jueves, 30 de diciembre de 2021

Lo que nos parece imperceptible, lo que se hace en silencio puede convertirse en un grito como lo fue la profetisa Ana y el silencio de Nazaret

 


Lo que nos parece imperceptible, lo que se hace en silencio puede convertirse en un grito como lo fue la profetisa Ana y el silencio de Nazaret

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40

Todos conocemos esas personas que hay en nuestros pueblos, muchas veces alrededor de nuestras iglesias, que pasan desapercibidas, que parece que no hacen nada, pero que están atentas a cualquier problema o necesidad y quizás casi sin que nadie lo note se acercan a quien quizá pudiera ayudar o hacer algo para hacer una sugerencia; son personas también que, como decíamos, podemos ver en el entorno de nuestras iglesias, personas muy piadosas, de práctica religiosa diaria, pero a quienes quizás no somos capaces de valorar, porque incluso en nuestros lenguajes decimos son las beatitas del pueblo que lo que hacen es rezar. Y nos equivocamos de todas todas en esa poca valoración que hacemos de esas personas, porque muchas veces son un pilar muy fuerte – con su beaterio o como lo queramos llamar – de muchas cosas que se realizan y que nadie sabe quien las hizo.

He querido comenzar haciéndome esta consideración – porque además muchas veces somos injustos con esas personas – contemplando lo que nos ofrece hoy el evangelio. Es continuación del que ayer escuchábamos y de alguna manera hicimos en nuestro comentario referencia a esta persona que aparece de manera especial hoy en el evangelio.

Ayer destacábamos la profecía de aquel anciano que es capaz de descubrir en aquel niño presentado en el templo por unos padres pobres al que venía a ser el Salvador esperado. Y hoy nos aparece este otro personaje, una anciana, viuda, con muchos años alrededor del templo desde que quedó viuda y que cuantas cosas en silencio habría realizado en servicio de los peregrinos que subían al templo a la oración y al culto, y que ahora se une al cántico de alabanzas de Simeón porque ella también reconoce en aquel Niño al que venía como luz y como salvación para todo el pueblo. La veremos silenciosamente deslizándose entre la gente para hablarles de aquel niño a todos los que esperaban la futura liberación de Israel. Son los ojos de la fe, pero es el corazón siempre dispuesto al servicio lo que contemplamos en aquella anciana; es la esperanza que ya ella ve también cumplida como el anciano Simeón y no se cansará de anunciar a todo quien quiera escucharla.

Es el testimonio de una mujer creyente y entregada; es el testimonio de la persona valiente, aunque poco pudiera ser considerada por quienes la contemplaban todos los días en los alrededores del templo, pero que ahora anuncia sin cesar quien es aquel niño. Aquí es cuando nosotros tendríamos no solo que valorar esas personas que nos parece que pasan desapercibidas, sino aprender también a dar ese testimonio valiente de nuestra fe y de nuestra esperanza. Profetiza solemos llamar a esta anciana que también parece que pasa desapercibida por el evangelio porque de ella no se volverá a hablar, pero nos recuerda nuestra misión también profética en medio del mundo para el anuncio de Jesús y el anuncio del Evangelio.

Y va concluyendo de alguna manera el evangelio de la infancia de Jesús, porque ahora ya se nos dice que marcharon de nuevo a Galilea y se establecieron en Nazaret. Y Jesús estaba con ellos formando parte de aquella familia de Nazaret. ‘El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él’.

Jesús, un niño más entre los niños que habría entonces en aquel pequeño pueblo. Jesús que igualmente pasaría desapercibido como uno más entre los habitantes de Nazaret; de El dirán más tarde que era el hijo del carpintero; todos los conocían como se conocen todos los habitantes de un pequeño pueblo. Pero ‘la gracia de Dios estaba con El’, como nos dice el evangelista. Crecía y maduraba como crecemos todos, puesto que aunque era el Hijo de Dios precisamente se había querido hacer hombre, uno como nosotros para ser en verdad Dios con nosotros, haciendo nuestros mismos caminos, realizando las mismas etapas de la vida que todos tenemos que recorrer.

Algunas veces nos puede parecer incomprensible este tiempo de silencio y a lo largo de la historia y sobre todo en los primeros tiempos por una piedad no siempre bien entendida se ha querido contar o inventar hechos milagrosos realizados por el Jesús niño, como nos quisieron trasmitir aquellos evangelios que nunca fueron aceptados en la fe de la Iglesia y que por eso se les llama apócrifos; algunas veces hoy intentan algunos recuperar esos evangelios apócrifos dándole una autoridad a sus palabras que no tienen pero que entonces no tenemos que sacar a flote para alimentar nuestra imaginación.

El silencio de ese tiempo de Jesús en Nazaret es también muy importante y mucho nos puede ayudar en nuestra vida y en nuestra fe, para que sepamos valorar ese tiempo de crecimiento y de maduración que todos hemos de hacer en la vida. Es todo un grito profético para nuestra vida tan llena de bullicio. De ese tiempo silencioso de la semilla sembrada y oculta en la tierra brotará la nueva planta sino de esa nueva e intensa vida que con madurez hemos de vivir.

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