sábado, 1 de enero de 2022

No nos puede faltar la presencia de María, la madre, imagen de la ternura de Dios, para con ella sentir cómo Dios vuelve su rostro sobre nosotros y nos concede la paz

 


No nos puede faltar la presencia de María, la madre, imagen de la ternura de Dios, para con ella sentir cómo Dios vuelve su rostro sobre nosotros y nos concede la paz

Números 6, 22-27; Sal 66; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21

No podía faltar la presencia de una madre, no nos puede faltar. Qué necesaria es. No solo en el hecho de que en su vientre se gesta una vida, de su vientre nace un hijo, porque ahí no se acaba la función de la madre. Es la ternura de la naturaleza misma. Lo observamos hasta en los animalitos más elementales, como la madre cuida y alimenta, protege y se hace presente, da calor y cubre con sus alas como vemos tiernamente hasta en las aves.

Pero en el ser humano es mucho más, nos ha dado la vida y sigue siendo vida para sus hijos, porque sabe estar presente, porque cuida y porque protege, porque escucha y siempre está atenta no solo con los ojos de la cara sino con el corazón para entender y para saber más allá de las palabras que nosotros podamos decir o de los sentimientos que podamos expresar. Es la ternura de la vida, es la ternura del amor, es la ternura de Dios que El ha querido derramar de manera especial en la madre para que teniéndola a ella nunca sintamos el frío de la soledad, o el desgarro de la maldad que de otras partes nos pudiera llegar.

Y Dios quiso tener una madre, quiso nacer del seno de una madre, quiso sentir en sí mismo el calor del corazón de una madre. Por eso aunque siempre en todo el misterio del nacimiento de Jesús hemos visto la presencia de Maria, con la que Dios quiso contar, antes de concluir toda la solemnidad grande de la Navidad, en su octava, hoy celebramos a María, la Madre de Dios. Sabiamente tras la reforma litúrgica conciliar se recuperó para este día esta solemnidad de la Madre de Dios, que ya se venía celebrando el 11 de octubre, como conmemoración y recuerdo de aquel concilio que así la proclamó. Este es su lugar. Y es importante que así ahora la contemplemos y la celebremos en el mayor misterio y don de María, su maternidad divina.

Aunque los ángeles sólo le habían hablado a los pastores de un niño recién nacido envuelto en pañales, es allí junto a María donde encuentran a ese Niño que se les había anunciado como el Salvador. No podía faltar la presencia de la Madre, no podía faltar la presencia de María, como no nos puede faltar a nosotros en nuestro propio itinerario de fe.

Con María siempre iremos al encuentro con Jesús, siempre iremos a escuchar y a hacer lo que nos diga Jesús. Con María aprendemos a acoger la Palabra y a acoger a Dios, con María aprenderemos a saborear la ternura de Dios. Con María sentiremos el calor del amor y la intensidad de la vida porque de la ternura de su corazón de Madre aprenderemos a encontrar esas señales de amor que Dios va poniendo a nuestra vera en el camino de la vida. Pero con María aprenderemos también a ponernos en camino porque a todos hemos de saber comunicar las maravillas de Dios.

En esta fecha del primero de enero tenemos la coincidencia de varios hitos muy importantes en el camino de nuestra vida. Por una parte Navidad y la presencia de María como ya venimos comentando, pero al mismo tiempo en el ritmo de vida es el momento de cambio de hoja en el calendario que rige la vida de nuestra sociedad.

Es primero de año, lo que nos está hablando de un año que ya hemos dejado atrás con su propia historia, pero de un nuevo año que se abre camino ante nosotros y en el que tenemos que construir la historia de nuestro hoy. Momentos de recuerdos y recuentos del camino recorrido con lecciones aprendidas, con momentos con intensidad vividos y con todo eso que ha contribuido en el crecimiento y desarrollo de nuestra vida. Será momento de gratitudes, como de cosas a tomar nota y tener en cuenta para no cometer los mismos errores, como momentos para aprender de lo vivido ya fuera negativo o positivo.

