sábado, 6 de marzo de 2021

Aprendamos a saborear lo que es la misericordia, porque no nos creamos tan justos que pensemos que no la necesitamos y es la llave que abre nuestro corazón a los demás

 


Aprendamos a saborear lo que es la misericordia, porque no nos creamos tan justos que pensemos que no la necesitamos y es la llave que abre nuestro corazón a los demás

Miqueas 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lucas 15, 1-3. 11-32

‘Se acercaron a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo… y los fariseos y los escribas lo criticaban: Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. Esto da pie para que Jesús nos proponga la hermosa parábola de la misericordia.

¿Quién necesitaba aprender a saborear lo que era la misericordia? ¿Lo habremos saboreado nosotros también o acaso nos tenemos por tan justos que nos decimos que no lo necesitamos?

Cumplidores no significa siempre lo mismo que justos; podemos convertir lo de cumplidores en una pantalla que oculte muchas cosas que llevamos en el corazón pero no querríamos que aparecieran en público, que lo supieran los demás. Porque con lo de cumplidor ocultamos con apariencias otras actitudes profundas que hay dentro de nosotros y que no queremos dejar relucir, pero ahí están.

Porque están nuestros juicios y consideraciones, por no decir condenaciones, que nos hacemos de los demás. Sí, como los fariseos que estaban juzgando a Jesús queriendo meterlo todo en el mismo saco como hacemos tantas veces cuanto queremos desprestigiar a los demás. Cómo tan fácilmente marcamos con un ‘sambenito’ a quien un día cometió un error y ya lo tenemos marcado de por vida, no somos capaces de admitir que esa persona pudo tener un momento de debilidad pero puede levantarse de su debilidad y ahora no volver a tropezar en la misma piedra. Sabemos que  el ‘sambenito’ era algo así como un sombrero o un cartel que habían de llevar de por vida quienes fueran condenados por ciertos delitos, porque para ellos parece que no hubiera perdón.

Seguimos marcando, en lugar de tender la mano para levantar, para ayudar a corregir, tender la mano para animar a la persona a que busque ayudas o recursos para rehacer su vida, lo que hacemos con nuestro desprecio hundir más en la miseria. Y esto es algo que sigue sucediendo y hasta en ámbitos que llamaríamos cristianos pero donde se tienen unas actitudes y posturas tan distintas a las del evangelio. Aislamos, separamos, alejamos de nosotros, no queremos mezclarnos, como hizo el hijo mayor de la parábola que no quiso mezclarse con su hermano, ni siquiera lo llamaba hermano,  no fue capaz de acercarse para darle un abrazo lleno de alegría por su vuelta a la casa paterna.

La primera parte de la parábola, es cierto, nos habla de la miseria del hijo menor, que reclamó al padre la parte de su herencia, no quiso vivir en la casa del padre y se marchó a lugares lejanos donde vivió de una manera disoluta envuelto en las miserias del pecado. Pero fue capaz de entrar en sí mismo, recapacitar y ser capaz de volver a la casa del padre, aunque aún le quedaban muchos miedos en su interior. ‘trátame como a uno de tus jornaleros’, intentaba decirle al padre porque no se consideraba digno de ser aceptado y acogido.

Pero si manifiesta la miseria del pecado – y siempre nos hemos detenido mucho en ello a la hora de comentar esta parábola – manifiesta también lo que es la misericordia de Dios expresada en la actitud del padre que le acoge, le trata como a un hijo que siempre fue a pesar de sus infidelidades, y preparó un banquete para la vuelta del hijo pródigo.

Pero el hijo mayor no entendía de estas cosas, no sabía saborear en su corazón lo que es el amor y la misericordia, porque estaba lleno de resentimientos, de cosas guardadas de mala manera en su corazón que ahora incluso le echa en cara al padre. Cumplidor, sí, pero con el corazón endurecido; cumplidor, sí, pero ignorante de lo que es la misericordia y la compasión; cumplidor, sí, pero incapaz de tener amor en sus entrañas.

