sábado, 6 de febrero de 2021

Necesitamos en la vida más que unas vacaciones un tiempo de encontrarnos con nosotros mismos pero sobre todo de encontrarnos a solas con Jesús

 


Necesitamos en la vida más que unas vacaciones un tiempo de encontrarnos con nosotros mismos pero sobre todo de encontrarnos a solas con Jesús

Hebreos 13,15-17.20-21; Sal 22;  Marcos 6,30-34

Hoy una cosa que se ansía en medio de cualquier actividad o trabajo es el poder tener unas vacaciones. Ya vemos a la gente con cuanto tiempo de antelación planifican sus vacaciones, esos días en que suspendemos el trabajo, si nos es posible nos alejamos incluso de aquellos lugares habituales de nuestra vida y buscando ese tiempo de descanso, de relax, de romper el ritmo y la monotonía del trabajo de todos los días y poder dedicarnos a otra cosa sin mayores obligaciones o responsabilidades.

Será desde nuestros trabajos en las empresas, será desde la rutina que vivimos en nuestros hogares en aquellas personas que no tienen otra responsabilidad que la de su hogar y su familia, será el estudiante en su ritmo de estudios, pero es algo que todos ansiamos. Años, como el que hemos pasado azotado por la pandemia, no los deseamos porque incluso de esa rutina de unas vacaciones también nos hemos tenido que desprender, y así algo nos ha faltado. Claro que no todos pueden tener vacaciones.

Parece que eso de las vacaciones es tan viejo como la misma humanidad, aunque exageremos un poco, pero por decirlo un tanto superficial vemos que Jesús también quiere llevarse de vacaciones a los apóstoles y discípulos más cercanos. Los había enviado a hacer un primer anuncio del Reino y ahora están de vuelta contando todo cuanto les había sucedido. Jesús quiere llevárselos a solas con El a un lugar apartado, ¿cómo un descanso? Al menos para que tengan la oportunidad de compartir toda aquella experiencia que habían vivido. Jesús quería que estuvieran a solas con El.

Pero las cosas se tuercen porque al llegar la gente se les ha adelantado y mientras ellos iban en barca, por tierra ha llegado mucha gente antes, con los que se encuentran cuando desembarcan al llegar al lugar. No les dejaban tiempo ni para comer, dice el evangelista; ahora les vemos que no les dejan tiempo ni para descansar. Porque allí afloró el corazón lleno de amor de Jesús y compasivo y misericordioso se puso a enseñarles y a curarles de sus enfermedades. No tendrían tiempo para todo lo que deseaban estar a solas con Jesús pero la lección quedaría aprendida porque el amor y el espíritu de servicio está por encima de todo que sería para siempre la pauta de los apóstoles de Jesús.

Pero vamos a detenernos un poco en ese deseo de estar a solas con Jesús a raíz de lo que hemos venido hablando de los deseos de vacaciones o de descanso, de cambios de ritmo en la vida y de un tiempo relajado para nosotros mismos. Ya sé que en los tiempos que vivimos necesitamos de ese tiempo de descanso o de vacaciones, pero necesitamos también un tiempo para nosotros mismos, para saber hacer un silencio y una parada en nuestras carreras para encontrarnos más con nosotros mismos; un tiempo que no es simplemente no hacer nada, que al final puede ser hasta un tiempo aburrido del que nos cansemos, sino ser capaces de mirar nuestra vida, lo que hacemos y sobre todo lo que somos; será el momento en que miremos hacia atrás y veamos nuestro camino y analicemos muchas cosas, pero también un tiempo para mirar hacia delante, descubriendo caminos por recorrer.

No se trata de coger una revista de viajes, como todos entendemos, para ver a donde vamos a ir a parar – que tampoco estaría mal si vamos al encuentro de otras culturas, de otras personas -, sino que se trata del viaje de nuestra propia vida, en lo que somos y en lo que tendríamos que ser, en ese camino de ascensión en nosotros o si queremos llamarlo de otra manera de crecimiento espiritual.

Y aquí, aunque fuera brevemente, vuelvo a incidir en lo de ir y estar a solas con Jesús. Es algo que un cristiano necesita cada día, porque ahí está el verdadero motor de su existencia, de su vivir, de su espiritualidad. Necesitamos esos momentos de silencio para escuchar a Dios, necesitamos esos momentos de pausa para encontrarnos con Dios, porque así aprenderemos también a tener esa pausa que necesitamos en la vida para sabernos encontrar con los demás.

