martes, 21 de septiembre de 2021

Valoremos la función que realiza cada persona en igual dignidad que todos y tengamos siempre un corazón abierto y acogedor que abra las puertas a la misericordia

 


Valoremos la función que realiza cada persona en igual dignidad que todos y tengamos siempre un corazón abierto y acogedor que abra las puertas a la misericordia

Efesios 4, 1-7. 11-13; Sal 18; Mateo 9, 9-13

No todos en la vida son albañiles, ni todos son maestros, unos serán arquitectos y otros serán agricultores, cada uno tiene su función, cada uno tiene su lugar, no podemos desempeñar todos el mismo oficio o función, porque habrían cosas que no se podrían realizar, somos como un mosaico, cada piedra con su color y su lugar, cada pieza con su función y con su valor, pero todas son importantes para podernos ofrecer la belleza del mosaico con sus variados colores, con sus múltiples dibujos, con la riqueza de sus imágenes.

Podemos pensar en las cualidades y valores de cada uno, sus capacidades y su técnica; podemos pensar en la conjunción que entre todos se ha de realizar para el desarrollo de la propia humanidad, de la propia sociedad, y podemos pensar en la vocación de cada uno. Cada uno según sus capacidades, según también lo que ha ido recibiendo descubre su lugar, su función, su vocación, aquello a lo que está llamado, aquello que puede realizar mejor. Y como una hermosa orquesta compuesta de tan variados instrumentos podrán ofrecernos la belleza y armonía de su música. Tenemos que descubrir cual es el instrumento que nos corresponde tocar en esa orquesta de la vida.

Es lo que dentro de la familia de la Iglesia también tenemos que descubrir y realizar. De ello nos ha hablado el apóstol en estas lecturas que se nos ofrecen hoy en la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo que hoy celebramos. ‘A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo…’ Y es aquí donde tenemos que descubrir cual es nuestra función dentro de la comunidad eclesial.

Mateo era recaudador de impuestos. Aunque menospreciado por los judíos que a todos los metían en el saco de los usureros y ladrones, allí desempeñaba su función en la vida. Tendríamos que pensar en la dignidad de cada trabajo y de cada función; nos podrán resultar más o menos agradables y somos muy propensos a poner nuestras marcas, marcar nuestras diferencias, pero hemos de saber tener respeto por el trabajo que realiza cualquier persona; todos tienen su dignidad, todos tienen su función, necesaria en el desarrollo de la propia vida de la comunidad. Creo que podría ser una consecuencia también que dedujéramos para nuestra vida.

Pero un día Jesús al pasar lo invitó a seguirle. Vemos la prontitud con que lo deja todo con alegría para seguir a Jesús. ¿Son golpes de gracia repentinos? No podemos negar que la presencia del Señor impacta y nos llama, aunque no podemos descartar por otra parte que ya Mateo aunque quizás desde lejos quisiera ser discípulo de Jesús y en alguna ocasión le habría escuchado planteándole muchos interrogantes en su corazón. Hoy le vemos dar la respuesta con generosidad y con prontitud.

Tal es la alegría que hará un banquete en el que participarán los que hasta entonces han sido sus colegas en su trabajo, pero donde estaba también invitado Jesús y el resto de los discípulos. Es aquí donde descubrimos también otro mensaje para nuestra vida. por allá andaban recelosos los puritanos de su tiempo – también ahora hay sus puritanos que están siempre al tanto de donde puedan hacer su juicio y su condena si las cosas no son como a ellos les apetece – los fariseos y los escribas que critican que Jesús coma con publicanos y pecadores.

Jesús que oye la crítica que están haciendo les replica: ‘No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificio: que no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores’. ¿A qué ha venido Jesús? ¿Qué nos pide de nuestro corazón? ¿Habremos aprendido de verdad lo de ‘misericordia quiero y no sacrificios’?

Hagamos una Iglesia que sea en verdad hogar de misericordia. Quitemos de una vez por todas esas lupas con que andamos mirando la vida de los demás para ver donde está el desliz, donde puedan aparecer esos motivos que justifiquen nuestros juicios y nuestras intransigencias. ¿Se nos habrá ocurrido pensar que por nuestras intransigencias podemos estar haciendo sufrir a muchos y muchos no darán el paso adelante en su camino de conversión porque no encuentran esa acogida llena de misericordia en nosotros?

 

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