Siempre decimos nos parecemos al hijo menor, por tantas veces que nos hemos marchado de la casa del padre, pero aun permaneciendo en la casa del padre, aunque solo fuera de una forma aparente, quizás qué lejos hemos estado de ese amor del padre, de esa misericordia divina, de ese sentirnos en verdad hermanos de todos aunque también tengan tantas debilidades como las que nosotros tenemos, si acaso nosotros no tenemos más.


Aprendamos a saborear lo que es la misericordia, porque no nos creamos tan justos que pensemos que no la necesitamos. Saborear la misericordia abre nuestro corazón a Dios, pero es la llave que abre también nuestro corazón a los demás para sentirnos en verdad todos hermanos.

viernes, 5 de marzo de 2021

La historia, maestra de la vida, con ojos de fe se hace para nosotros historia de salvación donde siempre descubriremos el actuar de Dios por el bien del hombre

 


La historia, maestra de la vida, con ojos de fe se hace para nosotros historia de salvación donde siempre descubriremos el actuar de Dios por el bien del hombre

Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28; Sal 104; Mateo 21, 33-43, 45-46

La historia es maestra de la vida. Esos acontecimientos vividos, ya sea en nuestra historia personal, ya sea aprendiendo de lo que ha sucedido en otros tiempos y a otras personas puede ayudarnos a leer esos acontecimientos, encontrar el sentido de lo que hacemos y también, ¿por qué no? de los errores del pasado aprender para no repetirnos en los mismos tropiezos, aunque no siempre lo logramos por ser malos aprendices.

Cuando hacemos una lectura atenta de lo que ha ido sucediendo a través de la historia, aprendemos; es una sabiduría acumulada en el pensamiento de tantos antes que nosotros que supieron buscar un sentido a la vida, que aprendieron desde lo acontecido a sacar pautas para nuestro actuar y hasta en muchas ocasiones aquellos acontecimientos sucedidos en otro tiempo pueden ser como calcos de lo que ahora nos sucede y es donde tenemos que aprender. Es lo que llaman la filosofía de la historia que es también la historia de la filosofía o lo que es lo mismo del pensamiento del ser humano que reflexiona sobre lo que le sucede y deduce principios de vida y pautas para nuestro caminar.

Pero el creyente añade algo más a todo eso que en lo humano podemos descubrir y nos puede ayudar. Para el creyente vista la historia igual que mira la vida con ojos de fe para descubrir la presencia de Dios termina reconociendo que la historia es para nosotros una historia de salvación. Llamamos habitualmente historia de salvación todo lo que la Biblia nos refleja de la historia de aquel pueblo, porque en ese pueblo de manera especial vemos el actuar de Dios que aun dejando al hombre en la entera libertad para su actuar, como don que le ha regalado el Señor, sin embargo Dios se va haciendo presente en esa historia y nos va guiando en ese camino aunque muchas nos lo queremos construir solamente a nuestra manera.

Por eso para nosotros la Biblia se ha convertido en libro sagrado que nos trasmite lo que es la voluntad y el deseo de Dios, la Palabra de Dios. Un camino que ha recorrido la humanidad que muchas veces se ha convertido en camino de contradicciones, pero que es también y así se nos refleja un camino de fidelidad pero también de infidelidades. Pero siempre detrás de todo ese actuar del hombre veremos la presencia y el actuar de Dios, presencia que es siempre presencia de amor, llamada de amor de Dios al hombre para que sepamos descubrir el camino de felicidad que Dios traza para el hombre.

Lo que hoy nos han trasmitido los dos textos sagrados que se nos ofrecen en la liturgia de este día es una imagen de todo esto que venimos reflexionando. La historia de José y sus hermanos, los hijos de Jacob, es un fiel reflejo de nuestra historia tan llena de ambiciones, envidias, rivalidades y traiciones. Lo vemos en esos pocos versículos que hoy hemos escuchado y es fiel reflejo de nuestra vida. Pero además hay algo más y es como Dios a través incluso de esos hechos de maldad y de inhumanidad va guiando los hilos de la historia y eso se va a convertir en momento muy importante en todo lo que seria la historia de la salvación. Todo el camino del éxodo arranca de este momento es que José es vendido y llevado como esclavo a Egipto, camino que será historia en la que Dios se manifestará para ofrecer su salvación a aquel que iba a ser su pueblo.