Pero en algún momento tiene que ser algo más que ese rato de cada día, necesitamos de un tiempo más amplio, donde seamos capaces de dejar a un lado también nuestros quehaceres y descubrir ese quehacer de Dios en nuestra vida. Podremos descubrir maravillas. Intentémoslo. No nos vamos a arrepentir.

viernes, 5 de febrero de 2021

En cuantas pendientes resbaladizas nos metemos nosotros también en la vida que nos arrastran por caminos de incongruencia y contradicción

 


En cuantas pendientes resbaladizas nos metemos nosotros también en la vida que nos arrastran por caminos de incongruencia y contradicción

Hebreos 13,1-8; Sal 26; Marcos 6,14-29

Incongruencias de la vida, lo somos con demasiada frecuencia. Incongruentes en nuestras relaciones con los demás, incongruentes con nosotros mismos… de muchas maneras. Es la falta de total coherencia entre ideas, acciones, cosas; carece de sentido lo que hacemos si lo confrontamos con lo que decimos; es como contradecirnos a nosotros mismos; es en la apariencia manifestarnos de alguna forma con nuestras palabras y nuestras ideas, pero luego nos contradecimos con lo que hacemos que va por otro camino. Y esto tiene aplicación a muchos aspectos de la vida, en lo personal, en las relaciones con los demás, como ya decíamos, en la forma de actuar en la vida y en la sociedad en la que vivimos.

Nos puede estar sucediendo también en nuestro camino de la fe, en la manifestación de lo que es o tiene que ser nuestra vida cristiana. Confesamos con nuestras palabras una fe que decimos que sentimos, pero luego nuestra manera de obrar está muy lejos de esa fe. Recitamos el credo cada domingo cuando vamos a Misa, pero luego decimos que no creemos en la resurrección ni en la vida eterna; y no es que lo digamos sino que nuestra manera de vivir no lo hacemos ni con esperanza ni con trascendencia, porque solo vivimos como si fuera solamente el momento presente, o lo que vivimos en esta tierra hasta que nos muramos. Tendríamos que revisarnos muchas cosas.

Es lo que estamos viendo en los personajes que nos presenta hoy el evangelio, de manera especial nos referimos a Herodes. Comienza el evangelio diciendo que sentía alguna inquietud, si acaso no miedo, cuando oía hablar de Jesús. Algunos le decían que era como un nuevo profeta que había aparecido por Galilea – precisamente sus dominios – otros hablaban de Jesús como si fuera la vuelta del profeta Elías, pero él recordaba a Juan Bautista, y es que su conciencia le remordía por lo que había hecho, lo había mandado decapitar. Pensaba que era el Bautista que había resucitado con especiales poderes.

A continuación el evangelista nos narra el episodio de la muerte de Juan Bautista. Herodes lo había metido en la cárcel a instigación de la mujer con la que convivía, que era la mujer de su hermano. Pero al mismo tiempo se nos dice que escuchaba con gusto a Juan y que lo respetaba porque sabía que era un hombre justo y santo. Incongruencia, ¿lo respetas y lo quieres escuchar y lo quitas de en medio metiéndolo en la cárcel?

Cuando entramos en el camino del mal, porque no nos respetamos ni a nosotros mismos ni somos congruentes con aquello que decimos o que pensamos, todo se convierte en una pendiente y en una pendiente resbaladiza. Nos precipitamos sin remedio, nos es difícil salir de ese embrollo. Y es lo que le sucedió a Herodes. Su vida era una vida libidinosa buscando solo el placer y la diversión. Y en una fiesta en su palacio donde había invitado a mucha gente de la principal de su reino las cosas se precipitaron. La hija de Herodías, la mujer con la que convivía y que Juan denunciaba su pecado, bailó para el rey y los comensales; tanto agradó al rey que prometió darle lo que quisiera aunque fuera la mitad de su reino. Fue la oportunidad de Herodías, a quien consultó su hija, para eliminar a Juan. Ya conocemos el final del relato, el final de la vida del Bautista. Aunque el rey se pusiera triste por la petición y por aquello de que lo respetaba, ahora prevalecieron los respetos humanos que la verdadera justicia. La pendiente resbaladiza que nos precipita.

