domingo, 13 de febrero de 2022

Que florezcan en nosotros las flores de la generosidad y del amor con nuestras raíces hundidas en el Señor y por nuestra ternura estaremos haciendo un mundo más feliz para todos

 


Que florezcan en nosotros las flores de la generosidad y del amor con nuestras raíces hundidas en el Señor y por nuestra ternura estaremos haciendo un mundo más feliz para todos

Jeremías 17, 5-8; Sal 1; 1 Corintios 15, 12. 16-20; Lucas 6, 17. 20-26

Seguro que en ciertos ambientes, en ciertos sectores de la sociedad en la que vivimos estas palabras que le escuchamos hoy a Jesús en el evangelio les podrían producir risa; lo que por otra parte avalaría con mayor valor la certeza de las palabras de Jesús y su cumplimiento.

Escuchar que son dichosos y felices los pobres, los que nada tienen o tienen hambre, los que lloran en la vida a causa de sus sufrimientos o de los problemas que los envuelven produce, es cierto, una paradoja. Nos pueden resultar incomprensibles, difíciles de entender. ¿Cómo entender estas palabras de Jesús? Entre las cosas que habitualmente valoramos está el alcanzar una vida digna, tener unos medios que no nos hagan pasar estrecheces y vivir en la pobreza, alejar todo lo que sea sufrimiento ya sea físico o moral de nuestra vida, porque nos gustaría ser valorados y tenidos en cuenta. Está bien, es justo que deseemos todo esto y entre en las preocupaciones e intereses de nuestra vida. Por eso, nos chocan estas palabras de Jesús.

¿Es una promesa que nos hace Jesús? ¿Es un anuncio de algo que podemos alcanzar? ¿Es una esperanza que se suscita en nuestro corazón? Ciertamente que allí en la llanura, donde Jesús pronunció estas palabras había gente de todo tipo y de toda condición; en un pueblo pobre como era Israel y más en la situación en la que se encontraban la mayoría de los que allí estaban eran esos pobres y esos que pasaban dificultades, esos que nada tenían y que pasarían muchos momentos de escasez y de hambre también, mucha gente que sufría porque siempre traían a Jesús a sus enfermos para que los curase pero estaban también los que tenían muchas amarguras en el alma. Y seguro que estas palabras desconcertantes de Jesús comenzaron a llenar de esperanza sus corazones.

Jesús anunciaba un reino nuevo, donde todo habría de cambiar, precisamente sus palabras como había dicho en la sinagoga de Nazaret eran evangelio, buena noticia, para los pobres; si todo había de cambiar cambiaría la situación en la que vivían, eran su esperanza, pero cuando fueran comprendiendo todo lo que significaba el reino de Dios que Jesús anunciaba descubrirán como el cambio profundo había de producirse en los corazones y en las actitudes nuevas con que habían de enfrentarse a la vida y a la realidad.

Un mundo nuevo, un reino nuevo donde imperase la justicia, donde tendrían que brillar por la autenticidad de sus vidas, donde comienzan a resplandecer unas actitudes y unos valores nuevos dándole mayor aprecio a la solidaridad, a la generosidad y al amor, donde comenzarán a ser distintas también las relaciones entre unos y otros. ¿No era ese el camino de dicha y de felicidad? ¿No tenían sentido entonces las palabras de Jesús?

‘Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo’.

La confianza que comenzaría a nacer en los corazones no era fiarse de sí mismo y de sus posibilidades y poderes que pudieran alcanzarse a nivel humano, sino que la confianza se ponía totalmente en el Señor. Ya el profeta había anunciado que ‘el que confía en el Señor y pone su confianza en el Señor será como un árbol plantado junto al agua que alarga a la corriente sus raíces’.

Entonces ¡ay! de aquellos que ponían toda su confianza en sí mismos o en las cosas que poseyeran; no eran esos los caminos que les llevaran a una verdadera felicidad. ‘Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!’ Son las lamentaciones de Jesús por aquellos que se sienten saciados de sí mismos. Como ‘quien confía en el hombre y busca su apoyo en las criaturas será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia y habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita’.

Que nuestro corazón no sea como el áspero cardo en que lo convertimos cuando nos falta ese grado de humanidad, de solidaridad, de ternura. Que florezcan en nuestra vida las flores de la generosidad y del amor y así estaremos haciendo un mundo más feliz para todos.


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