Pero es que además Jesús con la parábola que nos propone hoy en el evangelio le hace también una lectura de la historia llena de infidelidades y traiciones de aquel que había sido su pueblo y que había cuidado como el agricultor que había plantado su viña y había preparado debidamente su finca. Una viña, una historia, una vida que había confiado Jesús a su pueblo, pero el pueblo no había sabido rendirle sus frutos. Bien entendieron los fariseos y los jefes del pueblo la parábola que les proponía Jesús, porque luego fueron más fuertes sus deseos de quitarlo de en medio.

Pero no miramos solo para detrás para quedarnos en otras historias o cosas sucedidas en otros tiempos; miramos lo que es nuestra propia historia, nuestra propia vida bien reflejada tanto en la parábola como en la historia de José. Es la lección que tenemos que aprender, son los ojos nuevos con que tenemos que mirar, porque vamos a mirar la historia de nuestra vida con la mirada de Dios, con los ojos de Dios. A través de ese filtro si veremos todos los matices de nuestra historia pero sobre todo tenemos que descubrir todo lo que es el amor que Dios nos tiene que a pesar de nuestras infidelidades nos sigue llamando y sigue queriendo contar con nosotros.

Leyendo la historia para tener la lección bien aprendida pone una nueva página en blanco en nuestras manos para que escribamos el ahora de nuestra historia, el ahora de nuestra vida siempre con la esperanza de un día llegar a la meta con una hermosa nueva historia de salvación, para alcanzar la salvación definitiva y final que Dios nos ofrece.

jueves, 4 de marzo de 2021

La Buena Noticia de la Palabra, verdadero vademécum en el camino de la vida, báculo de nuestra esperanza,


 

La Buena Noticia de la Palabra, verdadero vademécum en el camino de la vida, báculo de nuestra esperanza, viático que nos acompaña y nos alimenta, luz y fuerza para nuestro vivir

Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31

Nadie ha venido de allá que nos cuente cómo son las cosas por allá arriba, o qué es lo que hay después que nos muramos. No creemos, no queremos querer, queremos que venga alguien que nos cuente, no nos creemos que pueda venir alguien, en el fondo estamos deseosos de apariciones y cosas fantasmagóricas y extraordinarias… pero ¿creemos o no creemos? Recuerdo desde siempre, desde chico escuchar argumentos así, que al final ni son argumentos ni son nada cuando la gente decía que no había otra vida nada en lo que creer del más allá o los que simplemente decían que en algo había que creer aunque ellos quizás no entendieran nada.

Bueno argumentos así seguimos encontrando; superficialidades para tratar estos asuntos son demasiadas las que vemos, pero dudas en nuestro interior siguen existiendo y sobre todo nos sentimos convulsos cuando vemos la incongruencia de tantos que dice creer pero luego en sus vida no tienen nada de trascendencia, o nos sentimos con tantos interrogantes en nuestro interior que no sabemos cómo contestar.

Claro que lo de la fe no es simplemente que nos hayan razonado muchas cosas y nos hayan dado respuesta a todos nuestros interrogantes interiores; porque en eso de la fe tenemos que confiar, porque de lo contrario no sería fe, y es confiar en la palabra de alguien, es confiar en testimonios que contemplamos que nos revolucionan por dentro, es querer caminar en la búsqueda de esa luz que tanto necesitamos. Si no hay confianza verdadera en una Palabra, una Palabra que es Palabra de vida, podríamos decir que aún no hemos llegado a la fe.

A mí me están surgiendo todos estos planteamientos y muchos más desde este evangelio que hoy se nos proclama y que seguramente hemos escuchado y meditado muchas veces. Porque ya esa primera imagen que se nos ofrece del rico, al que llamamos rico epulón por sus actitudes pero que no tiene nombre, y el pobre, que sí tiene un nombre, Lázaro, y es el que lo pasa mal, es una imagen que nos provoca y nos hace preguntarnos qué resto de humanidad queda cuando hay gentes así. Humanidad, decimos, ¿y qué es de tamaña injusticia?

