domingo, 18 de septiembre de 2022

Seamos felices no porque tengamos los bolsillos rebosantes, sino porque logremos una sonrisa de felicidad de alguien que está a nuestro lado

 


Seamos felices no porque tengamos los bolsillos rebosantes, sino porque logremos una sonrisa de felicidad de alguien que está loa nuestro lado

Amós 8, 4-7; Sal 112; 1Timoteo 2, 1-8; Lucas 16, 1-13

¿Qué uso le damos nosotros a los bienes materiales, a las riquezas? ¿Qué prioridad tienen en nuestra vida? es lo que fundamentalmente nos está planteando hoy el evangelio. Las riquezas y los bienes materiales muchas veces nos sirven para la ostentación y para la vanidad; se convierten en cierto modo para nosotros en un signo de nuestro poder porque nos sentimos tan dueños de esos bienes materiales que nos creemos que con ello podemos comprar todo aquello que nos hace felices.

¿Qué es lo que nos hace felices en la vida? ¿Seremos en verdad felices por la posesión de aquellas cosas que al final terminarán posesionándose de nosotros y haciéndonos sus servidores y sus esclavos? Una pescadilla que se muerde el rabo y al final termina dando vueltas sobre si misma. Es la muestra de nuestro egoísmo más rabioso y esclavizante.

Esto nos tiene que hacer pensar y reflexionar sobre los valores que en verdad imperan en nuestra vida. Y es que fácilmente nos cegamos y no terminamos de comprender el verdadero valor de lo que Dios ha puesto en nuestras manos cuando nos confió su obra creadora para que nosotros hiciéramos crecer y desarrollar ese mundo que había creado. No nos quiere Dios con las manos en los bolsillos de la inoperancia; creced, multiplicaos, dominad la tierra, nos dice en el momento de la creación; por eso nos condena si enterramos el talento que ha puesto en nuestras manos, y recordamos otros pasajes del evangelio.

Pero no nos quiere Dios con las manos en los bolsillos del acaparamiento egoísta y solo para nosotros de la riqueza que generamos en ese mundo. No somos dueños sino administradores; no es la ganancia personal lo que tendría que importar, sino el bien de la humanidad al que contribuimos con nuestro trabajo y con los frutos que de él obtengamos; a aquel hombre rico que ya solo se preocupaba de darse buena vida porque sus graneros y bodegas estaban rebosantes de nada le sirvió porque la misma vida se le fue de las manos, ¿de quien iba a ser todo aquello que había acumulado?

Es el sentido por el que va hoy el evangelio que hemos escuchado. Comienza proponiéndonos una parábola que siempre nos ha costado entender; un administrador a quien se le pide cuentas de su gestión; no ha sido justa la gestión que hasta entonces había venido realizando; no nos habla de que haya generado riquezas injustas para él mismo, pero su relación con los deudores de su amo hasta entonces no había sido buena; buscando quizá encontrar comprensión y misericordia cuando fuera despedido, trata de arreglar el monto de aquellas deudas; finalmente es alabado no por su mala gestión, sino por la astucia con la que ahora ha actuado.

La clave nos la está dando las palabras con las que Jesús continúa su comentario sobre el uso que hemos de hacer de los bienes y riquezas de este mundo; unos bienes y unas riquezas nos viene a decir que pueden manchar nuestra manos y nuestro corazón cuando de forma egoísta y avariciosa los utilizamos; por eso nos dice Jesús en un lenguaje propio del momento, ‘ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’.

Ganaos amigos, nos dice, en la utilización que hagamos de esos bienes. No pensemos avariciosamente solo en nosotros mismos, no busquemos simplemente el acumular para llenar nuestros graneros, nuestras bodegas o nuestros bolsillos; pensemos que esa riqueza generada en el propio desarrollo de ese mundo que Dios ha puesto en nuestras manos no es solo para nuestro propio beneficio.

Sepamos ser buenos administradores  sabiendo ser fiel en las cosas pequeñas o en las cosas que puedan tener un valor secundario, es donde vamos a obtener la verdadera ganancia, la verdadera riqueza, lo que va a dar verdadero valor a nuestra vida, lo que nos conducirá por verdaderos caminos de plenitud y de felicidad. ¿Seremos más felices porque tengamos nuestros bolsillos bien llenos, o porque logremos una sonrisa de felicidad en alguien que está a nuestro lado?

Nos daremos cuenta de qué es lo que nos dará la más profunda libertad y nos llenará de la más honda felicidad. Por eso nos dirá finalmente que no podemos servir a dos señores… ‘no podéis servir a Dios y al dinero’.

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