miércoles, 4 de agosto de 2021

La mujer cananea es hoy ejemplo de insistencia, de constancia, de saber poner nuestra confianza total en la presencia del Señor que siempre será presencia de luz y de amor

 




La mujer cananea es hoy ejemplo de insistencia, de constancia, de saber poner nuestra confianza total en la presencia del Señor que siempre será presencia de luz y de amor

Números 13, 1-2. 25; 14, 1. 26-29. 34-35; Sal 105; Mateo 15, 21-28

Qué desilusión nos llevamos en ocasiones cuando con mucha confianza queríamos lograr algo que además considerábamos importante para nosotros, pero nos encontramos la negativa por respuesta. Se nos cae el mundo encima, se nos vienen abajo todas nuestras esperanzas, nos sentimos desilusionados y cuando somos personas propensas a sentirnos fácilmente deprimidos nos dan ganas de tirar la toalla en todos nuestros proyectos y nos sentimos como ridiculizados y como unos ineptos porque quizás no suplimos plantearlo debidamente.

Puedo parecer un poco exagerado pero son cosas que nos suceden y siempre nos conviene analizar un poco nuestra vida para ver también cuales son nuestras reacciones, las que tenemos o las que deberíamos de tener. Siempre tenemos que estar aprendiendo de la vida, incluso de aquello negativo que nos puede suceder, y de alguna manera preparándonos para las situaciones en las que nos podamos encontrar.

¿Se sentiría algo así aquella mujer cananea de la que nos habla hoy el evangelio? En este caso no era simplemente un proyecto que podría tener para su vida, sino estaba por medio el sufrimiento de una madre que de alguna manera veía morir a su hija en su grave enfermedad.

Como nos narra el evangelista Jesús anda por las fronteras de Palestina, muy al norte en Galilea en territorios cercanos a los fenicios – actual Líbano – y no eran territorios precisamente donde abundaran los judíos. Vemos a Jesús en ocasiones que se marcha a lugares lejanos y, en cierto modo, apartados porque también quiere ir instruyendo a sus discípulos más cercanos a los que un día va a confiar su propia misión.

Una mujer fenicia, pagana, camina detrás de Jesús gritándole que tenga compasión de ella y de su hija gravemente enferma. Parece como que Jesús se desentiende, de manera que incluso los discípulos interceden para quitarse el tormento de los gritos de aquella mujer. La respuesta de Jesús nos desconcierta aunque él solo emplea el lenguaje habitual de los judíos, que consideraban perros a los paganos.

Pero ante la negativa de Jesús la mujer no se viene abajo, sino que insiste y aprovechando incluso las palabras de Jesús buscará argumentos para seguir haciendo su petición. ‘También los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos’, le responde dando a entender en su humildad que no le importan incluso los desprecios con tal de comer esas migajas del amor de Dios. Pero Jesús para ella no tiene migajas sino que está todo su amor, para alabar la fe de aquella mujer y para conceder lo que tanto está deseando aquella mujer.

Ya hemos visto en el evangelio que en muchas ocasiones se queja de la falta de fe de los que le escuchan; se extrañó de la falta de fe incluso en su pueblo de Nazaret, de manera que como dice el evangelista allí no hizo ningún milagro; a los mismos discípulos los llama torpes y tardos de corazón para creer.

Pero hay dos momentos en que Jesús alaba la fe de alguien, y en estos casos se tratará precisamente de dos personas que no son judías. Alaba la fe del centurión, como alaba ahora la fe de esta mujer fenicia. Y como nos dirá en otras ocasiones basta que tengamos fe, que la fe es la que nos ha curado. Tendría que hacernos pensar.

Pero por medio está la consideración con la que comenzábamos esta reflexión. Las negativas nos desalientan, cuando las cosas se nos ponen difíciles nos llenamos de dudas y de temores; la frustración que muchas veces sentimos nos lleva a querer abandonar y no insistir en aquello bueno que deseamos o tendríamos que realizar.

La mujer cananea nos sirve hoy de ejemplo de insistencia, de constancia, de saber poner nuestra confianza total en la presencia del Señor, que siempre será para nosotros presencia de luz y de amor, a pesar de todas las oscuridades en las que nos encontremos.

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