No es necesario que entremos en todos los detalles, aunque nos darían para analizar muchas cosas. Nos habla de la muerte de ambos y de su situación más allá de la muerte, mientras Lázaro está en el seno de Abrahán, el rico epulón está sepultado en lo hondo de los abismos. Un cambio de tornas, el que sufría ahora disfruta de la paz del seno de Abrahán, mientras que el que lo pasó bien y de qué manera ahora se ve condenado al abismo de los infiernos.

Y comienzan los diálogos y las súplicas, comienza la desesperanza pero también los buenos deseos que se conviertan en buenos propósitos para los que quedan en este mundo. Ni encuentra una gota de agua que suavice la sequedad de su lengua y de su garganta en el lugar del suplicio y de la muerte, ni va a encontrar quien vaya a avisar a sus hermanos para que cambien su vida y no vengan a este lugar de tormento. ‘¡Manda a Lázaro a casa de mis hermanos…!’


‘Ni aunque resucite un muerto, van a creer… tienen a Moisés y los profetas’,
es la respuesta de Abrahán a su petición. La Ley y los Profetas que era la imagen con que se expresaba en el Antiguo Testamento la Palabra de Dios, que tendrá su culminación en Jesús, verdadera Palabra de vida y de salvación, verdadera Palabra de Dios que plantó su tienda entre nosotros.

¿No nos ha venido nadie que nos hable de la vida eterna? ¿Y para qué queremos la Palabra de Jesús, para qué queremos a Jesús mismo verdadera Palabra de Dios que puso su tienda entre nosotros? Es la Buena Noticia que tenemos que escuchar, que tenemos que acoger en nuestro corazón, que abre nuestra vida a la trascendencia y nos viene a dar el verdadero sentido de toda nuestra existencia. Es el verdadero vademécum que acompaña nuestra vida, es el báculo de nuestra esperanza en nuestro peregrinar, es el viático que nos acompaña y nos alimenta, luz y fuerza para nuestro caminar.

 

miércoles, 3 de marzo de 2021

Nos cuesta entender el camino del Reino que ha de pasar siempre por el camino del servicio, de la humildad, del amor, del perdón como Jesús en la cruz

 


Nos cuesta entender el camino del Reino que ha de pasar siempre por el camino del servicio, de la humildad, del amor, del perdón como Jesús en la cruz

Jeremías 18, 18-20; Sal 30; Mateo 20, 17-28

Con lo que yo había hecho por esas personas… es el pensamiento, la queja llena de dolor y que al mismo tiempo se hace oración cuando sentimos la ingratitud de las personas, cuando nos vemos maltratados, criticados, vilipendiados si todas nuestras intenciones eran buenas, lo que queríamos era hacer el bien, incluso a esas personas que ahora nos critican y maltratan tanto bien quisimos hacerle. Pero son las tornas que tantas veces se vuelven en contra en la vida, que nos produce mucho dolor, que hasta sentimos una rabia interior casi con ganas de tirarlo todo por la borda y no volver actuar así, porque hasta nos sentimos como tontos y el hazmerreír de las gentes. Experiencias duras y llenas de amarguras a las que a veces tenemos que enfrentarnos.

Es lo que nos expresa hoy el profeta Jeremías cuando se ve rodeado de aquellas gentes a las que había querido servir desde la Palabra del Señor anunciada y además en los momentos tan difíciles por los que pasaba el pueblo. ‘¿Se paga el bien con el mal?, ¡pues me han cavado una fosa! Recuerda que estuve ante ti, pidiendo clemencia por ellos, para apartar tu cólera’.

Este texto del profeta y que refleja situaciones semejantes por las que habremos pasado en alguna ocasión nos sirve además de paralelo al texto del evangelio que hoy se nos propone. Van subiendo a Jerusalén y Jesús les anuncia todo lo que allí va a suceder. Es un anuncio repetido con pocos versículos por medio en aquel camino. Allí va a ser entregado Jesús en manos de los gentiles y le darán muerte. Por medio ha estado también el episodio de la transfiguración en el monte para fortalecer la fe de los discípulos. Pero a los discípulos les cuesta entender.