En cuantas pendientes resbaladizas nos metemos nosotros también en la vida; cuantos respetos humanos, cuantos miedos al que dirán, cuantos temores a ir a contracorriente de lo que todo el mundo hace a pesar de que sabemos cual sería lo bueno y lo recto que tendríamos que hacer, cuanta indiferencia se nos va metiendo en el corazón que enfría nuestros sentimientos y que le quita verdadero ardor a nuestra vida, cuando nos miramos a nosotros mismos y a nuestros intereses o ganancias antes de comenzar a mirar alrededor para cual tendría que ser nuestra mejor forma de actuar. Incongruencias de nuestra vida, porque nos dejamos influir, nos dejamos arrastrar por la corriente, porque nos metemos en el peligro sabiendo que nos va a costar liberarnos de él. Como decíamos antes, muchas cosas tendríamos que examinar en nuestra vida.

Y lo sabemos, pero no damos los pasos de congruencia necesarios; lo sabemos y seguimos en la tibieza de nuestra fe, que al final ni fríos ni calientes, ni sabemos donde realmente estamos; lo sabemos y no terminamos de anclar nuestra vida en el Señor y no le prestamos mayor atención a la Palabra de Dios, no ahondamos en nuestra oración y en nuestro encuentro con el Señor y seguimos contentándonos con algo meramente ritual pero sin vida en nuestros rezos, abandonamos la vida sacramental y pensemos por ejemplo cuanto tiempo hace que no te confiesas, no celebras el sacramento de la penitencia.

Hemos subrayado algunos aspectos en el orden de nuestra fe y vivencias religiosas, pero podríamos analizar nuestra vida personal, todo lo que se refiera a nuestro crecimiento como persona, al cultivo de los valores, a nuestros deseos de ponernos a tener una mayor formación en muchos aspectos. Da pie el evangelio para muchas reflexiones.

jueves, 4 de febrero de 2021

Demos más señales de gratuidad para que así sea más resplandeciente la imagen del Reino de Dios que desde la Iglesia queremos mostrar

 

Demos más
señales de gratuidad para que así sea más resplandeciente la imagen del Reino de Dios que desde la Iglesia queremos mostrar

Hebreos 12,18-19. 21-24; Sal 47; Marcos 6,7-13

Vivimos en una sociedad de trueque y cambio; tú me das y yo te doy, o mejor, cuánto tengo que darte para que me des esto; claro que esa es la base del comercio, arranque de la economía, camino de la riqueza, y detrás de ello hablamos luego del bienestar. Pero es que esos intereses y ganancias lo queremos tener por todo, somos capaces de vender lo que sea.

¿Vendemos lo que sea? Por ahí puede ir el tema a reflexionar, hay cosas que ni se compran ni se venden; tiene que haber valores en nuestra vida para que seamos verdaderamente humanos que tienen que estar más allá de esas leyes económicas; parecería que la gratuidad no está muy presente en este mundo tan lleno de intereses. Lo de gratuito quizá para exigir porque nos consideramos con derecho a todo y si podemos evitarnos el esfuerzo o el gasto de aquellos medios que tenemos, pues mejor.

En el fondo creo que os dais cuenta de que a lo que quiero hacer referencia es a la gratuidad, aunque ya sé que por otra parte surgen desconfianzas porque siempre queremos ver intereses o segundas intenciones detrás. Pienso en cuánto podemos dar de manera gratuita a los demás haciendo que se sientan bien – porque no lo hacemos como si fuera una limosna – sino que de alguna manera tendríamos que convertirlo en un estilo de vivir.

Quizá en momentos de la vida que hemos vivido con más premuras hemos sido más generosos y ha surgido el compartir y el ofrecer de manera generosa y gratuita cuanto somos, primero que nada, que nos ha llevado también a dar gratuitamente de lo que tenemos.

Me ha surgido toda esta reflexión desde lo que escuchamos hoy en el evangelio. Jesús ha escogido doce entre sus discípulos – en otro lugar del evangelio se nos dirá que los llamó apóstoles (enviados) – y los envía de dos en dos a anunciar el Reino de Dios, dándoles incluso autoridad sobre los espíritus inmundos. Pero es especialmente significativo cómo les dice que han de ir, despojados de todo, sin dineros en los bolsillos ni túnicas de recambio, sin provisiones para el camino sino sólo un bastón y las sandalias que llevan puestas.

