lunes, 1 de febrero de 2021

La Palabra de Dios siempre es novedad y Buena Noticia de la que tenemos que dejarnos sorprender para discernir lo que el Señor quiere de nosotros en cada momento

 


La Palabra de Dios siempre es novedad y Buena Noticia de la que tenemos que dejarnos sorprender para discernir lo que el Señor quiere de nosotros en cada momento

Hebreos 11,32-40; Sal 30; Marcos 5,1-20

Hoy es un evangelio de un cierto desconcierto. Primero, es el hecho de que Jesús se haya acercado con los discípulos a una región que no era propiamente judía; en contadas ocasiones le veremos actuar fuera de los confines de la palestina judía, como en la ocasión en que la cananea grita detrás de El pidiéndole auxilio para su hija poseída por el Espíritu del mal. En aquella ocasión parece Jesús displicente cuando le dice que el pan de los hijos no se echa a los perros, mezclando en su lenguaje la forma cómo los judíos solían tratar a los gentiles; pero la fe de aquella mujer le moverá entonces a acceder a la petición de aquella madre.

Ahora está en territorio de los gerasenos; el hecho de que cuiden piaras de cerdos ya nos manifiesta que no eran de religión judía, pues el cerdo era considerado un animal impuro cuya carne no comían, ni siquiera podían tocar. Puede ser significativo para cuando va a suceder en este pasaje; surgirá un hombre poseído también por el maligno a quien nadie podía dominar, pero que sin embargo reconoce en la presencia de Jesús el poder de Dios que está sobre todo. Como escuchábamos en el episodio del endemoniado de la sinagoga de Cafarnaún también proclamará quién es Jesús. ‘¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo?’

Jesús liberará a aquel hombre del espíritu del maligno que le posee, haciendo que la piara de cerdos se arroje poseída por el maligno por el acantilado ahogándose en el mar.  Llegarán las gentes que hasta entonces habían tenido que soportar las ‘locuras’, vamos a decirlo así, de aquel hombre a quien ahora contemplan tranquilo y sano sentado allí en medio de ellos, y a quien ya no han de temer. Y aquí viene algo que también nos desconcierta en este texto. ‘Le rogaban que se marchara de su comarca’.

Tienen allí a quien les ha traído la salvación y no han sabido leer los signos de Dios. Como nos sucede muchas veces, nos cegamos; estarán por medio nuestros intereses, estará también la costumbre que se vuelve rutina de la que no queremos salir, estará el miedo a lo que en el futuro nos puede devenir y que por lo incierto y ante el temor de nuevos y distintos compromisos rehusamos entrar en esa dinámica. Esto que nos desconcierta de la negación de aquellas gentes a aceptar el misterio de gracia puede significar quizás muchos interrogantes en nuestra vida.

Jesús no fuerza nunca la respuesta que hemos de dar. Nos ofrece su camino de gracia que podemos aceptar o no, pero todo depende de nosotros. Por eso Jesús con los discípulos se sube a la barca para marchar por otros caminos. Pero aquel que había sido liberado del mal sí reconoce la gracia que ha recibido y quiere corresponder; por eso pide el irse con Jesús. Pero ahora será Jesús el que le dice que se quede. ‘Pero no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti’.

Aquel hombre tenía allí una misión, un testimonio que dar en cuanto él había recibido. Aquellas gentes reacias a la presencia de Jesús sin embargo necesitan el anuncio de la Buena Nueva. Sería el testimonio de aquel hombre quien tendría que anunciarlo desde lo que él había vivido, desde su propia vida. No sería fácil seguramente la tarea vista las predisposiciones de aquellas gentes. ‘El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y finalmente todos se admiraban’.

¿Nos cuesta ir a los nuestros, allí donde todos nos conocen? Reconozcamos que muchas veces nos suceda si, preferimos ir a otro lado, allí donde no nos conozcan que entre los nuestros, los que nos conocen de siempre hacer el anuncio. ¿Miedos y cobardías humanas? ¿Falsos respetos humanos? ¿Pensamos que acaso no nos van a escuchar porque nos conocen de siempre, como a Jesús en Nazaret a quien le dicen que es el hijo del carpintero? Es cierto que un profeta no es despreciado sino solo en su patria, pero en nuestra patria, en nuestro lugar, allí tenemos que ser testigos y profetas.

Los desconciertos que se producen en muchas ocasiones son un buen toque de atención, para que en verdad lleguemos a descubrir lo que el Señor quiere de nosotros.

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