Jesús, lo que llamamos nuestra fe cristiana, eso en verdad sería un contrasentido. No podemos encontrar una fe verdadera en Dios en la que no contemos con el hombre, en la que prescindamos de nuestra relación con nuestros semejantes. Nunca nuestra fe en Dios puede menoscabar la dignidad de la persona, ni puede mermar de ninguna forma el bien que tenemos que hacer al otro; es más, por esa fe que tenemos en Dios más tenemos que creer en la persona, más tenemos que cuidar y respetar al que está a nuestro lado, más tenemos en todo momento que hacer el bien al prójimo y amarlo. No hay ley de Dios que sea verdaderamente divina y pretenda atentar contra la vida o la dignidad del hombre y la mujer.

El Papa Francisco nos ha recordado no hace mucho unas palabras y enseñanzas de la santa que hoy estamos celebrando, santa Margarita de Hungría. Nos decía así: ‘Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro’ (FT 282).

Me estoy haciendo esta reflexión a partir del texto que se nos ofrece hoy en el evangelio. Porque los discípulos al pasar por un sembrado van recogiendo algunas espigas para echarse a la boca unos granos de trigo que quizás aliviaran la fatiga del camino, como era sábado, por allá andan los fariseos echando en cara que los discípulos de Jesús están incumpliendo la ley del descanso sabático. ¿Está la ley por encima del hombre o la ley debería en todo momento salvaguardar la dignidad y el bien de la persona?

Es por lo que les dice Jesús que ‘el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado’. Creemos en Dios con toda nuestra fuerza, pero eso nos llevará siempre a creer también en el hombre, en la persona, en su dignidad.

lunes, 17 de enero de 2022

No sigamos con los remiendos de siempre sino convenzámonos de que a vino nuevo necesitamos odres nuevos para ser en verdad esa Iglesia madre de misericordia

 


No sigamos con los remiendos de siempre sino convenzámonos de que a vino nuevo necesitamos odres nuevos para ser en verdad esa Iglesia madre de misericordia

1Samuel 15, 16-23; Salmo 49: Marcos 2, 18-22

Aquí vamos hoy de remiendos y de arreglos. Bueno, a los que ya somos mayores nos suena bien eso, porque en la escasez que vivíamos antes era normal que nuestras madres si había un roto en cualquier prenda de vestir hicieran sus apaños, sus arreglos, sus remiendos, porque por dignidad aunque fuéramos pobres no nos podíamos permitir llevar un roto en un pantalón, por ejemplo: claro que bien distinto a las modas de hoy, de las que no vamos a hablar, donde se compra la ropa hasta con esos rotos, pero por moda. Pero ya procuraban las costureras o nuestras madres que si ponían en el remiendo un trozo de tela que fuera nuevo, previamente se mojaba para evitar los tirones que la pieza luego pudiera dar causando un roto mayor.

Pero hoy nos viene a decir Jesús que de remiendos, nada; que no podemos seguir andando con el traje viejo, porque ahora ya somos hombres nuevos; que no podemos ir por su camino simplemente haciéndonos apaños, sino que tenemos que darnos cuenta que es algo nuevo lo que El nos anuncia y el camino que hemos de recorrer; y nos habla también de los odres que se utilizaban para el vino, no podemos seguir usando los viejos que ya están ajados y fácilmente no podrán soportar la presión de un vino nuevo y el final se va a perder lo viejo y lo nuevo.

Todo arranca del estilo nuevo, el tono nuevo que Jesús le va dando a la vida de sus discípulos. Vienen algunos quejándose que sus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos de los fariseos, o como lo hacían también los discípulos de Juan el Bautista. Había que seguir con las viejas costumbres, pero no unas viejas costumbres que se ciñeran a lo que era en verdad la ley del Señor, sino de todos aquellos añadidos que se habían ido introduciendo que al final casi se convertían en un tormento para quien quisiera ser fiel a todos esos nuevos protocolos que se habían añadido.

Pero por otra parte, viene a decirles Jesús, cómo van a ayunar los amigos del novio si están participando de su banquete de bodas, sería algo inconcebible. Los que querían seguir a Jesús estaban ya participando del banquete de bodas del Reino, no cabía la tristeza ni los agobios, sino que todo había de vivirse en un sentido de paz que venía a inundar los corazones. Había llegado el tiempo de la amnistía, el tiempo de la gracia y del perdón, como seguir viviendo con pesares en el corazón cuando se podía vivir en la alegría de la vida nueva al sentirse ya para siempre perdonados.