Aquello que van a dar gratuitamente que es el anuncio del reino de Dios va a ser mejor comprendido si quien va a hacer ese anuncio va desde su pobreza y su disponibilidad. Irán regalando el don de la Palabra de Dios y podrán curar a los enfermos, pero su disponibilidad y su pobreza, la gratuidad con la que van por la vida van a ser las primeras señales de la llegada de ese Reino de Dios; por eso simplemente entrarán en las casas donde son acogidos como señales y signos de la paz que quieren transmitir y de que el Reino de Dios se está haciendo presente también en aquellos lugares donde son acogidos.

Quien va pobre ofreciendo solo su voz para el anuncio y su amor generoso para curar los corazones y liberar del mal, no se le van a descubrir detrás otros intereses o segundas intenciones ni una búsqueda de ganancias. En la gratuidad con que ofrecen sus vidas se harán verdaderamente creíbles, o lo que es más, harán creíble el anuncio del Reino que van haciendo.

Que lástima que tantas veces alrededor del anuncio de la Palabra de Dios se hayan oído tantos tintineos de monedas y de dineros; qué lástima la mala imagen que hemos dado tantas veces en la Iglesia con esos sonidos que parecen repiques pero que no atraen ni llaman, sino que más bien muchas veces nos espantan.

Tenemos que mostrar la imagen de una Iglesia pobre pero que al mismo tiempo es generosa. Y de eso tenemos que tomar conciencia todos de arriba abajo y de abajo a arriba. Desprendernos de alforjas, de fajas de dineros y de túnicas de repuesto porque a otros son a los que tenemos que vestir y con los que tenemos que compartir. Demos más señales de gratuidad para que así sea más resplandeciente la imagen del Reino de Dios que desde la Iglesia queremos mostrar.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Ante todo humildad y apertura del corazón a la Palabra de Dios llegue por donde nos llegue y respeto y valoración del otro que también tiene una palabra buena para nosotros

 


Ante todo humildad y apertura del corazón a la Palabra de Dios llegue por donde nos llegue y respeto y valoración del otro que también tiene una palabra buena para nosotros

Hebreos 12,4-7.11-15; Sal 102; Marcos 6,1-6

Se suele decir que no hay peor ciego que el que no quiere ver; es cierto que muchas veces nos cegamos y no vemos las cosas por muy claras que estén delante de nosotros; bien porque no nos terminemos de creer aquello que nos han contando, o aquello que ha sucedido y todos nos hemos enterado, nos parece imposible; otras veces quizás somos interesados y no queremos saber, no queremos creer, no queremos enterarnos, porque pueden ser cosas que nos comprometan, pueden ser cosas que nos obliguen a tomar una decisión y ahora no estamos por el cambio; puede ser también el orgullo que se nos meta dentro de nosotros y no vamos a permitir que otro pueda prevalecer por encima de nosotros, pueda destacar más, y no creemos no queremos creer, no queremos aceptar esa realidad.

Son muchas las cosas que nos ciegan en la vida, en muchas situaciones, en muchos momentos, en nuestras relaciones con los demás o en lo que a nosotros mismos nos sucede pero que no queremos aceptar.

¿Qué les pasó a los habitantes de Nazaret? Llegó Jesús y ya con cierta fama porque lo que iba haciendo por otros lugares corría como reguero de pólvora y las noticias llegaban antes que las personas, y dado que habían escuchado que enseñaba en las sinagogas cuando el sábado fue a la sinagoga en el tiempo de la oración y de la lectura de la ley, Jesús se ofreció para hacer proclamación del profeta y se puso a enseñarles.

Sorpresa al escucharle, aunque su fama ya había llegado ha sus oídos, admiración ante su palabra y lo que enseñaba, en principio se sentían entusiasmados con sus enseñanzas, pero pronto comenzaron a verlo con ojos pueblerinos. ¿Qué nos viene a enseñar este que es el hijo del carpintero?

Allí había pasado su infancia y juventud, de allí había partido un día, como tantos en dirección al Jordán donde Juan estaba predicando y bautizando, y tras no mucho tiempo había vuelto por Galilea, aunque estaba más establecido en Cafarnaún; y ahora viene con estas enseñanzas, si El no ha acudido a ninguna de las escuelas rabínicas de Jerusalén; aquí están sus parientes – sus hermanos, como se solía llamar a todos los parientes -, todos nos conocemos. Y sus ojos se velaron. Escuchaban su Palabra por la que en principio sentían admiración pero no la aceptaban porque El solo era el hijo del carpintero.

