martes, 14 de junio de 2022

Dame tu fuerza, Señor, para que pueda amar al prójimo con tu amor, dame tu luz para mirarlo con tu mirada, préstame tu corazón para ser capaz de ponerlo en el mío como un hermano

 


Dame tu fuerza, Señor, para que pueda amar al prójimo con tu amor, dame tu luz para mirarlo con tu mirada, préstame tu corazón para ser capaz de ponerlo en el mío como un hermano

1Reyes 21, 17-29; Sal 50; Mateo 5, 43-48

Aunque habitualmente cuando escuchaban hablar a Jesús la gente sentía como les ardía de nuevo el corazón porque se despertaban muchas esperanzas en el mundo nuevo que les anunciaba Jesús, también es cierto que en ocasiones salían perplejos y confundidos porque de alguna manera les parecía muy sublime lo que Jesús les anunciaba y les podía parecer una utopía irrealizable su mensaje. En más de una ocasión salían diciendo que era dura aquella doctrina, algunos incluso no querían escucharle más.

Siempre recuerdo las palabras proféticas del anciano Simeón que hablaba de un signo de contradicción y que aquel niño iba a significar que se decantasen clara y valientemente ante su figura y su mensaje. Esa perplejidad se les producía cuando Jesús les hablaba de aquel estilo nuevo de amar que habían de tener lo que le siguieran y quisieran llamarse sus discípulos. Porque bueno, eso de amar está bien, y ya amamos a los que están cercanos a nosotros, ya amamos a la familia, a los que son nuestros amigos o a aquellos que han hecho algo en algún momento por nosotros. Pero ¿amar también a los enemigos? Si ya nos cuesta amar a los amigos, porque siempre estamos tentados a mirar primero las sombras que lo que podría ser objeto de amor en ellos, ¿Cómo vamos a amar a los que nos hayan hecho mal, nos hayan hecho daño?

La perplejidad no fue solo de los que entonces le escuchaban en aquel sermón del monte, porque esa perplejidad la seguimos teniendo hoy los que vivimos en el siglo XXI. Pero ahí está precisamente la sublimidad de lo que es el amor verdadero, el amor en el sentido de Cristo. Porque no son puros sentimientos de afecto lo que se nos pide, que pueda surgir fácil de nosotros cuando de alguna manera queremos corresponder a algo bueno que nos han hecho. No son simples palabras que nos sirvan de base para una bonita poesía o para ponerle música en una hermosa canción. No son emociones momentáneas que pueden aparecer en un momento determinado pero que luego pronto se borran como se secan las lágrimas de nuestros ojos.

Y es que lo sublime que Jesús nos está proponiendo es un amor como el suyo, un amor como el que Dios nos tiene. Nos dirá que amemos al prójimo, que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado. Es que tenemos que comenzar por poner a ese que tiene que ser objeto de nuestro amor como prójimo nuestro. No lo miramos en la lejanía, a la distancia, lo ponemos a nuestro lado, lo hacemos nuestro prójimo, y al final nos terminará diciendo que lo miremos como un hermano.

No es cualquier cosa. Es una nueva mirada. Es un nuevo lugar que ha de ocupar en nuestra vida, porque tenemos que ponerlo cerca de nuestro corazón para que sea nuestro prójimo. Entonces ha de surgir una nueva comunión de amor; entonces sabremos hacer como lo hizo El desde la cruz amar disculpando, perdonar porque está amando a quien disculpa incluso de aquello que haya hecho mal.

Claro que esto no se puede hacer de cualquier manera, ni lo puede hacer cualquiera; lo podemos hacer quienes sabemos llenarnos de Dios, quienes sabemos dejarnos conducir por su Espíritu, quienes ponemos a Dios en el iris de nuestros ojos para tener una mirada nueva, una mirada luminosa, una mirada de amor. Hoy nos dirá que recemos por aquellos que nos han hecho mal. ¿Qué significa rezar así? No es recitar una fórmula, no es una buena voluntad de decir mira Señor a aquel que me hizo mal para que cambien sus actitudes o sus posturas, es decirle al Señor dame tu fuerza para que pueda amarlo con tu amor, dame tu luz para que pueda mirarlo con tu mirada, préstame tu corazón para que yo sea capaz de ponerlo en el mío.

Es un amor nuevo, es un amor más sublime, es un amor divino con el que comenzaremos a amar desde lo más hondo del corazón.


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