En otro momento sería Pedro el que trataría de quitarle esas ideas de la cabeza de Jesús. ‘Eso no te puede pasar’, le dirá de manera que Jesús lo aparta de su lado porque le dice que lo está tentando como el diablo. Pero ahora serán otros dos de los discípulos los que vendrán con sus sueños porque no han terminado de entender las palabras de Jesús. En este caso se valen de la madre, que intercede por ellos. ‘Que estos dos hijos míos estén uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino’. La ambición por los primeros puestos que tantas veces ha aflorado.

‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ es el interrogatorio de Jesús, y que bien podrían comprender porque Jesús les ha hablado hace unos instantes de su pasión y de su muerte. Muy lanzados dirán que sí, creo que sin pensarlo demasiado de manera que Jesús les dice que beberán el cáliz, pero los primeros puestos los tiene reservado el Padre del cielo.

Tampoco lo entenderán por lo que Jesús insistirá que entre ellos no puede suceder como entre los poderosos de este mundo, que andarán dándose de codazos por colocarse en los primeros puestos. Jesús les dirá que los primeros puestos son para los que se hacen los últimos – es para quienes los tiene reservado el Padre del cielo como tantas veces Jesús ha repetido en el evangelio -  y que hay que hacerse el último y el servidor de todos. Aunque eso no sea comprendido, aunque eso parezca un bajarse de nivel, aunque eso tenga la resonancia de aquello que le paso a Jeremías que se dio por los demás e incluso intercedió por ellos y ahora por esos mismos se ve vilipendiado y perseguido.

Aquello que decíamos al principio que nos costaba tanto aceptar y nos dolía con rabia por dentro, pero es que en el camino de Jesús estamos para servir y para hacer el bien, aunque no seamos correspondidos, aunque se nos pongan en contra, aunque tengamos que sufrir mucho dentro de nosotros.

Es el camino del amor que será el que nos dará la verdadera felicidad, el que en verdad nos hará grandes, por donde tenemos que caminar para ser los primeros, pero no en excelencias sino en las posturas del servicio, de la humildad, de la entrega generosa, del olvidarnos de nosotros mismos. En silencio, sin grandes alardes, amando siempre sin medida, abriendo el corazón al amor, siendo capaces de interceder también por aquellos que nos injurian, que Jesús en la cruz dijo ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’.

 

martes, 2 de marzo de 2021

Seamos capaces de presentar a Cristo con el testimonio de nuestra vida y descubrir al Cristo roto en los hermanos que sufren

 


Seamos capaces de presentar a Cristo con el testimonio de nuestra vida y descubrir al Cristo roto en los hermanos que sufren

Isaías 1, 10. 16-20; Sal 49; Mateo 23, 1-12

El mejor predicador es el ejemplo. No tenemos dudas de ello. Por eso quien nos convence de verdad es Jesús. Pero es la alerta que hoy Jesús nos sigue haciendo. No se trata solo de lo que Jesús echa en cara a los maestros de la ley de su tiempo, sino de la Palabra de Jesús que llega a nosotros  hoy. No nos podemos quedar en apariencias ni vanidades.

En el evangelio se nos dice que en ocasiones querían poner a prueba a Jesús y por allá iban en ocasiones maestros de la ley, en otros momentos eran directamente los fariseos o los fariseos los que se enfrentaban a Jesús con preguntas capciosas, o se valían de los partidarios de Herodes o de cualquiera que se atreviera a enfrentarse a Jesús para poner en duda su autoridad. Mira por donde en algunas ocasiones parecen preguntas de examen, a ver si Jesús decía algo contrario a lo que enseñaba la ley como aquello de preguntar cuál es el primer mandamiento de la ley. De Jesús no se sabía que hubiera estudiado en alguna escuela rabínica de las que había en Jerusalén, y esa era la pregunta que se hacían sus convecinos de Nazaret preguntándose de donde sacaba toda aquella doctrina que enseñaba si lo vieron siempre allí en su pueblo de Nazaret.

Jesús por otra parte no se mostraba como los maestros de la ley de entonces o los principales dirigentes en sus distintas opciones de fariseos, saduceos, herodianos y otros grupos. No buscaba primeros puestos, no buscaba asientos de honor en las sinagogas, no hacía las cosas a bombo y platillo para que todos se enteraran y reconociesen su influencia y su poder. Cuántas veces le vemos en el evangelio tras realizar alguno de los milagros que hacía recomendarles que aquello no lo dijeran a nadie, aunque su fama se extendía y todos los reconocían viniendo de todas partes para buscar algún tipo de salvación o salud.