Dice el evangelista, que Jesús se extrañó de su falta de fe, y salvo alguna curación no hizo milagros importantes en su pueblo de Nazaret. Sus orgullos de pueblo les llevaron a cerrar los ojos a la fe y no aceptaron a Jesús. Muchos filtros ponían en sus ojos y en su corazón pero faltaba el importante de la humildad. El orgullo nos ciega y sabemos que solo la humildad nos abrirá los ojos para ver la acción de Dios.

Solo desde la humildad podemos hacer el reconocimiento de Dios que viene a nosotros y se nos manifiesta donde menos lo esperamos; y Dios se nos manifiesta en el que está a nuestro lado, en el pariente o en el amigo que nos dice una buena palabra; en una persona anónima quizá pero en la que vemos un gesto que nos causa admiración; en aquel que menos pensamos porque en nuestras discriminaciones tantas veces marcamos a las personas y las creemos incapaces de hacer algo bueno. Humildad para descubrir esa acción de Dios que llega a nosotros con su vida y salvación. Pero Jesús siguió recorriendo los pueblos vecinos y haciendo el anuncio del Reino de Dios.

Mucho tenemos que aprender de este episodio. Ante todo humildad y apertura del corazón a la Palabra de Dios llegue por donde nos llegue. Después respeto y valoración de los demás para que para todos haya una sincera acogida desde el corazón.

martes, 2 de febrero de 2021

Entrada de Jesús en el templo con ecos de pascua en ofrenda de amor que nos evoca cómo de manos de María de Candelaria fue la primera entrada de Jesús en nuestra tierra canaria

 


Entrada de Jesús en el templo con ecos de pascua en ofrenda de amor que nos evoca cómo de manos de María de Candelaria fue la primera entrada de Jesús en nuestra tierra canaria

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40

‘¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria’.

Pueden ser perfectamente ecos de la entrada del Arca de la Alianza en el Santuario, en el templo de Jerusalén que tenemos en los salmos y que hoy recoge la liturgia en esta fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. Todo hoy nos está hablando de entrada; una primera referencia el salmo, como decíamos, a la entrada del Arca de la Alianza en el templo de Jerusalén, pero especialmente hoy, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, es su primera entrada en el templo de Jerusalén con amplios sones pascuales.

Hubiera sido una entrada desapercibida, como realmente en parte fue a pesar de la importancia del momento, si no hubiera sido por aquellos ancianos que en el templo habían envejecido esperando el cumplimiento de las promesas del Señor. son ellos los que movidos por la acción del Espíritu Santo en sus corazones los que descubrieron en aquel niño llevado en brazos por aquel matrimonio joven de Galilea al que era la salvación del mundo y la luz para todos los hombres.

Ya hemos escuchado el relato en el evangelio; cómo el anciano Simeón coge en brazos a aquel niño para cantar las alabanzas del Señor. Su corazón se ha llenado de gozo porque sus ojos han visto al Salvador como así había sentido inspirado por el Espíritu Santo y ahora ya puede poner totalmente su vida en las manos del Señor. ‘Ya puedes dejar morir a tu siervo en paz, Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’.

Aunque los oídos humanos en aquel momento no lo pudieran escuchar seguro que el coro de los ángeles en el cielo estaría cantando aquel cántico de alabanza al Señor que hoy la liturgia nos ha ofrecido en el salmo responsorial, como ya hicimos mención al principio. Creo que nosotros en nuestra celebración tendríamos que hacernos de verdad eco con todo sentido de dicho cántico de alabanza. ‘¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria’. Nosotros podemos confesar, repito con todo sentido, esa confesión de fe, allí está, sí, ‘el Señor, Dios de los Ejércitos, el Rey de la gloria’, y más si lo vivimos en todo su sentido pascual.

Decíamos todo nos habla de subida y tiene sentido de pascua y es que en aquellas palabras que luego Simeón dedicara a María llevaban incluido ese sentido pascual. Jesús, es cierto, iba a ser ese signo de contradicción, ante El habrían de decantarse los hombres y los pueblos de todos los tiempos, como lo fue en aquella otra subida a Jerusalén de Jesús para su pascua. Su templo y altar iba a ser la cruz, porque el sacrificio que se iba a ofrecer no era un sacrificio cualquiera. Ahora sus padres, en su pobreza, habían ofrecido un par de tórtolas, pero Jesús sería el que se ofrecería a sí mismo en el altar de la cruz siendo sacerdote, victima y altar. Su sangre derramada, signo grande del que nos ama hasta entregar su vida por nosotros, iba a ser la señal de aquel gran sacrificio e iba a ser la sangre de la nueva Alianza, de la eterna Alianza que sería ya para siempre una Alianza de Amor y de salvación.