Pero es momento de inicio de nuevas etapas y de buenos propósitos y deseos al tiempo que nos vamos trazando metas. Todos nos deseamos lo mejor, pero no nos podemos quedar en la buena voluntad ni en los buenos deseos, sino que tendrá que ser momento de compromiso y de poner cada uno de nuestra parte nuestro grano de arena o nuestra buena semilla porque será la manera de que nuestro año sea mejor. El año será lo que nosotros construyamos, con las circunstancias con que nos encontremos, y con el esfuerzo en que desarrollemos lo mejor de nosotros mismos para que sea el resultado mejor. No es tarea fácil, porque son muchas las cosas que se conjuntan, pero eso no nos disculpa de nuestro esfuerzo y de nuestra tarea.

Y queremos un mundo de paz. Fue el cántico de los Ángeles de Belén, la paz para los hombres porque Dios los ama, y son los deseos que todos nos manifestamos cuando queremos que todos seamos muy felices. Sin esa paz, se vería realmente mermada nuestra felicidad y la felicidad de nuestro mundo. Una paz que construiremos desde la justicia, el amor y la verdad; una tarea de la paz en la que todos hemos de ser educados y todos hemos de prepararnos para construirla de la mejor manera.

A través del año habrá otras fechas en que la sociedad celebre el día de la paz y quiera expresar gestos de paz para manifestar su compromiso, pero sabiamente desde hace ya muchos año el Papa Pablo VI instituyó en la Iglesia esa Jornada de Oración por la paz en este primero de enero, comienzo del año. Es que la paz no es solo un deseo, sino un compromiso, pero también ha de ser un don que pidamos a Dios.

Que María, la madre y la reina de la paz, interceda por nosotros para que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz. Que esa mirada de Dios nos reconforte y nos haga sentirnos fuertes en su gracia para hacer de nuestro mundo un reino de paz.

viernes, 31 de diciembre de 2021

Es momento para hacer una mirada de fe a mi vida, no solo hacer una mirada a mi vida de fe, sino desde un sentido y una visión creyente valorar toda mi vida

 


Es momento para hacer una mirada de fe a mi vida, no solo hacer una mirada a mi vida de fe, sino desde un sentido y una visión creyente valorar toda mi vida

1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18

Hoy es habitual en la mayoría de la casas andar muy preocupados y ocupados en los preparativos para la nochevieja, para el fin de año. Es un hecho social. En el calendario cae una hoja, pero con el cambio de año no parece una hoja cualquiera. Son momentos de fiesta en la despedida del año que termina y en el recibimiento del año nuevo. Todo son buenos deseos para el año que comienza.

Pero también hay que decir que para algunos – y nos tendríamos que preguntar si no sería así para todos – es un momento de un parón, aunque sea momentáneo para mirar hacia atrás y contemplar el año que termina. Sería una cosa muy necesaria y conveniente. Me atrevo a pensar que en medio de todas esas preocupaciones y ocupaciones en que hoy estamos liados tendríamos que sacar unos momentos para hacer esa mirada.

Socialmente ha sido un año muy complejo porque la pandemia sigue y no terminamos de ver previsiones de un próximo cambio, sino que más bien parece que en estos momentos las cosas se ponen un tanto graves; la crisis social y económica que acompaña cuanto sucede sigue afectando a muchas personas y es algo que tendría que preocuparnos seriamente; en una de nuestras islas se han vivido unos especiales momentos de angustia, donde en cierto modo todos los canarios nos hemos visto afectados, con el volcán de Cumbre Vieja que asoló en parte la isla de La Palma. Así podríamos seguir pensando en muchas más cosas de este calibre que ya los medios de comunicación social en algún momento nos están recordando.

Pero creo que ese detenernos, aunque existen estas preocupaciones graves, tendría que ir en lo personal por caminos de mayor hondura. ¿Qué ha significado en mi vida personal este año que termina? ¿Qué provecho ha tenido para mi vida? Lo que he ido viviendo a través del año ¿ha contribuido a mi crecimiento personal, a mi maduración como persona? Muchas cosas tendríamos que saber analizar con detalle; cada uno conoce su vida con sus limitaciones y carencias y con el progreso personal que va realizando, y la mirada tiene que ser muy personal de cada uno a sí mismo, a su interior, y al mismo tiempo en consecuencia a todo lo que ha significado mi relación con las personas de las que me rodeo.