Pero decíamos antes que cuando hoy nosotros escuchamos el evangelio es para descubrir cómo es luz para nuestra vida hoy. Si en aquella época buscaban lugares de honor o de influencia en la sociedad, cuidado hoy no andemos nosotros también buscando alguna de esas cosas. Y ya tenemos que recordar una y otra vez que Jesús no quiere vanidades en nuestra vida ni son esos reconocimientos los que tenemos que buscar. Nuestra influencia en la sociedad como cristianos es tratar de llevar esos valores que aprendemos del evangelio y de ello contagiar a nuestro mundo para que se abra al reino de Dios. Pero acaso algunas veces ¿no estaremos más pendientes de títulos, de lugares de importancia o de influencia que del testimonio que tendríamos que dar de la Palabra hecha vida en nosotros?


Os cuento algo; hace unos días llegó a mis manos un video con un mensaje muy hermoso en el que un sacerdote se había encontrado con una imagen de un Cristo roto y era lo que él quería presentar en esta cuaresma, en estas circunstancias en que vivimos en que en nuestro entorno podemos encontrarnos muchos cristos rotos en las personas rotas por tantos sufrimientos. Presentaba con mucha sencillez ese mensaje y yo quise compartirlo con mucha gente a través de las redes sociales, pues me parecía que era un mensaje que nos ayudaba a pensar.

Muchos me lo agradecieron y alabaron el mensaje, pero hubo un comentario que me llamó la atención; una persona que enseguida me dijo que conocía al sacerdote del mensaje, que era un hombre muy preparado con no sé cuantos títulos en teología y me dio la impresión que el mensaje para esa persona se quedó diluido en los grados universitarios y en la importancia de ser una persona conocida para él. Me pregunto ¿si no tuviera esos títulos su mensaje no tendría valor ni sería una enseñanza para nuestra vida?

No quiero entrar en juicio de nadie ni contra nadie, pero me ha parecido bien compartirlo desde lo que venimos reflexionando porque ¿qué era más importante? ¿el mensaje en sí que nos hacía descubrir a esos cristos rotos con que nos podemos ir tropezando en los caminos de la vida o la importancia del que nos trasmitía el mensaje por toda la instrucción teológica que llevase en su vida? ¿En qué de verdad tenemos que apoyarnos para alimentar nuestra fe, para buscar esos caminos que nos lleven a dar frutos, a la transmisión del mensaje de Jesús que tiene que ser una tarea nuestra de cada día?

lunes, 1 de marzo de 2021

Cuando somos misericordiosos como Dios, nuestro Padre, experimentado en nuestra propia vida, comenzaremos a mirar con mirada nueva y distinta a los demás

 


Cuando somos misericordiosos como Dios, nuestro Padre, experimentado en nuestra propia vida, comenzaremos a mirar con mirada nueva y distinta a los demás

Daniel 9, 4b-10; Sal 78; Lucas 6, 36-38

Hay quien vive una vida dura, reseca y amarga como raíces secas que no han sabido encontrar la humedad que les hubiera llenado de vida, una vida sin amor y sin haber sabido sentir el amor en sí y entonces su vida se vuelve áspera para los demás. ¿Puede haber alguien que haya vivido una vida así, sin amor, sin haber experimentado el amor en su vida? Desgraciadamente podemos insensibilizarnos para el amor y aunque estuviera, por así decirlo, al alcance de la mano nunca supo experimentar en sus vidas esa experiencia de amor y de misericordia. Por manera de ser, por el trato que habitualmente han recibido en su vida se endurecieron con las costras en su alma del orgullo, la insensibilidad y de la dureza del corazón que ahora tampoco sabrán expresar ningún tipo de ternura con los demás. Dura tiene que ser una vida así.

