martes, 14 de diciembre de 2021

Promesas, bonitas palabras, buenos propósitos… no pueden quedarse en la rutina de siempre sino que hay que despertar

 


Promesas, bonitas palabras, buenos propósitos… no pueden quedarse en la rutina de siempre sino que hay que despertar

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32

Todos conocemos al clásico charlatán, hablador hasta por los codos, que siempre quiere quedar bien con todo el mundo y a todos dice que les va a facilitar las cosas, que les va a ayudar en esto, en aquello y lo de más allá, pero que sabemos que son solo palabras, fantochadas, apariencia porque pronto todas sus promesas se van a quedar en nada.

Exagero quizá un poco en la descripción, pero es para que caigamos en la cuenta que de alguna manera todos hacemos un poco de la misma manera. Cuántas promesas nos hacemos, y por empezar, tenemos que decir que a nosotros mismos, diciendo que vamos a hacer esto o aquello, que nuestra vida va a cambiar, que de ahora en adelante todo no va a ser igual porque nosotros hemos tomado una determinación muy en serio. Pero ¿qué nos suele pasar? Agua de borrajas, todo se nos queda en bonitas palabras y en bonitos deseos, en promesas y en propósitos, pero no terminamos de comenzar a dar lo pasos necesarios para que nuestra vida sea distinta. ¿Qué nos pasa? ¿Falta de voluntad? ¿Ilusión de un día? ¿Sueños maravillosos?

Tenemos la experiencia de lo que nos ha pasado tantas veces; tras unos días de reflexión – quizás unos ejercicios espirituales -, tras un momento de especial fervor en nuestra vida como una semana santa que hemos querido vivir con fervor, tras un parón que nos hecho dar en la vida algo que escuchamos como un sermón o la palabra de Dios que un día nos caló cuando la escuchamos el domingo en Misa, quizás un mal momento por el que hemos pasado con duras experiencias, sufrimientos, agobios o angustias, nos dijimos que íbamos a cambiar, que todo iba a ser diferente, pero pronto volvimos a la rutina de siempre y no terminamos de responder a esa llamada de gracia que un día sentimos.

Promesas y promesas, palabras y palabras, propósitos y propósitos, pero rutina al canto del día que nos hace quedarnos en lo que estábamos. Lo de siempre.

Quizá miramos a nuestro alrededor y vemos que una persona que antes nos parecía despreocupada de todo, ahora lo vemos comprometido, lo vemos participando en diferentes acciones, lo vemos implicado en actividades de la Iglesia, y dentro de nosotros en lugar de sentir alegría porque una persona haya encontrado su rumbo en la vida, nos surge en nuestro interior la duda y la desconfianza, estamos viendo dobles intereses en lo que hacen los demás, y nuestro corazón lleno de envidia siempre querrá destruir es buen paso que ha dado alguien en la vida.

Cuánto nos falta del sentido de Cristo en nuestro actuar y en nuestro pensar, en la pureza que tendría que haber en nuestro corazón, o en los deseos de estimulo que tendríamos que tener con esas personas. Que duros de corazón nos volvemos.


Es en lo que quiere hacernos reflexionar hoy el evangelio. Nos dice el evangelista que Jesús estaba mirándoles a los ojos a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Y les habla con esa parábola de los dos hijos a los que el padre envió a su viña. Mientras uno buenas promesas se presenta como cumplidor pronto deja de hacer lo que le pide su padre, mientras que el rebelde que de entrada había dicho no, pronto se arrepiente y va a hacer lo que el padre le ha pedido.

Pero termina Jesús con palabras fuertes para aquellos que le escuchan y que siempre andan con sus apariencias y vanidades presentándose como cumplidores pero con el corazón bien lejos del mandamiento del Señor. Y les dirá: ‘En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’.

Los que consideraban pecadores y eran objeto de todo desprecio y discriminación se van a adelantar en el Reino de Dios. ¿Quiénes escucharon a Juan en el desierto? Lo hemos escuchado estos días que son los publicanos y los que se consideraban pecadores los que iban a escucharle. ¿Qué es lo que vemos en el resto del evangelio en relacion a Jesús? Estará siempre rodeado de gente pecadora que busca encontrar la vida y la salvación escuchando las palabras de Jesús. Le echarán en cara precisamente a Jesús que come con publicanos y pecadores.

¿Qué nos estará pidiendo el Señor en este camino de Adviento que estamos haciendo? ¿Nos quedaremos en una respuesta superficial?

 

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