Es momento, sí, de hacer balances, pero no de resultados económicos sino de ese enriquecimiento como persona en el cultivo de los mejores valores. Y es momento para hacer una mirada de fe a mi vida, no solo hacer una mirada a mi vida de fe, sino desde un sentido y una visión creyente valorar toda mi vida. Vamos a decir que es tratar de descubrir cómo me ven los ojos de Jesús, los ojos de Dios. Es en Cristo donde tenemos que centrar lo más hondo de nuestra vida, pero ¿ha sido así como realmente he vivido este año?

Hoy he querido en este último día del año dejar esta reflexión, aunque nos pareciera que no es un comentario al evangelio del día. No perdamos de vista, por otra parte, que seguimos dentro de la octava de la Navidad y ese espíritu navideño tenemos que seguir viviéndolo, aunque ya para el mundo que nos rodea les pueda parecer que quedó atrás y muy lejos, aunque aún sigan los mismos adornos en nuestras casas y en nuestras calles.

Hoy precisamente en el evangelio se nos recuerda que ‘el Verbo se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros’. Es el misterio de Navidad que seguimos viviendo y celebrando. Pero también se nos dice que ‘la luz brilló en la tiniebla y la tiniebla no quiso recibirla’. Cuidado le demos la espalda a esa luz preocupados como andamos por tantas cosas. Que seamos en verdad aquellos que la recibimos y que ‘a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre les dio poder de ser hijos de Dios’. Es lo que somos y es lo que hemos de vivir.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Lo que nos parece imperceptible, lo que se hace en silencio puede convertirse en un grito como lo fue la profetisa Ana y el silencio de Nazaret

 


Lo que nos parece imperceptible, lo que se hace en silencio puede convertirse en un grito como lo fue la profetisa Ana y el silencio de Nazaret

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40

Todos conocemos esas personas que hay en nuestros pueblos, muchas veces alrededor de nuestras iglesias, que pasan desapercibidas, que parece que no hacen nada, pero que están atentas a cualquier problema o necesidad y quizás casi sin que nadie lo note se acercan a quien quizá pudiera ayudar o hacer algo para hacer una sugerencia; son personas también que, como decíamos, podemos ver en el entorno de nuestras iglesias, personas muy piadosas, de práctica religiosa diaria, pero a quienes quizás no somos capaces de valorar, porque incluso en nuestros lenguajes decimos son las beatitas del pueblo que lo que hacen es rezar. Y nos equivocamos de todas todas en esa poca valoración que hacemos de esas personas, porque muchas veces son un pilar muy fuerte – con su beaterio o como lo queramos llamar – de muchas cosas que se realizan y que nadie sabe quien las hizo.

He querido comenzar haciéndome esta consideración – porque además muchas veces somos injustos con esas personas – contemplando lo que nos ofrece hoy el evangelio. Es continuación del que ayer escuchábamos y de alguna manera hicimos en nuestro comentario referencia a esta persona que aparece de manera especial hoy en el evangelio.

Ayer destacábamos la profecía de aquel anciano que es capaz de descubrir en aquel niño presentado en el templo por unos padres pobres al que venía a ser el Salvador esperado. Y hoy nos aparece este otro personaje, una anciana, viuda, con muchos años alrededor del templo desde que quedó viuda y que cuantas cosas en silencio habría realizado en servicio de los peregrinos que subían al templo a la oración y al culto, y que ahora se une al cántico de alabanzas de Simeón porque ella también reconoce en aquel Niño al que venía como luz y como salvación para todo el pueblo. La veremos silenciosamente deslizándose entre la gente para hablarles de aquel niño a todos los que esperaban la futura liberación de Israel. Son los ojos de la fe, pero es el corazón siempre dispuesto al servicio lo que contemplamos en aquella anciana; es la esperanza que ya ella ve también cumplida como el anciano Simeón y no se cansará de anunciar a todo quien quiera escucharla.

