domingo, 9 de octubre de 2022

Seamos capaces de reconocer con humildad para agradecer de corazón y estaremos poniéndonos en caminos de plenitud y salvación

 


Seamos capaces de reconocer con humildad para agradecer de corazón y estaremos poniéndonos en caminos de plenitud y salvación

2Reyes 5, 14-17: Sal 97; 2Timoteo 2, 8-13; Lucas 17, 11-19

Quien sabe dar gracias está descubriendo el camino de encontrarse a si mismo y un camino que le va a llevar por caminos de mayor plenitud. Dar gracias es un reconocimiento de su propia realidad y de lo que está recibiendo que le hace llevar esa realidad limitada y pobre por caminos de nueva vida. Damos gracias porque en nuestras limitaciones nos encontramos como encerrados y alguien nos ha hecho saltar esos círculos que nos encierran y limitan para ir al encuentro de una nueva libertad. No es humillación por reconocer nuestras limitaciones, es encuentro con una nueva y verdadera grandeza; a algunos pareciera que les humilla tener que dar gracias porque les parece que les hace depender de otros, pero es cuando en verdad somos grandes reconociendo lo que somos y a lo que ahora podemos llegar.

Hoy se nos habla de unos leprosos; no es solo su enfermedad que les hace sentirse débiles sino que como consecuencia de esa enfermedad nacían otras limitaciones que en este caso les aislaban y separaban de los demás con verdadera crueldad incluso; tenían que vivir confinados y aislados del resto de su comunidad y de su familia. Pero en su ansia por la vida les vemos dar unos pasos, que algunas veces nos puede costar a nosotros dar; reconocían su enfermedad, pero fueron capaces de unirse para hacer una petición. Aunque de lejos, porque no podían acercarse más, aquellos diez leprosos clamaban y pedían compasión. ¿Era ya un principio de algo nuevo?

Algunas veces el dolor y el sufrimiento nos aísla y nos encierra en nosotros mismos, nos hace sentirnos mal y algunas veces no sabemos cómo reaccionar, cuando nos duele la cabeza que nadie nos moleste y mostramos nuestra mala cara a los que quieren acercarse a nosotros con algún tipo quizá de consuelo, cuando no nos salen las cosas como nosotros deseamos, nos volvemos insoportables con nuestras reacciones.

Tenemos que ver las lepras que pudiera haber en nuestra vida y que también nos van aislando, nos hacen aparecer esas barreras de nuestro mal humor que nos hacen llevarnos mal con todo y con todos; algunas veces hasta rechazamos lo que los otros pudieran ofrecernos quizás desde autosuficiencias mal disimuladas que no nos dejan reconocer la realidad; no me pasa nada, decimos tantas veces.

¿Tendríamos que aprender a hacer como aquellos diez leprosos que pidieron ayuda y compasión? Es importante este paso para que podamos levantarnos de nuestra situación y de nuestra postración. Hemos de tener la humildad suficiente para darnos cuenta de esas lepras que hoy siguen aislándonos para poder encontrar salvación para nuestras vidas. Quien no reconoce su realidad difícilmente podrá cambiar. Siempre estaremos echándoles la culpa a los demás. Tantas veces nos contentamos con denunciar las malas situaciones por las que pasamos pero siempre culpabilizando a otros, y nunca dándonos cuenta de nuestra propia realidad y de los pasos que tengo que comenzar a dar. Así nunca arreglaremos nuestro mundo.

Pero Jesús nos está saliendo al paso de nuestro camino. Jesús se deja encontrar por nosotros cuando damos el mínimo paso. Realmente es El quien está viniendo a nuestro encuentro, nos ofrece, pero no nos fuerza. Hemos de querer. Hemos de dejarnos iluminar por esa luz aunque a veces nos parezca lejana, pero ahí está. Como el faro que está en la orilla del mar y aunque el barco esté lejos la ve en la distancia y se deja guiar. Nos pide que reconozcamos esas tormentas en las que estamos envueltos y miremos hacia ese faro de salvación. ‘Presentaros a los sacerdotes’, les dice a aquellos leprosos.

Cuidado que cuando encontremos esa luz de salvación volvamos a querer caminar cada uno por su lado. Aquellos hombres salieron corriendo cada uno por su parte para cumplir con lo establecido por la ley y volver a sus casas. ¿Volvieron a romper aquella unión que habían logrado para pedir la compasión de Jesús? Algunas veces nos puede pasar, que pronto olvidamos la realidad en la que vivíamos y quien nos ha sacado de ese pozo. Nos olvidamos de reconocer y agradecer.

Uno volvió hasta Jesús para postrarse ante El. Y era un samaritano. El que podía parecer menos que fuera agradecido y tuviera esos buenos sentimientos; ya sabemos como trataban los judíos a los samaritanos a los que consideraban unos herejes. Pero Jesús alaba la fe de aquel hombre aunque fuera un samaritano, como un día había alabado la fe del centurión romano, o como reconoció la fe de la cananea cuando suplicaba por la curación de su hija. ¿Nos estará diciendo algo también este sentido el evangelio cuando seguimos con nuestras discriminaciones por razón de su origen o de su condición?

‘Levántate, vete, que tu fe te ha salvado’, le dice Jesús. ¿Podremos escuchar también esa palabra de Jesús referente a nuestra fe? Seamos capaces de reconocer para agradecer y estaremos poniéndonos en caminos de plenitud y salvación.

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