martes, 11 de enero de 2022

Dejémonos conducir e iluminar por el Evangelio y encontraremos así la verdadera liberación que Jesús nos viene a traer dando sentido y valor nuevo a nuestra vida

 


Dejémonos conducir e iluminar por el Evangelio y encontraremos así la verdadera liberación que Jesús nos viene a traer dando sentido y valor nuevo a nuestra vida

1Samuel 1, 9-20; Sal.: 1Sam 2, 1-8; Marcos 1, 21-28

Hay cosas en la vida que nos oscurecen el alma y nos dejan obnubilados y como sin sentido. Una enfermedad que nos aparece de sorpresa en la vida cuando nos parecía que más sanos estábamos nos deja descolocados, nos hace hacernos muchas preguntas, nos ciega para no saber encontrar una luz y una respuesta.

Es el dolor físico que nos produce la enfermedad, pero son otros dolores los que se nos meten en el alma cuando nos llenamos de dudas y preguntas ante lo inesperado, ante la incertidumbre del futuro que nos espera, ante la incapacidad e invalidez espiritual para afrontar esa nueva situación que se nos presenta en la vida. Mucha madurez humana se necesita para afrontar situaciones así, pero muchos valores bien madurados que nos den fortaleza interior, pero que no siempre quizá sabemos encontrar en el momento adecuado.

Hablamos de la enfermedad como experiencia propia, pero podemos hablar de tantos tipos de sufrimiento, no ya en nosotros sino que contemplamos en los demás y que de la misma manera nos deja también descolocados en la vida. Como puede ser un accidente que todo nos lo cambia, una muerte súbita e inesperada de un ser querido y apreciado, muchas cosas que nos oscurecen la mente y nos dejan como sin sentido en la vida.

Esa inestabilidad emocional que se nos produce en nuestro interior nos puede llevar a unas actitudes de rechazo de todo lo que nos rodea, hasta de la vida misma, todo se nos vuelve como un sin sentido; incluso podemos ponernos en contra de lo bueno que nos rodea, porque quizá no soportamos que otros tengan vida, mientras nosotros nos vemos tan mermados en nuestras posibilidades; hasta una mano que se acerca compasiva a nosotros podemos rechazarla porque así nos vemos tan envueltos por el mal que ya no vemos esperanza. Mucha amargura se nos puede meter en el alma.

¿Dónde está Dios? nos podemos preguntar, pregunta que surge incluso en aquellos que antes podían parecer más creyentes. Es un mundo amargo, son situaciones difíciles, son momentos oscuros en que nos cuesta encontrar algún atisbo de luz. Pero ¿todo está perdido? Como creyente que ahora me estoy haciendo esta reflexión, desde cosas que puedan suceder en mi espíritu o de lo que contemplo en los demás, nuestra respuesta es que tenemos que buscar la luz, una luz que no nos fallará muchas que nos parezcan las oscuridades. No me queda otra que mirar a Jesús, que mirar el evangelio.

En el pasaje de hoy se nos dice que la gente estaba asombrada porque enseñaba con autoridad. Pero esa autoridad de Jesús, llamémosla así, se va a manifestar con ocasión de un hombre que hay en medio de la asamblea y que está absorbido por ese espíritu del mal. Endemoniados, los llamaban entonces; podemos hablar de enfermedades mentales, o enfermedades del espíritu, o tenemos que reconocer que mal hace ese daño en nuestro espíritu. Y aquel  hombre, en la presencia de Jesús y al escuchar su palabra manifiesta su rechazo. ¿Qué quieres de nosotros, qué quieres de mí?, viene a preguntar más o menos con este sentido. ‘¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.

‘¡Cállate y sal de él!’, le dice Jesús, y aunque aquel hombre se ve como retorcido por el mal que lo poseía, se vio liberado de él, se vio curado. Es cuando la gente de nuevo, y ahora con un sentido más hondo, reconoce la autoridad de la Palabra de Jesús. ‘¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen’.

Se manifiesta así la verdadera liberación que Jesús nos viene a traer. No es solamente curarnos del mal de la enfermedad, sino es curarnos y sanarnos desde lo más hondo de nosotros mismos. No es la enfermedad la que en el fondo nos desestabiliza, sino que algo nos falta en nuestro interior, o algo malo hemos dejado meter dentro de nosotros que no nos  hace encontrar la luz, el valor, la fortaleza, esos valores que tanto necesitamos para construir sobre verdaderos pilares nuestra vida. Y eso lo vamos a encontrar en Jesús.

Dejémonos conducir e iluminar por el Evangelio. Vayamos contemplando el camino de Jesús pero vayamos escuchando allá en lo más hondo de nosotros mismos su Palabra que día a día va a venir a nosotros. Dejemos que esa buena semilla se vaya sembrando en nuestro corazón y veremos cómo comenzarán a florecer unos nuevos valores en nuestra vida, que nos darán motivos para vivir, fuerza para luchar, luz para nuestro caminar.

Sentiremos que no caminamos solos envueltos en dudas y oscuridades porque junto a nosotros está el Señor, nuestro corazón se va a ver inundado de su gracia y caminaremos por esos caminos del Evangelio, por esos caminos del nuevo Reino de Dios.

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