Y allí en aquella primera subida de Jesús al templo estaba la madre, cuya alma iba a ser atravesada por una espada de dolor, que ella también al pie de la cruz convertirá en una espada de amor cuando con el Hijo ella también se entrega para ser como madre corredentora de aquellos hijos que de Jesús recibía en aquel momento supremo de la entrega y de la muerte.

Por eso podemos decir que también es la subida y entrada de la madre, de María, que ya sería para siempre la madre de todos los hombres. Esta celebración lleva unida a la presentación de Jesús en el templo aquel rito de purificación de la madre a los cuarenta días del parto. Para María no fue solo una purificación ritual, sino que podríamos decir que el comienzo de su ofrenda de amor.

A María siempre la tenemos delante de nuestros ojos como el mejor modelo y ejemplo de lo que ha de ser también nuestro amor; muchas imágenes de María llevan en sí la impronta de su vivencia de la Pascua cuando la queremos llamar Madre de los Dolores o Madre de la Esperanza con el reflejo de su presencia al pie de la cruz, que fue para ella también la culminación de esa ofrenda de amor.

Y aquí es donde hoy yo quiero ver otra entrada, en este caso de manos de María. María fue la primera que nos trajo a Jesús, fue primer evangelio de Jesús. Hoy, nosotros, los canarios la celebramos con al Advocación de la Virgen de Candelaria y recordamos y celebramos como su bendita imagen estuvo en nuestra tierra antes incluso que llegara el conquistador o el misionero.


Aquella imagen aparecida en las playas de Chimisay antes de la conquista de nuestras Islas fue el primer evangelio que llegó a nuestra tierra. Nuestros antepasados los guanches en aquella imagen querían ver a la que ellos llamaban la madre del sol, Chaxiraxi, la madre de la luz podríamos traducir nosotros y en aquella imagen de María estaba también Jesús. Por eso la llamamos nosotros la Candelaria, la que trae para nosotros en sus manos la luz, una candela en una mano y a Jesús en su otro brazo. Fue como la presentación que María hace de Jesús a nuestros antepasados los guanches, por eso digo que podemos hablar de entrada de Jesús de manos de María en nuestra tierra.

Que de manos de María entre Jesús en nuestra vida, como de manos de María y con Jesús reinando en nuestro corazón entremos nosotros en la gloria del Señor. Que se alcen las antiguas compuertas que va a entrar el Rey de la gloria. Sí, muchas antiguas y viejas barreras tenemos que levantar en nuestro corazón para dar paso al Señor y Rey de la gloria a nuestra vida. Queremos hacer ofrenda y ofrenda de amor nosotros hoy en esta fiesta en que también de manera especial celebramos a María. Que ella prenda esa luz en nuestro corazón y nunca se apague, que vivamos siempre en la claridad de la luz para que así resplandezcan las obras de nuestro amor.

 

lunes, 1 de febrero de 2021

La Palabra de Dios siempre es novedad y Buena Noticia de la que tenemos que dejarnos sorprender para discernir lo que el Señor quiere de nosotros en cada momento

 


La Palabra de Dios siempre es novedad y Buena Noticia de la que tenemos que dejarnos sorprender para discernir lo que el Señor quiere de nosotros en cada momento

Hebreos 11,32-40; Sal 30; Marcos 5,1-20

Hoy es un evangelio de un cierto desconcierto. Primero, es el hecho de que Jesús se haya acercado con los discípulos a una región que no era propiamente judía; en contadas ocasiones le veremos actuar fuera de los confines de la palestina judía, como en la ocasión en que la cananea grita detrás de El pidiéndole auxilio para su hija poseída por el Espíritu del mal. En aquella ocasión parece Jesús displicente cuando le dice que el pan de los hijos no se echa a los perros, mezclando en su lenguaje la forma cómo los judíos solían tratar a los gentiles; pero la fe de aquella mujer le moverá entonces a acceder a la petición de aquella madre.