Tenemos que saber romper esas costras en las que envolvemos nuestra alma, abrirnos a la ternura que nos haría más humanos y dejarnos querer.  A pesar de la maldad con que tanta veces envolvemos nuestro corazón hemos de saber atisbar allí donde se manifiesta la ternura y la compasión, allí donde podemos alcanzar misericordia para dejarnos envolver por ese amor compasivo.

Cuando nos dejamos querer y experimentamos la misericordia en nosotros aprenderemos a querer a los demás y seremos capaces de obrar también con compasión y misericordia con los demás. La misericordia que recibimos en nuestro corazón se convierte en colirio para nuestros ojos para mirar con una mirada distinta y es que quien ha experimentado la misericordia de Dios en su vida estamos aprendiendo a mirar con los ojos misericordiosos de Dios a los demás.

Claro que todo esto significa un proceso muy grande que hay que realizar en nosotros partiendo de nuestra conciencia de pecadores; no podemos parapetarnos nunca tras el muro de nuestro orgullo de creernos siempre los justos y los santos; lo que le pasaba a aquellos fariseos del evangelio que podríamos decir que fueron los más que oyeron hablar a Jesús del amor y de la misericordia, pero se mostraban siempre implacables con los demás porque se habían parapetado en sus pedestales en los que se creían para siempre justos y santos. No se consideraban pecadores, no saboreaban en su vida lo que era la experiencia de la misericordia del Señor, y su mirada estaría siempre enturbiada por ese amor propio que no les dejaba mirar con la mirada compasiva de Dios.

Es todo el proceso que hoy descubrimos en la Palabra de Dios. En la lectura del profeta escuchamos una oración humilde de quien se sabe pecador, y aunque se considera indigno por su pecado – ‘nos abruma la vergüenza’, dice el profeta – sabe confesar sin embargo lo que es la ternura y la misericordia de Dios. ‘Pero, mi Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona, aunque nos hemos rebelado contra él’. Ahí está la experiencia del Dios que es compasivo y perdona que nos lleve a obrar nosotros también de la misma manera, a tener la misma mirada de compasión y misericordia para con los demás.

Es lo que nos señalan las palabras de Jesús en el evangelio. ‘Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros’.

Merece la pena recordar textualmente en su integridad las palabras de Jesús. Cuando somos misericordiosos como Dios, nuestro Padre que es compasivo, porque lo hemos experimentado en nuestra propia vida, comenzaremos a mirar con mirada nueva y distinta a los demás, ni juzgaremos, ni condenaremos, sino siempre dispuestos al perdón, a darnos con toda generosidad.

domingo, 28 de febrero de 2021

La experiencia de subir a la montaña del Tabor en la transfiguración nos ayudará a la subida pascual al calvario y a la cruz con Jesús para su Pascua

 


La experiencia de subir a la montaña del Tabor en la transfiguración nos ayudará a la subida pascual al calvario y a la cruz con Jesús para su Pascua

Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115; Romanos 8, 31b-34; Marcos 9, 2-10

Todos necesitamos alguna vez en la vida tener la experiencia de subir a una montaña. Alguien podría decirme que en nuestra tierra lo tenemos fácil, pero también te podría decir que sin embargo no todos tenemos la experiencia de lo que es en verdad una subida a una montaña. Sé que en nuestra isla somos muy fáciles para subir al Teide, bueno, o al menos a Las Cañadas y es algo que la mayoría quizá con bastante frecuencia habrá hecho, pero os digo que eso no siempre significa lo que quiero expresar con subir a una montaña.

Es el esfuerzo de la subida que por supuesto no tenemos cómodamente sentados en un coche, pero es el disfrutar de la contemplación que nos ofrece la misma subida del entorno por el caminamos o de lo que dejamos allá abajo en la llanura, a la que sabemos que vamos a volver; pero es la contemplación que en la misma altura podemos experimentar si somos capaces de observar bien nuestro entorno, pero también de aquellos que nos acompañan; es la conversación que surge que no es tan intrascendente como pueda parecer si vamos con una mirada atenta; será lo que desde la altura descubrimos, porque habrá una nueva mirada, una nueva perspectiva que nos podrá ayudar a colocar cada cosa en su sitio; igual que contemplamos desde la altura el paisaje que ha quedado abajo y sabremos situar cada lugar, cada sendero que hayamos recorrido, cada distancia que nos separa unos sitios de otros, así comenzaremos a mirar la vida de una forma distinta y comenzaremos también a colocar cada cosa en su lugar.