Es el testimonio de una mujer creyente y entregada; es el testimonio de la persona valiente, aunque poco pudiera ser considerada por quienes la contemplaban todos los días en los alrededores del templo, pero que ahora anuncia sin cesar quien es aquel niño. Aquí es cuando nosotros tendríamos no solo que valorar esas personas que nos parece que pasan desapercibidas, sino aprender también a dar ese testimonio valiente de nuestra fe y de nuestra esperanza. Profetiza solemos llamar a esta anciana que también parece que pasa desapercibida por el evangelio porque de ella no se volverá a hablar, pero nos recuerda nuestra misión también profética en medio del mundo para el anuncio de Jesús y el anuncio del Evangelio.

Y va concluyendo de alguna manera el evangelio de la infancia de Jesús, porque ahora ya se nos dice que marcharon de nuevo a Galilea y se establecieron en Nazaret. Y Jesús estaba con ellos formando parte de aquella familia de Nazaret. ‘El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él’.

Jesús, un niño más entre los niños que habría entonces en aquel pequeño pueblo. Jesús que igualmente pasaría desapercibido como uno más entre los habitantes de Nazaret; de El dirán más tarde que era el hijo del carpintero; todos los conocían como se conocen todos los habitantes de un pequeño pueblo. Pero ‘la gracia de Dios estaba con El’, como nos dice el evangelista. Crecía y maduraba como crecemos todos, puesto que aunque era el Hijo de Dios precisamente se había querido hacer hombre, uno como nosotros para ser en verdad Dios con nosotros, haciendo nuestros mismos caminos, realizando las mismas etapas de la vida que todos tenemos que recorrer.

Algunas veces nos puede parecer incomprensible este tiempo de silencio y a lo largo de la historia y sobre todo en los primeros tiempos por una piedad no siempre bien entendida se ha querido contar o inventar hechos milagrosos realizados por el Jesús niño, como nos quisieron trasmitir aquellos evangelios que nunca fueron aceptados en la fe de la Iglesia y que por eso se les llama apócrifos; algunas veces hoy intentan algunos recuperar esos evangelios apócrifos dándole una autoridad a sus palabras que no tienen pero que entonces no tenemos que sacar a flote para alimentar nuestra imaginación.

El silencio de ese tiempo de Jesús en Nazaret es también muy importante y mucho nos puede ayudar en nuestra vida y en nuestra fe, para que sepamos valorar ese tiempo de crecimiento y de maduración que todos hemos de hacer en la vida. Es todo un grito profético para nuestra vida tan llena de bullicio. De ese tiempo silencioso de la semilla sembrada y oculta en la tierra brotará la nueva planta sino de esa nueva e intensa vida que con madurez hemos de vivir.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

En medio de todas las alegrías de la Navidad y tenemos que entender que la Pascua siempre ha de estar presente en nuestra vida y saber tener la entereza y fortaleza de María

 


En medio de todas las alegrías de la Navidad y tenemos que entender que la Pascua siempre ha de estar presente en nuestra vida y saber tener la entereza y fortaleza de María

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

¡Vaya pasada!, decimos. Cuando estábamos disfrutando de un momento muy agradable, vienen y nos dan la noticia. Algo desagradable que ha sucedido o que está por suceder, pero que nos afecta directamente a aquellos que ahora estábamos pasando un buen momento. Las espinas de las rosas de la vida; cuando mejor estamos embriagados por su perfume viene algo que nos hace daño, que es una punzada en el alma, algo que nos va a perturbar para siempre. Son cosas que suceden y más de una vez en la vida, por lo que tenemos que hacernos de tripas corazón y salir a flote sin dejar hundirnos por aquello que nos dicen. No es fácil, hace falta mucha fortaleza de espíritu, hace falta madurez en el alma para poder afrontarlo.

Habían subido a Jerusalén para cumplir con los requisitos de la ley mosaica. Era un primogénito que había que ofrecer al Señor; había una purificación que realizar, porque con las hemorragias propias del parte, todo lo que fuera sangre y tuviera contacto con la sangre era una impureza para la ley de Moisés; por eso toda madre después del parte había de someterse a aquellas purificaciones.