Pero cuidado que nos pongamos cómodamente a juzgar y hasta condenar a aquellos de los tiempos de Jesús que venían con esos planteamientos inamovibles y de rigidez, y vayamos nosotros a estar cayendo en semejantes planteamientos. Primero, porque eso de los remiendos seguimos muchas veces planteándonoslo. Pensemos, por ejemplo, cuales son los buenos propósitos que nos hacemos tantas veces cuando hemos descubierto que nuestra vida cristiana tiene que tener otras andaduras; vamos a ver que es lo que corregimos por aquí, vamos a ver qué es lo que podemos mantener, porque tampoco son prácticas tan malas lo que estábamos haciendo, y así nos hacemos nuestros arreglitos, con lo que al final seguimos haciendo lo mismo.

Pensemos cuantos nos cuesta una renovación total de esas estructuras que nos hemos ido creando en nuestra vida eclesial, con lo que muchas veces la gente nos confunde con un partido político más, con una organización no gubernamental, como ahora las llaman, que se dedica a hacer cosas buenas llenas de mucho altruismo y algo de solidaridad.

¿Estaremos dando la verdadera imagen de lo que tenemos que ser los que en verdad queremos seguir el camino del Evangelio? ¿O estaremos prestándonos a una cierta confusión? Algunas veces hasta las normas que nos damos se parecen más a las exigencias que se nos puedan hacer desde los estamentos de la vida social o política, que lo que tendría que ser una Iglesia verdadera madre de misericordia para con todos. No todos sienten y experimentan en si mismos esa Iglesia madre de misericordia, por muchos años y jubileos de misericordia que se quieran proclamar.

Hablamos de renovación, de ser en verdad ese hombre nuevo del evangelio, y seguimos adornándonos con los mismos oropeles de siempre, seguimos en las mismas vanidades porque decimos que son cosas de la tradición de la Iglesia de lo que no nos podemos despojar. De cuantas cosas tendríamos que desprendernos en nuestra vida personal, de cuantas cosas llenas de apariencia y vanidad que siguen apareciendo en la vida de la Iglesia. Y mira que nos pueden llamar hasta herejes cuando nos empeñamos en esa renovación total y profunda que tendríamos que hacer para vivir de verdad el espíritu del Evangelio.

¿Seguiremos con los remiendos de siempre o nos convenceremos de que a vino nuevo necesitamos odres nuevos?

domingo, 16 de enero de 2022

Si creemos en la Palabra de Jesús esa agua de los valores de los que llenamos las tinajas de nuestra vida se va a convertir en vino nuevo que dé sentido nuevo a lo que hacemos

 


Si creemos en la Palabra de Jesús esa agua de los valores de los que llenamos las tinajas de nuestra vida se va a convertir en vino nuevo que dé sentido nuevo a lo que hacemos

Isaías 62, 1-5; Sal 95; 1Corintios 12,4-11; Juan 2, 1-11

A esto le falta algo, decimos cuando probamos una comida que no está bien sazonada, a la que le falta sabor, a la que le falta sal; pero lo decimos también muchas veces en la vida en muchas cosas que parece que no terminan de funcionar, que le falta algo, que le falta vida; una organización que languidece, que no avanza, que parece que se muere porque quizás sus dirigentes son indolentes o no tienen ideas nuevas para hacerla resurgir; un proyecto al que no le vemos claramente sus motivaciones y no termina de salir adelante, porque como decimos le falta algo; una fiesta que no termina de animarse y aunque suene la música no hay nadie que arrastre, que le dé entusiasmo, que le dé alegría; una boda a la que le falta el vino y la gente pone cara de poca alegría, de poco sentido de fiesta porque parece que no hay nada que la ponga a tono.

¿Faltan ideas o faltan impulsos que nos lleven a algo nuevo? ¿Falta vitalidad en nuestro interior porque quizá haya vacío y frío espiritual dentro de nosotros? ¿Falta hondura en la vida porque nos quedamos en la comodidad de lo superficial o rehusamos lo que signifique el más mínimo esfuerzo? Cuántos vacíos nos podemos encontrar en la vida, en lo que hacemos, o lo que es la vida de nuestra sociedad, lo que es la vida de nuestras comunidades porque falta ese algo que dé un sentido nuevo, dé una alegría nueva, o abra caminos nuevos delante de nosotros que en verdad nos lleven a alguna parte que merezca la pena.

