viernes, 4 de noviembre de 2022

Es necesario dar un testimonio luminoso y valiente de lo bueno que realizamos para todos entendamos que podemos hacer un mundo mejor

 


Es necesario dar un testimonio luminoso y valiente de lo bueno que realizamos para todos entendamos que podemos hacer un mundo mejor

 Filipenses 3, 17 – 4,1; Sal 121; Lucas 16, 1-8

Los intereses que tengamos en la vida es lo que habitualmente nos mueve, nos impulsa a muchas cosas y nos ayuda en verdad a descubrir cuál es el sentido que le damos a las cosas, el sentido que le damos a la vida. Intereses que se nos pueden convertir en una obsesión que nos ciega y donde parece que la vida no tiene otro sentido sino esos intereses que nos mueven. En ese terreno se mueven nuestras pasiones como en ese terreno es donde aparecerá la espiritualidad con que vivimos o el materialismo que nos ciega.

Es necesario tener claro a dónde vamos, por qué nos movemos, en qué cosas ponemos en verdad nuestra felicidad, aunque algunas veces podamos engañarnos. Y ya sabemos que cuando queremos conseguir aquello que nos interesa, ya aparecerá nuestro ingenio para buscar caminos y salidas, dando los rodeos que sean necesarios para finalmente alcanzarlo; es la astucia con que actuamos tantas veces en la vida.

Sigue en el fondo la pregunta, ¿y qué es lo que realmente nos mueve en la vida? y nos estamos haciendo esta reflexión entre unas personas que nos consideramos cristianos, que nos consideramos creyentes, que nos podemos considerar incluso muy religiosos. ¿Se notará en este actuar de nuestra vida, en esos intereses por los que nos movemos, la postura de un creyente, la postura de un cristiano? ¿Es lo que en verdad está dando sentido y valor a la vida, a lo que hacemos? ¿Ponemos tanto empeño en darle ese cariz y ese sentido a la vida, iluminada por la fe, como el que ponemos en nuestros negocios, en nuestras tareas y responsabilidades de cada día?

En este mundo complejo en el que vivimos, en el que no nos es tan fácil manifestarnos como creyentes y defender nuestros valores cristianos, algunas veces parece que nos falta arrojo y valentía, vivimos como acobardados y con miedo, queremos ser prudentes, decimos, para no provocar, pero quizá estamos callándonos en cosas que son fundamentales, que nos dan un sentido, y con lo que tendríamos que contribuir al bien de la sociedad en la que vivimos. Pero no aparecen esos testigos, no terminamos de dar la cara los cristianos, seguimos andando como a ocultas y casi preferimos meternos en las catacumbas, que salir a la luz pública con nuestros principios y valores.

Hoy nos habla el evangelio de la astucia con que tenemos que andar en la vida. Nos propone Jesús una parábola que muchas veces nos cuesta entender; nos habla de aquel administrador que había actuado injustamente y al que se le iba a pedir cuentas; se está viendo en la calle sin tener donde caerse muerto, como se suele decir, porque sabe que va a ser condenado por su injusto actuar, donde quizás había arrimado el ascua a su sardina para poder obtener ganancias injustas. En sus manos está el bajar los intereses que le había impuesto a aquellos deudores de su amo – intereses que en la forma de administración de entonces eran sus ganancias – porque así se ganaba la voluntad de aquellos deudores que luego podrían echarle una mano cuando se viera despedido.

Actuó con astucia, siendo capaz de perder en aquellos intereses con tal de obtener un buen fin en quien le acogiera en los momentos difíciles. Y termina la parábola alabando el amo a aquel administrador, no porque había administrado mal, sino por la astucia con que ahora había actuado. Y termina diciéndonos Jesús como conclusión de la parábola: Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz’.

Es lo que hemos venido planteándonos de cuales son en verdad los intereses de nuestra vida y por los que estaríamos dispuestos a hacer lo que sea. ¿No tenemos que ser en verdad luz en medio del mundo con el testimonio de nuestras obras de luz? No andemos ocultándolas, busquemos la manera también utilizando los medios que hoy podemos tener en nuestras manos para dar ese testimonio, para manifestar valientemente ante el mundo esas obras de luz que realizamos.

Algunas veces parece que nos falta marketing para que la Iglesia en verdad haga saber, no como un alarde sino como un testimonio luminoso, esas obras que en su seno se realizan. ¿Sabe realmente la sociedad lo que a través de Cáritas se realiza? ¿Se conoce claramente el sacrificio hasta heroico que muchos religiosos y religiosas realizan en tantos hogares en que se acoge a los que nos los más despreciados de nuestro mundo, ancianos, discapacitados de todo tipo, los más pobres y los más abandonados de nuestra sociedad? ¿Se tiene conciencia en la sociedad que nos rodea de la labor de tantos voluntarios que en tantas obras de la Iglesia dedican su tiempo y su vida para acompañar, para ayudar, para levantar a tantos caídos en los que nadie se fija? Y así podríamos pensar en muchísimas cosas más.

No queremos medallas ni reconocimientos, pero si es necesario dar ese testimonio que el mundo necesita para que nos demos cuenta que podemos hacer un mundo mejor.

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