Pero no fue solamente un rito lo que en aquel momento en el templo realizaron con Jesús sus padres en la presentación del Niño en el templo; por allá andaban unos ancianos llenos del espíritu Santo que comenzaron a profetizar. El anciano Simeón había recibido una revelación del Señor de que no moriría hasta ver con sus ojos a quien iba a ser el Salvador del mundo. Allá estaba en el templo siempre dando gloria a Dios y esperando ese momento de la promesa cuando entraron María y José con el Niño para cumplir con los requisitos de la ley. Y allí se puso a profetizar Simeón. Ya podía morir en paz y daba gracias a Dios porque sus ojos habían podido contemplar al Salvador.

Por allá otra anciana también llena del espíritu de Dios servía en el templo día y noche y también se puso a alabar a Dios y hablar del Niño a cuantos esperaban la liberación de Israel. Momentos de emoción y alegría, que María iría guardando en su corazón y donde ella veía que se iban cumpliendo las Escrituras y cuánto le había dicho el ángel.

Pero es el momento en que el anciano se dirige directamente a María y ahora sus palabras suenan a una seriedad distinta, porque le dice que aquel Niño iba a ser un signo de contradicción. No todos los aceptarían; ante El habían de decantarse las conciencias y unos se pondrían de su parte, mientras a otros los iban a tener enfrente. ‘Y a ti una espada te traspasará el alma’. Estaba anunciando momentos de dolor, de sufrimiento, estaba anunciando momentos de pascua, porque siempre sería el paso del Señor, pero en ese paso iba a haber pasión y sufrimiento, habría muerte aunque al final estaba anunciada la resurrección y la vida.

Pero el corazón de María se vio ya traspasado por aquella espada que le traspasaría el alma cuando estuviera a los pies de la cruz de su Hijo. Pero allí estaba la fortaleza de María, allí estaba su entereza y la madurez de su fe, allí estaba la que sabría mantenerse en pie incluso a los pies de la cruz de su Hijo, porque allí estaba una mujer de extremada esperanza.

Estamos nosotros también en medio de todas las alegrías de la Navidad y tenemos que entender estos anuncios, porque sabemos bien que Belén no está lejos del Calvario, porque la vida de Jesús es paso de Dios en medio de nosotros los hombres, porque la Pascua siempre ha de estar presente en nuestra vida, porque a nosotros tampoco tiene que faltarnos esa fortaleza y esa entereza de María, porque nosotros hemos de tener siempre el corazón lleno de esperanza, porque sabemos que no nos faltará la fuerza del espíritu sea lo que sea que tengamos que afrontar en la vida aunque algunas veces nos resulte duro y costoso. Que se fortalezca de verdad nuestra fe. Sintamos siempre la presencia de María a nuestro lado.

martes, 28 de diciembre de 2021

Despierta y levántate para descubrir quienes son los santos inocentes de hoy ante los que no podemos quedarnos insensibles cerrando los oídos a sus gritos

 


Despierta y levántate para descubrir quienes son los santos inocentes de hoy ante los que no podemos quedarnos insensibles cerrando los oídos a sus gritos

Juan 1, 5 – 2, 2; Sal 123; Mateo 2, 13-18

Hay ocasiones en que aunque nos vaya mal preferimos seguir como estamos antes que el esfuerzo de despertar y levantarnos para tratar de encontrar un camino mejor. Muchas veces vamos de pasivos en la vida, nos da pereza tener que esforzarnos para cambiar y fácilmente caemos en una rutina que nos adormece. Solo los que son capaces de mirar alto distinto y con mayor altura, solo los capaces de esforzarse por levantarse y cambiar podrán lograr algo. Y en muchas cosas de la vida nos pasa; tratamos de hacer nuestros arreglos, nuestros apaños, pero no ponemos toda la voluntad que necesitamos para tratar de ver algo distinto. En cierto modo necesitamos ser soñadores, porque aunque sea en sueños podemos vislumbrar que las cosas pueden ser distintas, que se pueden hacer de otra manera, y seremos capaces de levantarnos para ponernos en camino.

En este día en que la liturgia conmemora a los santos inocentes de Belén, que por otra parte popularmente tratamos de llenar de humor con nuestras inocentadas, a pesar del drama que significa lo que conmemoramos, necesitamos adentrarnos un poco más en el evangelio, que como siempre quiere abrirnos nuevos caminos.