Y fijándonos en cosas de la vida a las que les falta algo – cuantas cosas más podríamos mencionar entre ellas la vida de nuestras comunidades – hemos llegado al signo que se nos ofrece en el evangelio de hoy. Una boda en Caná de Galilea, un pueblo bastante cercano a Nazaret, en la que Jesús y María están entre sus invitados. Aunque en otro momento del evangelio aparece la rivalidad de pueblos vecinos, normal sería que entre uno y otro pueblo hubiera parientes o amistades familiares. Ahí está la boda que va transcurriendo según los rituales normales de ese tipo de fiestas, pero en un momento determinado es la madre de Jesús la que se da cuenta de que algo falta, no hay vino. Es el comentario que hace a Jesús. ¿Cómo podría continuar la fiesta y cómo iba a quedar de mal el novio por la falta de previsiones?

Ya escuchamos el diálogo entre madre e hijo que con mirada superficial nos podría resultar incomprensible en que Jesús parece desentenderse. Pero los ojos de una mujer, los ojos de una madre no pueden cerrarse ante aquella situación e insiste en buscar solución que ella sabe que solo puede estar en Jesús. Cuántas veces ante los problemas nos quedamos paralizados, sin solución y no sabemos a quién acudir, donde encontrar la respuesta a nuestra inquietud. María nos está dando una lección. Solamente sugerirá a los sirvientes que hagan lo que diga Jesús. ¿No será lo que tantas veces allá en lo hondo del corazón nos está sugiriendo a nosotros, aunque no lo queramos ver?

Muchos vacíos van apareciendo en el relato, como vacíos nos encontramos tantas veces en la vida. Falta agua, falta vino, falta calor interior, faltan espíritus creadores, falta fuerza interior. Hasta las tinajas de agua de las purificaciones están vacías, hay que llenarlas. Y es lo que Jesús les pide – ‘llenad esas tinajas de agua’, les dice -, pero para que luego desde esas tinajas puedan sacar un vino nuevo. Es Jesús el que da el cauce para que esas tinajas se llenen y puedan ofrecer ese vino nuevo. Será en Jesús donde podemos encontrar ese vino nuevo, esa fuerza interior, ese espíritu grande que nos pueda impulsar a cosas grandes.

No serán necesarias grandes cosas porque Jesús lo único que está pidiendo es que se llenen de agua aquellas tinajas. Pero una cosa es necesaria, que creamos en la palabra de Jesús y desde esas pequeñas cosas a las que ahora les vamos a dar una importancia especial podrá surgir un vino nuevo, podrá surgir algo que nos va a dar hondura a la vida, que nos va a llenar de sentido o que va a poner una nueva alegría en el corazón. Será quizá desarrollar esos valores y esas cualidades que cada uno tenemos; será comenzar a creer incluso en nosotros mismos que aunque nos parezca que somos pequeños y hasta en ocasiones nos consideramos inservibles, sin embargo con eso que somos podemos hacer maravillas. Cada uno tenemos unos valores y tenemos una función en la vida, en el lugar que nos corresponda.

Mantengamos ahí nuestra fidelidad, desarrollemos ahí eso que somos capaces de hacer desde esas cualidades que tengamos, aunque nos parezcan insignificantes. Algo tan sencillo como el agua se convirtió en el mejor de los vinos que puso alegría en aquella fiesta de bodas. Con algo tan sencillo como tú eres o como tú tienes podemos poner esa alegría nueva en la fiesta de la vida, podemos hacer que haya un nuevo sabor allí donde estamos, allí con la gente de la que nos rodeamos, allí en la comunidad donde vivimos. Así nuestro mundo podrá tener un nuevo sabor.

Pongamos a Cristo en medio de todo esto – haciendo lo que El nos diga – y podremos darle ese vino nuevo a nuestro mundo, podemos darle ese sabor nuevo a nuestra vida, podremos hacer que nuestra sociedad tenga nueva vida, que nuestras comunidades vivan la intensidad de su comunión.