viernes, 9 de septiembre de 2022

Vivamos con autenticidad, con veracidad, siendo sinceros con la verdad de nosotros mismos y nuestras debilidades, camino de la verdadera grandeza

 


Vivamos con autenticidad, con veracidad, siendo sinceros con la verdad de nosotros mismos y nuestras debilidades, camino de la verdadera grandeza

1Corintios 9, 16-19. 22b-27; Sal 83; Lucas 6, 39-42

Con qué facilidad proyectamos sobre los demás lo que llevamos dentro de nosotros, lo que nos sucede, lo que pueden ser unos sentimientos negativos que llevemos dentro. Es como un mecanismo de defensa, no lo vemos en nosotros, porque no lo queremos ver y al final hasta nos convencemos de que eso nos pasa a nosotros, pero lo vemos siempre en los demás. Por eso nunca somos culpables, no tenemos defectos ni vicios, pero todo eso lo vemos en los demás, en los que nos rodean; y creamos sentimientos negativos dentro de nosotros, y contagiamos también a los demás de esos sentimientos negativos.


Qué bueno sería que con quien primero fuéramos sinceros es con nosotros mismos; porque nos engañamos, porque nunca vemos esas cosas en nosotros, y nos justificamos, y aparentamos, y nos llenamos de vanidades y de orgullos porque como somos tan perfectos nos endiosamos mientras siempre estamos condenando a los demás. Cuánto nos cuesta ser sinceros con nosotros mismos para no vivir de apariencias y de vanidades.

Es lo que nos está diciendo hoy Jesús con un sencillo ejemplo; fáciles somos para ver la más mínima mancha en el ojo ajeno, pero no somos capaces de darnos cuenta de la viga que llevamos en nuestros propios ojos. Y claro estamos tan ciegos que no seremos capaces de apreciar nunca lo bueno que hay en los demás. Tenemos que buscar el colirio que limpie nuestros ojos y le dé brillantez para ver y apreciar lo bueno de los demás. Por eso nos dice Jesús que quitemos primero la viga que llevamos en nuestros ojos antes que estar tan preocupados por la pequeña mota que puede haber en el ojo del hermano.

Nos dirá Jesús que con nuestras vanidades terminamos convirtiéndonos en ciegos que quieren guiar a otros ciegos. Y vamos a caer en hoyo. Es que necesariamente iremos tropezando por todas partes, porque hay ceguera en nosotros. Claro que tenemos que preocuparnos de que el hermano que va a nuestro lado en el camino de la vida no tropiece y caiga, pero tenemos que darnos cuenta del daño que con nuestra ceguera vamos haciendo a los demás.

El que tiene los ojos turbios nada bueno puede enseñar a los demás, el que se sube en falso a un pedestal, pronto se va a derrumbar porque no tiene consistencia y nos vendremos abajo, el que se oculta tras las apariencias de las vanidades para no dejar conocer la realidad de su vida, ha de saber que pronto se van a descorrer esos velo y nos van a dejar desnudos en nuestra realidad ante el mundo. ¿No dice el dicho popular que más pronto se coge a un mentiroso que a un cojo?

Nos está invitando Jesús a que vivamos con autenticidad, con veracidad. No temamos el reconocer nuestra debilidad, porque andamos en el país de los ciegos, como suele decirse, y el que más y el que menos todos tenemos nuestras cegueras, nuestras debilidades. ¿Por qué vamos a aparentar lo que en realidad nosotros?

Ya sé que por medio están nuestros orgullos, está nuestro amor propio, ese prestigio que queremos mantener aunque sea a costa de falsedades de la vida, está ese irse siempre comparando con los demás para vernos siempre como en un escalón por encima de los otros, esos halagos que deseamos recibir de los que nos rodean. Seamos sinceros con los demás sobre nuestra propia verdad tan llena de debilidades. La grandeza está en que seamos capaces de luchar por salir de esas debilidades, y esa humildad vamos a ser valorados por los que son realmente sinceros.

Recordemos lo que en otro lugar nos dirá Jesús que el que se enaltece será humillado, sino el que es capaz de humillarse será enaltecido de verdad.

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