Es como una reconversión interior para tener una nueva mirada, una nueva contemplación pero también una perspectiva distinta que nos hará actuar luego de manera diferente. No siempre logramos todo esto en una subida a una montaña porque nos podemos quedar en lo superficial, por eso decía que no todos los que hayan ido a una montaña han subido a la montaña.

A alguien pudiera parecerle innecesaria toda esta descripción en la que me he entretenido, pero creo que nos puede ayudar a entender las subidas a la montaña de las que nos habla hoy la palabra de Dios. Fue la subida al Horeb de Abraham con su hijo Isaac para el sacrificio, y fue luego la subida al monte que llamamos del Tabor de Jesús con aquellos tres discípulos, como será la subida que vamos haciendo hasta el calvario en este camino de Cuaresma.

Podemos hablar del esfuerzo y del sacrificio - ¿qué es lo que iba sucediendo en el corazón de Abrahán mientras subía al monte Moria sabiendo cual era la meta de aquella subida? –, como quienes conocen el Monte Tabor saben de la dificultad para su subida por las fuertes pendientes para llegar a la altura de la montaña que sobresale luego con una visión distinta de las llanuras de Galilea. No digamos el camino de subida al calvario, aunque lo dejamos para otro momento. Toda esa transformación y cambio de perspectiva se iba haciendo en aquellas subidas, que llevarán por una parte a Abraham al verdadero sentido de la fe y del sacrificio, y a los tres discípulos que acompañaban a Jesús de una nueva visión de Jesús al que contemplaron allí transfigurado con la gloria del Señor.

Aunque a los discípulos les costó un camino largo aprender la lección porque siguieron sus dudas en su corazón, porque había cosas que no terminaban de entender, porque incluso hubieran preferido quedarse solo en la contemplación de la montaña y ya estaban maquinando la manera de construir unas tiendas para vivir, la bajada de la montaña fue ya con una visión distinta que les fortalecería para seguir el camino de Jesús aunque aún seguiría siendo ambiguo para ellos.

Si no contemplaron el cielo estrellado como del que nosotros en la alta montaña habremos disfrutado en alguna ocasión, sí se encontraron con resplandores de luz al contemplar la gloria de Dios que se manifestaba en Jesús. Pero la luz les llegaba sobre todo de lo alto en las palabras del Padre que señalaba a Jesús como el Hijo amado de Dios a quien habían de escuchar y en consecuencia seguir. Era la perspectiva nueva que habían de tener de la obra y de las palabras de Jesús, era el sentido nuevo que la vida de Jesús tendría para ellos que les ayudaría a pasar luego por el camino de la pascua.

Nosotros hoy en este segundo domingo de Cuaresma nos sentimos invitados también a subir a lo alto de la montaña. La contemplación de todo este misterio de la gloria de Dios que se nos manifiesta hoy en la transfiguración nos está animando a emprender el camino de la pascua con decisión siguiendo los pasos de este camino de Cuaresma.

Esa ascensión la iremos haciendo semana tras semana, domingo tras domingo hasta que lleguemos a la celebración del triduo pascual, donde también tendremos que subir con Jesús a la montaña del calvario. Es subida que también tenemos que hacer cada uno llevando nuestra cruz pero sintiendo todos que nuestro Cireneo es Jesús cuando se nos haga pesada esa cruz, cuando tengamos que ceñirnos esa cruz para que podamos vivir la pascua.

Cada momento, casa paso que vayamos dando tendrá su experiencia y su significado. Pero delante de nosotros está el resplandor de la transfiguración que hoy contemplamos y eso será el impulso para seguir adelante, para abrir los ojos, para templar nuestro corazón, para aprender a tener esa mirada nueva que de la vida tengamos cuando con Jesús la veamos desde lo alto del calvario, desde lo alto de la cruz. Es que tiene que ser algo nuevo lo que nazca en nosotros, lo podremos cantar con brío y alegría cuando culminemos el paso de la Pascua en la alegría de la resurrección.