El texto ha partido del episodio de los magos de Oriente que porque fueron capaces de levantar la mirada a lo alto descubrieron una nueva estrella que les iba a conducir a Belén. Fue un levantar la mirada a lo alto y escuchar una voz en su interior que los hacía ponerse en camino porque lo que estaban contemplando tenía un significado hondo aunque ellos quizá en principio no fueran capaces de ver todo su alcance. Pero habían levantado la mirada a lo alto para soñar con algo nuevo y distinto.

Pero el episodio se centrará luego en el sueño de José que le hace levantarse también y marchar con el Niño y su madre a Egipto. ¿Eran sueños? Era algo más que sueños que puedan llenarnos de pesadillas en la noche. En el sueño vislumbraba algo distinto y era capaz de escuchar la voz de Dios que en un ángel se le manifestaba. Alguien podría hablar de supersticiones y fantochadas, pero hay unos hechos que se cumplieron y la vida del Niño pudo salvarse aunque fuera tras un arduo camino de huida a Egipto. José era un hombre creyente y estaba dispuesto a escuchar la voz de Dios aunque llegara a él a través de sueños.

Mucho nos están enseñando estos episodios. ‘Levántate…’ le decía la voz del ángel a José, como un día una voz semejante había hecho levantarse a aquellos magos de Oriente para ponerse en camino.

‘Levántate…’ podemos estar sintiendo que se nos dice también, levántate y sueña con algo distinto, levántate y sé capaz de descubrir nuevos caminos, levántate y descubre el mundo de sombras que puede haber a tu alrededor, levántate y mira la crueldad del sufrimiento de muchos en tu entorno… no podemos quedarnos adormecidos, no podemos quedarnos insensibles ante las violencias de nuestro mundo que sufren niños, que sufren mayores, que sufren las mujeres, no podemos cruzarnos de brazos ante tantas soledades de personas mayores o de tantos que no tienen una voz que los defienda, una mano amiga que les ayude a caminar, un corazón ardiente que les llene de nuevo de ilusión y de esperanza.

Son los santos inocentes del mundo de hoy. Tratemos de descubrirlos porque ahí a nuestro lado están. Nosotros no podemos refugiarnos en la huida, nosotros tenemos que ponernos manos a la obra para que las cosas cambien. Escuchamos el llanto y los gritos ¿y vamos a cerrar nuestros oídos?

lunes, 27 de diciembre de 2021

Ojalá nuestras celebraciones sean mucho más que uno ritos litúrgicos que realizamos para que se conviertan en verdaderas experiencias de fe que transmitamos luego a los demás

 


Ojalá nuestras celebraciones sean mucho más que uno ritos litúrgicos que realizamos para que se conviertan en verdaderas experiencias de fe que transmitamos luego a los demás

1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 1a. 2-8

‘Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó…’

cuando andamos en los caminos de la fe no nos valen altas reflexiones teológica, aunque también tengamos luego que hacérnoslas para profundizar debidamente en lo que es el misterio de Dios sino que lo importante es que transmitamos la experiencia de lo vivido, el testimonio de lo que hay en lo más profundo dentro de nosotros. Como nos dice hoy san Juan ‘lo que hemos oído… visto con nuestros propios ojos… palpado con nuestras manos…’ o sea la experiencia que tenemos en la propia vida. Es lo que realmente va a convencer, es lo que vamos a transmitir con mayor intensidad, aunque no entremos en demasiados razonamientos filosóficos o teológicos. Es lo que en verdad va a convencer, aunque luego al rumiarlo nos hagamos nuestras propias reflexiones.

Es lo que nos está transmitiendo hoy tanto el inicio de la carta de san Juan por una parte, como luego el evangelio. Precisamente en este día en que celebramos a san Juan el evangelista. De ahí la referencia a él en el evangelio. El que tuvo la dicha de recostar su cabeza sobre el pecho del maestro pudiendo sentir con más fuerza el latido de su corazón, ahora nos dice en la carta que lo que nos está transmitiendo es lo que palparon sus manos, lo que oyó con sus oídos y lo que vio con sus propios ojos, no solo los que llevamos en la cara, sino los que tenemos en el alma, en el corazón, que son los que verdaderamente nos hacen más sensibles al sentir de Dios.

