domingo, 29 de agosto de 2021

Quien busca el bien de la persona y pone corazón en lo que hace estará siempre cumpliendo lo que es la ley del Señor, la voluntad de Dios que es nuestra felicidad

 


Quien busca el bien de la persona y pone corazón en lo que hace estará siempre cumpliendo lo que es la ley del Señor, la voluntad de Dios que es nuestra felicidad

Deut. 4, 1-2. 6-8; Sal. 14; Sant. 1, 17-18. 21b-22. 27;  Mc. 7, 1-8a. 14-15. 21-23

‘Lo sé’, nos responde nuestro interlocutor cuando le hacemos ver una cosa. Lo sabe, pero no hace nada. Luego el saber tiene que entrañar algo más que tener conocimiento de algo; la sabiduría no es simplemente saber cosas, ser erudito en muchos temas, sino que la sabiduría está en un vivir, en un sentido de vivir; aquellos conocimientos que he adquirido, que la misma vida me ha ido dando, nos dan una nueva amplitud de la mente, pero que no se queda ahí sino que nos impregna, nos da un nuevo sabor y sentido a nuestro corazón.

Puede sucedernos también que hasta hacemos muchas cosas buenas, pero les puede faltar algo por dentro, porque se han convertido en una rutina más de nuestra vida y las hacemos porque siempre se ha hecho así, porque es una tradición, porque todo el mundo lo hace, pero no ponemos corazón en lo que hacemos, no ponemos vida, lo hacemos con frialdad, al final no sabemos por qué las hacemos. Podemos terminar siendo dependientes o esclavos del tener que hacer algo pero no le hemos encontrado su sentido profundo. Hemos de saber encontrarle el sentido a lo que hacemos para que entonces pongamos corazón. Necesitamos, pues, también ser más reflexivos en la vida.

Y creo que a esto es a lo que nos quiere ayudar el evangelio que hoy escuchamos. Vienen muy preocupados algunos fariseos y escribas a plantearle a Jesús por qué sus discípulos no siguen la tradición de sus mayores. Todo iba por aquel sentido de pureza que ellos tenían en que poco menos que se quedaba en una pureza legal; hacer las cosas porque es una tradición, hacer las cosas por un cumplimiento, o de lo contrario estamos contrayendo una impureza.

Aquí van planteando el tema de lavarse o no lavarse las manos antes de comer. No es una cosa mala, es una buena costumbre higiénica; mira cómo ahora en estos tiempos de pandemia y peligros de contagio nos lo recomiendan encarecidamente. Pero se había convertido en una ley y hasta le habían dado un sentido religioso, formaba parte para ellos ya de la ley de Moisés. Y ahora ponen el grito en el cielo porque los discípulos de Jesús no cumplen según ellos con esas costumbres. Venir con las manos manchadas de la plaza significaba que habían podido tocar algo que se considerara impuro, y así entraba la impureza en el corazón de la persona.

Jesús viene a decirles que la impureza no viene de fuera sino que sale del corazón porque es en el corazón donde tenemos los malos deseos y las malas intenciones. Y claro nuestros labios hablarán lo que llevamos en el corazón, nuestros comportamientos externos y nuestras actitudes reflejarán lo que llevamos dentro de nosotros. Si en nuestro corazón hay maldad, malicia, con esa maldad y malicia vamos a actuar contra los demás. Por eso Jesús nos está pidiendo esa pureza de nuestro corazón del que hemos de desterrar todo mal deseo.

Les recuerda Jesús lo que ya había dicho el profeta Isaías: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.

Es la profundidad que hemos de saberle dar a nuestra vida. Y ahí está la verdadera sabiduría que nos ayudará a descubrir lo que en verdad el Señor quiere de nosotros. Lo que hacemos y lo que vivimos ha de tener un sentido, hemos de darle una verdadera profundidad, hemos de poner en ello todo nuestro corazón. No se trata de ser cumplidores sino de darle plenitud a aquello que hacemos y que vivimos. Como decíamos antes, podemos hacer incluso cosas buenas pero no le ponemos el calor de nuestra humanidad.

Hoy se nos ha dicho en el libro del Deuteronomio que los mandamientos del Señor son nuestra Sabiduría. ‘Esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente, esta gran nación’. Porque los mandamientos del Señor no son un yugo pesado que se nos impone y del que no nos podemos liberar, sino que son como el cauce y el camino que lleva a la plenitud de su ser a toda persona.

Nunca el mandamiento del Señor nos coarta en lo más hondo de nosotros mismos sino que nos hace vivir la vida en la mayor plenitud. Es la gloria del Señor lo que buscamos, pero será siempre buscando el bien del hombre, de toda persona, y los mandamientos es eso lo que tratan de preservar. Quien busca el bien de la persona estará siempre cumpliendo lo que es la ley del Señor, lo que es la voluntad de Dios que es nuestra felicidad.

Pongamos corazón en lo que hacemos y vivimos y nos sentiremos en plenitud.

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