domingo, 1 de agosto de 2021

También nosotros le queremos pedir a Jesús que nos dé siempre de ese pan porque en El nos encontraremos saciados en el hambre más profunda que pueda haber en nuestra vida

 


También nosotros le queremos pedir a Jesús que nos dé siempre de ese pan porque en El nos encontraremos saciados en el hambre más profunda que pueda haber en nuestra vida

Éxodo 16, 2-4. 12-15; Sal 77; Efesios 4, 17. 20-24; Juan 6, 24-35

Se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús… Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’

Habían ido hasta los descampados buscando a Jesús, como tantas veces acudían allí donde estaba, allí donde enseñaba; después de todo lo sucedido, al no encontrarlo a la mañana siguiente se vienen a Cafarnaún en busca de Jesús. Es muy significativo.

¿Será imagen de nuestras búsquedas? Cada uno llevaba sus deseos y sus intereses en su corazón, allá iban con sus enfermedades y sus carencias, allá iban con su curiosidad y con sus vacíos, con el hambre de pan pero también con los interrogantes que se planteaban en su corazón y con sus deseos de algo nuevo y distinto… buscaban, parecía que en Jesús podían encontrar respuestas que llenaran el alma, sus cuerpos eran sanados pero algo nuevo sentían en su interior, muchas veces andaban también en la confusión de falsas esperanzas o querían satisfacer sus deseos más primarios.

Como nosotros, como hoy sigue sucediendo en nuestro mundo; porque podemos pensar en lo que cada uno de nosotros busca en la religión, en la iglesia, o podemos pensar en los deseos de tantos en nuestro entorno que quieren algo distinto, que se cansan siempre de lo mismo, o que solo buscan cosas que les contenten en el momento. Pareciera que vivimos en un mundo de superficialidades, pero detrás de todo eso puede haber interrogantes serios, inquietudes hondas, aunque no se sepan definir claramente.

Porque aunque parezca un mundo indiferente, no lo es tanto; hay muchos interrogantes en el corazón del hombre y de la mujer de hoy; vemos también cómo surgen iniciativas múltiples aunque parezca que la mayor parte de la gente está como dormida; quizás no han encontrado respuesta en la iglesia o no le hemos sabido presentar algo que verdaderamente valga la pena; no siempre quizá hemos presentado de forma auténtica el mensaje del evangelio, el mensaje de Jesús.

Cuando la gente llega a Cafarnaún y se encuentra de nuevo con Jesús parece que han superado la frustración de que ayer no pudieran hacerle rey, porque El desapareció en la montaña. Se sienten contentos de encontrarse de nuevo con Jesús porque algunas esperanzas se han ido abriendo paso en sus corazones. Pero ahora Jesús quiere hacerles pensar. ¿Por qué lo buscan? ¿Porque ayer comieron pan hasta saciarse en el desierto? ¿Es que sólo buscan saciar sus estómagos hambrientos o tendrán que buscar algo más? Es la reflexión a la que les quiere llevar Jesús.

No entienden o les cuesta entender lo que Jesús les está diciendo y piden señales y pruebas. Comieron pan hasta saciarse allá en el descampado cuando nada tenían y estaban desfallecidos por el camino y eso les recuerda el maná que Moisés les dio a sus padres en el camino del desierto.

Y es la imagen de la que quiere valerse Jesús para hacerles comprender. No es Moisés – y hablar de Moisés es hablar también de la Ley que era la guía y el sentido del pueblo de Israel – sino que es Dios el que les va a dar el verdadero pan del cielo, les viene a decir Jesús. Algo nuevo les está anunciando Jesús y una apertura nueva tiene que haber en sus corazones, porque ese Reino de Dios que Jesús les está anunciando es todo un sentido nuevo que ha de impregnar sus vidas.

‘¿Qué tenemos que hacer?’ se preguntan como nos preguntamos nosotros también tantas veces cuando se nos hacen planteamientos nuevos. Parece como que estemos pidiendo una lista de cosas que tenemos que hacer y que cuando las cumplimos ya está todo realizado. Estaban acostumbrados a que la ley de Dios que recibieron a través de Moisés, por eso se llama ley mosaica, se desmembrara en numerosas normas, ritos, reglamentos, obligaciones, que parece que ahora le están pidiendo a Jesús cuáles son esas nuevas normas que El quiere establecer con el Reino de Dios. ‘Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?’ Pero Jesús les dice solo una cosa. ‘La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado’.

Creer en Jesús. Así había comenzado la predicación del evangelio. ‘Convertíos y creed en la Buena Noticia’. Creer en Jesús, en la Buena Noticia que nos anuncia Jesús nos exige esa transformación del corazón. Si no cambiamos el corazón de nada nos sirve que comencemos a cumplir normas, reglamentos, leyes y nuevos ritos. Y es que creer en Jesús significa aceptar algo nuevo y algo distinto y con los apegos del corazón de siempre no podremos aceptar eso nuevo que nos ofrece Jesús.

Y esto seguimos necesitando hacerlo hoy. Hemos entrado en la pendiente de muchas rutinas en la vida. Todo se convierte en costumbres y tradiciones. Esto siempre ha sido así, decimos y no queremos cambiarlo. Y leemos el evangelio y en cierto modo nos lo pasamos por alto porque ya nos lo sabemos. Fijémonos con la rapidez que hacemos nuestras lecturas incluso hasta cuando se hace la proclamación solemne de la Palabra de Dios en la Eucaristía. No damos tiempo a saborearla, a rumiarla en nuestro corazón, a preguntarnos y respondernos que es lo que ahora esto me está diciendo a mí, a mi vida.

Al final aquella gente, como Jesús les está hablando de un pan bajado del cielo, le piden que les de a comer ese pan. ‘Señor, danos siempre de este pan’. ¿En qué estarían pensando? ¿Todavía en aquel pan que cocinaban al rescoldo de sus hogares o se darían cuenta de que era algo nuevo y distinto lo que tenían que saborear, de lo que tenían que alimentar sus vidas y que solo en Jesús podrían encontrar?

También nosotros le queremos pedir a Jesús que nos dé siempre de ese pan sabiendo que en El nos encontraremos saciados en el hambre más profunda que pueda haber en nuestra vida. ‘Yo soy el pan de vida, nos dice. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’.

 

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