lunes, 22 de noviembre de 2021

Compartir con generosidad es mucho más que desprendernos de unas monedas, necesitamos saber desprendernos de nosotros mismos, de nuestro orgullo y amor propio

 


Compartir con generosidad es mucho más que desprendernos de unas monedas, necesitamos saber desprendernos de nosotros mismos, de nuestro orgullo y amor propio

Daniel 1, 1-6. 8-20; Sal.: Dn 3, 52-56; Lucas 21, 1-4

Don… sí que es generoso, escuchamos decir, mira cuanto ha hecho por la Iglesia. A nuestra parroquia no le falta nada porque el atiende cualquier necesidad que tenga la parroquia… Puede ser el pensamiento que tengamos o lo que escuchemos decir a personas de buena voluntad, y es cierto que esa persona se gasta sus dineros en comprar lo que haga falta. Pero quizá al mismo tiempo vamos mirando de reojo porque a la hora de hacer una recaudación alguna persona no dio sino unas monedillas.

¿Qué sabes tú de la situación de esa persona? Cuidado no nos quedemos en las apariencias y en nuestros juicios tanto laudatorios como de minusvaloración de lo que los otros hacen. Es un peligro y una tentación. Aquel que está dando mucho tendrá quizás unas buenas finanzas y si aporta todo eso nunca le faltará para seguir con sus ganancias o sus negocios. Aquel que ha dado poco tenemos que quedarnos en silencio ante su secreto que no tenemos por qué ni desvelar ni juzgar.

Es la lección que nos da Jesús hoy en el evangelio. No hace muchos días ya lo hemos leído y comentado. Jesús se había fijado en quienes entraban al templo y en este caso ostentosamente hacían alarde de sus posibilidades con sonadas limosnas en el arca de las ofrendas. Sonadas, porque como dirá Jesús en otra ocasión algunos van tocando trompetas por las esquinas cuando van a hacer alguna limosna para que todos vean su generosidad. En esta ocasión Jesús se ha fijado en aquella mujer que además era viuda y pobre y con gran generosidad de corazón en aquellos dos reales que depositó en el arca estaba poniendo cuanto necesitaba para vivir.

Pero aquella mujer pasó desapercibida. Para todos menos para Jesús. El conoce el corazón del hombre. ¿Quién se iba a fijar en aquella mujer? Era mujer, era viuda, y además pobre lo que en aquella sociedad agravaba más la situación. Una serie de circunstancias concomitantes además propicias para que nadie se fijara en ella. Eran más sonadas y aplaudidas las generosidades aparentes de aquellos que se las daban de generosos.

Siempre este pasaje del evangelio nos ha servido de punto de examen para ver nuestra generosidad. Y tenemos que decir también nuestra forma de dar. Aquí nos recuerda lo que nos dirá Jesús en otro lugar del evangelio, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Quien tiene que ver lo que llevas en el corazón es Dios, y El bien que nos conoce. Todavía nos quedan en muchos lugares placas de agasajo y reconocimiento, repartos de diplomas. No significa que no tengamos que ser agradecidos con quienes son generosos, pero la gratitud y valoración verdadera no está en una placa o un diploma que amontonamos en un rincón llenos de polvo y el tiempo envejecerá o el viento se llevará.

Es lo que nos dirá Jesús en otro momento de que guardemos nuestros tesoros en el cielo. Allí no habrá ladrón que nos los robe; allí no hay polilla ni carcoma que lo eche a perder. Lo estaremos haciendo cuando aprendamos a compartir con generosidad; cuando seamos capaces de desprendernos incluso de nosotros mismos. No es cuestión solo de desprendernos de unas monedas o unas riquezas, sino lo importante es el desprendimiento interior que vence todo orgullo y todo amor propio. Eso cuesta muchas veces mucho más que desprendernos de unas monedas.

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