sábado, 19 de marzo de 2022

Contemplamos hoy a san José, el hombre justo, el hombre del silencio, el creyente con un sólido cimiento en su vida, que supo descubrir las señales de Dios

 


Contemplamos hoy a san José, el hombre justo, el hombre del silencio, el creyente con un sólido cimiento en su vida, que supo descubrir las señales de Dios

2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Romanos 4, 13. 16-18. 22; Mateo 1, 16. 18-21. 24a

Hay silencios que hablan. Muchas veces nos quedamos en silencio en la vida, ¿no sabemos qué decir? Es cierto que hay cosas que nos desbordan, nos causan admiración y hasta sosiego, nos quedamos sin saber qué decir. Pero esos silencios también pueden hablar; porque nos están hablando en nuestro interior produciéndose interrogantes y el diálogo quizás es con uno mismo en aquello que nos sucede. Es cierto también que hay silencios que nos los imponen, porque no nos dejan hablar, porque no quieren que se escuche lo que queremos decir, porque nos llenan de miedo el alma y sufrimos en silencio.

Pero hay silencios que buscamos, porque quizás lo necesitamos, o porque nuestro silencio ya de por sí sea un grito, se convierta en testimonio, nos hable de prudencia, o nos ayude a mantener la rectitud en nuestro corazón ante aquello que no entendemos y de alguna manera nos abrimos al misterio. Son silencios de reflexión, de buscar como ahondar y profundizar en nosotros mismos y en lo que nos sucede, son silencios que en el creyente se convierten en oracion, porque se hacen ofrenda, porque son interrogantes ante Dios, porque nos preparan para la escucha interior descubriendo también lo que Dios nos quiera revelar.

Estamos hoy ante un hombre de silencio. No conocemos ninguna de sus palabras en el evangelio. Pero sí vemos su actuar en silencio. El silencio de José nos habla, se convierte en un grito de Dios para nosotros. Es el silencio de quien se pone en las manos de Dios. Es el silencio que le produjera muchos interrogantes en su interior, y mucho sería lo que desde su corazón en silencio él le va a hablar a Dios. Es el silencio de quien supo descubrir su lugar, que aparentemente parecía que quedaba en un segundo término, pero que fue tan importante en la historia de la salvación de Dios para nosotros.

Será ese primer silencio ante el misterio que se estaba realizando en María y donde él querrá actuar en silencio para no herir, para no molestar, para no hacer daño, pero donde se le va a revelar no el misterio de María sino el misterio de Dios que allí se estaba haciendo presente. Y él comprendió su lugar y simplemente se dejó conducir. Vendrá el camino de Belén incomprensible e inesperado por el capricho de un gobernante, pero será el dolor de las puertas cerradas de Belén para terminar en un establo.

Ante todo lo que seguirá sucediendo, el nacimiento del niño, la aparición de los pastores, la llegada más tarde de los magos de Oriente, siempre lo veremos en un aparente segundo plano y siempre lo veremos en silencio; así lo contemplaremos en su función de padre a la hora de la presentación del niño en el templo, pero en silencio en un segundo plano porque los protagonistas serán otros en ese momento; surgirá también de manera inesperada la huida a Egipto con aquellos años que podríamos llamar de destierro y lo veremos siempre escuchando los designios de Dios y cumpliendo la función que como padre tendrá que realizar en esos momentos.

¿Silencios dolorosos? Dentro de toda la felicidad de participar en el misterio de Dios cuando con fe aceptamos lo que es la voluntad de Dios, humanamente como hombre tuvieron que ser momentos y silencios difíciles solo posibles de superar de quien podía vivir algo profundo en su interior, donde encontrara toda la fuerza cuando es Dios mismo el que se le va revelando aunque sea a través de sueños y de voces de Ángeles que se escuchan en su interior.

Es la profundidad del silencio de José. El hombre justo, como lo define el evangelio; el hombre de una fe profunda, porque sin esa fe no podría haber salido adelante en los momentos duros que se le fueron presentando en la vida. Es el silencio que resplandece en José, señal de esa espiritualidad profunda para discernir y para aceptar lo que son los planes de Dios.

Mucho tenemos que aprender del silencio de José; un aprendizaje que nos llevará de la mano a ese ir dándole hondura a nuestra vida, a poner cimientos sólidos que puedan sostener todo ese engranaje de la vida que algunas veces también se nos hace difícil. Sin sólidos cimientos el edificio se nos viene abajo ante el primer embate de la tormenta; es lo que nos está pasando tantas veces que nos parece que no tenemos nada debajo de nuestros pies en lo que mantenernos firmes en los embates de la vida.

¿Cómo podremos escuchar a Dios si solo nos entretenemos con los ruidos de la vida? Aprendamos de José para que seamos también nosotros esa persona justa, esa persona llena de Dios, esa persona que podrá navegar en medio de las tormentas de la vida sabiendo que su barca va a llegar a puerto porque está bien guiada por el único que es el buen piloto de nuestra vida. Dejemos actuar al espíritu de Dios en nosotros.

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