Ahora está en territorio de los gerasenos; el hecho de que cuiden piaras de cerdos ya nos manifiesta que no eran de religión judía, pues el cerdo era considerado un animal impuro cuya carne no comían, ni siquiera podían tocar. Puede ser significativo para cuando va a suceder en este pasaje; surgirá un hombre poseído también por el maligno a quien nadie podía dominar, pero que sin embargo reconoce en la presencia de Jesús el poder de Dios que está sobre todo. Como escuchábamos en el episodio del endemoniado de la sinagoga de Cafarnaún también proclamará quién es Jesús. ‘¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo?’

Jesús liberará a aquel hombre del espíritu del maligno que le posee, haciendo que la piara de cerdos se arroje poseída por el maligno por el acantilado ahogándose en el mar.  Llegarán las gentes que hasta entonces habían tenido que soportar las ‘locuras’, vamos a decirlo así, de aquel hombre a quien ahora contemplan tranquilo y sano sentado allí en medio de ellos, y a quien ya no han de temer. Y aquí viene algo que también nos desconcierta en este texto. ‘Le rogaban que se marchara de su comarca’.

Tienen allí a quien les ha traído la salvación y no han sabido leer los signos de Dios. Como nos sucede muchas veces, nos cegamos; estarán por medio nuestros intereses, estará también la costumbre que se vuelve rutina de la que no queremos salir, estará el miedo a lo que en el futuro nos puede devenir y que por lo incierto y ante el temor de nuevos y distintos compromisos rehusamos entrar en esa dinámica. Esto que nos desconcierta de la negación de aquellas gentes a aceptar el misterio de gracia puede significar quizás muchos interrogantes en nuestra vida.

Jesús no fuerza nunca la respuesta que hemos de dar. Nos ofrece su camino de gracia que podemos aceptar o no, pero todo depende de nosotros. Por eso Jesús con los discípulos se sube a la barca para marchar por otros caminos. Pero aquel que había sido liberado del mal sí reconoce la gracia que ha recibido y quiere corresponder; por eso pide el irse con Jesús. Pero ahora será Jesús el que le dice que se quede. ‘Pero no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti’.

Aquel hombre tenía allí una misión, un testimonio que dar en cuanto él había recibido. Aquellas gentes reacias a la presencia de Jesús sin embargo necesitan el anuncio de la Buena Nueva. Sería el testimonio de aquel hombre quien tendría que anunciarlo desde lo que él había vivido, desde su propia vida. No sería fácil seguramente la tarea vista las predisposiciones de aquellas gentes. ‘El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y finalmente todos se admiraban’.

¿Nos cuesta ir a los nuestros, allí donde todos nos conocen? Reconozcamos que muchas veces nos suceda si, preferimos ir a otro lado, allí donde no nos conozcan que entre los nuestros, los que nos conocen de siempre hacer el anuncio. ¿Miedos y cobardías humanas? ¿Falsos respetos humanos? ¿Pensamos que acaso no nos van a escuchar porque nos conocen de siempre, como a Jesús en Nazaret a quien le dicen que es el hijo del carpintero? Es cierto que un profeta no es despreciado sino solo en su patria, pero en nuestra patria, en nuestro lugar, allí tenemos que ser testigos y profetas.

Los desconciertos que se producen en muchas ocasiones son un buen toque de atención, para que en verdad lleguemos a descubrir lo que el Señor quiere de nosotros.

domingo, 31 de enero de 2021

Cuidemos nuestras actitudes y posturas ante la Palabra que se nos anuncia para que en verdad sea Evangelio, buena nueva de Salvación para nosotros hoy

 


Cuidemos nuestras actitudes y posturas ante la Palabra que se nos anuncia para que en verdad sea Evangelio, buena nueva de Salvación para nosotros hoy

Deuteronomio 18, 15–20; Sal 94; 1Corintios 7, 32-35; Marcos 1, 21-28

También hoy echamos de menos a quienes hablen con autoridad. Queremos encontrar una lógica y una sabiduría en quienes están llamados a tener alguna autoridad sobre el pueblo, para que se nos digan palabras llenas de vida, que nos den respuestas, que no sean solo una expresión de un poder que no sabemos como utilizar y al final se convertirán en manipulación y lo utilizaremos siempre en provecho propio o que no nos digan simplemente palabras gustosas y agradables al oído que nos encanten por un instante, pero de las que terminamos por sentirnos saciados y hartos porque no producen una esperanza verdadera en quienes las escuchan. Son los populismos de los eslóganes gritados muy fuerte porque así piensan que van a convencer mejor pero que nos llevan a un vacío y desencanto que nos hace no querer creer en nadie.

