martes, 9 de agosto de 2022

La superficialidad con que muchas veces vivimos nos hace quedarnos sin aceite, nos hace quedarnos, lo que es peor, sin una luz que dé un sentido a nuestra existencia

 


La superficialidad con que muchas veces vivimos nos hace quedarnos sin aceite, nos hace quedarnos, lo que es peor, sin una luz que dé un sentido a nuestra existencia

Oseas 2, 16b. 17de. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13

Según sean nuestros intereses o las prioridades que nos hayamos propuesto serán nuestras prisas o será la forma como nos preparemos para algo que nos anuncian o que podamos estar esperando. Es un familiar que por distintas razones tuvo que emigrar al extranjero y ahora nos anuncia la llegada, y según quizás la relación o el contacto que con él hayamos mantenido ahora nos alegraremos de su llegada y tendremos todo preparado o iremos dejándolo para ultima hora, pensando que ya habrá tiempo para preparar lo que fuera necesario.

Eso de dejar las cosas para ultima hora – ya tendré tiempo, nos decimos, que eso es pan comido - es algo en lo que muchas veces somos ‘especialistas’ – quizá para un trabajo o un proyecto que tenemos que presentar – y luego vienen los apuros de última hora, las carreras y las cosas que no salen. Con qué facilidad dejamos las cosas para última hora.

Esto algunas veces nos puede parecer cosa sin mayor importancia, pero puede ser una muestra del interés que pongamos en cosas que son fundamentales para la vida; nos puede mostrar nuestras actitudes, o las búsquedas o preguntas que hasta nos podamos hacer sobre el sentido de la vida; puede manifestar una cierta superficialidad cuando simplemente nos vamos preocupando por las cosas que en cada momento nos salen al paso, y nos olvidamos de darle un sentido hondo a nuestra vida.

Hoy Jesús nos propone una parábola, precisamente a partir de lo que eran las costumbres de la época. Se trataba de una boda y de la costumbre de que las amigas de la novia salieran al encuentro del novio de su amiga con lámparas encendidas para no solo iluminar el camino sino también luego la sala de la boda; esas cosas hoy no las entendemos tan fácilmente porque estamos acostumbrados a que nuestros caminos o nuestras calles estén iluminadas y tenemos la energía que ilumina nuestros hogares. Pero tratemos de ponernos en sus circunstancias para darnos cuenta de que algo que parecía tan sencillo como tener aceite suficiente para mantener encendidas las lámparas, en este caso falló en algunas de aquellas doncellas y por la tardanza del novio ni lo pudieron recibir con sus lámparas encendidas ni participar luego en la sala del banquete.

‘Dadnos un poco de vuestro aceite que se nos apagan las lámparas’, suplicaban aquellas muchachas insensatas que no fueron lo suficientemente previsoras; pensaban que si fallaba pronto podrían encontrar aceite que supliera la carencia. ¿Pero no será eso lo que nos puede pasar en la vida cuando nos damos cuenta de que nos sentimos vacíos por dentro y sabemos responder a los retos que la misma vida nos va presentando?

Podemos llamarlo esa preparación humana de la que todos hemos de preocuparnos para ir madurando en la vida, podemos llamarlo el haber construido la vida sobre unos valores permanentes que nos den consistencia a lo que hacemos y vivimos y nos den fortaleza para los momentos difíciles, podemos llamarlo un sentido de la vida que dé profundidad a nuestro ser para saber qué es lo que buscamos, cual es el sentido de la vida, donde está la meta hacia la que caminamos, podemos llamarlo sentido de trascendencia o espiritualidad que nos haga pensar en metas altas, que nos abra a Dios.

La superficialidad con que muchas veces vivimos nos hace quedarnos sin aceite, nos hace quedarnos, lo que es peor, sin una luz que dé un sentido a nuestra existencia. Y nos pasa en el camino de nuestra fe, que no cuidamos, que no alimentamos, que nos parece que con el aceite que recibimos en una catequesis en la infancia ya nos es suficiente. Así vivimos superficialmente nuestra fe y nuestra relacion con Dios, nos enfriamos, nos distanciamos de todo, se nos va apagando esa fe cuando nos encontramos un mundo muchas veces adverso precisamente a esas manifestaciones religiosas y cristianas.

No es cuestión solo de prepararnos para un día, o prepararnos, como muchas veces, pensamos para el último día, para la última hora; esa preparación ha de ser lo que cada momento con profundidad vivamos; seremos en el último día, lo que en el ahora estamos siendo. Dejemos que el evangelio nos interrogue, nos cuestione por dentro, nos haga hacernos preguntas, busquemos el camino de reencontrarnos con esa fe, de llenar de nuevo las alcuzas de nuestra vida de esa fe auténtica que nos haga mantener encendida la luz de nuestra vida.

¿Qué prioridad le damos en la vida a nuestra fe?

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