miércoles, 6 de octubre de 2021

Ponte en la presencia de Dios, siente el calor de su amor en tu vida y deja que fluyan las palabras y los sentimientos, te sentirás en lo más profundo lleno de Dios y de su amor

 


Ponte en la presencia de Dios, siente el calor de su amor en tu vida y deja que fluyan las palabras y los sentimientos, te sentirás en lo más profundo lleno de Dios y de su amor

Jonás 4,1-11; Sal 85; Lucas 11,1-4

Lo habremos escuchado a muchos y hasta nosotros mismos lo habremos pensado. ‘No sé rezar’. Y lo piensa aquella persona que olvidó las oraciones aprendidas de niño o aquel que nunca ha tenido ninguna inquietud religiosa, no recibió quizá en su entorno ninguna educación religiosa en la que al menos aprendiera unas oraciones, o lo decimos nosotros mismos a pesar de que siempre hemos rezado, pero quizá se nos ha convertido en una rutina y hasta lo hacemos para poder dejarnos dormir.

Pero lo decimos cuando sentimos un vacío interior a pesar de nuestras oraciones; o lo decimos porque no le encontramos ninguna efectividad, porque decimos que Dios no escucha nuestras oraciones porque no sabemos rezar; o lo decimos porque no nos satisface una oración de repetición de unas fórmulas aprendidas de memoria y que muchas veces repetimos casi sin ser conscientes de lo que dicen nuestros labios. No sabemos rezar, decimos, porque no encontramos palabras con las que dirigirnos a Dios a pesar de todo lo que rebusquemos; no sabemos rezar… y tenemos quizá muchos motivos para decirlo por la frialdad con que vivimos esos momentos que llamamos de oración y que sabemos que tienen que ser algo mucho más allá de unos rezos.

Jesús les hablaba de la oración a los discípulos, pero sobre todo ellos lo veían rezar. No era solo cuando iban los sábados a la sinagoga o cuando subían al templo de Jerusalén, sino que veían como Jesús se retiraba a solas, en descampados, muchas veces en la noche o al amanecer, algunas veces los invitaba o llevaba a algunos con Él en ocasiones especiales. Surge entonces la petición: ‘Enséñanos a orar’.

San Basilio nos ofrece un consejo para hacerlo bien: ‘Siempre que ores no empieces desde luego pidiendo; porque entonces harás aparecer tu afecto como culpable, acudiendo a Dios como obligado por la necesidad. Así, cuando empieces a orar, prescinde de toda criatura visible e invisible, y empieza por alabar a Aquel que ha creado todas las cosas. Por esto añade: "Y Jesús les respondió: Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: Padre…’

Pero no nos sucederá a nosotros de lo que nos quiere prevenir San Basilio. Empezamos pidiendo, nos ponemos a rezar porque tenemos muchas cosas que pedirle a Dios. Tan pendiente vamos de todas esas cosas que queremos pedirle a Dios que ni hacemos un acto de fe consciente de la presencia de Dios ante quien estamos. ‘Empieza por alabar a Aquel que ha creado todas las cosas…’ nos dice.

Es lo que nos ha enseñado Jesús. Cuando oréis no estéis pensando en todas las cosas que tenéis que pedir, viene a decirnos Jesús, ‘no oréis con muchas palabras que el Padre del cielo conoce bien vuestra necesidad’. Por eso Jesús nos enseña a que comencemos llamándole Padre. ¿Puede haber algo más hermoso? Papá, le dice el niño a su padre como diciéndole, mira que estoy aquí. Papá, mamá, llegamos nosotros ante la presencia de nuestros padres y es la primera palabra que también nos sale de nuestro corazón. Que esa sea también la primera palabra que surja de nuestro corazón cuando nos ponemos en la presencia del Señor. Será mucho lo que digamos, será mucho lo que reconozcamos, será mucho el amor que sintamos, será mucho también el amor que nosotros estaremos poniendo por delante.

Hoy Jesús nos dice cómo tiene que ser nuestra oración. El texto que nos ofrece san Lucas es más esquemático que el que nos ofrece san Mateo, aunque realmente vienen a enseñarnos lo mismo. Una palabra de amor y un compromiso de amor por nuestra parte. Le decimos Padre y queremos que todo sea bendición para Dios, santificado sea tu nombre; le decimos Padre y nos ponemos en el camino de hacer su voluntad; le decimos Padre y es cierto nos sentimos necesitados porque queremos que no nos falte el pan de cada día, pero es que además nos sentimos necesitamos porque estamos queriendo vivir en su misericordia y su perdón queriendo nosotros hacerlo con los demás; le decimos Padre y tenemos la confianza que con Dios a nuestro lado nos veremos siempre libres de todos los peligros.


Ponte en la presencia de Dios, siente el calor de su amor en tu vida y deja que fluyan las palabras y los sentimientos, porque te sentirás en lo más profundo de tí siempre lleno de Dios y de su amor.


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