Lo había palpado el evangelista Juan. Se nos hace referencia a él como el discípulo amado del Señor, por quien Jesús parecía que tenía sus preferencias. Es la cercanía a Jesús, pero también los momentos especiales en los que es testigo del actuar de Jesús. Son varias las ocasiones que nos dice el evangelio que Jesús se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan; sería cuando la resurrección de la hija de Jairo como será en las alturas del Tabor donde tuvo esa experiencia especial de Dios en la transfiguración; pero sería el que acompañaría a Jesús a lo más hondo del huerto de los Olivos para ser testigo de aquella oración casi agónica de Jesús en los momentos previos al prendimiento y el inicio de la pasión. Entonces Pedro, Santiago y Juan se caían de sueño y no fueron capaces de permanecer alertas en oración como Jesús les pedía.

Hoy en el evangelio se nos narra otra experiencia de fe de Juan. Nos trasporta el evangelio a la mañana de pascua, a la mañana de la resurrección de Jesús. Pronto corren las noticias llevadas por las mujeres que habían ido al sepulcro con el deseo de embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús de que la tumba estaba vacía y el cuerpo del Señor Jesús no estaba allí. María Magdalena será una de las que vaya con este comunicado a los apóstoles aún escondidos en el cenáculo.

Corren Juan y Pedro por las calles de Jerusalén para llegar al sepulcro de Jesús y comprobar lo que las mujeres les han comunicado. Juan, más joven corre más que Pedro y llega antes, pero deja que sea Simón el que primero entre al sepulcro vacío. Luego entrará él también comprobando lo que las mujeres les habían dicho, los sudarios doblados por un sitio y aparte las sábanas con que habían envuelto el cuerpo de Jesús, pero allí no estaba Jesús, y sin embargo nos dirá el evangelista que Juan entró y creyó, lo que Jesús había anunciado y estaba también previsto en las Escrituras. Será de lo que Juan dará luego testimonio al escribir el evangelio. ‘Vio y creyó’.

¿Cuál es el testimonio que nosotros damos? ¿Serán solo palabras o el testimonio de la experiencia de lo que hemos vivido? ¿Habremos llegado nosotros alguna vez a entrar allí donde se nos manifiesta la experiencia de Dios y también se habrá fortalecido la fe para creer sin ninguna duda y para ofrecer luego ese testimonio a los demás? Me atrevo a plantearos, a plantearme yo mismo, si en estas celebraciones que hemos venido teniendo de Navidad habremos llegado a ese momento ‘de entrar, de ver, y de creer’ porque así ha sido lo que intensamente hemos vivido y experimentado en algún momento estos días.

 

domingo, 26 de diciembre de 2021

En la Sagrada Familia de Nazaret encontramos un sentido y valor que hemos de saber ofrecer a nuestro mundo y contribuya a la riqueza de los valores de la familia humana

 


En la Sagrada Familia de Nazaret encontramos un sentido y valor que hemos de saber ofrecer a nuestro mundo y contribuya a la riqueza de los valores de la familia humana

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52

En este domingo que sigue al día de Navidad es tradicional en la liturgia de la Iglesia que se nos presente a nuestra consideración la Sagrada Familia de Nazaret. Aunque no son muchos los datos que nos ofrece el Evangelio de la vida de Jesús transcurrida en el seno de la familia esos pequeños cuadros que se nos ofrecen de la infancia de Jesús nos llevan a mirar a esta familia en cuyo seno quiso encarnarse y nacer y crecer como hombre el Hijo de Dios. Nuestra mirada se dirige a Nazaret, verdadera escuela de sabiduría para la familia cristiana.

El episodio que se nos ofrece hoy en el evangelio nos habla de ese momento en que Jesús niño se hacía hombre y según las costumbres judías en esa edad de la pubertad comenzaba ya a mirarse como hombre pudiendo incluso tomar sus decisiones. Pero ello, aunque sucedido en una subida al Templo de Jerusalén para la fiesta de la Pascua – algún significado puede tener también en relación a la Pascua en que Cristo se había de entregar haciendo su propia Pascua –, se enmarca en la estancia de Jesús en Nazaret, a donde se dice que bajó y estaba sujeto a ellos, queriendo significar ese vivir en el seno de aquella familia de Nazaret.