Así se sentían las gentes en los tiempos de Jesús, como de alguna manera en muchas cosas nos sentimos nosotros hoy, porque quienes tenían que enseñar y dirigir al pueblo solo pronunciaban palabras gastadas, repetidas ritualmente pero sin despertar ninguna esperanza en los corazones, o solo se contentaban con mantener un estado de las cosas y de la vida por miedo quizás a que lo nuevo les hiciese perder sus prestigios e influencias. Por eso la reacción de la gente cuando lo escucha y contempla en la sinagoga de Cafarnaún aquel sábado es reconocer que aquel nuevo profeta que había aparecido sí hablaba con autoridad no como los escribas y maestros de la ley que repetían lecciones aprendidas.

De ahí también la reacción que iremos viendo aparecer en aquellos que se consideraban los únicos maestros tratando de desprestigiar a Jesús a quien no quieren reconocerle ninguna autoridad. Por ello, por la autoridad con que hacía tales cosas, le preguntarán en alguna ocasión, ya que Jesús no había aprendido en ninguna de aquellas escuelas de maestros insignes, ya que Jesús realmente era la Palabra viva de Dios, y era la Palabra que era la luz de los hombres, que daba vida a quienes la escuchaban. Así se sentía aquella gente sencilla cuando escuchaba a Jesús y de ahí sus alabanzas, porque se sentían llenos de una vida nueva y de una esperanza nueva.


Además podían contemplar que no eran solo palabras sino hechos, manifestado en aquel enfermo que estaba allí en medio de la sinagoga y a quien Jesús libera de su mal. El enfermo, y sobre todo en determinadas enfermedades, era alguien que se sentía castigado y apartado de Dios, lleno del espíritu del maligno y por eso los llamaban endemoniados. Jesús viene a hacer desaparecer ese concepto – que sin embargo tantos siglos aún nos ha costado a los cristianos hacerlo desaparecer de nuestro pensamiento – porque el enfermo no era un maldito de Dios, sino que la preferencia del amor de Dios se derramaba precisamente sobre los pobres y sobre los enfermos; ellos también eran amados de Dios.

Somos nosotros los que nos envolvemos en el mal que nos destruye desde lo más hondo cuando rechazamos esa mano tendida de Jesús que viene a decirnos que Dios nos ama a pesar de todas las limitaciones y deficiencias que pueda haber en nuestra vida. Lo vemos expresado en las palabras de aquel hombre de la sinagoga que de alguna manera parece rechazar la acción de Jesús – ‘¿vienes a destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios’, que le dice – pero Jesús curándole, liberándole de todo ese mal profundo que había en su vida viene así a manifestar las señales de que llegaba el Reino de Dios. Así se manifestaba la autoridad de las palabras y de la vida de Jesús.

Es lo que nosotros tenemos que experimentar al escuchar la Palabra de Dios, quitando tantos prejuicios que nos traemos previamente formulados cuando venimos a escucharla; no venimos con corazón limpio, no venimos con un corazón sincero, no venimos con corazón abierto a lo que el Señor hoy, aquí y ahora quiera trasmitirnos. Cuantas veces cuando escuchamos la  proclamación del evangelio ya de antemano nos decimos que lo conocemos y ya casi no lo escuchamos porque tenemos nuestra idea prefijada dentro de nosotros.

‘No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras’ rezamos en el salmo. Es la apertura del corazón con que necesitamos acercarnos a la Palabra de Dios. Si pudiéramos hacerlo, es casi como un borrón y cuenta nueva, porque es lo nuevo que ahora vamos a escuchar, es lo nuevo que ahora el Señor en ese texto del evangelio quiere decirnos.

Porque no venimos con esa actitud o esa postura nos cansa el evangelio, nos parece repetitivo el evangelio, nos aburrimos escuchando el evangelio. Si antes decíamos que aquellos escribas no hablaban con autoridad porque hablaban como con lecciones aprendidas de memoria, lo mismo tenemos que decir de nuestras actitudes y posturas ante la Palabra que se nos anuncia que así entonces dejaría de ser evangelio, buena nueva de salvación para nosotros.

¿Qué nos habrá querido manifestar hoy el Señor en su Palabra? Hagamos silencio en nuestro corazón y escuchemos la voz del Señor que nos habla.