lunes, 8 de noviembre de 2021

En medio de las dudas y las sombras, en medio de las luchas y los desánimos, en los momentos de debilidad, no temamos gritar al Señor ‘Auméntanos la fe’

 


En medio de las dudas y las sombras, en medio de las luchas y los desánimos, en los momentos de debilidad, no temamos gritar al Señor ‘Auméntanos la fe’

Sabiduría 1,1-7; Sal 138; Lucas 17,1-6

Hay ocasiones en que la vida se nos hace cuesta arriba, van surgiendo dificultades por todas partes en aquello que queremos emprender o por lo que estamos esforzándonos, de manera que fácilmente nos puede entrar el desaliento, sentirnos cansados y sin ánimos, nos parece que nos tenemos fuerzas para mantenernos en la lucha por conseguir nuestros objetivos, nos dan ganas de abandonar, de marcharnos para otro sitio, de olvidarnos de aquello que eran nuestros sueños.

Qué bueno cuando sentimos una mano amigo que se posa sobre nuestro hombro y nos da ánimos, o sentimos la presencia del amigo que persevera a nuestro lado cuando a nosotros nos parece que todo está oscuro; triste es el que no tiene esa mano amiga sobre su hombre, o no tiene siente a nadie amigo que le acompañe en esos momentos.

¿A quien acudimos? ¿Con quién podemos contar? ¿Dónde encontraremos esa fuerza para seguir en la búsqueda y consecución de nuestros sueños y de nuestras metas? ¿Dónde encontraremos esa fe en nosotros mismos y esa confianza para seguir esperando que un día finalmente se vea la luz?

Algunas veces no nos bastan los recursos humanos, no nos es suficiente tampoco esa persona amiga que está a nuestro lado, y necesitamos elevarnos, mirar más a lo alto, buscar lo sobrenatural que nos hace elevarnos, necesitamos la fe. Triste es el que se encuentra en tal valle de oscuridad que también ha perdido la fe, porque se ve quizá abocado a la desesperación viendo la vida como una tragedia. Muchos podemos encontrar caminando como locos sin rumbo en la vida, sin dejar que les ilumine la luz de la fe.

¿Cómo se encontraban los discípulos cuando escuchaban los planteamientos que Jesús les hacía? Ellos también dudaban de sus fuerzas, de poder comprender plenamente las palabras de Jesús, de no sentirse desconcertados cuando descubrían que lo que Jesús les estaba planteando era algo nuevo que les exigía cambiar muchos chips de su vida.

En lo que hoy hemos escuchado Jesús les previene del daño que pueden hacer a los demás con sus posturas erróneas, equivocadas o en cierto modo inmorales en los que se pueden ver envueltos en sus propias debilidades; pero Jesús les plantea también unas actitudes nuevas ante los demás cuando les habla de perdón, y de un perdón que se ha de ofrecer generosamente siempre. 

Ya en alguna ocasión saldrá Pedro por allí preguntando que si son suficiente siete veces las que tenga que otorgar el perdón al que le haya podido ofender, ahora Jesús insiste y nos habla de esa necesaria generosidad del corazón para perdonar siempre.

Se sienten desconcertados, porque hasta entonces lo que quizá habían escuchado en la sinagoga o a los maestros de la ley parecía que les permitía poner un número limitado de veces en las que tenían que conceder el perdón e incluso poder poner algunas condiciones. Pero lo de Jesús es nuevo. Por eso surge casi espontáneamente la petición: ‘Auméntanos la fe’.

¿Tendremos que pedirlo nosotros también? ¿Nos sentiremos en ocasiones desconcertados ante la novedad del evangelio de Jesús o también quizá por aquellas cosas que podemos ver en los demás que nos pueden hacer daño? Claro que tenemos que pedir que el Señor nos aumente la fe. No es cosa nuestra solamente, aunque tenemos que poner nuestra parte.

Es un don sobrenatural que Dios nos concede, pone en nuestro corazón. Es con la gracia del Señor como podemos predisponernos para el perdón, descubrir y sentir lo que es la grandeza del perdón para poder otorgarlo generosamente a quien nos haya ofendido o nos haya hecho daño.

Es una actitud que tenemos que saber cultivar en nuestro corazón, porque muchas cosas nos debilitan, muchas cosas aparecen en nuestro entorno que no nos llevan precisamente a la generosidad de ese perdón; muchas cosas se nos meten en el corazón con nuestro amor propio y con nuestros orgullos que nos impiden esa generosidad. Por eso tenemos que pedirle al Señor, sí, que nos aumente la fe.

Ya nos dice Jesús que si tuviéramos fe como un grano de mostaza seríamos capaces de mover montañas o hacer que una morera solamente por la fuerza de nuestra palabra se trasplantara de donde está a plantarse en el mar. 

En medio de esas dudas y esas sombras que nos aparecen en la vida, en medio de esas luchas en que nos sentimos desanimados y a punto de arrojar la toalla, en esos momentos de debilidad que se nos viene todo encima, no temamos gritar al Señor para que nos dé esa luz y esa fuerza que necesitamos, para que nos conceda ese don de la fe.

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