Este querer contemplar el cuadro de la Sagrada Familia de Nazaret nos vale para echar también una mirada a nuestras familias, con sus luces y con sus sombras, a las que nosotros pertenecemos o que nosotros formamos, donde hemos crecido como  hijos y hemos madurado como personas, donde nos hemos desarrollado aprendiendo todos esos valores humanos y espirituales que nos hacen crecer y que nos hacen madurar en la vida. Es variado como un abanico multicolor el sentido y la vivencia de la familia que podemos contemplar en nosotros y podemos contemplar en nuestro entorno.

No somos quienes para enjuiciar esa variopinta realidad del sentido de familia que podemos contemplar donde siempre tenemos algo que aprender pero que tendría por otra parte que ayudarnos a clarificar el concepto y el sentido que desde nuestros valores cristianos nosotros queremos vivir. Cada uno puede tener su sentido desde sus propios valores y desde el sentido que le quiera dar a su vida. Nosotros, que decimos que el sentido de nuestra vida lo encontramos en nuestra fe en Jesús y en el espíritu del Evangelio, es desde ahí donde tenemos que ahondar, profundizar para vivir esa realidad de nuestra vida. Es lo que tenemos que clarificar con toda profundidad, con un respeto grande también a lo que puedan sentir o vivir lo demás, el sentido de nuestra vida desde nuestra fe en Jesús que será lo que llamamos un sentido cristiano.

En la carta a los Colosenses, que se nos ofrece en la liturgia de hoy, se nos presentan una serie de valores importantes para el crecimiento y maduración de los miembros de la comunidad cristiana que pueden ser en verdad piedras miliares que nos señalen un camino, verdaderos cimientos y fundamentos del edificio de nuestra vida. Se nos habla de revestirnos, que no es simplemente ponernos un vestido como un disfraz sino algo más profundo porque será dar la verdadera imagen de lo que tiene que ser nuestra vida.

‘Revestíos, se nos dice de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia…’ y añade lo importante que es la aceptación mutua y el perdón cuando queremos caminar caminos de paz y de amor. Un camino de sencillez, un camino de autenticidad, un camino de humildad, un camino de acogida mutua ofreciendo de nuestra parte lo mejor de nuestra ternura. Podrían parecer cosas intranscendentes y que no tienen tanta importancia, pero son verdadero norte de nuestra vida. Aleja de nosotros la falsedad y la vanidad, aleja de nosotros el orgullo y todo tipo de violencia, pone en nosotros lazos que nos llevan al encuentro y a la unidad, van encauzando nuestra vida por todo lo que signifique diálogo y entendimiento.

Si fuéramos capaces de ir cultivando en nuestra vida, en nuestras relaciones con los demás, y en este caso en nuestras relaciones familiares esos valores qué entorno de felicidad podríamos ir creando, qué semillero de vida haría florecer en nosotros las mejores virtudes, qué caldo de cultivo más maravilloso tendríamos para nuestro crecimiento y maduración como personas. Sería lo que querríamos hacer en el seno familiar en todos sus miembros y sería la mejor oferta que pudiéramos hacer para el crecimiento de los frutos de nuestro amor que son los hijos.

Hoy lo queremos contemplar en aquel hogar de Nazaret. ‘Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres’, nos describe el evangelista lo que significó para Jesús aquel entorno familiar de Nazaret. Es lo que hoy queremos aprender para nuestra vivencia personal y familiar. Nos decía también la carta a los Colosenses algo que no podemos olvidar para una familia creyente y para una familia que en Cristo quiere encontrar toda su luz y todo su sentido: ‘Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él’.

Solo en el Señor, con la fuerza del espíritu del Señor podremos conseguirlo; así ha de estar presente en nuestra vida nuestra acción de gracias y nuestra alabanza al Señor, pero también la escucha atenta de su Palabra. Es nuestra luz y nuestra fuerza. Es lo que contemplamos en Nazaret y es la oferta que nosotros podemos hacer también a nuestro mundo para esa riqueza grande que es el matrimonio y es la familia.